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Conflicto fe y ciencia

El pasado 21 de Septiembre, a las puertas del teatro Quirino de Roma, tuvo lugar un debate público verdaderamente singular. Se sentaban frente a frente el Cardenal Joseph Ratzinger y el filósofo laico Paolo Flores d'Arcais, conocido por sus habituales polémicas anticatólicas.

El tema del debate, moderado por el periodista Gad Lerner, era la existencia de Dios, pero derivó significativamente hacia la pretensión de racionalidad que manifiesta el cristianismo, subrayada por la Encíclica Fides et Ratio y por las recientes intervenciones de Ratzinger en La Sorbona de París y en el Palacio de Congresos de Madrid.

Flores d'Arcais argumentó que no habría conflicto entre creyentes y no creyentes, siempre que los primeros entendieran su fe como "escándalo para la razón", tal como según su interpretación la habrían vivido las primeras generaciones de cristianos. Por el contrario, el filósofo italiano consideró que "si la fe pretende ser el resumen y el cumplimiento de la razón, tiene la tentación de imponerse". Y lanzó esta pregunta a los cristianos: "¿por qué no renunciáis a la demostración de la verdad, por qué pretendéis la racionalidad?" El planteamiento es interesante porque señala el punto crucial de dificultad de la cultura actual para acoger al cristianismo tal como la Iglesia lo confiesa ante el mundo, y porque al mismo tiempo ofrece a los cristianos una especie de reconocimiento social, siempre que renuncien a la "pretensión de racionalidad".

Ratzinger respondió que los creyentes de las primeras generaciones no creyeron que su fe fuera absurda. Por eso Pablo habla en el Areópago y predica una fe que apela a la razón y está en consonancia con la razón, aunque sea percibida con escándalo por sus oyentes. Según el Cardenal, los cristianos no pueden contentarse con vivir sólo hacia el interior, porque "creemos tener algo que decir a los demás: que en Jesús ha aparecido la Verdad que el hombre tiene necesidad de conocer". Por otra parte, rechazó que esta pretensión connatural al cristianismo, se traduzca en una tentación de imposición sobre los demás.

En realidad no existe otro debate de mayor calado para la Iglesia en este cambio de siglo. No se discute su aportación humanitaria para aliviar las diversas penalidades de los hombres, ni la legitimidad de sus posibles consuelos, ni la utilidad social de su educación, sino su pretensión de dirigirse a la razón del hombre, de ponerse en juego en el ámbito de lo que el hombre puede reconocer como verdadero. Sin embargo la Iglesia no puede renunciar a esta pretensión, pues "la cuestión de la verdad es la cuestión esencial de la fe cristiana", como afirmó Ratzinger en Madrid. Ahí radica la incomprensión de una parte de la cultura moderna; ahí radica también la fundamental novedad del cristianismo y su capacidad para responder a la espera del hombre.

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