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La interpretación de la cultura actual en la «Fides et Ratio»

Me han pedido que hable de la interpretación de la cultura contemporánea en la encíclica Fides et ratio. En ese sentido me voy a fijar, sobre todo, en la conexión entre el cientificismo, como ideología dominante en la actualidad, y el nihilismo, como algo a lo que conduce este cientificismo, pese a que inicialmente pueden aparecer como ideologías antagónicas.

El cientificismo como ideología, naturalmente, tendría que ser claramente diferenciado de la realidad de la ciencia, a la que se refiere la encíclica, por ejemplo, en los apartados 81 y 106, afirmando que la ciencia, aunque trabaje con la razón analítica, es decir, aunque analice una parte de la realidad, se mueve en el horizonte sapiencial, al que hacía referencia hace un momento el profesor Garrido, es decir, tiene en general sentido del límite y también puede abrirse a la dimensión de la verdad y la trascendencia. Algo radicalmente distinto es el cientificismo.

El cientificismo, como ideología dominante en la cultura contemporánea, haría un uso reducido de la razón que operaría en tres dimensiones: en primer lugar, este uso reductivo de la razón se caracterizaría por ser una razón fragmentaria. La reducción no está en el análisis o en el estudio del fragmento, la reducción está en la elevación del fragmento a pretendido y falso todo, en reducir el todo a ese fragmento analizado desde la ciencia. Esta reducción de la razón a la razón fragmentaria conduce a su vez a una cultura de la desunión, de la división, de la desintegración: lo que había permanecido unido aparece ahora como separado e irreconciliable. Esta razón fragmentaria se opone, ante todo, a la aceptación de la dimensión de la metafísica, de la dimensión del sentido, de la dimensión de la verdad como verdad trascendente y conduce, por lo tanto, a la ruptura de la unidad humana.

La primera consecuencia del cientificismo es la reducción de la razón, a la razón fragmentaria y, con ello, la eliminación del sentido. Como segunda consecuencia, la razón en el cientificismo aparece como razón instrumental, lo que a su vez produce la caracterización de la cultura contemporánea como una cultura tecnocrática, como una cultura dominada por la técnica en cuanto se considera que el único conocimiento riguroso sería el conocimiento que puede ser verificado desde la ciencia y desde la tecnología.

La negación de la verdad llevaría a reducir el ser a lo fáctico y los valores a pura emotividad. La ciencia y la técnica aparecerían así como algo que carece de límites, de tal forma, que lo que técnicamente puede hacerse o es realizable tendería a presentarse como moralmente admisible. Sobre ello, la encíclica dice: «si a los medios técnicos les falta la ordenación hacia un fin no utilitario, podrían trasformarse en potenciales destructores del genero humano». Esto es lo que en efecto ocurre no sólo con determinados usos de la energía nuclear, para la guerra y para la industria, sino también con determinados usos de la genética. Pensemos, por ejemplo (apareció en el periódico de ayer la noticia, pero es del último número de la revista SCIENCE), en la declaración de sesenta y siete premios Nobel, entre ellos Watson, el descubridor de la estructura del código genético, en que se pedía de modo conminatorio, presionando a los gobiernos, en especial al gobierno Norteamericano, a que se autorice la creación artificial de embriones para producir tejidos y órganos con los que se pudieran combatir enfermedades. Naturalmente, esta visión denota una reducción de la vida humana, al menos de la vida humana inicial, a simple objeto de experimentación en laboratorio.

La razón como razón fragmentaria genera a su vez la reducción de la razón a razón instrumental.

Por último, aparece la razón como razón calculadora, que da origen a la cultura economicista, según la cual sólo se valora aquello que pasa por el mercado y tiene un precio y, por consiguiente, se devalúa el mundo del cuidado, negando los derechos a aquellos que no pueden cuidarse por sí mismos.

Como decía al principio, lo que quería especialmente subrayar desde la lectura de la encíclica, es la conexión entre el cientificismo así concebido y el nihilismo. En efecto aparecen como cosas distintas, pero conectadas entre sí. En efecto, el cientificismo quiere establecer la autonomía ilimitada del hombre, como se dice en el apartado 80, pero al negar la verdad acaba generando la generalización del miedo a la propia producción industrial y a la propia capacidad del hombre. A este miedo había hecho referencia Juan Pablo II en la REDEMPTOR HOMINIS, en un párrafo que se recoge en esta encíclica, concretamente en el apartado 47. Este miedo lleva al inhumanismo y al nihilismo: a la desconfianza en el propio hombre.

El ser humano acaba siendo visto como algo que carece de valor, reducido, según ideologías, a un chimpancé (animalismo) o a un cáncer destructor del entorno por haberse reproducido de modo desmesurado.

El miedo, fruto de la reducción del uso de la razón a tareas sólo utilitarias, impide el planteamiento adecuado de los problemas contemporáneos, a los que hacen referencia los apartados 98 y 104.

Así, en el problema ecológico, al desconocerse que los daños al entorno proceden de la injusticia con el propio ser humano (mensaje de 1999), se propone como única salida la reducción drástica de la natalidad humana, sin plantear la urgencia de cambiar el estilo de vida, pasando del consumismo a la sobriedad.

En el tema del pluriculturalismo y de la paz, el miedo lleva a justificar el armamentismo y la guerra, basándose en la pretendida defensa de quien se siente falsamente amenazado por el vecino.

Por lo que se refiere a otro de los problemas indicados en la encíclica, la defensa de la vida, la visión reductiva, científico-tecnicista de la razón, divide a los seres humanos en dos categorías: los que están dotados de vida consciente y son considerados personas y aquellos que se encuentran en un estado de vida no consciente, cuya vida es completamente devaluada y reducida a simple objeto.

Para superar este miedo, que aparece como consecuencia de los reduccionismos en la visión del hombre y de la razón, y para defender de un modo integral la dignidad y los derechos de todos los seres humanos sin excepción, es necesario que la razón se considere -dice el apartado 85 de la encíclica- capaz de recuperar «una visión unitaria y orgánica del saber».

Esta visión unitaria recuperaría la noción de dependencia del ser humano como criatura respecto de Dios. Paradójicamente, sólo con esta recuperación de la noción de dependencia respecto de Dios es posible el reencuentro y la recuperación de la dignidad humana. Por ello, Juan Pablo II considera también en el apartado 85 que esta recuperación de la idea de dependencia del ser humano respecto de Dios, olvidada por el cientificismo y por la mentalidad tecnocrática, es uno de los cometidos que el pensamiento cristiano deberá afrontar a lo largo del próximo milenio de la era cristiana y aparece, por lo tanto, como una de las prioridades a considerar desde el punto de vista de la cultura.

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