conoZe.com » Ciencia y Fe » Conflicto fe y ciencia

Una encíclica que urgía

Esta encíclica hacía mucha falta. En los últimos treinta años las crisis modernista y racionalista, no totalmente digeridas, siguen teniendo su influjo en este siglo, y la actitud modernista se ha deslizado en la Iglesia. En estos años hemos asistido al espectáculo de una teología que se ha construido sobre bases filosóficas falsas, no discutidas suficientemente. Por ello esa teología deja de ser cristiana y se convierte en un monstruo. La teología debe ser autoconsciente de la base filosófica que asume, y debe discutir y criticar el discurso humanista que la sustenta. Este hecho lo denunció hace años Hans Urs von Balthasar. En el ámbito de la fe, para que ésta sea viva y verdadera, ha de estar vertebrada en la verdad. En los años 70-80, por ejemplo, la teología de la liberación de H. Assman asume acríticamente la filosofía marxista. Lo mismo sucede con la teología política. Antes, en la década 60-70, la teología llamada de la muerte de Dios, de Hamilton y van Buren, asumió totalmente y sin crítica el principio de inmanencia. Y hoy, ¿cómo es posible que la teología asuma la filosofía mayéutica, que es intrínsecamente anticristiana?

La encíclica Fides et ratio, sale al paso de estas teologías que, en el interior de la Iglesia, no discuten la base humanista. De cara al exterior dialoga con el mundo sobre el concepto de razón, su ser y sus límites y potencialidades. No es la primera vez que la Iglesia, en momentos de oscuridad de las

realidades temporales, sale al paso parar iluminar el ser de esas realidades, iluminar al hombre en aquello que, de por sí, es autónomo.

LA RELACIÓN FE - RAZÓN

La inteligencia humana está, por su dinámica interna, abierta al absoluto, a Dios, pero al mismo tiempo tiene unos límites constitutivos. Kant, en el prólogo de La crítica de la razón pura en la primera edición, dice que la razón está orientada hacia preguntas que no puede soslayar, por estar conexas con su misma naturaleza. La razón, por su dinamismo interno, apuntaba al desvelamiento del misterio de Dios, del misterio del hombre, de su destino, equivocadamente, en cuanto que afirmaba que esos misterios no son objetivables.

La razón humana puede llegar a atisbar, por su legítima autonomía, algo de estos tres misterios. En virtud de la autonomía se pregunta por el ser de Dios, del mundo, del hombre, y es capaz de llegar a descubrir determinadas verdades. En virtud de su heteronomía, por su condición creatural, es contingente, limitada. Además, el hombre concreto, histórico, está alcanzado por el pecado. En sus facultades (en todos los hombres y en todo el hombre) el hombre es cambiado a peor, dice el Decreto sobre el pecado original del Concilio de Trento. Hubo una disminución ontológica de sus facultades, y por ello, de su inteligencia. Esto, sin embargo, no quiere decir que el hombre esté corrompido -eso dirá Lutero, que habla de una corrupción sustancial-. La inteligencia tiene, con todo, índices de autonomía que la hacen descubrir muchas cosas de Dios, del mundo y del hombre, pero para aquello que podría conocer bien, debido al pecado original, ahora, de hecho, necesita de la revelación de Dios.

La razón humana tiene capacidad intrínseca metafísica para plantearse las preguntas por el absoluto y puede responderlas en parte. Pero hay un momento en que la mente se ve urgida a avanzar (como decía Blondel y recoge la encíclica), pero quiere avanzar y no puede. Ante esta situación, el hombre podría replegarse, pero sería infiel al dinamismo interior de su ser que le plantea la pregunta. Retroceder significaría no ser auténtico consigo mismo. El hombre, por tanto, está intrínsecamente abierto a una revelación de Dios (como afirman Zubiri y Rahner).

Si la revelación positiva de Dios tiene lugar, la razón queda colmada y respondidas sus preguntas. Se abren nuevos horizontes. La razón está abierta, en virtud de su ser, a la fe. Y la fe colma la razón. Ésta es la posición de santo Tomás, de los Santos Padres, de la Escritura y de la Tradición.

MODERNIDAD Y POSTMODERNIDAD

Desde los tiempos modernos hasta hoy la fe y la razón se han encontrado en dos situaciones. Por una mala comprensión del hombre sobre la razón, hemos asistido al desequilibrio y abismo denunciado ya por Pablo VI en la Exhortación apostólica Evangelii nuntiandi. Juan Pablo II sale al paso de este desequilibrio.

La razón, desde Descartes, se niega a abrirse al ser. Una de las características del pensamiento moderno es el olvido del ser. Se trata del olvido del principio de realidad: es la razón humana la que se encapsula, se autoconcibe como absoluta, con poder creador. Cualquier instancia exterior a ella se limitará a corroborar a posteriori lo ya descubierto a priori por la razón, en cuyo caso no sirve para nada.

El problema de la teología, de la pastoral y de la Iglesia en la épóca moderna fue devolver la razón a su propio lugar. A la razón, que se concibe dotada de autonomía, había que hacerla consciente de sus límites. A esto se dedicaron los grandes espíritus de la época moderna (Blondel, Maréchal y su escuela, Balthasar, De Lubac, Newman, y tantos otros). Se sale al paso de una razón con pretensiones de totalidad y que se erige en absoluto. De la concepción moderna de la razón como tribunal del hombre y del mundo, nacen los latiguillos de que la Iglesia ha perdido el tren de la ciencia, de la cultura, de que debería adecuarse a los tiempos modernos, adecuar su moral, la teología y el Derecho... Son las lecciones que quería dar el modernismo. La gran teología de entonces intentó desmontar el concepto de razón de la modernidad, recordándole su heteronomía constitutiva.

Corrientes filosóficas que nacen en el siglo pasado intentan deconstruir la modernidad: los maestros de la sospecha, corrientes vitalistas, la fenomenología, las críticas al concepto de razón de la Escuela de Frankfurt, el nihilismo existencialista... Durante siglo y medio Occidente lucha contra la racionalidad moderna, cuyo fracaso ha cuajado en el desencanto de la razón moderna. Lo malo es que la postmodernidad adopta una actitud, ante la que sale la encíclica, por la que, al caer los ídolos modernos, arrastra consigo a la fe cristiana (Vattimo, Lyotard...)

La crisis de la modernidad, el desencanto ante la racionalidad, han sido tan grandes, que el hombre occidental de nuestro tiempo no cree en la razón. Cree en discursos racionales concretos (es la fragmentación de la razón). No hay una racionalidad canónica desde la cual discernir la verdad o no de un discurso. La postmodernidad no tiene referente racional seguro: la racionalidad se desarrolla en discursos convencionales. Se parte de unos presupuestos y la coherencia lógica con los mismos dicta la verdad del discurso, pero no la verdad en sí. Esta mentalidad se ha hecho teoría sistemática, con visos de realidad, por parte del racionalismo crítico (Hans Albert y su Escuela).

Las consecuencias son funestas: es inútil la pregunta por la verdad. Éste es un horizonte diverso a Kant, donde la mente humana se sentía urgida a plantearse la pregunta por la verdad. Se ha apartado, pues, al hombre del horizonte de la verdad y se hunde en el nihilismo, el fracaso.

¿Por qué preguntarse por el futuro del hombre, por el ser de la sociedad, el sentido del dolor?; ¿quiénes somos, qué debemos hacer, qué podemos esperar? Estas grandes preguntas ahora ya no tienen sentido. Es el hombre Sísifo para quien está escrita la encíclica. Se trata de levantar al hombre de una postración en la que él mismo se ha sumido. La encíclica alienta e invita al hombre a que confíe en la razón, reorientando al hombre hacia la verdad. Haciéndole consciente de la capacidad metafísica de su razón, aun cuando ésta tenga unos límites -que precisamente la han de impulsar a acoger la fe-, es como se pondrá al hombre en la dirección de su libertad y felicidad.

Ahora en...

About Us (Quienes somos) | Contacta con nosotros | Site Map | RSS | Buscar | Privacidad | Blogs | Access Keys
última actualización del documento http://www.conoze.com/doc.php?doc=1357 el 2002-08-11 18:21:39