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¿Creer hoy en la otra vida?

Uno de los elementos fundamentales del hecho religioso es la creencia en la pervivencia del ser humano después de la muerte. La forma de entender la inmortalidad difiere en las distintas religiones, pero es esencial en todas ellas. Creer en la otra vida, que antes era algo asumido personal y culturalmente con naturalidad, resulta hoy complicado para mucha gente, incluidos algunos cristianos. En una encuesta de hace unos años el porcentaje de gente que se declaraban cristianos, entre practicantes y no practicantes, era del ochenta por ciento, pero cuando se les preguntaba si creían en la resurrección de los muertos un treinta por ciento respondía que no. Nada de esto es nuevo, ya en el siglo I Pablo se mostraba sorprendido por ciertas ideas de los cristianos de Corinto: «¿por qué algunos de vosotros andan diciendo que no hay resurrección de los muertos?» (1 Cor 15,12). En contraste con nuestra mentalidad racionalista, es curioso el atractivo que ejercen los fenómenos paranormales y los esoterismos, divulgados por programas televisivos como Cuarto Milenio. Hablar del cielo, el infierno o el purgatorio (el limbo siempre ha sido sólo una hipótesis teológica) tal y como se explicaba desde la antigua teología, resulta tétrico para unos y hasta cómico para otros. Pero la teología actual (Repensar la resurrección, de A. Torres Queiruga es un buen ejemplo) se esfuerza por hacer más comprensible al hombre moderno la realidad de un misterio tan profundo como el de la resurrección. Incluso la filosofía, que hasta hace poco ignoraba sin más el pensamiento metafísico y religioso, ahora comienza a preocuparse también por el tema. Este es el caso de Fernando Savater (elogiable por su valiente postura contra el terrorismo) que ha publicado recientemente La vida eterna. Lamentablemente el contenido del libro no es nada nuevo. Savater insiste en su ya conocido rechazo de la religión con argumentos manidos bajo el amparo de autores fetiches comenzando por su reverenciado Bertrand Russell, utilizando en ocasiones un sarcasmo típico del que no tiene razones mayores. Son curiosos, por ejemplo, el título del primer capítulo (La ilusión de creer) con claras referencias freudianas, y el del epílogo (Elogio de los incrédulos) con reminiscencias erasmistas. Lo de mayor actualidad, por lo mucho que ahora se habla de ello, es su defensa a ultranza de lo laico. Como tantos otros, mezcla los términos alabando el laicismo radical a la vez que ignora una adecuada y sana laicidad defendida también por el cristianismo. Savater alude una vez más a la conocida cita de Machado sobre la verdad. No estaría mal que se la aplicase a sí mismo.

Aunque algunos pretendan ignorarlos, hay otros filósofos hispanos que no opinan lo mismo sobre el tema religioso. Eugenio Trias también es suficientemente conocido por sus libros La edad del espíritu y La razón fronteriza. En su artículo El robo del cadáver, sobre la idea de resurrección, se queja de que hemos prestado demasiada atención a las preguntas de Kant sobre lo que podemos conocer o debemos hacer, y muy poca a lo que hemos de esperar. Trias se hace esta pregunta: «¿Será cierto lo que afirman quienes hacen decir a la ciencia lo que ésta no está en condiciones de afirmar: que nada hay tras la barrera insalvable que comparece al final del trayecto de nuestra existencia en este mundo?» Partiendo de lo que él llama categoría matricial, esa primera vida que hemos tenido en el seno materno y que no recordamos pero que es tan real como la que acontece después del nacimiento, afirma que es razonable extrapolar ese escenario del origen hacia un escenario de después de la muerte. «¿Por qué dos vidas solamente? ¿Por qué no puede pensarse esta vida como el útero y la matriz de una vida diferente? ¿Por qué no pensar a fondo, radicalmente, la idea fecunda de metamorfosis?». Para Trias, el paso de gusano a ninfa o crisálida, y finalmente a mariposa, y el tránsito del feto hasta la composición del neonato humano, son suficientes indicios en la vida que desvelan lo sorprendente del fenómeno de la metamorfosis, y que nos pueden ayudar a comprender mejor el hecho de la resurrección. Cuando Pablo tiene que responder a los corintios sobre la resurrección, además de dejar claro que si los muertos no resucitan nuestra fe no tiene sentido, les habla de que seremos transformados (lo corruptible se hará incorruptible) y tendremos un 'cuerpo espiritual'. A esto mismo se alude en la liturgia de difuntos, cuando se dice en el Prefacio de la Misa que «la vida de los que en ti creemos, Señor, no termina, se transforma».

Cualquiera que lea los relatos evangélicos sobre la resurrección detecta al menos tres elementos principales: que el resucitado es el crucificado, existiendo una continuidad personal en el paso de la muerte a la vida; que Jesús se hace presente a los Apóstoles y a las mujeres pero que está en otra dimensión, la del Padre; y que el testimonio de su vivencia es para ellos real y no una ficción. Hoy, desde un racionalismo extremo, muchos se preguntan si tiene sentido creer que hay vida después de la muerte, y la fe cristiana lo que puede ofrecerles, no sólo desde la experiencia de los Apóstoles sino también desde la propia, es la confianza en que Cristo resucitó, y la esperanza de que nosotros también resucitaremos y, junto con nuestros seres queridos, estaremos para siempre con Dios, en la casa del Padre, que es también Madre.

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