conoZe.com » Historia de la Iglesia » Historia de la Iglesia » III.- Edad Moderna: La Iglesia frente a la Cultura Autónoma » §73.- Caracteres Generales de la Edad Moderna

III.- Lineas Basicas de la Actividad de la Iglesia

1. Como ya hemos apuntado, es del todo natural que estos movimientos tan profundos de la totalidad de la vida afectasen esencialmente la actividad de la Iglesia, esto es, las condiciones bajo las cuales ésta había de llevarse a cabo.

2. Por otra parte, la Iglesia que se enfrentó a estos movimientos no era ya la misma que en los comienzos de la Edad Media. A lo largo de una historia impresionante, la Iglesia había estructurado y robustecido su organización interna, sus fuerzas auxiliares y su experiencia de forma altamente significativa. No se trataba, pues, de una Iglesia naciente enfrentada a una cultura poderosa, como en la Antigüedad, ni tampoco de una Iglesia ya configurada en cierta medida, pero escasa y necesitada de cultura, como en la primitiva Edad Media. Se trataba más bien de una Iglesia firmemente organizada y con una tendencia unitaria cada vez mayor, enfrentada -en este nuevo estadio de su desarrollo, el tercero- a una cultura no cristiana y no eclesiástica, consciente de sí misma y en constante proceso de consolidación.

Es ahora, en la época más reciente, cuando esta Iglesia firmemente organizada ha comenzado a esforzarse seriamente por encontrar nuevos modos de expresar su vida. Precisamente para salvar la tradición (es decir, el mantenimiento vivo de lo tradicional), importantes movimientos espirituales intentan superar el mero tradicionalismo conservador.

3. El modo como la mayor parte de los factores fundamentales indicados influyó en la tarea de la Iglesia es suficientemente claro (en parte ya nos hemos referido a ello). Pero aún queda por caracterizar en síntesis las perspectivas de la predicación cristiana en medio de aquella cultura. Según lo dicho, debieron predominar forzosamente las desventajas.

a) El punto de partida para hacer una caracterización global de la situación de la Iglesia a comienzos de la Edad Moderna es la reforma - iniciada, pero no terminada- de la cabeza y los miembros. La importancia de este hecho no se agota con el recuento y la valoración de las deficiencias concretas. En el fondo, su importancia estriba en este otro aspecto: que fue de la no realización de la reforma debida de donde nació, precisamente, la peculiar situación de la historia de la Iglesia en la Edad Moderna. Esto facilitó la irrupción del espíritu del Renacimiento, preparó el terreno para la protesta de los reformadores y, en general, proporcionó cierta justificación y fuerza interna a las críticas y exigencias dirigidas a la Iglesia. Por su parte, las fuerzas desplegadas por la Iglesia, generalmente, no respondieron en la medida deseada a tales exigencias.

b) En la Edad Moderna, la fuerza de choque de la Iglesia se encontró sumamente debilitada. A pesar de la originaria base cristiana del Humanismo, en la predicación de la Iglesia penetraron juntamente con el categorías demasiado extrañas a la revelación. A consecuencia de la Reforma, el cristianismo quedó desgarrado en una multitud de Iglesias y en una pluralidad de sectas y movimientos. Así, el cristianismo no pudo, ni en Europa ni en las misiones, presentarse como en otros tiempos con la fuerza de la unidad. Los hombres tuvieron que plantearse la grave pregunta: ¿Cómo puede ser el cristianismo la única religión verdadera si está dividido en tantas y tan diferentes confesiones? ¿Cuál de ellas es la verdadera?

4. Las ventajas que esta situación reportó a la actividad de la Iglesia fueron muy escasas y, más que nada, como fenómenos secundarios.

a) El alejamiento de la Iglesia llevó también, entre otras cosas, a cierta falta de interés por ella y, más tarde, a una parcial, neutral separación de la Iglesia y el Estado; es decir, a la Iglesia se le otorgó aquí y allá la libertad de perseguir sus propios objetivos con arreglo a sus propios métodos. La Iglesia, ciertamente, no reconoció esta actitud como el ideal (pues todo lo creado, por tanto, también el Estado, está llamado a servir a Dios); pero esta actitud, gracias a la salvaguardia del orden público, gracias a la libertad de reunión, de expresión y de prensa, en los últimos siglos, ha llegado a ser a menudo una ventaja real para la Iglesia.

b) Todos los Estados modernos -los católicos no menos que los protestantes- desarrollaron un sistema de iglesias nacionales, que hizo uso y, muchas veces, abuso de la Iglesia. De esta manera pudo la Iglesia ir descubriendo los peligros e inconvenientes de una unión demasiado estrecha con el Estado. Y entonces, necesariamente, tuvo que recurrir a sus fuerzas internas y aplicar a las distintas cosas su concepción puramente religiosa. Hasta tal punto, que la pérdida de su poder político-eclesiástico (revolución, secularización) acabó reportando a la Iglesia también ventajas, que incluso poco a poco van acrecentándose. La liberación de la Iglesia del brazo secular es otra característica más de la historia eclesiástica en la Edad Moderna (cf. supra, ap. II, B). En la época más reciente ha crecido el número de concepciones profundamente creadoras que vuelven a realzar el valor positivo y hasta la necesidad de una «Iglesia de la agonía» (Reinhold Schneider) como consecuencia de la paradoja fundamental del cristianismo (ganancia mediante renuncia, Lc 9,24). El ejemplo de la «renovación católica» surgida en Francia a raíz de la separación de la Iglesia y el Estado, así como ciertas manifestaciones en los países subdesarrollados y algunas experiencias vividas en los sistemas totalitarios robustecen nuestro modo de entender estos puntos de vista.

Hasta el daño más grave sufrido por la Iglesia en la Edad Moderna, la apostasía de las iglesias reformadas, no dejó de serle profundamente útil. La competencia despertó grandes energías. De todas formas, la oportunidad de verse controlada por un adversario no siempre fue aprovechada con la apertura requerida. Ultimamente, esta competencia y esta rivalidad han demostrado su positiva significación en el diálogo atento de los cristianos separados entre sí y en el progresivo descubrimiento de los elementos católicos que encierra la Reforma.

c) Prescindiendo de los períodos de gran florecimiento de la Iglesia en determinados países y determinadas épocas, no faltó una promoción activa de la Iglesia por parte del Estado, sobre todo en las misiones. En la doctrina y la disciplina eclesiásticas, así como en el trabajo de los misioneros, se vio una valiosa ayuda para la difusión de la propia cultura. Y así, por motivos nacionales, incluso estados hostiles a la Iglesia apoyaron a las misiones. Es cierto que en este caso la ventaja encerró también un serio inconveniente, funesto para la religión: la mezcolanza de la misma religión con la política, la cultura y la economía. Por eso es muy natural que la reciente reacción antieuropea de los nuevos pueblos que han nacido a la historia haya sido, por razones económico-nacionales, anticristiana[6].

d) La «ventaja» fundamental con que la Iglesia podía contar también en la Edad Moderna no fue una nota característica de esta o aquella situación histórica; fue más bien la fuerza proveniente de Dios, entonces potenciada hasta el máximo y de múltiples maneras por una lucha entablada a vida o muerte; fue el indestructible anhelo del corazón humano por la verdad; fue la inspiración rectora del Espíritu Santo, que a veces se manifiesta en forma sorprendente, como ha ocurrido bajo el pontificado de Juan XXIII y en el transcurso del Concilio Vaticano II.

5. La situación general de la época imponía a la Iglesia una triple tarea: a) el ataque exigía defensa; b) el distanciamiento de la cultura, su reconquista, y c) el debilitamiento interno de la Iglesia, la autorreforma.

Notas

[6] Cf. en el § 19 detalles sobre estas cuestiones.

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