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XXV.- ¿Es el hombre un producto de la herencia y del medio ambiente?

Resulta tragicómico el modo actual de analizar la miseria de nuestra época y de solucionar la crisis psíquica del individuo y de la masa. ¿Cómo se pretende actuar? Se parte de la hipótesis de que el hombre es el producto de dos factores, de dos fuerzas o poderes: la herencia y el entorno. Estos dos factores son, en otras palabras, el factor hereditario y el medio ambiente o —según se denominaban en épocas anteriores— la sangre y el suelo. Pero últimamente se ha visto que todos estos intentos de tratar el problema del hombre a partir de estos dos aspectos están destinados a fracasar, ya que lo esencial del hombre, el ser humano como tal, no admite estos intentos de aproximación; no se le puede analizar, y mucho menos cambiar, por esta vía. No olvidemos que en la imagen que nos hacemos del hombre se prescinde tanto de lo que de humano hay en él, que hablamos de la persona como un producto, como si el comportamiento humano fuera el resultado de un paralelogramo de fuerzas cuyos componentes son precisamente la herencia y el medio ambiente.

Está claro que el hombre es independiente, tanto del factor hereditario como de su medio, y que se puede mover libremente en el espacio que éstos le dejan. Dentro de este campo de acción, el hombre se mueve libremente, y el hecho de no tener en cuenta esta libertad, de omitirla en el estudio y tratamiento del hombre y de hacerle olvidar a éste que es libre, puede tener graves consecuencias. El factor hereditario no lo podemos modificar, y el medio sólo en parte, y no de pronto. Así pues, caeríamos directamente en el fatalismo si consideráramos sólo la herencia y el medio ambiente como los componentes de un juego de fuerzas denominado hombre. Esto sería precisamente «hacer la cuenta sin consultar al huésped». El huésped sería en nuestro caso el hombre como ser espiritual, libre y responsable. Ya no podemos «tener en cuenta» su libertad, sino que hay que apelar a ella; tenemos que defenderla frente a la aparente supremacía de la herencia y el medio ambiente; tenemos que creer en el poder del espíritu humano, tal como decíamos en otra ocasión.

Determinadas investigaciones científicas han confirmado que el hombre tiene ese poder. Así, el conocido genetista Friedrich Stumpfl señaló en cierta ocasión que era realmente decepcionante el resultado final de los gigantescos esfuerzos realizados por la psicología profunda, la psiquiatría, la genética y los estudios del medio. Pues, según explica el propio Stumpfl, creíamos que con nuestras investigaciones íbamos a poder mostrar al hombre en su condicionamiento por los impulsos, la herencia, el medio ambiente y la constitución física; al hombre como producto de la herencia y el medio. ¿Y qué es lo que salió al final de nuestros esfuerzos durante años enteros? Esta pregunta la plantea el famoso investigador y él mismo da la sorprendente respuesta: la imagen del hombre libre.

Tomemos el ejemplo de los gemelos que estudió el famoso genetista Lange. Al ser gemelos univitelinos, tenían el mismo factor hereditario. A partir de este factor hereditario, uno de los dos hermanos se convirtió en un delincuente increíblemente astuto. ¿Y qué sucedió con el otro hermano, qué hizo éste —muy importante: a partir del mismo factor hereditario— de sí mismo? Era también muy refinado y muy experto, pero no como criminal, sino como criminalista. Yo pienso que esta diferencia —entre ser un criminalista o un criminal— es decisiva; que estos dos caminos los habían decidido ellos mismos y que esta decisión era distinta en cada uno de ellos a pesar de haber partido ambos de un mismo punto. No olvidemos que existe también un tercer aspecto: aparte del factor hereditario y del medio, aparte de la herencia y del entorno, se encuentra también la decisión del hombre, que lo eleva por encima de su simple condicionamiento.

Permítanme contarles un caso que yo mismo he vivido. Una paciente con una neurosis aguda me habló en cierta ocasión de su hermana gemela; de nuevo gemelos univitelinos, es decir, personas con el mismo factor hereditario. Y de esto se podría dar cuenta cualquiera, pues la paciente me contó que su hermana y ella tenían el mismo carácter —con todos sus detalles y matices— y las mismas aficiones, ya fuera en cuanto a los músicos que preferían o en cuanto a los hombres. Sólo existía una diferencia entre las dos hermanas: una era neurótica y la otra inteligente. Esta diferencia nos permite acabar con el fatalismo, con la creencia en el destino y con la tendencia a quedarse con los brazos cruzados. Necesitamos un gran estímulo para —a pesar del condicionamiento que suponen la herencia y el medio- arriesgarlo todo —sea como educador, sea como médico— cuando se trata de apelar a la libertad humana. En realidad, el factor hereditario no es en sí nada de mucho o poco valor, sino que nosotros hacemos de él una propiedad más o menos valiosa. Qué razón tendría entonces Goethe desde el punto de vista biológico y psicológico, desde el punto de vista de la genética, cuando dijo en su obra Wilhelm Meister: «Por naturaleza no tenemos ninguna falta que no se pueda convertir en virtud, ninguna virtud que no se pueda convertir en falta.» Hasta aquí la cuestión de la dependencia del hombre con respecto al factor hereditario. Pero, ¿qué sucede con el segundo factor, que parece ser que determina tanto el destino del hombre que ya no se puede hablar de la auténtica libertad humana; qué sucede con la influencia del medio? Si es cierto lo que Sigmund Freud afirmara en cierta ocasión, habría que hacer la prueba de dejar pasar hambre a un grupo de personas lo más distintas posible; cuanto más aumentara la necesidad de alimento, más se borrarían las diferencias personales y, en su lugar, aparecería la pulsión de alimentación común a todos. Hasta aquí Freud. Se podría decir que nuestra generación ha realizado este experimento millones de veces, sea en los campamentos de prisioneros de guerra, sea en los campos de concentración. ¿Y qué es lo que salió al final, tal como hemos oído decir al profesor Stumpfl sobre el resultado de sus estudios de genética? Pues el resultado de este involuntario experimento masivo de la investigación del medio ambiente ha sido el mismo: de nuevo nos ha salido al paso y hemos sido testigos de la capacidad de decisión que posee el hombre. A los prisioneros de guerra y a los ocupantes de los campos de concentración se les privó de todo menos de una cosa: de la libertad de adoptar una u otra actitud ante las condiciones en que vivían. Y se vio realmente este «uno u otro». No todos se «volvieron animales» debido al hambre, tal como se oye decir tan a menudo y con tanta facilidad. Hubo personas que fueron como pudieron por todo el campo de concentración y siempre tenían para sus compañeros unas veces una palabra amable; otras, el último trozo de pan. Esto lo han vivido todos los prisioneros de guerra que han salido vivos del campamento. Así pues, no se puede decir que el cautiverio, que el campo de concentración, que cualquier influencia del medio en general determine de forma clara e inevitable el comportamiento del hombre.

En el ejemplo de la cautividad y del hambre se ha visto claramente que la actitud es independiente del hecho de que se tenga un apoyo. Este experimento ha sido confirmado recientemente por un informe de un psiquiatra americano, quien ha intentado estudiar lo que había mantenido con vida e íntegros interiormente a los soldados americanos que habían caído prisioneros de los japoneses; entre los factores que habían contribuido a la supervivencia al cautiverio se encontraba la circunstancia de que tuvieran un concepto positivo de la vida y del mundo. Esta experiencia concuerda con una frase de Nietzsche que dice: «Quien tiene un porqué para vivir, soporta casi cualquier cómo.» En este «cómo» se incluye también el hambre. ¿O debo recordar a las tres docenas de estudiantes que se ofrecieron voluntarios en la universidad de Minnesota para realizar un experimento de medio año de duración, en el cual las raciones de comida que recibían les hacían pasar el hambre que fue normal en el último año de guerra en Europa? A lo largo del experimento se analizaba continuamente tanto en el aspecto físico como el psíquico de los probandos. Enseguida se mostraron tan nerviosos como suelen serlo los hambrientos. Y después de medio año, más de uno estaba a punto de caer en la desesperación. Pero a pesar de que siempre tenían la posibilidad de retirarse, ninguno abandonó el experimento. Así, podemos ver de nuevo que cuando le interesa, cuando vale la pena, el hombre puede ser más fuerte que las condiciones exteriores e interiores; puede resistirlas y es libre dentro del campo de acción que le deja el destino.

Esta libertad se ve confirmada por la ciencia moderna, tanto por las ciencias naturales como por la medicina. Y cuando se oye hablar y se ve actuar como si los hechos clínicos probados por la experiencia, como si la genética y los estudios del cerebro, la biología, la psicología y la sociología hubieran demostrado que el espíritu humano es débil y no independiente, tenemos que darnos cuenta de que lo cierto es realmente lo opuesto: los resultados de las investigaciones clínicas hablan en favor del poder de obstinación del espíritu. Y hoy como ayer, hoy como hace 109 años -cuando fueron escritas- siguen vigentes las palabras de un gran personaje de la escuela de medicina de Viena, el barón de Feuchtersleben, quien dijo: «A la medicina se le reprocha que favorece la tendencia hacia el materialismo, es decir, hacia una concepción del mundo que ignora el espíritu. Pero este reproche es injusto, pues nadie tiene más motivos que el médico para reconocer la caducidad de la materia y la fuerza del espíritu. Y si no llega a convencerse de esto, la culpa no la tiene la ciencia, sino él mismo, ya que no ha aprendido lo suficiente.»

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