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Siglo IX

Introducción

La obra política de Carlomagno no consiguió perdurar. Tras su muerte se inició un nuevo período histórico en el que hicieron su aparición poderosos factores de disgregación que acabaron por destruir el imperio carolingio. La pérdida de prestigio del poder imperial se puso ya de manifiesto en tiempos del sucesor de Carlomagno, su hijo Ludovico Pío. Los grandes eclesiásticos trataron entonces de dejar cumplida constancia de su superior autoridad moral, un tanto oscurecida por Carlomagno.

De tal manera estaban las cosas que los mismos hijos de Ludovico Pío provocaron una revuelta contra su padre y la guerra civil. Fue vencido el emperador Ludovico y los prelados francos tuvieron una notable participación en la deposición del emperador, a quien le impusieron una penitencia pública que le incapacitaba de por vida para el ejercicio del poder real (año 833). Ludovico fue más tarde repuesto en el trono, pero tras su muerte siguió adelante el proceso de descomposición del imperio.

El debilitamiento del poder imperial propició que la iglesia se emancipara poco a poco, tanto los obispos como en la sede romana.

Mientras la noche cae sobre occidente a finales del siglo IX, el imperio bizantino conoce un período particularmente brillante con la dinastía macedonia (867-1056) y con su gran soberano Basilio II.

I. Sucesos

Después de Carlomagno, ¿qué?

Muerto Carlomagno, le sucede su hijo Ludovico Pío coronado por el papa Esteban IV en Reims, junto con su esposa Irmingarda. Con este gesto, el papa quería dejar sentado que el jefe espiritual era él, mientras que al emperador correspondía la función política. Ludovico confirmó todos los anteriores privilegios a la Iglesia y concedió a la iglesia su protección.

Al fallecer éste, los sucesores repartieron el imperio carolingio en el Tratado de Verdún (843): Luis el Germánico gobernó el Oriente: Baviera, Alemania, Sajonia; Lotario, el centro: Países Bajos, Suiza, Italia. Carlos el Calvo reinó sobre Francia.

La autoridad de los reyes se oscurecía en medio de la creciente anarquía feudal, y no resultó beneficioso para la libertad de la Iglesia que en lugar del poder público soberano proliferase ahora un enjambre de vinculaciones privadas y de poderes señoriales.

Invasiones a la vuelta de la esquina...

No sólo crecía la disgregación y la violencia en el imperio carolingio. También sufría las devastaciones y rapiñas de los normandos, de los magiares y de los sarracenos. El hecho es que la época carolingia se fue precipitando en la más profunda decadencia.

Los normandos o escandinavos o vikingos, asolaron Francia, España y el Mediterráneo. Los sarracenos, piratas musulmanes, constituían un verdadero peligro para Italia y para Roma; salían del norte de África o de España y desembarcan hasta en el mismo puerto de Ostia. Incluso saquearon Roma en el año 846 e hicieron estragos en las basílicas de san Pablo y de san Pedro. En el año 898 el norte de Italia sufrió la invasión de los húngaros, feroces y sanguinarios, que devastaron y saquearon el territorio, en particular abadías y monasterios.

Estos pueblos bárbaros no dejaban de sembrar sombras en toda Europa, pues conservaban todavía muchas de sus costumbres paganas, que resultaban difíciles de erradicar a pesar de haber aceptado la fe cristiana.

El papado sufrió también las consecuencias de esta crisis cultural. Los reyes deseaban manejar a su arbitrio la sede de Pedro, intervenían en la elección de los papas para favorecer sus propios intereses, y se hacían coronar por ellos. El papa Sergio II, por ejemplo, coronó a Ludovico II, hijo de Lotario, rey de Italia, que también se había convertido en rey de los francos. Además de este cesaropapismo, también algunas familias de la potente nobleza romana buscaban influir en la elección de los pontífices y, una vez elegidos, condicionaban sus acciones. Entre estas familias hay que recordar la familia Spoleto.

Al final de este siglo IX comenzaba el oscuro período llamado por los historiadores «el siglo de hierro» del pontificado.

II. Respuesta de la Iglesia[61]

Las maravillas de la gracia de Dios...

A pesar de todo el caos y confusión, Dios fue llevando adelante su obra a través de la iglesia, y llamó a nuevos pueblos a la fe cristiana:

  1. Los búlgaros se convirtieron al cristianismo, con su rey Boris, en el año 863, también los servios y croatas, y, en el norte, los daneses y suecos, en 876.
  2. San Oscar, monje inglés, fue el apóstol de los países escandinavos, y los santos Cirilo y Metodio lo fueron de los eslavos. Nacieron en Tesalónica, y formaron parte de una misión que el emperador Miche III envió para evangelizar una población tártara. Años más tarde, 862-863, como preparación para evangelizar a los eslavos de la Gran Moravia (zona oriental de la actual República Checa), Cirilo creó el alfabeto que lleva su nombre. En los años siguientes los santos hermanos tradujeron algunos libros del Nuevo Testamento al paleoeslavo e hicieron de esta traducción la base de la liturgia en lengua eslava. Su tarea no fue bien vista por el clero germánico que en las ceremonias empleaba el latín, y llegaron quejas a Roma. El papa Nicolás I los llamó a Roma para explicar el motivo por el que no usaban el latín en las ceremonias religiosas. Cirilo y Metododia no llegaron a tiempo a Roma, pues murió el papa Nicolás. Fue Adrián II, su sucesor, quien los recibió con honores y aprobó la liturgia eslava. Cirilo murió en Roma y Metodio regresó a Moravia, donde continuó la obra misionera. Allí fue nombrado arzobispo el año 869. Estos santos son un ejemplo de plena comunión con el papa, obispo de Roma, aun cuando ellos era orientales. León XIII los canonizó en 1881 y Juna Pablo II los nombró copatronos de Europa, junto con san Benito (cf. Juan Pablo II, «Homilía sobre Cirilo y Metodio, patronos de Europa», en L´Osservatore Romano, 1 de diciembre de 1985).

Siguen las tensiones entre Roma y Bizancio

Cuando se enfría la caridad, todo es posible, incluso el cisma [62]

La iglesia de Bizancio, además de estar sometida a las intrigas palaciegas, se encontró con un terrible problema. El legítimo patriarca, Ignacio, fue destituido por Barda. Y en su lugar este turbio personaje hizo elegir abusivamente a Fozio, laico erudito que enseñaba en la universidad de Constantinopla.

Según la tradición eclesiástica, Fozio envía una carta al papa para notificarle su elección. Pero el papa Nicolas I, con toda su autoridad apostólica, rechaza sus pretensiones. Tanto el emperador Miche III de Constantinopla como Fozio reaccionan violentamente contra el papa; incluso Fozio manda una carta a los demás patriarcas orientales condenando las «herejías» de la iglesia romana, con lo cual provoca un cisma: Roma y Bizancio quedan separadas.

Pasan los años, muere el emperador y Barda es asesinado. El nuevo emperador restituye a Ignacio en su puesto de patriarca. Mientras tanto ha muerto el papa Nicolas I y le ha sucedido Adriano II. Este papa, para zanjar de una vez los problemas que afligían la iglesia bizantina por estar dividida entre los partidarios de Ignacio y los de Fozio, convoca en el año 869 el IV concilio de Constantinopla. Este concilio reconoce a Ignacio como patriarca legítimo, y al mismo tiempo afirma la legitimidad del culto a las imágenes. Pero no logra recomponer la división interna del clero bizantino. Años más tarde, tras la muerte de Ignacio, Fozio recupera la sede patriarcal. El papa Juan VIII le pone como condición para reconocer su legitimidad que retire las excomuniones que había lanzado contra Roma y que acepte la legitimidad del «Filioque». Pero sus rencores contra Roma no se apagan y todo ello va preparando el terreno para la ruptura definitiva del año 1054 entre Roma y Bicanzio.

Menos mal que los monjes santificaban a la Iglesia

En estos siglos la iglesia, como dijimos, sufrió mucho en su santidad. No obstante, Dios seguía alumbrando las espesas tinieblas que cayeron sobre Europa. Y el mismo Espíritu Santo seguía conduciendo la evangelización por Hamburgo, Bremen y los países escandinavos.

Incluso se observa un importante impulso monástico. En el año 963, el monje Atanasio funda el primer monasterio en el monte Athos, al norte de Grecia, que se convertirá en una república de monjes y en la cumbre de la espiritualidad ortodoxa. Y fue también la Iglesia la que salió, en la persona del papa Sergio II, a aliviar los sufrimientos del pueblo, producidos por las invasiones y las guerras. Para luchar contra los piratas sarracenos que amenazaban continuamente las zonas costeras del Mediterráneo, se formó una liga compuesta por Amalfi, Gaeta y Nápoles, a la que se unió también Ludovico II. El mismo papa san León IV[63], apoyó el ataque contra los sarracenos, que fueron derrotados. Agradecido por la vitoria el papa León coronó al emperador a Ludovico II.

Teocracia del poder

El gran Papa Nicolás I

Ya en este siglo IX, el papa san Nicolás I arrojó la primera semilla de lo que más tarde, en tiempo del papa Gregorio VII e Inocencio III, se llamaría la teocracia del poder, es decir, la idea de que ninguna potestad terrenal era superior al poder de la Iglesia. Él mismo se portó en el gobierno de la Iglesia como monarca espiritual absoluto e incuestionable, dictando leyes y condiciones a obispos y emperadores; abolió las torturas y las pruebas judiciales; era todo un árbitro en los dos ámbitos, civil y religioso.

Este mismo papa, Nicolás, I fue el primero que formuló expresamente el concepto de «cristiandad», en el sentido de la gran comunidad que constituían los pueblos cristianos, más allá de sus divisiones políticas y nacionales. La noción de cristiandad cobró creciente importancia a partir de la restauración imperial de Otón I y conservó su vigencia en el occidente europeo durante la mayor parte de la Edad Media. Consciente, además, de los deberes inherentes a su suprema autoridad, Nicolás I dio pruebas de una energía indomable ante los difíciles problemas que le tocó afrontar durante su pontificado.

Le tocó el período agitado de la vida de la iglesia bizantina, pues coincidió con los momentos álgidos de la lucha entre los patriarcas Ignacio y Focio, de la que ya hablamos antes, y que acabó con una ruptura temporal entre Bizancio y la sede romana.

El triste siglo de hierro del pontificado: ¿Por qué, Señor?

En los años finales del siglo IX comenzó un largo período de aguda decadencia de la sede romana, que fue llamado «siglo oscuro» o «siglo de hierro», y que se prolongó hasta mediados del siglo XI, aun cuando en la segunda mitad del siglo X, bajo la égida de los emperadores Otones, se registrara una transitoria mejoría.

¿Causa? La Santa Sede cayó en manos de las facciones que dominaban la ciudad de Roma, auténticos clanes nobiliarios romanos. Sometida al tiránico dominio de estas familias, la Sede de Pedro fue ocupada durante una época por una larga serie de papas que fueron, en su mayoría, individuos insignificantes o indignos, y que hicieron descender al pontificado a los más bajos niveles que ha conocido en su historia dos veces milenaria. Durante siglo y medio, desfilaron en veloz sucesión cerca de cuarenta papas y antipapas, muchos de los cuales tuvieron pontificados efímeros o murieron de muerte violenta, sin dejar apenas memoria de sí. Hubo entre ellos algunos que no estuvieron a la altura de su misión y varios observaron una conducta reprobable, totalmente impropia de su dignidad.

Uno de los modos más claros de ver que el primado papal es de institución divina y no mera invención humana quizá sea considerar cómo pudo sobrevivir a la prueba del siglo de hierro; y más todavía comprobar que durante esta época el pontificado siguió cumpliendo su misión al frente de la Iglesia universal, sin desviarse un ápice de la doctrina ortodoxa en materia de fe y de costumbres.

Conclusión

Uno podría desalentarse al saber estas cosas de su madre Iglesia. Incluso llevarse las manos a la cabeza en señal de escándalo. No obstante, la madurez nos hace ser reflexivos y decir: la Iglesia está compuesta por hombres, pero quien la dirige es el Espíritu. Los hombres podrán fallar, pero no Dios. También hubo hombres de Iglesia ejemplares; entre ellos los monjes Cirilo y Metodio, en este siglo.

Por eso, quiero terminar este siglo con un texto sobre Cirilo y Metodio: «Cuando fueron bautizados los eslavos...se dirigieron al emperador Miguel de Constantinopla diciéndole: «Nuestro país ha sido bautizado y no tenemos maestro para predicarnos, instruirnos y explicarnos los libros sagrados. No comprendemos ni la lengua griega ni la lengua latina; unos nos instruyen de una manera y otros de otra; por eso no comprendemos el sentido de los libros sagrados ni su energía. Así, pues, enviadnos maestros que sean capaces de explicarnos la letra de los libros sagrados y su espíritu». Al escuchar aquello, el emperador Miguel reúne a todos sus filósofos y les repte todo lo que dijeron los príncipes eslavos. Y los filósofos dijeron: «Hay en Tesalónica un hombre llamado León; tiene hijos que conocen bien la lengua eslava; dos de ellos están versados en las ciencias y son filósofos». Apenas llegaron Cirilo y Metodio establecieron las letras del alfabeto eslavo y tradujeron los Hechos de los apóstoles y el evangelio. Los eslavos se alegraron de escuchar las grandezas de Dios en su lengua. Pero algunos se pusieron a denigrar los libros eslavos diciendo: «Ningún pueblo tiene derecho a tener su alfabeto, a no ser los hebreos, los griegos y los latinos, como prueba lo que Pilato escribió en la cruz del salvador». El papa de Roma (Juan VIII), al oírlo, condenó a los que murmuraban contra los libros eslavos diciendo: «¡Que se cumplan las palabras de la santa Escritura: que todas las lenguas alaben a Dios!» (Crónica de Néstor, 20; texto del siglo XI).

Notas

[61] Este siglo IX fue un siglo turbulento, y en muchas aspectos tristísimo. Pero como tratamos de conocer la verdad sobre nuestra madre Iglesia, tenemos que decir que sucedieron hechos escandalosos. Según parece, algunos papas en este siglo fueron envenenados, por ejemplo, Juan VIII y Marino I. Otro Papa, Formoso, desenterró el cuerpo del Papa Juan VIII, lo sometió a juicio, lo mutiló y lo arrojó en el Tiber; manos piadosas le recogieron y le enterraron en san Pedro. ¿Por qué hizo esto el Papa Formoso? Porque siendo papa Juan VIII le depuso de su sede episcopal de Porto, y su orgullo había quedado herido. Pero el mismo Papa Formoso no se salvó de ser procesado y profanado también, al final de su vida. Lo hizo otro Papa Esteban VI, al que obligó el duque de Spoleto: sometió el cadáver del Papa Formoso exhumado a un juicio ignominioso, indigno y bárbaro; lo mutiló, cortándole los tres dedos con los que había bendecido, y arrojó su cuerpo en el Tíber, condenando su memoria y declarando nulos todos sus actos, incluidas las ordenaciones sacerdotales que había hecho. Estas y otras acciones hicieron aborrecible a este papa Esteban VI. Y el pueblo hizo justicia a su manera: por instigación de los sacerdotes que habían sido declarados nulos, lo detuvo y estranguló. Pero su cuerpo no fue profanado, sino que halló sepultura en las Grutas Vaticanas. El siguiente Papa, Teodoro II, rehabilitó la memoria de Formoso y dio sepultura a sus restos , tras repescarlos de las aguas del Tíber. También en el caso de la muerte de Teodoro se habló de veneno. El nuevo Papa Juan IX reunió un concilio en el que fueron excomulgados y exiliados los cardenales cómplices del asesinato de Esteban VI en el sínodo cadavérico.

[62] Cisma significa ruptura con el papa, por desobediencia a su autoridad apostólica.

[63] Este papa instituyó el rito de la aspersión con agua bendita sobre personas o cosas, para bendecirlas y purificarlas.

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