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Siglo I

Introducción

La Iglesia no es obra humana. La fundó Cristo cuando fue escogiendo a sus apóstoles, pero fue en Pentecostés donde Dios Espíritu Santo lanzó a la Iglesia hasta los confines de la tierra. Ya Jesús había ascendido al cielo. El mensaje de los apóstoles no era otro que el que les dejó Jesucristo, pues ellos fueron testigos privilegiados de cuanto hizo y dijo el Hijo de Dios.

Ese día de Pentecostés en Jerusalén, ante los peregrinos judíos reunidos con ocasión de la fiesta, Pedro proclamó la Buena Nueva[8] y se hicieron bautizar tres mil personas. ¡Había nacido la Iglesia misionera! Poco tiempo después, la comunidad de Jerusalén contaba con unas quince mil personas, hecho de suyo exorbitante, pues Jerusalén no contaría con más de cincuenta mil almas. Nótese que fue esto un hecho casi único, regalo del Espíritu Santo, pues de ahí en adelante ni paganos[9] ni judíos se convirtieron masivamente. La evangelización también para los apóstoles fue un trabajo lento, palmo a palmo, de hombre a hombre.

Lo mismo que Jesús, esos primeros miembros de la Iglesia son judíos. Hablan el arameo, la lengua semítica más extendida por el Próximo Oriente. Siguen llevando una vida de judíos piadosos: rezan en el templo, respetan las normas alimenticias y practican la circuncisión. Los primeros judíos convertidos al cristianismo aparecen como «grupo» dentro del judaísmo, en el cual hay fariseos, saduceos, zelotes. Ellos son los «nazarenos», por seguir a Jesús de Nazaret. Lo que les caracteriza es el bautismo en el nombre de Jesús, la asiduidad a la enseñanza de los apóstoles, la fracción del pan (eucaristía) y la constitución de comunidades fraternas llenas de caridad[10]. Pero eran hombres de la tierra, con virtudes y con vicios, como todos.

A estos cristianos de cultura judía se añaden pronto otros judíos y paganos de cultura griega, que son llamados helenistas.

Los primeros pasos de la Iglesia se encuentran narrados en el libro de la Sagrada Escritura, llamado Hechos de los Apóstoles, primera historia de la Iglesia.

I. Sucesos

No todo fue fácil para la Iglesia

La Iglesia fundada por Jesucristo tropieza desde el inicio con un ambiente religioso, político y social enque abunan la injusticia y la corrupción. La corrupción comenzaba en los gobernadores y jefes religiosos y se extendía a todos los estratos de la sociedad. En ese ambiente los cristianos fueron creciendo y resolviendo las dificultades que surgían.

Veamos ahora qué dificultades encontró esta Iglesia, fundada por Cristo.

¿Qué obstáculos y dificultades enfrentó la Iglesia primitiva?

El primer escollo que debió superar la Iglesia primitiva fue éste: ¿Sería la Iglesia una rama más de la religión judaica, o se trataba de algo nuevo? ¿Cómo llegó el cristianismo a independizarse de sus raíces judías y convertirse en una religión universal?

Nuestra religión se llama católica, es decir, universal. Cristo envió a los suyos «a todas las naciones» (Mt 28, 19), diciéndoles: «Seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría y hasta el extremo de la tierra» (Hech 1, 8). Sin embargo, dicho universalismo no fue entendido desde el inicio por todos. Tal desinteligencia constituyó el primer gran escollo con que se topó la Iglesia en los albores de su existencia.

¿Cuál era la actitud que se debía tomar frente a la ley antigua, frente a Israel? No olvidemos que los cristianos estaban convencidos de que Israel era el pueblo de Dios. Gran parte de los primeros cristianos eran judíos de nacimiento, como los doce apóstoles y los setenta y dos discípulos, fieles a la ley de Moisés, y sólo podían entender el cristianismo como un complemento del judaísmo. La Iglesia no era sino la flor que coronaba el viejo tronco de Jesé.

Resultaba lógico que así pensaran. Parecía, pues, obvio que en el pensamiento de muchos de los primeros cristianos la Iglesia no fuera sino la prolongación de Israel, una nueva rama brotada del pueblo elegido. Para muchos de ellos la Iglesia era judía: judío su divino fundador, judía su madre, judíos los apóstoles, judíos sus primeros miembros. Como se ve, la Iglesia hundía sus raíces en el antiguo Israel.

Esta perplejidad se manifestaba asimismo en la liturgia de los primeros cristianos. Tenían un culto propio, que realizaban en las casas particulares y consistía en escuchar la predicación de los apóstoles y celebrar la fracción del pan o Eucaristía. Pero también asistían al culto público, que se celebraba en el templo, junto con los demás judíos (cf Hech 2, 42.46). Igual que había hecho Jesús, acudían a las sinagogas, donde les era posible hacer oír la buena nueva al interpretar la ley y los profetas. Lo único que los distinguía de los allí presentes era la fe en que Cristo, muerto y resucitado, era el Mesías anunciado por los profetas.

El vínculo entre la Iglesia y el pueblo judío sólo se rompería por una señal del cielo y en razón de una imposibilidad absoluta, cuando la autoridad judía, hasta entonces respetada, rechazase de manera violenta la nueva comunidad.

Y llegó lo que tenía que llegar, pues al predicar los apóstoles y los primeros cristianos que Jesús era el Mesías, el Sanedrían se inquietó y comenzó la persecución. Los jefes del pueblo judío quisieron acabar con «esta nueva secta» y el nuevo estilo de vida, porque los apóstoles y seguidores ya no seguían la ley de Moisés en todo, sino la nueva ley dada por Jesús, el Hijo de Dios, con quien habían vivido. Querían acabar con ellos porque practicaban nuevos ritos: bautismo, eucaristía y porque obedecían la autoridad de Pedro y de los los demás apóstoles.

La persecución abierta comenzó un día en que Pedro y Juan subieron al templo a orar. A la entrada yacía un tullido de nacimiento, que les pidió limosna. Pedro le dijo que no tenía dinero, pero que le daba lo que estaba a su alcance, la curación en nombre de Jesús. Y así fue.

Todos los presentes quedaron estupefactos, y se arremolinaron en torno a los dos apóstoles. Entonces Pedro habló al pueblo enrostrándoles el haber entregado a Jesús cuando Pilato deseaba liberarlo. Prosiguió diciéndoles que Dios había preanunciado estas cosas por los profetas, así como por Moisés. «Resucitando Dios a su Hijo, os lo envió a vosotros primero para que os bendijese al convertirse cada uno de sus maldades» (Hech 3, 14-26).

Era demasiado para los jefes judíos. Mientras Pedro hablaba, las autoridades lo mandaron prender, juntamente con Juan, ordenando que fuesen conducidos al día siguiente a la presencia del consejo. Asi se hizo, pero al comparecer ante el tribunal Pedro no se amilanó, confesando tajantemente que no había salvación sino en Jesucristo, piedra angular rechazada por la Sinagoga.

Comenzó entonces a desencadenarse la persecución. Esteban fue el primer mártir discípulo de Cristo que murió por su fidelidad a Él el año 36. Entre estos fariseos convencidos estaba Saulo de Tarso, a quien posteriormente Jesús, camino de Damasco, se le apareció y le mostró el nuevo camino a seguir[11]. A raíz de ese encuentro Saulo se convirtió, se hizo bautizar y, por gracia de Dios, llegó a ser el apóstol de los gentiles o paganos.

¿Qué otras dificultades tuvo que afrontar la primitiva Iglesia de Cristo?

Se suscitó una discusión entre los primeros cristianos. Los de origen judío pensaban que debían exigir a quienes creían en Cristo y pedían el bautismo la práctica de algunas costumbres judías, como la circuncisión y el no comer carne de cerdo ni sangre. Pero Pablo y Bernabé se opusieron diciendo que bastaban la fe y el bautismo. Tal fue la disputa que los apóstoles tuvieron que reunirse en Jerusalén, y allí, inspirados por el Espíritu Santo, dieron la razón a Pablo.

Surgió también tirantez entre los cristianos judíos y los helenistas convertidos. Los helenistas se quejaron de que sus viudas necesitadas eran mal atendidas en las distribuciones cotidianas de alimentos.Los apóstoles eligieron a 7 hombres de beuna fama y llenos del Espíritu para imponerles las manos y dedicarlos a ese servicio.

Otra dificultad que encontraron los primeros cristianos fue la inserción de la fe cristiana en el mundo grecorromano, en que había tantas religiones politeístas, se daba culto de adoración al emperador, dilagaban los vicios, y las ideas filosóficas no siempre concordaban con el Evangelio. ¿Qué hacer?

¡Pobre Jerusalén!

La catástrofe que marcó dramáticamente la historia de Israel fue la destrucción de Jerusalén, llevada a cabo por Tito en el año 70. Quedaron arrasados la ciudad y el templo, centros neurálgicos del pueblo de Israel. A pesar de todo, los judíos lograron reorganizarse; pero años después el emperador romano envió al general Julio Severo que aniquiló toda resistencia judía y fundó una colonia romana, donde los judíos no podían poner el pie. Golpe mortal. Destruidos Jerusalén y el templo, se desmoronó la moral del pueblo judío. Los símbolos visibles de la antigua alianza habían desaparecido.

Pero Dios hizo surgir un huracán llamado Saulo de Tarso...

La Iglesia despliega velas con Pablo de Tarso que viaja por Asia, Grecia, Roma y otros sitios. Funda numerosas comunidades eclesiales, sufre hambre, cárcel, torturas, naufragios, peligros sin fin. Una obsesión tiene: predicar a Cristo. Toda su labor evangelizadora quedó plasmada en sus cartas, que encontramos en el Nuevo Testamento.

En estas cartas profundizó el tema de la redención con que el Señor Jesús nos liberó del pecado, y desarrolló las exigencias de la vida cristiana[12]. Pensamiento clave en Pablo es Cristo[13]: «Cristo, misterio de Dios» (Col 2,2). El Cristo de Pablo es vivo y arrebatador (Fil 3, 7-14), lo describe con caracteres de fuego (Gál 3,1). El mismo, Pablo, lleva en su cuerpo las señales de Cristo (Gál 6,7) y se siente impulsado a predicar el evangelio (1Cor 1,17). Por el evangelio se hace todo para todos (1Cor 9,20-23); soporta todo por dar a conocer a Cristo (Flp 1,18); todo lo puede en Cristo (Flp 4,13). Le impulsa el amor de Cristo (2Cor 5,14), y nadie en el mundo lo puede separar de él (Rm 8,35-39). Su vida es Cristo y morir es una ganancia para irse con Cristo (Flp 1,23). Lo que no es Cristo, para él es basura (Flp 3,8-15). Cristo es misterio oculto desde los siglos en Dios (Ef 3,9). En la persecución de Nerón, año 67, Pablo fue decapitado; fue el único modo de hacerlo callar.

Y el Imperio Romano tuvo miedo...»¡cristianos a las fieras!»

Ante la expansión del cristianismo el imperio romano tuvo miedo, pues no quería que nadie le hiciera sombra. Varios emperadores se servieron de cualquier catástrofe para echar la culpa a los cristianos[14], pues causas justas para perseguirlos no había[15]. Resulta también una ironía de la historia constatar quien cometió tan grande injusticia contra los cristianos fue el imperio romano, el inventor del derecho[16].

Así comenzaron las persecuciones de los emperadores romanos[17]. La primera de todas, la de Nerón (54-68) que incendió Roma, expuso a los cristianos a los mordiscos de las fieras, crucificó a muchos de ellos y los cubrió de resina y brea para que sirvieran de antorchas que iluminaran el Circo de Nerón (hoy la plaza de san Pedro). En esta persecución de Nerón murió crucificado Pedro, el primer Papa, en el año 64, y en el año 67 Pablo, por decapitación. Ambos, Pedro y Pablo, fueron primeramente encerrados en la cárcel Mamertina. Más tarde fueron muriendo también los demás apóstoles; algunos de ellos martirizados, según cuenta la tradición. Otra de las persecuciones del primer siglo contra los cristianos fue la del emperador Domiciano, en el año 92, en la que murieron muchos y otros fueron torturados. Por ejemplo, san Juan Evangelista fue metido en una caldera de aceite hirviendo, pero salió ileso y milagrosamente rejuvenecido. Desterrado a la isla de Patmos, escribió el Apocalipsis y, según la tradición, escribió en Efeso su Evangelio y las tres epístolas. Murió en dicha ciudad alrededor del año 101.

Algunos convertidos al cristianismo flaqueaban también

Ya desde este siglo se dieron las primeras herejías[18]. La herejía ha sido una ola interna que siempre ha amenazado la nave de la Iglesia. Estos herejes, dice san Juan, «de nosotros han salido, pero no eran de los nuestros» (1 Jn 2, 19). Lo quiere decir: que eran cristianos «de nombre», pero no verdaderos. ¿Cuáles fueron las primeras herejías que brotaron en este siglo?

  1. Los judaizantes, judíos que, después de bautizados, exigían a los demás la circuncisión y otras prácticas judías, como necesarias paara la salvación.
  2. Ebionitas: judaizantes que afirmaban que la salvación depende de la guarda de la ley mosaica. Consideraban a Jesús como un simple hombre, hijo por naturaleza de unos padres terrenos. Jesús, por su ejemplar santidad, había sido consagrado por Dios como mesías el día del bautismo y animado por una fuerza divina. La misión que recibió sería la de llevar el judaísmo a su culmen de perfección, por la plena observancia de la Ley mosaica, y ganar a los gentiles para Dios. Esa misión la habría cumplido Jesús con sus enseñanzas pero no con una muerte redentora, puesto que el mesías se habría retirado del hombre Jesús al llegar la pasión. La cruz era escándalo para estos judaizantes. Rechazaban el punto esencial del cristianismo: el valor redentor de la muerte de Cristo.
  3. Los gnósticos, influidos por cierto misticismo difundido en ambientes hebreos, por el dualismo del zoroastras persas y por la filosofía platónica, buscaban resolver el problema del mal. Entre Dios que es bueno y la materia que es mala están los eónes. Uno de esto toma la pariencia de Jesús, pero sólo la pariencia. La salvación consiste en liberar de la materia el elemento divino. Esto sólo lo podrán hacer los «espirituales», gracias al conocimiento secreto y superior que Jesús les ha comunicado.
  4. Maniqueos: gnósticos persas, de moralidad severa. Creían en dos principios creadores: el creador del bien y el creador del mal, que siempre están en pugna. Cayeron en la mayor disolución.

II. Respuesta de la Iglesia

¿Qué hizo la Iglesia y los primeros cristianos, con la luz y la fuerza del Espíritu Santo, ante toda esta avalancha de dificultades y problemas? Nunca se desanimaban. Sentían en su interior arder el fuego y el ímpetu de Pentecostés.

«¡Felices de poder sufrir algo por el Nombre de Cristo!»

Ante la oposición de los fariseos y del Sanedrín, que impedían a los apóstoles predicar en nombre de Jesús, ellos, los cristianos obedecían a Dios antes que a los hombres. Fueron presos, azotados, pero ellos salían gozosos por haber podido padecer por el nombre de Jesús. El discurso de Esteban ante el Sanedrín fue la gota de agua que colmó la medida: un arrebato de furor sacudió a la asamblea, que arrastró a Esteban fuera de la ciudad y le dio muerte, a pedradas. Esta persecución obligó a muchos discípulos a huir de Jerusalén, y gracias a ello se abrieron nuevos caminos a la predicación evangélica.

«Como vosotros os resistís, nos dirigimos a los paganos»

¿Cómo reaccionó la Iglesia primitiva ante la destrucción de Jerusalén? Los judíos, ante la destrucción del templo y de Jerusalén, se dispersaron por toda la geografía del imperio romano: Antioquía, Éfeso, Tesalónica, Corinto, Chipre y Roma. Este hecho, conocido como la diáspora, ya había comenzado antes de Cristo, pero se intensificó con la caída de la ciudad santa. Fue a ellos a quienes Pablo y los primeros cristianos predicaron primeramente el evangelio. Pero como muchos se cerraron en banda y no quisieron creer en Jesús como el mesías preanunciado por los profetas, se dedicaron a predicar a los paganos para lograr su conversión al cristianismo[19].

Nuevos problemas, nuevas soluciones

La Iglesia seguía su afán evangelizador. Muchos griegos se convertían y recibían el bautismo. Pero no tardaron en venir las dificultades, pues algunos helenistas comenzaron a quejarse de que no se atendía debidamente sus las viudas.

¿Qué hicieron los apóstoles? Los apóstoles establecieron el servicio del diaconado, escogiendo a siete hombres, que tenían la finalidad de cooperar con los doce en la predicación, en el bautismo y en el servicio del prójimo. De esta manera, los apóstoles no abandonarían la oración y la predicación.

Otro problema surgió: qué cargas imponer a los paganos que se convertían. También aquí los apóstoles dieron solución convocando el concilio de Jerusalén (año 51 d.C.): no se les impondrán las prescripciones judías. No debe haber más ley que la de Jesucristo. Así la fe cristiana se iba desligando del judaísmo y se abría a una visión universal, sin necesidad de sufrir un trasplante cultural para acceder al Evangelio.

Fue sobre todo Pablo, quien más luchó por la unidad de los primeros cristianos, judíos y paganos[20]. Su ímpetu evangelizador era imparable, y poco a poco fue formando pequeñas comunidades de cristianos, iglesias locales, en diversas ciudades del Asia Menor y de Grecia. Incluso, ya encadenado, llegó a Roma donde existía una comunidad cristiana y en ella ejerció su ministerio apostólico. En esas iglesias locales iba dejando presbíteros con autoridad, como Tito y Timoteo. Así las primeras comunidades, por la acción de los apóstoles, se iban estructurando jerárquicamente, de tal forma que a principios del siglo segundo, san Ignacio de Antioquia, hablaba de que en cada iglesia había un obispo, varios presbíteros y diáconos. Así se consolidó la jerarquía eclesiástica[21].

Pero no sólo Pablo, también Pedro se dedicó a predicar a los judíos que vivían en la diáspora: Ponto, Galacia, Bitinia, etc., tal como atestigua su primea carta. También llegó a Roma, la capital de imperio. En esa iudad predicó, ejerció su autoridad apostólica y fue crucificado. Muerto él, le sucedieron san Lino, san Anacleto, san Clemente, san Evaristo, etc. en una sucesión ininterrumpida que llega hasta el actual pontífice, Juan Pablo II, Vicario de Cristo.

Es aquí el lugar para hablar un poco sobre el origen divino de la Iglesia y el gobierno apostólico, es decir, quién fundó la Iglesia y cómo los apóstoles iban gobernando la Iglesia al inicio. Lo explicaré como apéndice de esta lección .

Se oye ya la voz del Papa y de la tradición

Del Papa san Clemente (ca. 97) nos queda su carta a los corintios, escrita para exhortarlos a poner fin a las divisiones que los perturbaban. No obstante, los obstáculos para la conversión no fueron pocos.

De este siglo I es el importante documento llamado «Didaché» (Didajé) o «Doctrina de los doce apóstoles». Este documento, juntamente con dos cartas de san Clemente Romano y la llamada Epístola de Bernabé son el hallazgo más valioso de los tiempos modernos, referente a la primitiva literatura cristiana; apareció en un códice de 1873, encontrado en la biblioteca del Hospital del Santo Sepulcro de Constantinopla, por el arzobispo griego Filoteo Briennios. Se ignora quién fuera el autor, pero la doctrina es netamente evangélica, por eso se conjetura que el autor sería algún apóstol fundador de una iglesia o alguno de sus discípulos. La fecha exacta de su composición se ignora, pero se calcula hacia el 70 ó 90.

La Didaché termina con un llamado a velar en espera de la venida del Señor: «Vigilad sobre vuestra vida, estad preparados. Reuníos con frecuencia, inquiriendo lo que conviene a vuestras almas. Porque de nada os servirá todo el tiempo de vuestra fe, si no sois perfectos en el último momento». Juntamente a este documento de la Didaché aparece otro de similar valor llamado «Discurso a Diogneto», de autor y destinatario desconocidos, verdadera joya literaria y ascética de la cristiandad primitiva.

¿Cómo comenzaron a administrar los sacramentos en este siglo?

Los sacramentos se administraban ya en la era apostólica, en cuanto a su esencia, pero no en cuanto a su modalidad, pues no había ritual fijo en ese momento.

Se practicaba el bautismo, incluso a los niños, y se hacía normalmente por inmersión. Inmediatamente se ungía a los bautizados para comunicarles el Espíritu Santo y se les admitía a la eucaristía. Eran los sacramentos de la iniciación. También practicaban la confesión, pues dice la Didaché: «Reunidos cada día del Señor, partid el pan y dad gracias, después de haber confesado vuestros pecados». Quien absolvía era únicamente el obispo y se consideraban pecados gravísimos: el homicidio, la idolatría y el adulterio. La carta de Santiago (St 5,4) atestigua asimismo que, cuando uno enfermaba, llamaban a los presbíteros de la Iglesia para ungirlos con óleo.

No existía, es verdad, una teología de los sacramentos, ni se había fijado su número. Todo esto ocurrió mucho después. Pero en algunas lápidas sepulcrales y pinturas de la catacumbas aparecen símbolos del bautismo, de la confirmación, eucaristía y confesión.

No hay mal que por bien no venga

Como la fe es necesaria para el bautismo, poco a poco se sintió la necesidad de hacer breves compendios de la doctrina, que los catecúmenos debían aprender antes de ser bautizados. Así nacieron los «credos» bautismales. Más tarde, cuando brotaron las herejías, los obispos reunidos en sínodos y en concilios precisaron y sintetizaron las verdades de la fe en «credos» más amplios. Dice san Ambrosio: «La estructura del Credo es ternaria, porque es esencialmente símbolo de la Trinidad. Resume la triple respuesta a la triple pregunta concerniente a las tres Personas divinas: ¿crees en Dios Padre Todopoderoso? ¿Crees en Jesucristo? ¿Crees en el Espíritu Santo?» (De sacramentis, tract. II c, 7, n. 20).

«Id por todo el mundo»

Ante el problema de la inserción de la fe cristiana a la cultura grecorromana, los primeros cristianos fueron poco a poco sembrando la palabra de Jesús con firmeza, claridad y valentía, con la predicación y con el ejemplo de una vida coherente, honesta, que llegó incluso al heroísmo de morir por Cristo.

El mismo imperio romano facilitó, con su organización y sus vías de comunicación, la predicación rápida del evangelio por todo el mundo mediterráneo. Pero lo más importante de todo es que el evangelio responde a una espera profunda de los hombres. Los puntos principales en los que insistían los primeros cristianos constituyeron una bomba para el imperio romano; y son éstos:

  • La comunidad cristiana acoge a todos los hombres, porque son iguales y libres ante Dios y salvados por Cristo.
  • A sólo Dios hay que dar culto.
  • Hay que llevar una vida de austeridad, de pureza y de caridad con los necesitados.

Conclusión

Comenzaba la lucha de varios siglos del imperio contra los cristianos, pero también el atractivo cada vez mayor del evangelio para los habitantes de ese imperio, al ver el ejemplo heroico de muchos cristianos que se dejaban matar antes de claudicar de su fe. ¡Qué razón tuvo Tertuliano al decir: «La sangre de los mártires es semilla de cristianos»! Cuando llegó la hora de la libertad de la Iglesia, el cristianismo había penetrado profundamente en Oriente y Occidente: Siria, Asia Menor, Armenia, Mesopotamia, Roma y la mayor parte de Italia, Egipto y Africa del norte. Otras tierras, como Galia y España, sin alcanzar el nivel de las primeras regiones, contarían también en su población con fuertes minorías cristianas.

Apéndice

1. Origen divino de la Iglesia

La Iglesia no es una invención humana. Ya estuviera destruida hace muchos siglos. El concilio Vaticano en su constitución «Lumen Gentium» presenta a la Iglesia como fruto de la sabiduría y la bondad con que Dios Trino busca reunir a todos los hombres, dispersos por el pecado, en una sola familia.

La Iglesia es parte del misterio de Dios. Si olvidamos esto, nunca comprenderemos el origen y la finalidad de la Iglesia. Colocar en Dios Trino el origen de la Iglesia puede herir la sensibilidad del hombre moderno, acostumbrado a una convivencia democrática y educado en una cultura que tiende a rehuir la trascendencia. Le resulta difícil comprender que una asociación de personas, como es la Iglesia, deba su origen a alguien que es anterior y está por encima de ella. Por eso, no es raro que muchos se pregunten hoy día si realmente la ekklesía es una asamblea convocada por Dios, o si más bien es fruto de una simple decisión asociativa de los primeros discípulos de Jesús después de la resurrección y ascensión a los cielos.

Si decimos que la Iglesia tiene su origen en Dios, debemos aceptar que no somos dueños de ella y que es Él quien determina su naturaleza y su misión, y que por lo mismo debemos acudir a lo que Él nos ha revelado para resolver los problemas que surjan. Pero si alguien dice que la Iglesia ha nacido de una simple decisión de los primeros discípulos de Jesús, entonces los amos de la Iglesia somos nosotros; el modo de concebirla, de estructurarla, las mismas tareas que ejerza dentro de la historia caen bajo nuestro arbitrio. Son muchos los que hoy día piensan así, los que consideran que la Iglesia no es más que una sociedad humana, y que está en nuestras manos decidir pragmáticamente los diversos problemas que la historia y las culturas van presentando. Rechazan todo magisterio que se apoye en la autoridad de Cristo, y se extrañan de que los pastores de la Iglesia no acepten las teorías de los teólogos o la opinión pública como norma de fe o moral[22].

Los liberales protestantes, por contraponer razón y fe y separar el Jesús histórico del Cristo de la fe, veían el origen de la Iglesia no en el Jesús que predicó en Palestina y murió en Jerusalén, sino en la fe de la primera comunidad en Cristo resucitado. Los manuales católicos, en cambio, por su afán apologético, consideraban imprescindible presentar que la Iglesia como sociedad había sido fundada directamente por Jesucristo, quien la dotó de su propio fin y de sus propios medios. Ambas visiones, aun siendo contrapuestas, se mueven dentro de un mismo ámbito teológico, que nos parece claramente reducido. Unos se referían al Cristo de la fe; los otros, en cambio, al Jesús de la historia. El enfoque queda así exclusivamente crístico (centrado en Cristo); y no se integra el misterio de Cristo en el misterio de Dios Trino. Y esto si lo vio claro el concilio Vaticano II, en su constitución «Lumen Gentium», que concluye su primer capítulo con las palabras de san Cipriano: «Así toda la Iglesia aparece como el pueblo unido por la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo» (Lumen Gentium, 4).

Por tanto, en el origen de la Iglesia está Dios Trino. Dios Padre la planeó y la preparó admirablemente en la historia del pueblo de Israel y en la Antigua Alianza; Dios Hijo la inauguró en la tierra, eligiendo a unos apóstoles a quienes llamó, formó y les envió, dándoles sus poderes para que continuaran su misión salvadora; y el Espíritu Santo, la está llevando a su plenitud, hasta el final de los tiempos, santificándola, iluminándola y guiándola.

2. Gobierno apostólico en este siglo I

La autoridad en Iglesia, durante el siglo I, fue ejercida por los apóstoles mientras estos vivieron. En Jerusalén, tal como cuenta el Libro de los Hechos, los Doce iban resolviendo los problemas bajo la guía de Pedro. Éste gozaba ya desde el inicio de una función preminente, y así lo vemos que visita las comunidades de Samaría (Hch 8,14) y más tarde recorre las ciudades costeras de Lida, Jope y Cesarea (Hch 9,32-10,48). Posterirmente es Pablo quien, tras su conversión, predica en Damasco y Antioquía, y se lanza a una serie de viajes durante los cuales va fundando diversas iglesias locales: Corinto, Tesalónica, Éfeso, etc. En todas ellas Pablo ejerce la autoridad apostólica, pero para ayudarse consagra a Tito y Timoteo. Incluso les ordena que vayan consagrando a otras personas dignas para ponerlas al frente, como obispos, de las comunidades. Tal fue el encargo de Tito en Creta.

El hecho es que los apóstoles, queridos por Cristo como pastores con autoridad en el seno de su Iglesia, consagraron a otros por medio de la invocación del Espíritu Santo y la imposición de las manos, y éstos consagraron a otros. Era la forma de perpetuar en la Iglesia la autoridad apostólica con que Cristo había querido enriquecerla. El resultado es que en cada comunidad o iglesia local había «obispos» o «presbíteros», y que a inicios del siglo I —según ya dijimos— la jerarquía en una iglesia local estaba compuesta de un obispo, al que ayudaban varios presbíteros y diáconos.

En estas comunidades no todo era agua de rosas, como podemos ver por los problemas a los que debía hacer frente san Pablo en sus cartas, e incluso surgían herejías como se aprecia por las cartas de san Juan y por el libro del Apocalipsis. Pero había entre ellas la conciencia de la unidad, de formar la Iglesia de quienes creían en Jesús y habían recibido su Espíritu. Y de esta conciencia brotaba la búsqueda de la comunión.

Esta comunión se alimentaba de la eucaristía, pues «aun siendo muchos, somos un solo cuerpo, pues todos participamos del mismo pan» (1Co 10,17), y en la adhesión al propio obispo. Dice san Ignacio de Antioquía: «El obispo no ha obtenido el ministerio de regir la comunidad por sí mismo o por medio de los hombres, sino de Nuestro Señor Jesucristo...Seguid dondequiera que esté a vuestro pastor, como hacen las ovejas; todos los que pertenecen a Dios y a Cristo están unidos con el obispo...No participéis sino en la única eucaristía, no hay más que un altar, no hay más que un solo obispo rodeado del presbiterio y de los diáconos» (A los de Filadelfia 1, 1-2; 3, 2-5).

También buscaban la comunión y cohesión entre las diversas comunides. Se manifestaba ese empeño en las colectas por las comunidades pobres, en las cartas que se enviaban mutuamente, y en la lucha por mantenerse adheridas a la doctrina de los apóstoles[23].

3. Estructura de la Iglesia

Creo que es bueno, antes de seguir con los siguientes siglos, dar algunas notas sobre la estructura de la Iglesia, para que podamos comprender mejor su misterio y su misión. Y los vamos hacer en una breve síntesis:

Igualdad y diversidad en la Iglesia: Por una parte, el concilio Vaticano II reafirma, por un lado la radical igualdad de todos los miembros de la Iglesia, basándose no en motivos humanos y sociológicos, sino en la voluntad de Dios que nos ha hecho partícipes de las mismas realidades sobrenaturales por medio del bautismo (cf. Lumen gentium, 32b); esta igualdad bautismal convierte a los cristianos en una comunidad. Pero por otro lado, junto a esta igualdad fundamental, el concilio reconoce la pluralidad de carismas que el Espíritu Santo reparte entre los diversos miembro de la Iglesia, y afirma igualmente la diferencia que el Señor estableció entre los ministros sagrados y el resto del Pueblo de Dioscf. Lumen gentium 32c). Esta unidad fundamental y esa diversidad funcional, que Cristo ha querido para su Iglesia, están ordenadas entre sí, se implican y se exigen mutuamente.

Ministerialidad de las diversas funciones: tanto la función de los pastores como las funciones de los demás fieles deben ser consideradas como servicios o ministerios. Los pastores están para santificar, apacentar y guiar a los fieles. Y los laicos están para elevar el mundo donde trabajan y ordenarlo según el plan de Dios. Por tanto, esta ministerialidad es el puente que une la pluralidad de funciones y la unidad bautismal.

Terminemos diciendo que no debemos reducir la Iglesia a una comunidad humana cualquiera. La Iglesia sí es una comunidad, pero en un sentido un poco especial. Veamos tres diferencias entre la Iglesia y cualquier otra sociedad natural, cultural, política, etc. En primer lugar, la Iglesia no nace de la voluntad asociativa de sus miembros, es fruto de una convocación divina acogida en la fe. En segundo lugar, la Iglesia es una comunidad en tanto en cuanto vive históricamente y expresa en formas visibles de comportamiento una comunión sobrenatural. En tercer lugar, podríamos decir que la comunidad eclesial, visible, con sus funciones varias, sólo tiene sentido en cuanto signo de la comunión sobrenatural en Cristo y en su Espíritu.

De todo esto sacamos estas conclusiones: La autoridad de los pastores en la Iglesia no puede considerarse como representación y delegación de la base popular, ya que la reciben del mismo Cristo, quien a su vez recibió del Padre todo poder en el cielo y en la tierra par realizar la obra de la redención. La verdad que transmite la Iglesia no puede tampoco reducirse a la simple opinión de la mayoría, pues su misión es conservar, predicar y defender, con la asistencia del Espíritu Santo, únicamente la verdad revelada para nuestra salvación. Los ministros ordenados en la Iglesia no son meros delegados de la comunidad para realizar ciertas funciones necesarias, sino que, por haber recibido el sacramento del orden, son configurados ontológicamente con Cristo, Cabeza y Pastor, y participan de su función capital, es decir, de su autoridad, de manera que en ellos y por medio de ellos Cristo Cabeza continúa enseñando, santificando y guiando a su Cuerpo que es la Iglesia[24].

Notas

[8] Cf. Hch 2, 22 ss.

[9] Cuando se habla de paganos, se refiere a aquellos hombres y mujeres procedentes de las civilizaciones grecorromanas, y demás civilizaciones, que no habían recibido todavía la revelación de Dios, como tuvo la suerte de recibir el pueblo judío, pueblo monoteísta y religioso.

[10] Cf. Hch 2, 41-47; 4, 32-35

[11] Cf. Hch 9, 1 ss

[12] Para más información sobre Pablo, sus viajes y sus cartas, puede consultar mi curso de Biblia, segunda parte: Nuevo Testamento.

[13] En las cartas de san Pablo pueden contarse 200 veces la palabra "Jesús"; 280 veces dice "Señor" y 400 veces usa la palabra "Cristo". Jesucristo era la obsesión para san Pablo.

[14] Así lo dejó escrito Tertuliano: "Si el Tíber desborda los muros; si el Nilo no atina a inundar los campos; si el cielo no se mueve o la tierra se mueve; si hay hambre o plaga...el grito es siempre el mismo: ¡Cristianos, a las fieras!"

[15] Las verdaderas causas de las persecuciones son las mismas que sufrió Jesucristo: odio a los cristianos, a su nueva religión, a su nueva doctrina, tan contraria al paganismo, el culto que daban sólo a Dios, y no al emperador, el tenor de vida honrada y honesta que llevaban los cristianos. Todo esto molestaba a los emperadores. Ser cristiano era delito. Si prestaba culto a los dioses romanos, había indulto. Si no, era matado.

[16] El Derecho Romano era un conjunto de leyes sabias, pero en lo civil; en lo penal adolecía de grandes deficiencias. Cada gobernador o cada prefecto podía cometer cualquier arbitrariedad o injusticia.

[17] Hoy se cree sin fundamento que la Iglesia estaba deseosa de tener persecuciones. No es cierto. Nadie deseaba la persecución. Todos amaban la paz y la vida. Muchos cristianos las afrontaron con gran entereza, siguiendo el ejemplo de Cristo, pero otros claudicaron de su fe cristiana, para salvar el pellejo.

[18] Herejía viene de un verbo griego que significa seleccionar, tomar. El hereje no acepta toda la verdad que Dios nos ha revelado y que la Iglesia nos transmite. Técnicamente decimos que la herejía es la negación pertinaz, después del bautismo, de una verdad que ha de creerese con fe divina y católica..

[19] Cf. Hch 13, 46

[20] Cf. Hch 24, 17; 1 Cor 16, 1-3; 2 Cor 8 y 9; Rom 15, 26-28; Gál 2, 10.

[21] Jerarquía significa servicio sagrado en bien de los miembros de la Iglesia. Esta jerarquía se ejerce en la caridad, santificación y gobierno de la Iglesia.

[22] Baste recordar las reacciones ante temas como el origen de la jerarquía, la ordenación de las mujeres, o la contracepción y el aborto.

[23] San Juan apóstol, en la carta primera, en media docena de renglones, cuatro veces habla de vivir en comunión (cf. 1 Jn 1, 1-8)

[24] Recomiendo leer de la constitución del Vaticano II, "Lumen gentium" el número 10 donde se explica la diferencia esencial entre el sacerdocio común de los fieles y el sacerdocio ministerial.

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