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Trabajo y mérito, respeto, moralidad y autoridad

Las elecciones presidenciales francesas nos ofrecen a todos materia de meditación. Sarkozy ha tenido el acierto de articular un discurso valiente y comprometido. Ha demostrado que se puede ser de derechas sin complejos y sin ceder al permanente chantaje progresista que se arroga, sin legitimidad alguna, la facultad de expedir credenciales de demócratas a los demás.

Frente a la permanente retórica demagógica de la izquierda que pide el voto ofreciendo el regalo de discutibles derechos sin deberes, sin responsabilidades, engatusando a la gente con una vida fácil y hedonista, se ha levantado una voz que habla de trabajo, autoridad, moralidad, respeto y mérito, una voz que rechaza que haya quien pueda vivir a costa de los demás, que no pretende igualar a todos por abajo, repartiendo títulos devaluados o subvenciones, sino premiar el esfuerzo y el trabajo. Una voz que llama al orden a los emigrantes exigiéndoles respeto a los valores de la República, a la cultura francesa. Una voz que quiere resonar en una Europa que no sabe bien a donde va.

Y esta voz ha sido escuchada por la mayoría de los franceses que le han otorgado su confianza. No le será fácil cumplir su programa. Décadas de prédica alienante, convenciendo a los ciudadanos de que se entreguen en manos de un estado providente, que ha organizado la gran estafa de que cada cual viva del esfuerzo de los demás, aunque a esto se le llame sociedad solidaria, serán difíciles de erradicar. Las protestas han sido violentas desde la noche misma en que se hizo público el resultado de la segunda vuelta electoral. Casi al mismo tiempo que el ganador expresaba su respeto por su adversaria, la candidata perdedora se apresuraba a anunciar que la elección de Sarkozy iba a generar violencia, que no sé si lamentaba.

Defender con convicción los valores en los que se cree aunque sea remando contra corriente ha dado resultado. Esta es una enseñanza de la que había que tomar nota, siempre y cuando nuestra derecha crea de verdad en los valores de trabajo, mérito, moralidad y autoridad.

También habría que tomar buena nota de otra cuestión importante: el pobre resultado del centrista Bayrou. El centro no ocupa un espacio político, ya que no tiene ni valores ni programas claros, solamente una vaporosa idea de situarse por encima de la derecha y la izquierda o convertirse en llave del gobierno que mejor pague su minoritaria cosecha de votos. En Francia ha quedado demostrado su fracaso en las presidenciales y aquí la derecha debería dejarse de disfrazar de centro. Hay en la derecha una manía recurrente de ir al centro y al único centro al que hay que ir es al centro de los problemas, al centro de la discusión, donde mostrar los valores en los que se cree y los programas a defender sin complejos. La credencial de demócratas no la otorga nadie, sino que se gana cada día en la lucha política arriesgándose con la verdad y la coherencia, o se pierde, cuando se deja corromper utilizando el poder en beneficio personal.

La Unión de Centro Democrático fue un sueño de la transición de quienes creímos que era posible inventar una nueva política sin derechas ni izquierdas. De ese sueño despertamos cuando el PSOE ganó arrolladoramente las elecciones de 1982, proclamándose inequívocamente de izquierdas, mientras la derecha quedaba desorientada preguntándose qué había fallado. Los exiguos grupos que formaron el esqueleto de la UCD no sobrevivieron al fracaso del centro, pero la derecha no consigue abandonar la nostalgia de un centro político que sólo existe en su imaginación.

El discurso de Sarkozy del 10 de febrero, es una alternativa de esperanza para Francia ya mí me gustaría oír algo parecido de la derecha española.

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