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2.- El visitante de la tarde

Sobre Marta Robin yo tenía en primer lugar una idea confusa llena de sospechas. Había leído a George Sand en La Petit Fadette:

¡Fadette, Fadette, petit Fadette!

Prends ta chandelle et ton cornet,

j'ai pris ma cape et mon capet

toute follette a son follet.

No deseaba llegar a ser el tontuelo de aquella tontuela.

Fui largo tiempo prisionero sin gloria, y al barracón donde languidecía por el mes de marzo de 1944, llegó uno de mis primos, Claudio Staron. Tenía un humor desesperado. Cada tarde me repetía: «No saldremos de aquí"; pero añadía por lo bajo: "Mi mujer conoce una muchacha que le ha dicho que yo no reventaré aquí". Cuando fue necesario abandonar el IV D, partir con los sabuesos de la Gestapo hacia un destino desconocido, me encontré con mi primo en el camino. Me repetía la enigmática frase: "Ella dice que no reventaremos aquí". Como yo cayera en una zanja en el camino de Colditz, Lucien Pousel me dijo también: "Dios no te ha hecho para morir en una cuneta de la Baja Lusace''.

Volviendo a Saint-Etienne visité a la mujer de Claudio, mi prima Isabel, la que había recibido el oráculo. Se ofreció para conducirme a Châteauneuf-de-Galaure. Pero la ciudadela estaba guardada por un cancerbero, el P. Finet, quien juzgó indeseable mi presencia. El destino velaba, o mejor, ella velaba sobre mi destino, poseyendo esa facultad de imantación que permite a los privilegiados (los inspirados, los políticos, los grandes amantes) atraer hacia sí los seres de quienes tienen necesidad. Se me ocurre muchas veces pensar que ella soñaba oscuramente en revivir, después de su muerte, en un relato que versaría sobre ella y que el libro que escribo en este momento estaba oscuramente presente en sus sueños.

Vivía entonces en Francia el más libre de los librepensadores, un descreído radical, un negador muy dulce y apacible, absolutamente seguro de sus hipótesis, discípulo de Spinoza, sobre el que había escrito: Paul-Louis Couchoud, filósofo, exégeta, médico. Había estudiado con rigor la lógica inmanente a los problemas que la inteligencia plantea sobre Jesús. Es conocido por haber sido consejero de Anatole France, el fundador de una colección anticristiana con Rieder, el organizador del homenaje jubilar a Loisy en el Colegio de Francia.

Su originalidad consistía en no haber admitido jamás la existencia histórica del Nazareno. ¡Cuántas veces me dijo con su dulce sonrisa de esfinge: "Yo admito todo el Credo... salvo sub Poncio Pilato!" Al mismo tiempo me decía con aire grave, profundamente atento, casi doloroso: "Jesucristo es el mayor existente de la tierra, ¡cuánta gente desde hace dos mil años ha muerto por Él! Ahora mismo ¡cuántas almas no viven sino para él!"

Sin coincidir nunca, nuestra lógica sobre el tema de Jesús era análoga. La razón crítica le hacía oscilar entre dos hipótesis, de las cuales una era la de Renan, según la cual Jesús fue un hombre casi divino exaltado por la imaginación. La otra hipótesis era la solución de Strauss y de los hegelianos; la que en nuestros días inspira a los discípulos de Bultmann: Jesús es un dios mítico, pero al que se provee de una historia verosímil para que sea aceptable al pueblo. En el primer caso Jesús es un hombre convertido, por así decirlo, en Dios. En el segundo, Jesús es un dios convertido en hombre. Pero en ambos casos no se puede admitir la verdad del testimonio evangélico. Y Couchoud decía que sólo los católicos pueden tomar el Evangelio "en su pleno sentido, sin hacer con él una arriesgada selección".

Esto sería la solución más científica; pero, añadía Couchoud, "para adherirse a los Evangelios en su sentido histórico, hace falta tener fe; y ésta no está en mi poder». Couchoud hacía palpable esta paradoja: que sólo los creyentes pueden aceptar a Jesús como histórico y ser fieles a la experiencia total. Pero hubiera sido preciso admitir la Encarnación, que era para él un misterio impenetrable ¿Esperaba quizás encontrar un día alguna estrella que le guiara en su noche?

En este espíritu hipercrítico se sobreponía un agudo sentido del sufrimiento humano. Couchoud buscaba a los pintores que habían representado al Crucificado. Había escrito un erudito estudio sobre un Cristo conservado en Saint-Antoine-en-Veinnois, en un paisaje que domina el bajo valle del Isere. "Esta pequeña población sin renombre conserva un marfil de una belleza notable, y os lo voy a describir —me decía él—. El brazo retorcido está dislocado, la palma se distiende por el dolor, el dedo cordial está rígido, los otros se doblan; la axila se ahonda, el gran pectoral está tirante, el tórax ansioso, el vientre hundido, los muslos extenuados, la faz demacrada, las rótulas salientes, las piernas afiladas, los gemelos contraídos, los pies hinchados y deformes por el clavo que los atraviesa. He aquí lo que una mano hábil ha palpado, tocado, pensando antes de realizarlo con una compasión infinita por el cuerpo del Crucificado".

Y movido por la precisión de un médico, al mismo tiempo que por la ternura, Couchoud me describía el marfil: "El escultor sin duda ha profundizado en el salmo 22, que Vd. conocerá sin duda, en el cual están descritos los sufrimientos de Jesús, o por mejor decir, gritados sobre un arpa por un enfermo que yace en una grada del templo de Jerusalén".

Él me hablaba de la profecía de Isaías que anuncia al varón de dolores. Suponía que el anónimo escultor había escuchado el relato de la Pasión. "Este escultor tenía que ser a la vez un médico y un místico, experto en anatomía y, a la vez dotado de inspiración. ¿Cómo se conjuntaban en este desconocido estos dos contrarios?" Cosa curiosa, Pablo VI me hizo las mismas observaciones: deseaba un crucifijo realizado por un pintor anatomista informado de los sufrimientos de un crucificado. Pidió un crucifijo así a su amigo Scorcelli. Y este crucifijo, ("la frente hundida hacia un lado, los brazos soportando el peso del cuerpo, como lo imagina Víctor Hugo") es el que los papas llevan en lugar del báculo y vemos en la pantalla en los viajes de Juan Pablo II

Couchoud era agregado de filosofía, antiguo alumno de la Normal, doctor en medicina. Él fue quien hacia el año 1950, atrajo mi atención sobre los escritos de Bultmann del que él profetizaba que inspiraría la exégesis del siglo XX.

¿Cuál es la idea de Bultmann? Que la imagen de Jesús escrita en los Evangelios es la proyección de la primera tradición de las comunidades. Pero Bultmann, penetrado de la filosofía de Heidegger, había abandonado la esencia por la existencia, encontraba en el Evangelio las angustias del hombre contemporáneo. De las obras de Bultmann se desprende la idea de que para comprender bien el Evangelio hace falta revivirlo, reencarnando a Jesús en las experiencias de la propia vida. ¿Hubiera quizás añadido que es necesario frecuentar el trato de esos seres que en algún aspecto se parecen a Jesús? Lo cierto es que en el Dr. Couchoud el y el no estaban presentes a la vez. ¿Hasta qué punto la afirmación y la negación se reforzaban mutuamente? No lo sé. Lo que sé es que una tenía necesidad de la otra. Esto era el tormento de su vida y lo que le condujo titubeando como un ciego o un sonámbulo hacia la habitación de Marta Robin.

Le visité muchas veces en Vienne. Contemplé su mirada inexpresiva, un tanto búdica, un poco desengañada; su mirada apagada y sin embargo ansiosa. Couchoud había sido seducido por el budismo, del que había sentido la dulce fuerza en el Japón. Me decía que en el siglo VIl de nuestra era, mientras los reyes merovingios merodeaban por la campiña transportados por bueyes, las artes florecían en el Japón donde el refinamiento de las costumbres alcanzaba el de la Francia de Luis XV. Me decía que el budismo era una metafísica profunda que juntaba la idea de renuncia a la de una bondad universal. Pero pensaba que la mística cristiana era superior por razón de su interés por el sufrimiento humano. Me citaba este adagio:

"Si ta souffrance est trop dure,

Le Christ avec toi l'endure".

(Si tu cruz es muy pesada,

con Cristo se hace liviana)

Mas, ¡ay! este Cristo histórico no existe.

Tales eran mis relaciones con Couchoud cuando recibí una carta pidiéndome que interviniera ante las autoridades religiosas para que se le permitiera visitar a cierta persona llamada «Marta Robin" que vivía en un pueblo de la Drôme.

Couchoud se había interesado siempre por el problema del comienzo originario de una religión. Creía que el origen estaba en un fenómeno real, aunque "paranormal", que había impresionado la imaginación. Vivía en Vienne. Le parecía que Marta era la persona más próxima geográficamente para ayudarle a comprender cómo comienza un movimiento religioso; pero no había tenido más éxito que yo paraconectar con Marta. El P. Finet desconfiaba de Couchoud tanto como de Guitton, y sin duda, por razones análogas. Couchoud estaba persuadido de que, si yo intervenía a su favor ante el arzobispo de Lyon, la barrera sería levantada. Por cumplir con él me decidí a escribir al cardenal Gerlier, quien ordenó al P. Finet que recibiera a Couchoud y le presentara a Marta Robin.

Así, entre Marta y Paul-Louis se fue tejiendo lentamente una muy tierna amistad, la cual, sin duda, ligaba al más grande ateo exégeta con la mística más singular. Ahora voy a intentar reproducir la conversación que tuve con Couchoud a propósito de Marta, tal y como la anoté aquella misma tarde.

Las puertas todas de ese castillo inaccesible se abrieron gracias a la intervención de Vd. Se lo quiero agradecer exponiéndole cómo me represento la aventura de Marta Robin.

Siempre han existido en la Iglesia Cristiana estigmatizados, como siempre ha habido enfermos mentales. Los primeros eran dejados en libertad, a los otros se los encerraba en los manicomios. Desde el punto de vista médico un estigmatizado es un sujeto que, a causa de la fragilidad de sus vasos sanguíneos, presenta fenómenos análogos a los del sudor o a las reglas de las mujeres: la piel de estos individuos sangra. Cuando estos sujetos son cristianos, cuando están penetrados por el deseo de llevar en sí la imagen del Salvador, entonces esta imagen obra sobre su cuerpo fenómenos de sigilación. Si se reflexiona sobre la Pasión de Jesús se ve que ésta parece haber afectado a todos los lugares donde puede alojarse el sufrimiento. Frecuentemente nos contentamos con pensar en la coronación de espinas, en la flagelación, en la herida del costado; pero la atención puede ponerse en la espalda, sobre la marca que pudo dejar en el hombro el peso de la cruz. Asimismo si se reflexiona en las manos o en los pies se llega a evocar los clavos. Mas volvamos a Marta.

A los 16 años y después a los 26, y más tarde a los 36 (si me enteré bien) ella conoció crisis de parálisis y fenómenos de catalepsia. Su parálisis, lejos de ser una parálisis parcial, afectaba a todos sus miembros. He creído entender que muy pronto había tenido la imposibilidad casi absoluta de hacer cualquier movimiento. En particular no podía tragar porque los músculos de la deglución estaban bloqueados. Yo observé que estos músculos parecían entreabrirse de pronto cuando recibía la hostia a no ser que, como decía el P. Finet, la hostia pase a través de sus labios y su laringe cerrados, lo que no he podido constatar por mi parte.

Lo cierto es que Marta hacía un esfuerzo extraordinario para hablar. Y, como todo esfuerzo para expresarse es fructífero, (ya lo había yo constatado oyendo a Bergson), ella hablaba muy bien. Como la luz le era insoportable, Marta tenía que vivir en una noche absoluta. Evidentemente no puede tomar ningún alimento. Es, en mi experiencia de médico psicoanalista, un caso único de lo que gustosamente llamaría "minimum vital". Es necesario advertir que esta capacidad de no alimentarse tiene una ventaja: pues que ni come ni bebe, como no ejercita ningún sentido, en particular el de la vista, ella hace una gran economía de fuerzas nerviosas especialmente de la energía que se derrama a través de la retina cuando captamos la luz.

He aquí el primer aspecto de mis reflexiones referentes a Marta. Paso ahora, con su permiso a un segundo aspecto que es más importante.

Esta pequeña campesina es una mujer superior. Esto me impresionó ya en nuestro primer encuentro y aún más en mi segunda visita. La enfermedad ha "concentrado" a Marta. Debo hacer notar a Vd. un detalle que había omitido: Marta no duerme. Ella pues, piensa sin descanso. Es sólo cerebro, tal vez uno de los cerebros más ejercitados de nuestro planeta.

No es más que un cerebro, pero un cerebro que reflexiona. Cuando digo que "reflexiona" o que "medita", tomo estos términos en el sentido más original. La mayoría de nosotros decimos que reflexionamos o pensamos, o también que rezamos, pero nuestro pensar es un vago ensueño, la oración no es meditación: es un ronroneo, Marta profundiza. Esta pequeña campesina francesa ha reflexionado largamente en los medios para ella disponibles, a pesar de su inmovilidad, para actuar en el mundo.

Así ha comprendido que no podía estar sola; que tenía necesidad de un socio que la dotara, no tanto de los medios materiales, sino de la cultura que ella no tenía. Por este "ángel" poco a poco ha logrado adquirir un lenguaje notable por su claridad, su firmeza, su densidad, su exactitud.

Le voy a sorprender: ¿sabe Vd. en quién pienso cuando estoy con ella? Apenas me atrevo a decirlo: pienso en Pascal. Marta es un espíritu del mismo tipo, algo más sencillo. Lo que ella dice es neto de contorno, sobrio, exacto, cortado. Junto a esto, una memoria de elefante sobre los más pequeños detalles. Y siempre eso que en Francia llamamos 'L'esprit (finura, agudeza) y que no es amargo, sino sazonado con humor y jovialidad. Marta tiene una extremada desconfianza para lo que se puede llamar maravilloso. Y no obstante, lo maravilloso crece a su alrededor como la mala hierba que ella quisiera eliminar. Pero no puede impedir que crezca: los que la rodean cultivan esta grama.

Pero desde mi punto de vista, lo maravilloso en Marta es precisamente que no hay nada "maravilloso" en el sentido propio del término. O más bien, puedo como lo aconseja Husserl, poner lo "maravilloso" entre paréntesis. No me quedo de Marta más que con su pensamiento. Pues éste es "razonable". Marta es ingeniosa, es eficaz, busca el verdadero bien de los hombres. Porque esta mujer que no es más que un cadáver, que está agonizante, quiere tener una actuación planetaria: le diré inmediatamente cómo. Muchos santos, muchos místicos han tenido la idea de una acción universal, pero ordinariamente no la imaginaban con claridad en sus diferentes aspectos. O se lo encomendaban a sus seguidores. Querían que el amor reinara sobre la tierra, pero no nos dicen cómo. Tal cosa no es así para Marta. Esta tiene una imaginación de estratega y de estratega eficaz.

Su plan es que, para que el amor reine sobre esta tierra a finales del siglo XX, hace falta aproximar las clases sociales, hace falta suprimir los conflictos de clase. En particular, hace falta juntar los patronos y los obreros, sacerdotes y laicos, hombres y mujeres, obispos y fieles; mezclarles en una misma cacerola, echarles en un mismo crisol, hacerles vivir juntos como en las primeras comunidades cristianas.

¿Qué hacer para conseguir esto? Muy sencillo. Se seguirá el sistema inventado por san Ignacio de Loyola, el sistema de los "ejercicios espirituales". Pero se buscará que en estos "ejercicios espirituales" todo el mundo esté mezclado y se impondrá el silencio. Se multiplicarán estos «ejercicios" que se llamarán foyers d' amour (hogares de caridad) por toda la tierra. Y a partir de estas chispas quizás un día podrá hacerse un brasero. He aquí la idea principal de Marta.

Tiene además otras ideas accesorias que me ha dicho. Por ejemplo, propone construir una fábrica en la que debido a su estructura arquitectónica, que habría que inventar, se favoreciese la comunión interclasista.

Pero para ayudarle en esta obra hace falta encontrar un guía dotado de cualidades contradictorias. Debería ser culto, piadoso, muy al corriente de la espiritualidad; debería ser, sobre todo, un hombre de negocios, un personaje balzaquiano. Marta pensaba también que este carácter de hombre práctico era primordial. Para la piedad, la cultura religiosa, los buenos consejos, pensaba que no tenía que buscar lejos de su pueblo: la mayor parte de los curas rurales podían ayudarla; durante muchos años su cura le fue suficiente. Era visitada. Los sacerdotes vecinos se contaban entre los visitantes. El obispo de Valence no se pronunciaba. (A un obispo no le puede gustar que un fiel se declare en comunión inmediata con el cielo. Desde luego, la Iglesia es sabia: espera la muerte de los santos para honrarlos).

Vivía por aquel entonces en Lyon un sacerdote nacido de una familia burguesa, —me han dicho que su padre era orfebre—. El tal era un hombre cuadrado, (o mejor, yo diría redondo) dotado de un gran talento para los negocios, para las colectas. Quizás Marta había oído hablar de él. Lo que es seguro es que se encontraron y, como dice Saint-Simon, "sus dos sublimes se amalgamaron". Los encuentros de este género abundan en la historia de los seres excepcionales que parecen atraerse como por cierta gravitación. Piense Vd. en Juana de Arco y Carlos VII y también Bonaparte y Talleyrand. Y nosotros dos, nosotros nos hemos cruzado, yo, que no creo en la historicidad de Jesús y Vd. que ha escrito tanto para que sea admitida.

A partir de este encuentro, el P. Finet dejó todo para instalarse en Châteauneuf y comenzó a construir sin tener ningún dinero, que le llegaba sobradamente cuando menos lo esperaba. He charlado con su arquitecto que me contó un caso tomado de entre muchos otros. Era el 1936, estaba a punto de declararse en quiebra. Hacían falta 170.000 francos. El arquitecto dijo al P. Finet: Padre lo que nos espera es la prisión". El P. Finet sonrió. Recogió el correo. Abrió las primeras cartas que se habían acumulado durante su larga ausencia. Allí se encontraban 170.000 francos, más todavía.

Esto que narro es común en los grandes promotores de la caridad. El oro cae del cielo como el maná, a condición de que no lo hayan buscado de antemano y que hayan confiado total y solamente en Dios. Esto lo había enseñado Jesús cuando dijo: "Buscad primero el Reino de Dios y todo se os dará por añadidura".

Llego ahora a narrar mi visita a Marta, y dejo para el final de nuestra charla las consideraciones médicas y místicas.

Voy a darle una idea de la casa de Marta. Es una casa muy sencilla, es la de sus padres, una pequeña granja. Para llegar allá, durante dos kilómetros he contemplado un paisaje que es una llanura encuadrada de una parte por los Cevennes y de otra por el Vercors. Hago notar de paso que los campesinos de este país no son practicantes. Hay pueblos irreligiosos donde los niños están sin bautizar.

Llegamos a la casa de Marta. Fuimos recibidos en una sala campesina. Late un reloj en un rincón. Atravieso un corredor oscuro y al fin me encuentro en una oscuridad total. El Padre enciende una bombilla y me señala una silla. Poco a poco voy distinguiendo una forma pálida que atraviesa la tiniebla: es el rostro de Marta.

Todo sucede como si únicamente existiera ese rostro. De él brotan algunas palabras. Compruebo que Marta está en una cama de forma cuadrada, que una de sus piernas está doblada en arco y la otra encima de la primera. La voz es fina, dulce, clara, a veces cálida.

Me aconseja que, al escribir mi libro sobre la guerra y la paz, ponga las fichas una al lado de otra "de modo que sean traspasadas por una inmensa esperanza". Estas palabras "traspasadas por una inmensa esperanza" fueron pronunciadas con una voz más fuerte, que contenía, por decirlo así, ya realizada la esperanza. Tal es, por otra parte, el don de los profetas: darnos la impresión de que el porvenir existe y que está lleno de dicha.

Después de hablar de mis dificultades como escritor, entré en un asunto más íntimo. Le dije: "Marta, yo no tengo fe".Entonces ella me respondió: "Bien, yo os llevaré, pero Dios no quiere que se entre por la ventana cuando hay una gran puerta abierta", añadió... Un silencio. Después dijo: "Por lo demás, Vd. no le buscaría si Él no le hubiera ya encontrado a Vd.". Estas fueron sus palabras; creí comprender que ella citaba a Pascal. Luego me preguntó cuál era el tema del libro que yo estaba escribiendo. Le dije: "Es un libro sobre la paz". "¡Ah! —me dijo—. ¡Qué bien habéis hecho! Haced el libro, hacedlo pronto". Entonces le hablé de mi hija, que es farmacéutica, y que investiga sobre los antibióticos. Mi hija intenta encontrar un hongo capaz de combatir la gripe a modo de la penicilina. Ha tomado por objeto de estudio la clematite salvaje. Marta entonces me habló largamente de las flores salvajes que hay en su país y que conoce por su nombre.

En el mes de noviembre siguiente volví a verla. Estuve durante una hora solo con ella. Se acordaba de toda nuestra conversación del mes anterior, preguntándome al principio por la clematite salvaje y los antibióticos.

Después me atreví a decirle: "¿Sabes, Marta, que me has ayudado a rectificar un pensamiento de Pascal? Tú citaste, a propósito de mis dificultades para creer, un célebre pensamiento de Pascal, diciéndome: usted no le buscaría sí él no le hubiera encontrado ya a usted. Pero Marta, lo que tú no sabes es que has citado a Pascal erróneamente.

Pascal escribió: "Tú no me buscarías si ya no me hubieras encontrado". ¡Habéis corregido a Pascal! Es posible que Pascal haya tenido un lapsus. Cuando edité los Pensamientos hice notar que cuando tenía prisa con frecuencia ponía una palabra por otra".

Entonces Marta me dijo: "Pascal no pudo escribir: "Tú no me buscarías si tú no me hubieras ya encontrado" porque Pascal no puede decir algo que es evidente. Pascal quiso decir que Dios nos busca Él primero. Leed los Hechos de los Apóstoles. Ved cómo sucede la conversión de san Pablo. El primero que actúa es Dios. Él comienza antes que nosotros.

Este fragmento de conversación da idea del don de Marta, que es poner el dedo sobre lo que es esencial.

Marta me contó que después de mi última visita se habían construido en Châteauneuf dos escuelas. La encontré fatigada, menos animada que la vez anterior. Su voz era débil. Me dijo sencillamente: «No estoy muy valiente".

Os había prometido algunas observaciones fisiológicas. Helas aquí: Los estigmas no presentan problemas. Son alucinaciones de la piel, como ya os he dicho. Lo que plantea problemas es la ausencia de alimentación. He preguntado si se daban a Marta hostias más grandes que las habituales. Se me contestó que eran hostias ordinarias. Se podría explicar su inedia por superchería; pero cuando se conocen los lugares, las personas, la distribución del día, la cosa parece totalmente inverosímil; y además, los que rodean a Marta no insisten en este punto. Recuerdo que Marta me dijo: "¿Qué me impide hacerme una taza de leche si estoy en mi granja?" Aun más inexplicable, a mi juicio, es la falta de sueño. Marta no duerme, salvo durante el éxtasis que sigue a la comunión. He podido ver su foto en tales momentos: es el sueño de la felicidad.

Marta está muy informada sobre la vida mística, pero su formación piadosa es elemental. No tiene devociones particulares. Suele decir: "Dios y Cristo". Es suficiente. Para la Virgen, ternura; pues ella nos ayuda y nos ama.

Habíamos hablado de asuntos graves, se le anuncia la visita de una vecina lugareña. Me dice: "Oh, Sr. Couchoud, ahora la cosa va a ser fácil", como si lograra un enorme descanso.

¿Qué conclusión sacar? No otra sino que he visto una de las personas más extraordinarias de este planeta. ¿Cómo imaginar su porvenir? Después de su muerte el Santo Oficio se ocupará de ella. O bien la clasificará entre los místicos dudosos o bien la colocará entre los valiosos. Bajo mi punto de vista esto no tiene importancia. El mundo siempre ha vivido de unos pocos. 'Paucis vivit genus humanum'.

Os diré confidencialmente que de lo que dudo mucho es que Marta haga milagros. Lo que he apreciado de ella es su desapego en relación a sus estados de conciencia. Un día en que le decía: "Marta tú eres un cerebro", ella me respondió: "¿No creéis que también soy un corazón?"

Si bien Marta es presa del sufrimiento, ella ha superado el dolor. No le duele sino la ausencia de Dios, que es para ella un "infierno". Pero entonces la presencia de Dios le llega como una brisa fresca, como una mejilla de niño sobre su mejilla.

Olvidaba referirme a un aspecto innegable y raro de su vida. Como se cuenta del cura de Ars y de su famoso "grappin", Marta es arrinconada, pero no vencida por un contrincante extraño, una suerte de mal espíritu, de Poltergeist que le hace jugarretas desagradables, como si él estuviera desesperado. He observado estos mismos fenómenos en la vida de muchos místicos. No encuentro la significación. Pero como dice Shakespeare, hay muchas cosas en este mundo que no explica nuestra filosofía. Y me gustaría leeros un pasaje de Paul Valery. Lo rubrico gustoso. "Los hombres verdaderamente grandes están totalmente cercanos a los otros por lo mismo por que están alejados de ellos hasta el infinito. Pues ellos conservan en su relación con las cosas profundas y difíciles que forman su intimidad la misma sencillez y facilidad, siendo con ellas lo que son con todo el mundo: familiares, delicados y verdaderos". Yo he tratado a Anatole France, el mayor ingenio de este tiempo y puedo decir que Valery tenía razón.

"Un abrazo", —me dijo Marta—. Yo la abracé y al besarla en la frente vi una gota de sangre. Así acabó el visitador de la tarde.

Poco tiempo después el Dr. Couchoud me envió estas líneas: "Tengo a Marta por una inteligencia luminosa, en el centro de una experiencia privilegiada y un inaudito sacrificio".

Me acuerdo también que estando solo con él y hablando de Marta en la estación de Vienne, mientras el tren arrancaba, me recitó estos cuatro versos, últimas palabras que recogí de sus labios:

Lo que tú ignoras, yo lo ignoro

Lo que tú sabes, querría saberlo,

De lo que rezas, me llega un efluvio.

No me olvides, ¡oh viviente!

Ahora en...

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