conoZe.com » Historia de la Iglesia » Historia de la Iglesia » Las Iglesias Orientales » §124.- Caracteres y Valores Peculiares de la Ortodoxia

IV.- El Clero y los Monjes

La estructura del clero y su función dentro de la vida eclesial es algo tan básico para la Iglesia oriental como lo es en Occidente, pero con peculiaridades diferentes.

1. Oriente en su conjunto -con excepciones importantes- parece desconocer casi por completo hasta la Edad Moderna la pastoral regularizada en el sentido que caracteriza de alguna manera la historia religiosa del Occidente a partir de la alta Edad Media. De todas formas hemos de expresarnos con especiales reservas en este punto, ya que la cuestión de una pastoral fuera de los monasterios parece haber sido poco investigada todavía. Existía la predicación, pero ésta sufrió un fuerte retroceso. Hay que partir de que el eclesiástico es liturgo y la liturgia posee una riqueza tan inagotable que la Iglesia puede vivir sólo de ella.

a) Pero la realización de esta riqueza no podía quedar garantizada por la mera ejecución de la liturgia. Surge entonces el problema de la formación del clero «oriental». En época temprana de la Iglesia griega esta formación fue buena y hasta muy buena. Pero desde que la Iglesia vino a ser Iglesia imperial y entró en ella una poderosa corriente de masas ya no tan preparadas en lo fundamental (ya Orígenes se lamentaba en su tiempo de la decadencia del fervor religioso[36]), la Iglesia fue cayendo lentamente en una situación semejante a la que por aquel mismo siglo se daba en Occidente[37]. Hay que tener en cuenta que, pasada la época de los grandes teólogos, los obispos no constituyen una excepción en ese terreno. Y la situación que nosotros constatamos está naturalmente en relación con el desfallecimiento del vigor espiritual que se advierte en la teología ortodoxa medieval, de tan escaso empuje si la comparamos con épocas anteriores (cf. § 124, V, 11).

Pero esto no constituye un veredicto sobre el clero. El pueblo de las Iglesias orientales está dirigido generalmente por un clero no muy culto; sin embargo, en ese pueblo, a pesar de las críticas que necesariamente hemos de hacer a su exteriorización masiva, descubrimos gran piedad y hasta santidad. Es sorprendente el profundo arraigo que ha adquirido, por ejemplo, la piedad ascética en el pueblo a través de obras del estilo de las Filocalia[38].

b) Como es lógico, la situación y la evolución muestran muchas oscilaciones según las diferentes épocas y lugares. Siempre que se produce cierto ascenso en la formación, sigue la decadencia, y viceversa.

En general podemos decir que el nivel sube cuanto más estrecho va siendo en esta o en aquella iglesia, a partir de nuestra baja Edad Media, el contacto con el humanismo, la filosofía y la ciencia moderna que fue imponiendo la evolución. En la mayor parte de las Iglesias unidas a Roma y, por tanto, a Occidente, la situación es mejor que en las separadas; en Polonia es mejor que en Etiopía o en Asia Menor, Irak e Irán. En Polonia, a partir de la primera acogida del cristianismo, la evolución fue presionando continuamente hacia Occidente, lo mismo que en el siglo XI, al desaparecer ese cristianismo procedente de Occidente (Magdeburgo), fue preciso recrearlo de nuevo. Es verdad que también aquí influyó un monacato de estilo de los cistercienses. En el sur de Ucrania la situación cultural era muy precaria y se mantuvo siempre en un retraso considerable en comparación con el noroeste, más progresivo.

La posibilidad de que los clérigos y monjes se procuraran cierta formación superior solamente se dio durante largo tiempo en aquellos monasterios que poseían bibliotecas. Estos datos son válidos a partir del siglo XVII, especialmente por lo que se refiere a los monasterios idiorrítmicos (cf. § 124, IV, 4).

Desde el siglo XVIII hay también en el seno de la ortodoxia escuelas elementales y superiores. Una vez más este hecho está relacionado con la penetración de las ideas occidentales. Ya sabemos que las ideas liberales no sólo se fueron introduciendo a la vez, sino que en Rusia constituyeron el elemento impulsor (Pedro el Grande, la emperatriz Catalina). Los intelectuales ortodoxos trajeron a los países eslavos la «nueva» cultura de la Ilustración, al igual que los nuevos conocimientos en las disciplinas naturales y la matemática, así como los modos de pensar de las universidades occidentales. Rusia era el guía, lo mismo que en época más reciente la Turquía de Ataturk. La causa de la innegable inferioridad oriental en materia científica y filosófica estriba, según algunos, en la mentalidad religiosa tradicional. Sigue siendo muy instructivo advertir que los representantes de las nuevas orientaciones fueran en buena parte precisamente clérigos que habían estudiado en Italia, Francia y en las universidades protestantes de Alemania. Al igual que en Occidente, también en Oriente tuvo lugar una irrupción de las ideas de la Ilustración en el terreno eclesiástico.

c) Un deseo que el clero oriental ha reivindicado a menudo durante la Edad Moderna, podríamos decir que casi más allá de lo debido, se refiere al nuevo matrimonio de los sacerdotes viudos y, en época muy reciente, el problema del matrimonio de los obispos (cf. § 122, III, 4).

Las dos guerras mundiales, con su múltiple destrucción, han provocado también en el clero el despliegue o el despertar de tendencias radicales, por ejemplo, en Bulgaria, aunque los comienzos sean más antiguos (cf. § 122, III).

Estos fenómenos han de ser considerados en relación con el aumento de la penetración laicista[39]. Y, a su vez, dependen, por una parte, de los poderes políticos secularizados o ateos por conquistar influencia en la Iglesia y, por otra, se manifiesta también aquí la influencia de la Reforma protestante, resultado de los estudios realizados por clérigos ortodoxos en las facultades occidentales[40].

2. Ya tenemos noticias del nacimiento del monacato en la Iglesia antigua (§ 32) y de la sorpresa que produjo en los cristianos occidentales la información sobre estos nuevos luchadores contra el diablo, que, transmitida por Atanasio, Jerónimo y Rufino, sonaba a leyenda maravillosa. «Los incultos se levantan y arrebatan el reino de los cielos», exclamó san Agustín, quien, a su vez, vino a ser el padre del monacato en el norte de África.

a) El máximo impulsor de la vida monástica en Oriente fue Basilio el Grande, del cual depende también en buena medida la Regla de san Benito. San Basilio ha seguido siendo hasta nuestros días, en unión con san Pacomio, san Sabas y otros, el padre por antonomasia del monacato oriental. Los monasterios fundados conforme a su Regla (modificada después constantemente) fueron ya durante los siglos IV a VI una gran potencia. Durante la disputa sobre las imágenes, sus monjes fueron la tropa escogida para la defensa de los sagrados iconos. En esta disputa recibieron su bautismo de fuego, al que siguió una etapa de gran florecimiento.

Por aquel entonces, con ocasión de esa disputa, surgió una de las grandes figuras cuyo nombre ha sido siempre una especie de símbolo para los monjes y aun para todo el Oriente: el piadosísimo y doctísimo fundador y abad del monasterio de Studion, junto a Constantinopla, y, además, reformador del monacato y defensor acérrimo del primado de la Iglesia romana: Teodoro Estudita (789-826)[41].

b) El objetivo originario de la vida monástica, que radica en la propia santificación, se mantuvo durante más tiempo que Occidente libre de otros móviles, como pudieron ser la influencia en la cultura agraria, en la pastoral o en la ciencia[42]. La importancia religiosa de los monasterios de la Iglesia oriental se basaba, al igual que en Occidente, en que, separados de la familia y de la comunidad civil, constituían un lugar de elevado potencial religioso a través de los «consejos evangélicos», cuya fuerza purificadora irradió destellos de santidad por todo el mundo bizantino y eslavo. Los monasterios fueron centros de una ascética sumamente elevada que a veces nos sorprende. Siguiendo el consejo del Señor y la exhortación de san Pablo[43] los monjes formaban el estado de los que «pueden entender».

La costumbre de obligarse mediante un voto aparece muy tempranamente. En virtud del voto los monjes quedan ciertamente separados del estado de simples seglares; pero esta «consagración monástica» no era un sacramento propiamente dicho, aunque algunos lo consideraban así.

Al principio y durante largo tiempo había pocos sacerdotes en los monasterios; hasta nuestros días la mayoría de los monjes orientales carecen del estado sacerdotal. El monacato es, pues, en Oriente un estado laico y jamás impuso, como el occidental, una clericalización en tan múltiples aspectos y con tantas consecuencias. No obstante, se trata de un verdadero estado eclesiástico en su sentido preciso, otorgado por los mencionados ritos litúrgicos de admisión y profesión, y se confirma en su hábito monástico especial, en la vida ordenada por la liturgia de la Iglesia, con el rezo comunitario de las horas, que culmina en la celebración eucarística.

La vigilancia sobre los monasterios era competencia de la Iglesia local o, más concretamente, del obispo local, lo cual no excluye que en ocasiones los monasterios -a veces en gran número- pretendieran librarse de la inspección episcopal, como pasó durante la época de los comnenos e incluso después[44].

3. Para conocer las peculiaridades del Oriente es preciso advertir que sus monasterios nunca llegaron a formar una congregación en sentido propio, aunque a veces había algún superior, el archimandrita (abad = hegumenos), a quien se reconoce cierta autoridad sobre un número de cenobios (en el Concilio de Efeso lo era el exarca de los monasterios de Dalmacia).

a) Esta unión de laicos adquirió un eminente influjo en la vida y en la dirección de la Iglesia, ya que desde muy pronto y regularmente a partir del Sínodo Trullano (VI Concilio ecuménico, 680-681), los obispos, que debían ser célibes, era preciso elegirlos de entre sus filas. Hay, con todo, algunas excepciones.

La profundidad con que los monjes habían marcado el carácter de la Iglesia oriental se manifiesta también en el hecho de haber sido ellos los principales impulsores de la resistencia contra Roma[45].

Con su victoria en la disputa sobre las imágenes, los monjes adquieren gran confianza en sí mismos. En el Imperio bizantino, al igual que después en Rusia, llegaron a convertirse en un poder económico; así tenían mayor fuerza en sus reivindicaciones ante el basileus y ante el patriarca ecuménico[46].

b) El carácter y la fuerza religiosa de los monjes orientales nos ha sido descrita en multitud de obras, desde las primeras vidas de monjes o los Diálogos de los Padres, de Casiano (un libro que leyó «asiduamente» santo Tomás de Aquino), o los escritos de Cirilo de Escitópolis (primera mitad del siglo VI). De todas formas, estos escritos cayeron muy pronto en un esquema literario rígido, de tal forma que las innumerables obras que se nos han conservado «se parecen como un huevo a otro huevo» (Albert Ehrhard).

En todo el monacato hay, desde sus orígenes (los desiertos de Egipto), una tendencia al eremitismo. En Oriente esta tendencia fue aún más pronunciada que en Occidente. En Rusia, como ya sabemos, el monacato, que tan variada y profundamente había de configurar su historia, tuvo su origen en las cuevas que excavaron en las montañas cercanas a Kiev los monjes que venían de Bizancio huyendo de la persecución durante la disputa sobre las imágenes. De estas cuevas arranca el famoso monasterio de las cuevas de Kiev, cargado de fama y de tradición.

Junto a los ermitaños propiamente dichos, había -mejor dicho, hay- en Oriente kellias o kathismata, casitas individuales solitarias en las que viven pequeñas comunidades monásticas.

c) Especial mención merece el recinto sagrado del Monte Athos, centro espiritual durante siglos, con sus monasterios de diferentes nacionalidades. En él hay también una escuela de teología y filosofía, famosa desde la antigüedad, de la que proceden, por ejemplo, los compiladores de las Filocalia. Aquí se redactó también el «libro del pintor», un manual en el que se indica cuanto debe hacer el pintor de iconos. La pintura y la imaginería son todavía hoy asignaturas obligatorias en el Monte Athos.

La santa montaña es todavía en nuestros días un lugar favorito de peregrinación, aunque sólo es accesible a los varones; las mujeres tienen prohibida la entrada en la península. Casi todas las naciones ortodoxas tienen su propio monasterio. Junto a ellos y en un acantilado rocoso, difícilmente accesible, hay dieciséis albergues a modo de cuevas. Aquí la separación del mundo es completa; se consigue por medio de una escala de cuerda o ganchos metálicos clavados en las rocas.

4. El propósito del monje en el claustro fue desde el principio la ascesis, el desprendimiento del mundo, es decir, de la familia y de los bienes, consagrado a la plegaria y al rezo comunitario de las horas, con la celebración de la eucaristía como centro. Todo el acontecer del día, incluida la comida, discurría en torno a la sagrada liturgia. El desprendimiento de sí mismo es un largo proceso, para el que se necesita una gran energía. De ordinario este proceso exige también una dirección experimentada, que efectivamente en la historia del monacato oriental desempeña un papel importantísimo. En la dirección espiritual nos encontramos con modelos dotados de peculiares carismas.

a) El modo de vida monástico adquirió especial importancia en la forma de estarcismo, que se remonta al cristianismo primitivo, y experimentó gran desarrollo en el Monte Athos, y mucho más todavía en Rusia. El staretz es el «padre espiritual», el que dirige la vida religiosa en el camino hacia la altura, mediante el ejemplo y la instrucción. Es también el consolador y apoyo en los momentos de desolación espiritual. Vive en el monasterio o en sus proximidades, o como un solitario en el desierto. No todos ellos eran monjes; había también laicos con especiales carismas, que practicaban este tipo de pastoral individual. Hubo algunos que ejercían una vocación misionera. Muchos alcanzaron gran fama de santidad.

b) Como ejercicios de la vida religiosa se mencionan constantemente la vigilia, el ayuno, la oración y las lágrimas. A veces se encomian especialmente las lágrimas como la más alta manifestación de la virtud monástica, e incluso como la meta de su vida.

Característico del monje y del monasterio es la pobreza: «Vende cuanto tienes, ven y sígueme» (Mt 19,21). Pero la falta de bienes no es sólo una carencia meramente externa. Se trata de una desvinculación interior.

En una vida espiritual profunda, «agónica» o «angélica», la mortificación nos muestra fenómenos que nos resultan a veces extraños[47]; pero aun estos fenómenos no pueden rechazarse -salvo algunas excepciones- de manera simplista, como si se tratara siempre de fenómenos patológicos. Para el hombre ruso, por ejemplo, la mortificación ha sido secularmente un fenómeno congénito. Un tirano sanguinario como Iván IV el Terrible era capaz de vivir como un monje, y al final de su vida lo fue efectivamente.

c) El auténtico monje oriental que vive en el monasterio es «silencioso, su pensamiento es de una pureza infantil, es hospitalario con la libertad que brota de un corazón sencillo, es pobre, no tiene pretensiones, su religiosidad es simple y sin reservas» (R. Pabel).

Desde fines del siglo XIV, cuando remitió el fervor ascético y también la tendencia hacia la vida anacoreta, apareció una nueva forma de organización monástica, la idiorrítmica, que quiere decir que los monjes eran los que habían de dirigir su vida «según su propio ordenamiento». Cada monje se mantiene dentro de su propia celda. Para los días festivos hay un refectorio; la liturgia se celebra, como es lógico, en común (a veces sólo los domingos). Hubo épocas en que este tipo de vida monástica alcanzó una extraordinaria difusión[48]. Los abusos surgidos llevaron, con todo, a su reducción, a veces por métodos coactivos[49].

5. De la idea originaria del heroísmo eremítico (lucha contra Satanás en unión del Resucitado victorioso), se trató de destacar lo que era el constitutivo propio del monacato: la unión entre ascética y contemplación.

La plegaria debía durar realmente el día entero. Tuvo un gran papel el concepto de la luz divina (que tiene un puesto importante en el evangelio, en la liturgia y en el dogma[50]). El monje se esfuerza por verse inundado por esta luz en su oración silenciosa[51].

a) La importancia adquirida por el monacato en las Iglesias orien tales es incalculable. Cualquier elogio se quedará corto. La falta de formación intelectual del clero y de los seglares fue sustituida, por así decirlo, por los monasterios, aunque no por su erudición, sino por la realidad ascético-mística de su existencia y de su ejemplo.

Su obra caritativa en favor de los pobres, los enfermos y los huérfanos fue enorme. Con todo, su atención cultural y pastoral fue escasa o, al menos, no la desarrolló en la magnitud y forma del monacato de Occidente, que contribuyó de manera decisiva a la creación de la civitas christiana occidental.

b) En este punto juega también un papel el hecho de que el director supremo de la comunidad, el obispo, había pertenecido al estado monástico. No olvidamos que los obispos de la Iglesia oriental eran también hombres de carne y hueso y que preferían vivir en el emporio de cultura que era Constantinopla que en las provincias[52]. Sin embargo, el estilo de vida, preferentemente contemplativo del monasterio (a veces sumamente cómodo y tranquilo) no era muy buena escuela para la actividad pastoral del monje que había sido elevado al episcopado.

c) A pesar de todo, el monacato desarrolló en Oriente una enorme tarea pastoral y misionera, y no sólo de un modo indirecto, a través de la sagrada liturgia, que significa una predicación inagotable, y a través del ejemplo vivo de amor heroico y seguimiento de la cruz, sino también mediante el servicio pastoral directo. Se ha dicho con razón (Benz) que no es lícito emitir un juicio partiendo del actual estado de las Iglesias orientales, ya que todas ellas han ido pagando a lo largo de los siglos un duro tributo de sangre hasta llegar a verse diezmadas, bien por los musulmanes árabes o por los mongoles, y después por la larga devastación que supone el dominio turco. Para conocer la fuerza que tenían hay que acudir a la rica documentación que nos ha dejado la historia de la Iglesia antigua, o al gigantesco movimiento misionero desplegado por los monjes rusos, que llegaron hasta Asia Central, así como a la cristianización de los pueblos eslavos[53]. Las principales fuerzas que actuaron en todas estas empresas procedían de monasterios. Los mismos ermitaños siguieron la llamada divina, como Serafín de Sarov, a quien la Madonna ordenó salir al mundo. El «peregrino» constituye uno de los tipos permanentes de piedad de la Iglesia oriental. Ocurre algo semejante a lo que veíamos anteriormente (§ 36, II) en el caso de los monjes celta-irlandeses, que se juzgaban «peregrinos hacia el Señor», y reproducían la condición «peregrina» de la Iglesia en este mundo. Muchos de estos peregrinos eran laicos, pero todos, tanto monjes como seglares, eran siempre misioneros, que no llevaban consigo más que la Sagrada Escritura y la Filocalia.

6. El monacato oriental nunca fue, pasada la época de los Padres, un tesoro de ciencia. Para los monjes la ciencia era más bien una vanidad superflua por tratar de problemas que rebasaban lo dispuesto para alcanzar la perfección, un peligro, y hasta algo opuesto a la fe y a la humildad. En el fondo, la actitud de los monjes se caracteriza por una hostilidad radical hacia la ciencia. Las creaciones individuales en materia de teología mística, liturgia o ascética fueron excepciones que se produjeron durante la época de esplendor del monacato bizantino. Por otra parte, durante siglos muchos monasterios contaban con bibliotecas que ofrecían la posibilidad de obtener una formación teológica y de perfeccionarla[54].

Esta situación se ha mantenido hasta el presente. En los monasterios no se da en general ningún tipo de formación permanente, si exceptuamos a algunos «monjes superiores»[55]. El material de lectura está constituido por historias de santos más que por los escritos de los Padres o la Sagrada Escritura. En cambio, en época reciente nos parece asistir a un importante giro en este aspecto. Se ha impulsado fuertemente la profundización en la tarea formativa, y para ello se han dado también oportunidades para la dedicación científica de una parte del clero y de los monjes.

En la valoración de conjunto del monacato oriental hay un aspecto que no conviene pasar por alto. Su riqueza ascética y mística merece una alta estima. Le faltan, en cambio, las poderosas innovaciones creadoras mediante formas completamente nuevas del ideal antiguo que caracterizan al de la Iglesia occidental ya desde san Benito, con los posteriores elementos en constante renovación de figuras como Bernardo, Francisco, Ignacio y otros. En este hecho se manifiesta una de las limitaciones cíe las Iglesias orientales, su tradicionalismo, cuyo peligro es el anquilosamiento.

Sólo en la actualidad aparecen intentos de crear congregaciones aptas para la pastoral moderna[56].

Notas

[36] La disciplina del arcano, que tan estrictamente mantiene el Areopagita en el siglo VIII (cf. § 124, III), nos permite deducir que la Iglesia se resistió a aceptar esta situación.

[37] Cf., por ejemplo, la descripción de san Bonifacio, vol. I, § 38, II, 2. De todas formas hay que tener en cuenta una importante diferencia: en el Imperio bizantino no se dieron fenómenos migratorios de pueblos enteros que destruyeran el nexo con la tradición (las migraciones no rebasaron sus fronteras). Por eso en el alto clero la antigua cultura y el conocimiento tradicional de la Escritura se afianzó a lo largo del tiempo mucho más que en Occidente.

[38] Compilación de frases de diversos autores ascéticos. Su núcleo principal lo constituye un libro de cien capítulos del patriarca Calistos II (1397) y de su colega Ignacio, que es una especie de introducción a la conquista de la santidad. La piedad que enseña la Filocalia es de tendencia hesicasta (cf. § 124, V, 8).

[39] Cf. más arriba las correspondientes noticias sobre Bulgaria, Albania, Egipto e Iglesias rusas del extranjero.

[40] Por ejemplo, para Estonia (cf. § 122, III).

[41] Conocemos ya cifras sorprendentemente altas sobre fundaciones monásticas en fecha muy temprana. El año 518 había en Constantinopla 53 monasterios; en el 536 se elevan a 68, de los que una docena están en el campo. Nos faltan datos sobre los conventos de monjas, que no podían tomar parte en los sínodos. Durante todo el período que dura el Imperio bizantino se mencionan 300 monasterios en Constantinopla, sin contar los de rito latino. A la caída de Constantinopla había aún alrededor de 30 monasterios; casi todos ellos fueron confiscados, destruidos o utilizados por los derviches. Hoy se mantiene un solo monasterio.

[42] Aunque los primeros monasterios y órdenes religiosas -y muchos otros después- nada tuvieron que ver con la ciencia; hemos de tener en cuenta que el primer fundador de un monasterio, san Pacomio, autor de la primera Regla, exigía que quienes ingresaban supieran leer y escribir, con el fin de poder leer la Sagrada Escritura.

[43] «Pero si tú (además de lo que exige la ley) quieres ser perfecto» (Mt 19,21); «El que quiera seguirme, tome su cruz» (Mt 16,24); «Castigo mi cuerpo con sus concupiscencias» (1 Cor 9,27); «Sabéis que todos corren...» (1 Cor 9,24); elogia la virginidad (Mt 19,21s; 1 Cor 7,25ss).

[44] El número de residentes de un monasterio varía extraordinariamente, al igual que su extensión y el volumen de sus posesiones. Algunos monasterios contaban con varios centenares de monjes. La abadía de Studion, por ejemplo, era gigantesca. Por término medio cada monasterio tenía de 25 a 40 residentes.

[45] En los períodos de crisis hubo también en el Imperio bizantino frecuentes casos de monjes que estaban a favor de una intervención del papa; otros estaban absolutamente en contra. En el último período del imperio creció la resistencia contra Roma.

[46] Sobre las posesiones agrarias de los monasterios rusos nos da cifras Smolitsch; para el caso del Monte Athos tenemos datos ofrecidos por Pablo, monje de dicho monasterio. La situación económica de los monasterios fue muy distinta a lo largo de los siglos. Junto a posesiones señoriales de tipo feudal, que posibilitaban una vida desahogada y hacían inevitable la implicación en negocios seculares, hubo igualmente monasterios pobres y aun muy pobres. Siempre hubo monasterios de vida heroica en pobreza voluntaria.

[47] La misma duración, tan prolongada, de la liturgia significaba un considerable esfuerzo corporal, y eran rigurosos los castigos previstos para los que se dormían durante el culto. Entre los ejercicios ascéticos generalmente practicados están los ayunos habituales, de ordinario duros, y el inclinarse cien o varios cientos de veces en la celda delante de un icono. Las obras ascéticas especiales consistían en ayunos prolongados, flagelación con cadenas, cargar con pesadas cruces, etc. Una forma particular de ascesis es la de los santos estilitas.

[48] Parece que hacia finales del siglo XVIII todos los monasterios del Monte Atnos eran idiorrítmicos.

[49] En el Monte Athos el proceso se prolonga bajo la vigilancia moderadora del patriarca ecuménico y del gobierno, como ya hemos visto (cf. § 122, III, † 3).

[50] En la profesión de fe de Nicea en el 325 y de Constantinopla en el 381 aparece la imagen «luz de luz».

[51] La «luz del Tabor» de la teología de Palamás. Sobre la pintura de iconos realizada por los monjes, cf. § 124, III, C1.

[52] Cf. también la compra de oficios eclesiásticos, en su mayor parte sinecuras con algún quehacer litúrgico. Esta compra de puestos correspondía a la corrupción reinante en el Imperio otomano.

[53] Hoy su actividad misionera se desarrolla en Japón, Corea, África central y oriental y la India.

[54] Durante mucho tiempo, y en parte hasta hoy, las bibliotecas se han cultivado poco; muchos de sus fondos fueron dilapidados y hasta destruidos. En la actualidad, por ejemplo, en el Monte Athos hay algunos eruditos entre numerosos monjes incultos. En general, la producción científica se mantiene dentro de unos límites modestos.

[55] Así, por ejemplo, en el Monte Athos la escuela de Karias.

[56] Cf. § 122, III, † 3.

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