conoZe.com » Historia de la Iglesia » Historia de la Iglesia » Las Iglesias Orientales » §124.- Caracteres y Valores Peculiares de la Ortodoxia » III.- La Piedad

C) Los Iconos

1. A los europeos occidentales nos cuesta comprender en un primer momento el que el culto de las sagradas imágenes pudiera provocar una discusión tan enorme como la que provocó en la Iglesia oriental durante los siglos VIII y IX. La lucha en la que se quemaban las imágenes y sus defensores -especialmente los monjes, como ya sabemos- eran perseguidos, arrojados a los calabozos y quemados se desarrolló bajo el reinado de cuatro emperadores, desde León III (primer edicto en el año 730) hasta que, finalmente, en el 842, reinando la emperatriz Teodora, se pudo celebrar la victoria de las imágenes como «Fiesta de la ortodoxia». Pero precisamente el apasionamiento y el arrojo con que amplios sectores habían luchado contra los emperadores «ilustrados» (por influencia del Islam) en favor del culto de las imágenes, los creyentes que abrazaron esta lucha como algo seriamente unido a la confesión de su fe, indica que no se trataba de una cuestión secundaria.

De hecho, los iconos y su veneración eran algo estrechamente relacionado con el «sacramentalismo» peculiar de la piedad de la Iglesia oriental, como ya hemos visto. Las imágenes son una parte del misterio, empapado de sacramentalidad, que constituye la Iglesia. La función principal de los iconos es la irradiación del poder del Resucitado glorificado, y con ella el contacto del creyente con lo divino y su divinización. El mismo icono es un misterio (Seraphim). En el icono existe una realidad santa y santificante.

No pocos iconos tienen gran valor artístico. Pero éste es un punto de vista completamente accidental. El icono no es el producto de un artista o de varios al mismo tiempo, sino la obra de un hombre piadoso (por eso todos estos iconos son anónimos y sólo por casualidad o accidentalmente se ha podido conocer el nombre del autor). El pintor se prepara para su obra con santos ejercicios penitenciales y la realiza sirviéndose de colores bendecidos con arreglo a prescripciones precisas de un manual oficial de pintura y dentro de la forma tradicional. Luego la obra es bendecida por el sacerdote, como representante de la Iglesia[32]. El icono es una imagen sagrada.

2. El icono no es sólo un retrato o un símbolo. En la casa de Dios, al igual que en la habitación, el icono siempre está en relación con la sagrada liturgia, de la que recoge su luz gratificante irradiándola por todas partes.

Lo que en el icono se venera[33] no es la imagen, sino lo que esta representa. Del santo representado en el icono, pasa a su retrato algo real; la imagen es el retrato de un santo glorificado en el más allá, retrato «cuya veneración se eleva hasta el original» (san Basilio el Grande); quien contempla los iconos no sólo recibe algunos estímulos, sino que es «transformado» en virtud de una especie de acción sacramental.

Los iconos significan también para la Iglesia oriental una instrucción para los fieles de poca cultura[34] pero va más allá. El icono está lleno de significado teológico y, sobre todo, tiene estrecha relación con la encarnación, en la que el mismo Dios se hace «imagen» visible, «imagen del Dios invisible» (Col 1,15), y «resplandor de su gloria» (Heb 1,3). Al igual que el Dios encarnado, también los iconos son, de una manera más débil, pero real, el vínculo entre la tierra y el cielo o, más en concreto: el retrato del Cristo encarnado. Ahora bien, para que esto pudiera ser real, era necesario que todo hombre fuese creado a imagen de Dios y que esta imagen no fuera destruida por el pecado. Con todo, las imágenes no son más que imágenes, de igual manera que el Logos eterno quedó enajenado en la carne.

3. No se puede negar que en la práctica, debido sobre todo a la multiplicación casi excesiva y a menudo mecánica de signos externos del culto: caer de rodillas, hacer la señal de la cruz, ósculos, velas, se encontraba en peligro de caer en la cosificación y la superstición, como de hecho ocurrió. Numerosísimos relatos sobre la piedad popular de las Iglesias orientales nos impiden aquí confundir la teoría con la realidad. Dado que la incultura religiosa del pueblo, a veces tan lamentable, era desgraciadamente el espejo de la incultura del clero, no podían faltar la exteriorización burda y la ejecución puramente pasiva del culto externo (algo semejante ocurrió en la liturgia) en mezcla con concepciones mágicas[35].

A pesar de ello, cuanto acabamos de decir no va en contra de la concepción fundamental, que es de gran riqueza y pureza. El culto de los iconos, enmarcado dentro de esta concepción, no puede en absoluto reducir el honor exclusivo de Dios. Los iconos no son más que imágenes de Cristo, como lo proclama su fórmula de consagración; en los santos, aun después de muertos, está Dios mismo, o mejor, está Cristo, que realiza sus obras a través de ellos. Todo el culto de los iconos va dirigido a Cristo. Es verdad que el pensamiento de la Iglesia oriental, que tanto ha valorado la pureza dogmática, se ha expresado en el caso de los iconos con un pleonasmo sacral carente de rigor, pero sin que exista, en principio, el menor riesgo de caer en una idea calculadora de la eficacia del objeto sagrado sin las buenas obras.

Los iconos son para la conciencia cristiana y eclesiástica oriental algo de un valor inestimable. Desde que los grupos de monjes, después de tanto sufrimiento durante los siglos VIII y IX, consiguieron la victoria -su victoria- en la defensa del culto a las imágenes, ha habido toda una corriente de fe vigorosa que, a lo largo de las generaciones, se ha ido expresando ante los iconos en innumerables plegarias, lamentos y ofrendas. Los iconos siguen irradiando -por decirlo así- toda esa fuerza de fe creyente. Los iconos son también, por eso mismo, portadores de vida misteriosa, una vida que acompaña la existencia con sus numerosas y diferentes actividades y sufrimientos.

4. En el contexto global místico y sacral de la realidad creada y santificada por la redención se integran también las reliquias de los santos y el culto que se les debe. En esas reliquias está la fuerza de Dios, tal como se ha manifestado de manera inconmensurable en la resurrección de su Hijo y tal como se manifestará en la resurrección universal, en la cual aparecerá como «gracia infinita de los santos». ¡Cómo no van a ser las reliquias incorruptibles y milagrosas!

Notas

[32] En los colores van incrustados trocitos de reliquias. La plegaria que se recita al dar al pintor la bendición es la siguiente: «Santifica e ilumina el alna de tu siervo, guía su mano para que digna y perfectamente pueda presentar los santos iconos».

[33] La deficiente traducción latina de las declaraciones del séptimo concilio ecuménico del año 787 utilizaba el mismo término adorare por «venerar» y «adorar». De ahí la idea errónea que se hiciera Carlomagno y sus teólogos; por eso su condena del concilio «iconólatra» se basa en un malentendido. Por otro lado, en la liturgia romana se emplea frecuentemente hasta nuestros días el término adorare como equivalente a «venerar»; por ejemplo, la adoratio de la cruz en la liturgia del Viernes Santo y la secreta de la misa del 14 de septiembre (Exaltación de la santa cruz).

[34] Cf. vol. I, § 43, 4.

[35] Para explicar la sorprendente ruptura repentina de amplios estratos del pueblo, con un pasado creyente, y su paso al ateísmo bolchevique, no habría más remedio que introducir en el análisis con todo su peso esta situación de vacío interno en que durante siglos se han mantenido clero y pueblo. Y, por otra parte, hay que tener también en cuenta datos de publicaciones del partido comunista en que se lamentan de que hay «funcionarios» que tienen todavía iconos en el rincón de su alcoba.

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