conoZe.com » Historia de la Iglesia » Historia de la Iglesia » III.- Edad Moderna: La Iglesia frente a la Cultura Autónoma » Segunda época.- Hostilidad a la Revelacion de la Ilustracion al Mundo Actual » Período segundo.- El Siglo XIX: la Iglesia Centralizada en Lucha con la Cultura Moderna » Capitulo tercero.- Iglesia y Cultura Industrial Moderna » §118.- La Piedad Catolica en el Siglo XIX

II.- Otras Formas de la Piedad

1. Las manifestaciones de la religiosidad popular -en la medida en que ésta no se reduce a la asistencia obligatoria a la misa dominical y a la recepción obligatoria de los sacramentos- se pueden definir con unas cuantas palabras clave. Se trata realmente de uno de los grandes ámbitos de interés religioso, es decir, uno de los acontecimientos religiosos que a lo largo del siglo jugaron y aún juegan un gran papel en la conciencia del pueblo católico, aunque con un peso específico espiritual muy diferente en cada caso:

Exposiciones de la «Túnica Sagrada» de Tréveris en 1802, 1844, 1891 (y luego también en 1933 y 1958), que despertaron un entusiasmo a veces poco controlado; las apariciones de la Virgen en Lourdes en 1858, que convirtieron a esta pequeña ciudad, a pesar de la explotación comercial y turística, francamente reprobable, en un verdadero foco del espíritu cristiano de penitencia y expiación. A partir de 1868 se incrementa notablemente la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, hasta convertirse en devoción universal; Pentecostés y la octava del Corpus; el mes de María (mayo); el santo rosario y el mes del rosario (octubre); escapularios y hermandades; diferentes devociones (dedicadas especialmente a la Madre de Dios) con exposición del Santísimo. Las celebraciones propiamente litúrgicas decrecen y aumentan las diferentes fiestas votivas. La lucha contra las sociedades bíblicas protestantes fue desgraciadamente más allá de lo justo y ejerció un influjo restrictivo sobre la lectura de la Biblia por los católicos. En correspondencia con esto desaparece la lectura del evangelio y la de la epístola en la lengua del pueblo durante la misa y la auténtica predicación cimentada en la Sagrada Escritura, sin que se llegue hasta el siglo XX a profundizar seriamente en este aspecto. Para los Katholikentage (Días de los católicos) y los Congresos Eucarísticos Internacionales, cf. § 125, II, 8.

2. De todo este material tan diverso se destaca, como característica común a todos los países y lugares católicos, lo siguiente:

a) En correspondencia con el centralismo eclesiástico, la piedad va adquiriendo un carácter más unitario y una dirección más propiamente romana.

b) En la celebración colectiva de cualquier tipo y en las grandes peregrinaciones es usual, junto al rezo del rosario, la lectura del «Libro de Oraciones»[17] que a finales de siglo había decaído casi totalmente de la altura a que lo había elevado Sailer, por ejemplo, en lengua alemana. Quiere esto decir que tanto las misas como las devociones y las peregrinaciones eran ciertamente actos comunitarios masivos, pero no estaban penetrados del pensamiento comunitario litúrgico de la única víctima y el único oferente, Cristo. Eran reuniones piadosas de cristianos, actos de afirmación creyente en la iglesia, reuniones de cristianos moralmente unidos en un acto de piedad y objetivamente unidos en la comunión de los santos, pero sin auténtica unión eclesial. El individualismo y el moralismo perjudicaron notablemente el sentido de la liturgia católica.

c) Mediante el gran número de asociaciones, llega la piedad no sólo a los movimientos sociales, sino también a los propios partidos políticos, lo que representó ventajas para la religión, aunque con el riesgo nuevamente de la vieja y perjudicial confusión entre lo religioso y lo político.

d) La piedad del siglo en su amplitud no se ve impulsada por los intelectuales, sino por el pueblo. La desintegración filosófico-religiosa comienza siempre por arriba; esto ocurrió también en este siglo de liberalismo. Surgió una funesta división entre los católicos, un cierto retroceso en la espiritualidad en el estado general de la piedad, una latente crisis interna del catolicismo, crisis que, a pesar de importantes y consoladores inicios de renovación (§ 120), no se encuentra superada en absoluto. También aquí se manifestó el gran antagonismo del siglo: «la cultura contra la Iglesia», y el problema que aquí latía se convirtió en el «problema capital» (cardenal Michael Faulhaber): el problema de la Iglesia y los intelectuales.

3. Los resultados a que llega una valoración religiosa y cristiana de todas estas realidades son muy distintos. Puede servirnos de criterio la nueva orientación dada por Pío X, que permite ver claramente el carácter temporal y periférico de muchos elementos de la piedad practicada en común por los católicos del siglo XIX. De las normas establecidas por Pío X para la reforma de la piedad destaca, como exigencia fundamental, la siguiente: no cantidad, sino calidad; pasar de lo periférico a lo sustancial. Medio para conseguirlo: la liturgia, que se basa en la Biblia y se nutre de la palabra de Dios. Es cierto que la Iglesia concede el máximo valor a la unión efectiva del hombre con su organización, sin que esto lleve a sacrificar su vida al pensamiento o a un cierto espiritualismo. A pesar de ello, ni las comuniones masivas, ni las asociaciones florecientes, ni el entusiasmo de los congresos significan para ella, en su sentir más profundo, el cumplimiento de sus exigencias. Hay que saber distinguir bien la fachada y la vida auténticamente religiosa y eclesial.

Por otra parte, al valorar las diversas formas de devociones populares hemos de evitar todo tipo de arrogancia intelectual. Al desarrollar estas formas de piedad -lo afirmaremos a pesar de las críticas apuntadas-, la Iglesia ha puesto de manifiesto, una vez más, y en un punto decisivo, su sabiduría pedagógica para dar a todos los hombres y en todas las situaciones la posibilidad de vivir realmente el cristianismo y, además, ha vuelto a afirmar así el hecho de que ella no reserva en modo alguno la redención únicamente para los «intelectuales». Si a los protestantes y a muchos católicos les resulta difícil reconocer el verdadero cristianismo en estas formas de piedad popular, una visión honesta tiene que constatar la profundidad y autenticidad con que aquí, precisamente aquí, puede fluir la comente de la unión con Dios, lo mismo en el rosario que en la devoción al Santísimo, o en las Cuarenta Horas o en una peregrinación. La posibilidad de unirse a través de todas estas formas con el único Señor y con su palabra es una posibilidad real. Se ha aprovechado insuficientemente este tesoro en el que está presente el Señor en persona. Hoy, en cambio, su valor se va haciendo cada vez más positivo. Por otra parte, un ejemplo instructivo es el que nos ofrece la mencionada y tan problemática peregrinación a la «Túnica Sagrada» de Tréveris, en su última expresión de 1958: «No miréis a la túnica del Señor; mirad al Señor».

Notas

[17] Esto vale también para los países latinos. En ellos (Francia y España pueden servir de ejemplo) el «misal» fue más un adorno que un medio para concelebrar la liturgia de la Iglesia.

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