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I.- Liturgia y Pastoral

1. La liturgia de la Iglesia tiene su cumbre en la celebración de la santa misa. Podríamos decir incluso que en la misa se agota todo el culto de la Iglesia. Su celebración ininterrumpida (salvo en épocas de persecución como la Revolución francesa y el Kulturkampf), decenio tras decenio, constituye un constante ofrecimiento activo de la vida, de la fuente de vida. Es inagotable lo que se contiene en una frase tan sencilla. Incumbe ahora al reflexivo lector el tenerlo muy en cuenta.

Por otra parte, en el transcurso de los siglos la liturgia había tenido una vitalidad muy diferente en cada época. Al estallar la Reforma, la liturgia se reducía a la devoción de la misa, entendida en un sentido pobre y personal. El impulso religioso de la reforma católica interna y de la Contrarreforma hizo de la misa solemne uno de los medios principales del renacimiento eclesiástico. Seguía habiendo una deficiencia notable: la misa, al igual que en épocas anteriores, seguía siendo cosa de sacerdotes; el pueblo «oía» la misa[8] e incluso sentía una fe fervorosa; pero propiamente no participaba en la celebración. Por lo que se refiere a las plegarias y usos litúrgicos, el siglo XIX representa una época de cansancio manifiesto, incapaz de crear innovación alguna fecunda. Las ideas más serias de la época (las de la Escuela de Tubinga) no llegaron a ponerse en práctica, lo que, sin duda, influyó en la comprensión de la misa, entendida en forma excesivamente superficial, neoescolástica y moralizante.

Tras la labor iniciada por el benedictino francés Dom Guéranger, de Solesmes, y de la abadía de Beuron, la situación mejoró considerablemente en el campo del movimiento litúrgico, sobre todo después de la Primera Guerra Mundial, obra principalmente del benedictino belga Dom Lambert Beauduin († 1960), que logró extender el movimiento litúrgico por Bélgica, Holanda y posteriormente por Francia. En los países de lengua alemana tomaron la iniciativa los canónigos regulares de San Agustín del convento de Klosterneuburg en Viena (misal alemán de Pius Parsch). La labor litúrgica de las abadías benedictinas de Beuron y María Laach impulsaron también notablemente el movimiento, primero mediante la renovación del canto gregoriano y luego a través de la publicación de un misal en lengua alemana (el «Schott» de Beuron, desde 1884, y el «Bomm» de María Laach, desde 1938). Las ciencias bíblicas, la teología pastoral, la liturgia y la exégesis, cultivadas con intensidad, pusieron unas fecundas bases, cuyo resultado se echa de ver hoy claramente en la literatura piadosa y en los documentos oficiales de la Iglesia (Concilio Vaticano II, cf. § 126, III).

2. Situación a comienzos de siglo: la Compañía de Jesús estaba suprimida y, como consecuencia, un gran número de instituciones educativas se habían visto seriamente debilitadas en su actividad. La Revolución francesa y la secularización habían dado al traste con la organización eclesiástica; gran parte de los obispados y parroquias estuvieron vacantes durante largo tiempo. La pastoral se reducía al mínimo, encontrándose por eso mismo la vida de fe y la vida moral a un nivel muy bajo.

a) Es muy importante tener en cuenta que el restablecimiento de la organización eclesiástica conseguida posteriormente mediante concordatos y el poderoso aumento de la jerarquía en Francia, Inglaterra, Escandinavia y países de ultramar a lo largo de todo el siglo (especialmente en tiempos de León XIII) no es lo mismo que la reconstrucción religiosa. Lo primero es más bien un presupuesto de lo segundo, que, como lo confirma una buena parte de la historia de la Iglesia, es la fuerza decisiva a través de la cual lo primero, lo estructural, se adapta a la verdadera realidad. Lo estructural no destruye el racionalismo ilustrado, sino que continúa vigoroso y se extiende entre los católicos cultos (liberalismo; en Baden, por ejemplo, todavía durante los años treinta y cuarenta es muy grande la influencia de Wessenberg, en una línea marcadamente «ilustrada», y el clero carece en parte del espíritu de la Iglesia y se inclina a las iglesias de Estado). La estructura se ve interrumpida con frecuencia a lo largo del siglo por diversas reacciones: ataques del liberalismo contra la Iglesia; denuncia de algunos concordatos o limitación de sus efectos por iniciativa unilateral y arbitraria de los Estados[9]; democracia liberal en Bélgica (que, no obstante, es generosa); reacción en Austria (Metternich); breves retrocesos en España en 1835, en donde se expulsa a las Ordenes religiosas y son confiscados sus bienes, devueltos luego con el Concordato de 1851, aunque la situación continúa siendo inestable (cf. la visión general del momento en el § 108).

b) A pesar de todo podemos decir que, en conjunto, la vida religiosa se intensifica con la creación de las nuevas diócesis, que se habían hecho especialmente necesarias en Francia y en Alemania, donde la Revolución francesa y la secularización habían destruido la organización antigua. En Alemania la solución cristalizó en la firma de concordatos particulares de cada uno de los países (Länder) con la Santa Sede, como ya hemos dicho; en muchos casos se produjo la concentración y restablecimiento de viejas sedes episcopales; fundación de parroquias, autorización de las antiguas Ordenes religiosas, entre ellas los jesuitas (1814), dedicada a la tarea educativa, especialmente entre el clero, y los redentoristas; fundación de congregaciones nuevas, especializadas en objetivos determinados y con gran interés por las cuestiones sociales. Un factor importantísimo fue la restauración de las abadías benedictinas. En Alemania tuvo enorme importancia, durante toda la segunda mitad del siglo XIX, la fundación, en 1863, de la abadía de Beuron en un antiguo convento agustino, sobre todo por la revitalización de la vida litúrgica. En un período sorprendentemente breve esta abadía fundó otras varias, como Maria Laach y Neresheim. En Austria la de Seckau y en Bélgica la de Maredsous formaron parte de esta resurrección benedictina, primero masculina y luego aumentada con una corona de abadías femeninas.

c) Mejora al mismo tiempo la formación del clero, que repercute en la creación de nuevas escuelas y el desarrollo de los catecismos y de la catequética[10]. Crece el prestigio del clero, y con ello el prestigio de la Iglesia. En conexión con el fenómeno de la industrialización, empieza la pastoral a interesarse por cada una de las diversas capas sociales, tratando de acercarse a ellas por medio de charlas y conferencias, asociaciones profesionales y especializadas, como asociaciones de madres, sociedades recreativas, apostolado con los obreros. A esto hemos de añadir, en tiempos más recientes, un movimiento intensivo de ejercicios espirituales para profesionales y para las distintas capas sociales y la práctica de misiones populares.

A finales del siglo XIX seguía sin solución el problema Iglesia-intelectuales. Mientras en este aspecto se ha iniciado cierta mejoría durante el siglo XX, debida, más que nada, al avance general de la secularización, tenemos que llegar a época recentísima para ver cómo la Iglesia va cayendo en la cuenta del alcance enorme que tienen problemas como Iglesia-proletariado, Iglesia-trabajadores, no resueltos todavía, a pesar de la gravedad que muestran en el enfrentamiento con el fuerte ateísmo marxista. En los países latinos, sobre todo, la significación existencial de estos problemas fue captado con mucho retraso y escasa decisión.

En la tarea de ganarse a los intelectuales tiene importancia extraordinaria el difícil apostolado entre los estudiantes en las ciudades universitarias. Esta pastoral universitaria tuvo que luchar mucho tiempo hasta conseguir su reconocimiento. Un sector eficaz de la enseñanza religiosa a lo largo de todo el siglo lo constituyeron las congregaciones mañanas. Hoy, con todo, se hacen esfuerzos por encontrar formas nuevas, como el trabajo con los jóvenes, capaces de responder a la transformación operada en la vida entera y a las modificaciones que ha experimentado el clima espiritual en el que se desenvuelve el hombre moderno.

3. El cambio de la situación general y religiosa del clero ha sido en Alemania diferente en cada una de las diferentes religiones.

a) En Baden y hacia el Sur apareció una fuerte corriente contra el celibato[11] a consecuencia de la falta de selección de los años de revolución y guerra y de las ideas de la Ilustración (todavía por los años veinte y treinta muchos profesores de teología eran racionalistas). Esta corriente fue también apoyada por algunos seglares católicos, y su consecuencia inmediata fue que un buen número de sacerdotes se pasara al protestantismo. Todavía hacia 1840 el arzobispo de Friburgo se veía obligado a publicar un llamamiento (redactado por Hirscher), con el título siguiente: «Lo que habría que decir en confianza y de corazón a los clérigos que, en la situación actual, se sienten inclinados a apartarse de la Iglesia católica».

Con motivo de la exposición, muy fomentada por la Iglesia, de la «Túnica Sagrada» de Tréveris en agosto de 1844, un sacerdote de Silesia, Joseph Ronge († 1887), organizó un movimiento disidente denominado «catolicismo alemán» (Deutschkatholizismus)[12]. Ronge viajó como un príncipe por Alemania, y reunió en torno a sí un considerable número de personas[13]; pero el movimiento del «catolicismo alemán» era en el fondo un movimiento de carácter puramente político, que se camuflaba, entre otras razones, por burlar la censura tras de un lenguaje de religiosidad «ilustrada». A raíz de la transformación política de 1848, los «católicos alemanes» se separaron de la Iglesia, con excepción de las comunidades de Sajonia, y se autodenominaron «movimiento religioso libre». El «catolicismo alemán» había muerto.

b) Más importante que estos fenómenos relativamente pasajeros es el hecho de que, en Alemania, confesionalmente dividida y mezclada, la vida religiosa se desarrollase mucho mejor que en Francia y en Italia, naciones enteramente católicas, aunque en ellas la formación del clero no era tan esmerada. En Francia e Italia hay que añadir además la oposición de los círculos eclesiásticos al movimiento nacional y social, y con respecto a Alemania, el estimulante del protestantismo.

c) En Italia, como hemos visto, bajo los pontificados de Gregorio XVI y de Pío IX sobrevino la reacción, demasiado violenta, del gobierno pontificio contra la nueva cultura. Mientras el clero poseyó el poder político, muchas personas acudían a la Iglesia por razones económicas o sociales. Al desaparecer las ventajas materiales se puso de manifiesto su débil vinculación a la Iglesia, que, desgraciadamente, se opuso no solamente a las exageraciones, sino que rechazó en bloque la misma esencia del movimiento nacional[14]. La lucha radical provocó por reacción una hostilidad radical, que se refugió en las sociedades secretas. De esta forma la victoria del nacionalismo arrollador fue una victoria contra la Iglesia. Los elementos liberales se hicieron dueños del movimiento nacional. El triunfo de los piamonteses estuvo acompañado con la supresión de las Ordenes religiosas y la confiscación de los bienes eclesiásticos: surgió así un agudo anticlericalismo y el clero se vio en la imposibilidad de formarse suficientemente. Esta última deficiencia fue agravada también por el número desmesurado de seminarios, en los que el deseo de formación era tan escaso como la posibilidad: había docenas de seminarios con dos o tres profesores debido al elevado número de diócesis. León XIII y Pío X mejoraron en parte la situación, creando seminarios centrales en el norte de Italia; Pío XI tomó también parte muy activa en este asunto.

d) En Francia, el clero se aferró demasiado al recuerdo de los tiempos anteriores a la revolución. La restauración había triunfado de forma unilateral y el catolicismo se había vuelto legitimista. Por eso la república cayó en manos del liberalismo, del socialismo y de los judíos, oposición que trajo consigo a principios del siglo XX (1905) la separación hostil entre Estado e Iglesia. El clero falló también en el campo social. En contraste con el brillante ejemplo de caridad social dado por el seglar Federico Ozanam, el clero no se dio cuenta de la necesidad del apostolado social. Los curas se quedaban en la sacristía o a lo sumo frecuentaban los salones de palacio. Por esta razón, el pueblo de un mundo en vías de industrialización siguió sus propios caminos. Los resultados de todo esto aparecieron en el cruce de ambos siglos: el ateísmo y la indiferencia religiosa han sido en todos los estratos franceses, incluido el campesinado, mucho más extensos que en ninguno de los territorios católicos de Alemania.

Hemos de hacer aquí, sin embargo, una importante restricción: Francia posee una capacidad de piedad heroico-mística muy superior a la de cualquier otro país. La mejor prueba la tenemos en la cosmopolita ciudad de París, en la cual, junto al amoralismo más fuerte (por ejemplo, en los lugares de diversión, que, por otra parte, apenas si los visitan más que los turistas), subsiste una amplia corriente de piedad mística con gran fuerza de atracción. Esta energía secreta tiene gran valor y, en muchos aspectos, un valor superior al de la vida común bien organizada. La prueba nos la están dando desde comienzo del siglo el clero y seglares cultos, que luchan sacrificadamente para reconquistar para la religión el alma del pueblo francés. En el terreno literario la «victoria»[15] sobre el liberalismo es mucho mayor en Francia que en ningún otro país. La propia teología, que hacia 1900 y durante un decenio más tarde vivía de los resultados y métodos alemanes, marcha ahora a la cabeza. Filósofos y teólogos católicos de primera fila son, entre otros: Réginald Garrigou-Lagrange († 1964), Ernest Hello, A. Sertillanges († 1948), Alfred Baudrillart, Pierre Battifol, Henri de Lubac, Ives Congar, Étienne Gilson, Jacques Maritain († 1973).

Centros de vida religiosa son el Centro de Pastoral Litúrgica de París, la Facultad Teológica de Le Saulchoir, junto a París (de los dominicos), la Facultad de los jesuitas de Lyon-Fourvières y Centre Sèvres. Las principales revistas: «Maison-Dieu», «Revue Thomiste», «Recherches des Sciences Religieuses», «Revue Biblique».

Y, por último, ha sido en Francia donde la pastoral ha descubierto uno de sus principales objetivos: el mundo del trabajo. Tras un intento enérgico de los arzobispos Baudrillart y Verdier por reconciliar con la Iglesia a los medios descristianizados de los suburbios de París («les chantiers du Cardinal»), su sucesor, el eminente cardenal Emmanuel Célestin Suhard, inició la magnífica experiencia de los sacerdotes obreros. Los curas compartían la vida obrera en las fábricas, en los talleres, en las minas y pretendían dar testimonio de Jesucristo con su misma existencia en aquel ambiente radicalmente anticristiano, antieclesiástico y antirreligioso. No debe extrañarnos que semejante intento encerrara riesgos y hasta pérdidas. La prohibición de tal experiencia por parte de Pío XII y Juan XXIII concierne a la forma, no al núcleo en sí mismo. De uno u otro modo, el intento de animar con espíritu cristiano y desde dentro el medio proletario, tan alejado de la Iglesia y tan incapaz de comprenderla, es un intento que será necesario reemprender. Con un espíritu similar y de modo parecido (renunciando a la protección del claustro y compartiendo radicalmente las condiciones de vida de los pobres) trabajan en la cristianización de ese medio tan paganizado los «Petits frères de Jésus» y las «Petites soeurs de Jésus», fundados por el ex oficial Charles de Foucauld, convertido de vividor desenfrenado y explorador de Marruecos en viviente imagen de Francisco de Asís.

En diversas capas sociales se van formando círculos minoritarios selectos en los que aflora una doble referencia a la primacía de la gracia y a la Iglesia que la transmite. La Juventud Obrera cristiana descubre en una espiritualidad robusta y autónoma y en un apostolado responsable un ideal nuevo. Se reconoce la importancia de una nueva estructuración de la parroquia y se toman diferentes medidas para realizarlo. Se iniciaron en Bélgica y Francia (Cardijn, Suhard, Michonneau), pero la importancia del proyecto fue captada con diferente intensidad por todas partes y se fue plasmando en iniciativas creadoras a diversos niveles. El lamento de Pío XI había hecho impacto, despertando el sentido de responsabilidad. Se había reconocido la profunda verdad de su célebre frase: «El gran escándalo del siglo XIX fue perder a la clase obrera».

e) La evolución de los acontecimientos en Austria se vio condicionada todavía por las consecuencias del josefinismo. La expulsión de los austríacos de Italia con ayuda de los franceses creó una atmósfera nada favorable a la definición del Vaticano I. Fue denunciado el concordato por exigencias de la mayoría liberal del parlamento (1870)[16]. Y, al igual que en otros países, también en Austria fue aprovechado el movimiento nacionalista en contra de la Iglesia. El movimiento llamado Los-von-Rom (separémonos de Roma), que protegió y utilizó en beneficio propio el protestantismo, promovió una fuerte tendencia nacionalista-alemana, contra la que tuvo que defenderse el clero. Antes de 1898 se había pasado al protestantismo un número aproximado de 75.000 católicos, y a la Iglesia de los Viejos Católicos unos 20.000. El éxito se debió fundamentalmente a las instigaciones anticlericanas. f) Pérdidas incomparablemente mayores que las ocasionadas por estos movimientos organizados -pérdidas que afectan a las creencias de todas clases, lo mismo a los católicos que a los protestantes- son las acarreadas por las actitudes modernas en favor de la incredulidad: el liberalismo, el materialismo, el socialismo, el laicismo y el libertinaje, especialmente en las grandes ciudades modernas. Pero justamente la gran ciudad de Viena es uno de los centros en los que -en medio de una progresiva secularización general de la vida- anuncia el siglo XX un cambio radical de métodos pastorales, tanto en la orientación de lo político y lo religioso como en el sector práctico pastoral propiamente dicho.

Notas

[8] Es definitorio el modo oficial utilizado para este acto: «Oír misa con devoción», que traicionaba el espíritu genuino de la eucaristía.

[9] Por ejemplo, en Baviera, según el sentido del Edicto de religión de 1818 (cf. § 110,7), que no fue abolido, a pesar del ruego de los obispos en 1850.

[10] De todas formas, la auténtica ruptura, que lleva a la revitalización de los estudios a partir de la Sagrada Escritura, no se da hasta hace muy poco tiempo. Respecto del nuevo Catecismo alemán (1955), que en cierto sentido abre una nueva época, cf. § 125, II.

[11] En 1831 fue fundada en Würtemberg una «asociación anticelibataria», a la que pertenecían unos 200 sacerdotes; esta asociación fue prohibida por real decreto en 1832.

[12] En octubre de 1844 fue enviada una carta abierta al obispo Arnold, de Tréveris, protestando contra la exhibición de la Túnica Sagrada. Ronge fue excomulgado en 1854, y exigió después la convocatoria de una «asamblea nacional libre», que había de pronunciarse contra la jerarquía.

[13] Alrededor de 60.000 feligreses en 1847.

[14] Como medida particular, fue muy perjudicial para la Iglesia la prohibición del Vaticano de que los católicos italianos se presentaran a las elecciones o votaran en ellas. En 1918 prohibió el Vaticano el partido católico de Don Sturzo.

[15] «Victoria» en el sentido de que la literatura llamada religiosa ha llegado a conquistar un puesto de igual categoría que la profana.

[16] De todas formas, en cuestiones importantes, el concordato suponía un retroceso: los protestantes no tenían igualdad de derechos civiles. Los judíos padecían graves desventajas. En las negociaciones en torno a la denuncia del concordato tuvo la curia poca flexibilidad.

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