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III.- Leon XIII (1878-1903)

1. La tensión entre la cultura moderna y la Iglesia se había ido convirtiendo de modo creciente en uno de los signos de la época. Reconquistar la cultura o «el mundo» o, al menos, entablar con ellos un diálogo abierto: tal era la gran tarea, sin cuya solución le sería cada vez más difícil a la Iglesia cumplir su cometido. Durante largo tiempo pudo pensarse, y así lo indicaban numerosos acontecimientos, que lo que se pretendía era dar una solución puramente negativa mediante la ignorancia o la condenación del error, intentando únicamente conservar las antiguas condiciones de vida. Esta actitud no respondía al ser vivo de la Iglesia, aunque es notorio que sus miembros sucumben constantemente a esa tentación de la «inercia del poder». No pocas veces, y en muchos terrenos el transcurso de la historia, perjudicial desde su punto de vista, ha obligado a la Iglesia a cambiar de método. Pero semejante actitud pasiva y fundamentalmente pusilánime sólo ha podido darse en períodos siempre muy cortos. No ceder en nada esencial, pero condescender en todo lo demás: en esto consiste la sabiduría pedagógica de la educadora de los pueblos durante siglos, a pesar de toda esa rigidez con la que todavía chocamos. En este momento, a partir del último tercio del siglo XIX, el mundo en torno iba imponiendo un tratamiento positivo de los problemas mencionados.

El hombre que se dio perfecta cuenta de esto y que, al mismo tiempo, poseía la agilidad necesaria fue León XIII, cuya posición extraordinariamente fuerte en la Iglesia le ofrecía inmejorables condiciones para hacer una gran labor. No queremos decir que León XIII diera al timón un giro de ciento ochenta grados, ni siquiera que fuera totalmente coherente con sus nuevas intuiciones. En el problema, por ejemplo, de los Estados de la Iglesia se mostró tan intransigente como Pío IX. En sus excelentes encíclicas sobre el Estado cristiano (1881 a 1890) muestra, como veremos en seguida, una valoración nueva del Estado, pero, al mismo tiempo, se remite al Syllabus de Pío IX. En sus últimos años se pronunció en contra de la democracia (condena del americanismo, en 1901) y en contra de la libertad de la exégesis católica, que anteriormente (en 1881) tanto había fomentado. En estas actuaciones muestra León XIII una actitud bastante menos comprensiva, que se refleja en la fundación de la «Comisión Bíblica» (1901), cuya misión será vigilar la labor de los exegetas católicos. Pero, a pesar de todo, fue también el que aportó principios nuevos, de amplia repercusión. Ya su primera encíclica (1878) contenía el programa de reconciliar a la Iglesia con la cultura moderna.

2. Con tanta habilidad como tenacidad trabajó León XIII para centralizar más todavía el poder eclesiástico en el papado. La independencia de los obispos se vio muy limitada por las intervenciones directas del pontífice. En este aspecto hay un hecho de extraordinaria importancia: los nuncios fueron convertidos en representantes del papa ante el episcopado de cada país.

3. León XIII era un gran observador de la vida tal como ésta se desarrolla realmente; era un hombre lleno de vigor interior, que ni siquiera en edad avanzada dejó de interesarse por los problemas que iban surgiendo en forma tan plural y tan insólita y la nueva realidad que le planteaban. Esta virtud le libró del doctrinarismo estrecho de la formación sacerdotal de aquella época y le puso en vías de resolver las tareas que se le planteaban.

Llegó al pontificado con un programa elaborado, pensado y probado durante mucho tiempo, ya que al acceder a la Sede de Pedro tenía sesenta y nueve años; anteriormente había sido legado pontificio en el Benevento, nuncio en Bruselas, arzobispo de Perusa, 1846-1878. Como obispo había mostrado ya una gran comprensión para las necesidades sociales y gran habilidad asimismo para darles una solución de amplias miras, creando cooperativas agrícolas, cajas de ahorro e instituciones de vacunación contra la viruela. Ya entonces había tratado en diversas pastorales de liberar a la Iglesia de una actitud exageradamente contraria a la cultura moderna. Anteriormente, siendo nuncio en Bruselas, había estudiado los problemas sociales en Bélgica, con gran desarrollo económico, y había hecho breves viajes a Londres y por el Rin (donde admiró la labor del arzobispo Von Geissel, de Colonia).

Dentro de la Escolástica de entonces sentía gran predilección por la teología de santo Tomás de Aquino, aunque trataba de mantenerse independiente. Sentía verdadera necesidad de comprender y guiar la vida entera partiendo de una base unitaria. Y esta base la encontró en la doctrina del Aquinate, que constituye una síntesis no superada de la doctrina de lo sobrenatural, pero con total libertad y derechos para lo natural y, por lo mismo, para lo político y lo económico, sin que gocen por este hecho de autonomía. No fue León XIII una figura verdaderamente creadora en el campo del pensamiento, pero tuvo la aguda intuición de aplicar las doctrinas del tomismo al momento presente y hacerlas enormemente fecundas en todos los órdenes. El gran progreso que representan sus encíclicas, tan estimadas en el mundo entero, consiste en que en ellas reconoce León XIII, cada vez en forma más clara, la naturaleza independiente del Estado y la cultura ante la Iglesia. Esta fue realmente la base de toda su obra.

4. León XIII tomó posición frente a un número extraordinariamente grande de problemas del presente. Particularmente importantes son sus declaraciones sobre cuestiones fundamentales: «fe y ciencia», «Iglesia y Estado» y, sobre todo, «Iglesia y sociedad», tema de la conocida encíclica Rerum novarum, de 1891, sobre el problema social de los trabajadores, encíclica que habría de ser completada y desarrollada más tarde por Pío XI y Juan XXIII[3].

Hacía mucho tiempo que se necesitaban palabras como las de León XIII. Pero ahora resultaba (y resulta todavía) confortadora la franqueza con que el papa declara que ni la jerarquía ni el Estado solos pueden resolver las graves dificultades del mundo moderno. Unidos ambos en una libre sociedad en la que también participen los obreros podrán realizar esa gigantesca obra.

Es altamente significativa la confianza triunfal en la fuerza interna de la verdad de que está poseído León XIII. La prueba más impresionante la encontramos, sin duda, en la trascendental apertura de los archivos vaticanos a los investigadores de todos los credos y naciones y sus sensatas declaraciones sobre los derechos y los deberes del historiador: «No decir nada que no sea verdadero; no callar nada que sea verdadero», ni siquiera cuando el resultado de la investigación afecte negativamente a la Iglesia y al pontificado. «Los hombres de ciencia han de tener tiempo para trabajar y hasta para cometer errores. En el momento oportuno, cuando haga falta, vendrá la Iglesia a reconducirlos al buen camino».

5. Otra de las grandes aspiraciones de León XIII, que confirma la amplitud universalista de sus concepciones eclesiales, era la reconquista de la unidad de las Iglesias separadas. A pesar de no obtener ningún éxito en este punto, León XIII había planteado el problema de una manera nueva, lo mismo ante los anglicanos (lord Halifax, 1839-1934) que ante los orientales. Desde entonces ese problema siguió estando en el orden del día. Su comprensión por la independencia de otros valores le llevó, al menos, a no exigir en adelante que las Iglesias orientales en comunión con Roma se adaptaran a los ritos latinos, elogiando más bien su praecellentia.

6. Ya a partir de la encíclica Mirari vos (1832), de Gregorio XVI, y del Syllabus de Pío IX (1864) desplegaron los papas una actividad magisterial en forma desconocida hasta entonces en la historia, sin que entremos ahora en su contenido u orientación.

Con las numerosas encíclicas de León XIII, que tratan tantos temas importantes, este ejercicio del magisterio alcanza una plenitud y un poder orientador hasta entonces desconocido. Los papas que le sucedieron, cuya altura no tiene igual en toda la historia de la Iglesia, siguen desarrollando este ejercicio magisterial, que alcanza su punto culminante en la cantidad inmensa de discursos y encíclicas de Pío XII, que despertaron una atención cada vez mayor en el mundo secular.

Esto no quiere decir que la línea fundamental señalada por León XIII llegara a imponerse sin rupturas. Las importantes discusiones de carácter doctrinal surgidas bajo el pontificado de Pío X (el modernismo) nos llevan necesariamente en otra dirección. Pero la orientación básica que arranca en León XIII seguirá desarrollándose en el tratamiento progresivo que se dé a otros problemas centrales, como el de la liturgia. León XIII -y esto era, en último término, el punto decisivo- había impreso un nuevo estilo en la mentalidad y usos de la curia pontificia: el modo de anunciar la verdad, que hasta entonces había tenido con frecuencia un estilo condenatorio y preferentemente negativo, había tomado el camino del diálogo con el mundo. Lo que eso ha significado podemos comprenderlo hoy después del Vaticano II, al desembocar ese camino en la disposición a comprender la Iglesia y el pontificado como diálogo entre la cristiandad entera como una diaconía pastoral con los hermanos cristianos y con el mundo entero.

Notas

[3] Cf. § 116, II, 2.

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