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IV.- La Ilustracion en Alemania

1. También en Alemania -mejor diríamos, precisamente en Alemania- es donde el fenómeno de la Ilustración tuvo formas y significados muy diversos. La configuración plena del sistema, que llevará a su ruptura con la revelación, había de discurrir por variados caminos y de manera lenta. Siguen ligados a esta evolución -y también en formas diferentes- un conjunto considerable de elementos piadosos que en su mayor parte van reduciendo la religión objetiva a mera religiosidad.

En Alemania alcanzó la Ilustración una influencia universal debido a la tolerancia del escéptico Federico II (1740-1786). La actitud del gran rey de Prusia, aun cuando siempre manifestara personalmente comprensión hacia la fe de sus súbditos en la Iglesia y en la revelación, tuvo nefastas consecuencias. La Ilustración emanaba del poder casi omnipotente que tenía el Estado para Federico II.

La apostasía de gran parte de la teología protestante respecto a una revelación y una Iglesia aceptadas como norma pone de manifiesto las consecuencias de la ruptura con la tradición de la Iglesia antigua y medieval y la fuerza destructora que esa ruptura significa.

2. En este punto resulta oportuno, a modo de resumen, describir únicamente el influjo ejercido por la evolución filosófico-literaria. La figura de Immanuel Kant (1724-1804) es aquí decisiva. El significado de Kant para la historia de la religión revelada y, con ello, para la historia de la Iglesia es doble: a) uno negativo-destructor (de mayor peso) y b) otro positivo.

a) Significado negativo: Es verdad que en el pensamiento de Kant hay elementos que le acercan al realismo filosófico más de lo que los kantianos quieren reconocer. Pero es sobre todo su aguda crítica de la teoría del conocimiento favorable al agnosticismo la que ha tenido mayores consecuencias. Y esta crítica ha marcado profundísimamente y de maneras extraordinariamente complejas el siglo XIX y toda la época posterior hasta nuestros días. Además, Kant es racionalista; la religión cristiana revelada no tiene, por tanto, cabida en su sistema. Las Iglesias visibles poseen y enseñan una moralidad mezclada con elementos meramente históricos. Por ello han de ser sustituidas paulatinamente por una «fe religiosa pura». En resumen: Kant no pasa del moralismo. Pero el hecho de que un sistema como el suyo, dotado con tal riqueza mental que durante más de un siglo arrastró tras sí a casi toda la vida espiritual de Europa y que sigue hoy vigente como uno de los fundamentos ineludibles del pensamiento crítico, permaneciese extraño al cristianismo provocó un daño tremendo. Al ser lo cristiano ajeno a la cumbre de la moderna filosofía, la propia modernidad también lo era. Kant había puesto al frente de su obra el siguiente lema: Sapere aude: ¡atrévete a pensar! Es evidente que los católicos no supieron reaccionar ante esta laudable invitación a la madurez espiritual con la audacia que el caso hubiera requerido. La gran obra de Kant no encontró una respuesta del mismo nivel procedente del espíritu de la revelación.

Por otra parte, sigue en pie la incitante cuestión de determinar si no es verdad que Kant dejó al individuo, y al pensamiento en general, sin la base de sustentación que le habría permitido realizar la tarea planteada sin un resultado catastrófico. La reducción drástica del pensamiento a una crítica del conocimiento no deja, como contrapartida adecuada, espacio suficiente para una concepción plena de la vida. Es una visión optimista, decididamente terrena e inmanente, de la vida, en la que apenas queda espacio para la profundidad metafísica de la existencia.

La crítica de las pruebas tradicionales de la existencia de Dios -es decir, la demostración de que no son concluyentes- ocupa un puesto especial en el sistema filosófico de Kant y hasta diríamos que el primero por la huella que dejó tras de sí. La simple lógica del sano entendimiento humano dedujo con razón que, si no había pruebas para un hecho tan fundamental como la existencia de Dios -o que las aportadas no eran contundentes-, Dios se convierte en una afirmación no demostrada y, por tanto, vacía de contenido. Por esta vía indirecta, Kant, que personalmente era creyente, fomentó de manera esencial la incredulidad moderna.

Al hacer la contracrítica a la crítica kantiana de las pruebas de la existencia de Dios es preciso observar que Kant no conocía esas pruebas en su forma original, como las había formulado, por ejemplo, santo Tomás (§ 59), cuya idea fundamental era la jerarquía de los entes. Sólo las conocía en su forma impugnable, tal como habían sido transmitidas por Suárez, a través de Leibniz y Wolff († 1754).

b) Significado positivo: El racionalismo de Kant pone de manifiesto la imposibilidad científica de la superficial religiosidad de la Ilustración. Presenta la idea de Dios como una exigencia moral del espíritu humano. En otras palabras: Kant subraya y pone en evidencia lo que el mundo religioso tiene de peculiar e irreductible. Como representante del idealismo, cree en la existencia del mundo espiritual y lo defiende con todas sus fuerzas como algo que está por encima de la materia. Esta aportación es merecedora del agradecimiento de todos los creyentes. Dentro del creciente y devorador materialismo del siglo XIX, Kant es partidario de una concepción idealista de la vida, y en este sentido, aunque de forma indirecta, es un aliado de la Iglesia. Es verdad que con esto no queda aclarado lo dicho sobre Kant al principio de este apartado. Participó de la incapacidad del siglo XVIII para comprender siquiera de alguna manera los verdaderos valores de la Edad Media, de la Iglesia y del cristianismo en general. Y, por tratarse de un espíritu de su talla, destacan más sus grotescos juicios y equivocadas valoraciones.

3. Los clásicos alemanes, que merced al genio de Goethe constituyen un elemento importantísimo de la historia universal del espíritu, están en conjunto muy lejos del cristianismo. No encontramos entre ellos ni uno solo cuyas obras acusen la impronta de los principios, las perspectivas, las actitudes y la problemática del catolicismo (sólo Grillparzer es católico). Tampoco hallamos entre ellos ningún creyente protestante. La constatación de este hecho, y también sus consecuencias, constituye uno de los fenómenos fundamentales de la historia de la Iglesia en la Alemania de la Edad Moderna. La gravedad de esta situación apenas se ve mitigada por la existencia de ideas y aun profesiones de fe que, desde un punto de vista formal, son profundamente cristianas y en algunos puntos muestran una comprensión hacia el catolicismo. La edad de oro del clasicismo alemán es acristiana, acatólica, se basa completamente en la fe humanitaria en el sujeto libre, incluso moral-mente (se trata de un planteamiento contrario a la propia Reforma). La enorme riqueza espiritual de este período clásico ha hecho de él uno de los fundamentos de la nación alemana. La situación aumentó su dificultad para el cristianismo católico por arrastrar el peso de los problemas surgidos de la división confesional.

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