conoZe.com » Historia de la Iglesia » Historia de la Iglesia » III.- Edad Moderna: La Iglesia frente a la Cultura Autónoma » Primera época.- Fidelidad a la Revelacion Desde 1450 Hasta la Ilustracion » Período primero.- (1450-1517) los Fundamentos: Renacimiento y Humanismo

§77.- Escisiones Religiosas - Reacciones

1. Una demostración palpable de la confusión reinante en la vida religiosa de aquella época fueron las tendencias heréticas y sectarias que se desencadenaron. Estos movimientos constituyeron el núcleo de una religiosidad auténtica, latente bajo el «exteriorismo» a que nos hemos referido, pero también fueron preanuncios y síntomas de la violenta revolución inminente, indispensables, por tanto, para comprender adecuadamente la Reforma. Sin tal pureza religiosa, la llamada de Lutero al rigorismo religioso no hubiera podido hallar el eco que efectivamente encontró; y sin tal rigorismo tampoco habría tenido éxito su llamada a la ruptura.

2. Las manifestaciones de que ahora nos vamos a ocupar[30] no llegaron a constituir agrupaciones propiamente dichas, sino fueron más bien corrientes de espiritualidad. El núcleo de todas ellas fue en todas partes el descontento ante la situación y los defectos existentes en la Iglesia, el Estado y la sociedad. Tal descontento confluyó con la vieja exigencia que pedía el retorno a la Iglesia sencilla y pobre de los tiempos apostólicos. Ya hemos visto que desde mucho tiempo atrás se venía formulando esta exigencia a los prelados y a la curia romana. En no pocas ocasiones se llegó a afirmar que la pobreza de la vida apostólica era condición previa para ejercer la autoridad en la Iglesia. Tal fue el pensamiento de algunas fuertes tendencias surgidas de un concepto harto espiritualista de la Iglesia (se ve claro, por ejemplo, en Wiclef, como también en los relatos sobre los «flagelantes voluntarios»). Este descontento se tornó más explosivo a raíz de las extraordinarias y fuertes tensiones sociales, hasta el punto de provocar una revolución religiosa contra las riquezas de la Iglesia. (En Alemania, la Iglesia poseía casi un tercio de la propiedad territorial). Fue precisamente esta conjunción del descontento religioso-eclesiástico con el descontento político-social lo que agudizó la crisis en este período, haciéndolo extremadamente peligroso (muchas veces incluso en lugares en que propiamente no hubo adherencias heréticas).

3. Estos movimientos sacaron su fuerza religiosa de la Biblia. Contrariamente a lo ocurrido hasta entonces, la lectura de la Biblia se difundió enormemente (a consecuencia de la aparición de la imprenta: primera impresión de la Biblia en 1452), Pero también se puso de manifiesto la peligrosidad que paradójicamente encierra tal lectura en determinadas circunstancias. La Biblia, en el Nuevo Testamento, predica y alaba la pobreza. Pero la Iglesia medieval, al comenzar a dedicarse a la cultura, como se echó de ver claramente a principios de la Edad Moderna, había ido alejándose de la pobreza e inclinándose a la riqueza. La estructura de la jerarquía y de la sociedad regida por ella había dado origen a una escala social en la que llegaron a darse diferencias antagónicas. Los desheredados de la fortuna opusieron a esta situación las palabras bíblicas sobre la pobreza, a las que se unió la idea del Estado natural (Hans Böhm, el gaitero de Niklashaus, en 1476). Se exigió pobreza e igualdad, punto de arranque de un verdadero socialismo (que bien podría calificarse de cristiano).

Tendencias de este tipo tuvieron su expresión revolucionaria en los diversos levantamientos de los campesinos, que comenzaron en 1491 y fueron siempre aplastados cruentamente (Bundschuh -«La sandalia»-, el «Pobre Conrado», la Guerra de los campesinos). Desde el punto de vista histórico-eclesiástico, la significación más honda de estos movimientos radica en el hecho de que predispusieron la psicología popular a aceptar las críticas de Lutero tanto contra la jerarquía eclesiástica como contra las diversas manifestaciones de «mammonismo» eclesiástico (indulgencias, provisión de cargos). También, más tarde, favorecieron la aceptación de la doctrina de Lutero sobre la libertad del cristiano, en el marco de la cual habrían de cobrar una peligrosa significación incluso ideas cristianas conservadoras, como lo demostró el posterior desarrollo de los acontecimientos.

4. Este descontento radical, tan ampliamente extendido, se alió con una visión terrorífica y a la par esperanzada del futuro. Ideas apocalípticas tales como la expectativa del castigo merecido o del fin del mundo, la vuelta de Cristo para el juicio final e incluso la idea del milenio fueron por esta época extraordinariamente frecuentes y predilectas, no sin apoyo en algunos pasajes de la Biblia (evangelios y Apocalipsis). En la baja Edad Media[31] la apocalíptica llegó a convertirse en una verdadera «epidemia espiritual». Se centró, al menos en parte, en la idea del anticristo, una idea ya muchas veces utilizada como arma de ataque en la lucha entre el Papado y el Imperio. Esta idea penetró en la conciencia popular gracias a la imprenta, con la reedición de las viejas profecías y la publicación de las comedias del anticristo (el campesino bohemio Johannes Saaz, † 1414).

5. En el desarrollo de la vida religiosa a partir del 1300 aparecieron reiterados movimientos que pretendían minimizar la significación de la Iglesia visible, considerándola no decisiva para la predicación cristiana. Fueron concepciones espiritualistas, de una piedad interior y unilateral. Encontramos sus huellas por doquier. El descontento frente a la Iglesia visible y efectiva, con su prepotencia, con sus riquezas, su mundanización y su actividad política, impulsó también ahora en la misma dirección. Es a todas luces evidente que en todo esto se trataba de exigencias legítimas y ortodoxas de una religiosidad insatisfecha. Estos mismos movimientos se vieron apoyados por las tendencias del desarrollo cultural general de la época: los afanes individualistas del Humanismo, los elementos tanto auténticos como inauténticos de la mística moderna, el aprovechamiento de las obras de los antiguos místicos, ahora accesibles a todos gracias a la imprenta, y, naturalmente, la crítica justificada, pero también desbordada, contra el clero.

6. Todos estos fenómenos, como ya hemos indicado anteriormente, no se dieron clara y distintamente al margen de la vida eclesiástica ortodoxa. La multiplicación desmedida (en sentido también cuantitativo) de las devociones de todo tipo en la oración, el canto, la construcción de iglesias, las peregrinaciones, las indulgencias, las fundaciones y otras cosas semejantes (§ 70) a lo largo del siglo XV constituyó, precisamente por su enardecimiento, un claro peligro. Tal incremento favoreció directamente las posibilidades de asentamiento de las tendencias insanas y heréticas. En una palabra: la disposición de las fuerzas cristianas puede decirse que guardaba un equilibrio sumamente precario. Había muchos elementos desgarrados; la herencia aparecía insegura y amenazada.

7. Un clima semejante estaba pidiendo a gritos la aparición de profetas que anunciaran la cólera de Dios, predicaran una penitencia capaz de contrarrestar la ruina y reclamaran la conversión. Y tales profetas tomaron la palabra, se hicieron oír en los sermones penitenciales del siglo XV (§ 68, 2).

La lucha contra la descomposición dominante se expresó, como encarnada en un símbolo y resumida en una predicación apocalíptica de castigo, en la persona del fraile dominico Jerónimo Savonarola (nacido en 1452 y muerto en la hoguera en 1499), prior del convento de San Marcos de Florencia. Su figura, aureolada por el trágico final de un gran hombre, ha quedado impresa de forma imborrable en el recuerdo de la humanidad.

Savonarola tuvo, bajo muchos aspectos, una importancia fundamental para la historia de la Iglesia y, en especial, para su Edad Moderna.

a) El escenario fue la Florencia del tiempo de máximo delirio renacentista (1490-1499), la Florencia que antes y durante la victoriosa expedición de Carlos VIII de Francia por Italia luchó por liberarse de la tiranía de los Médici. En este medio (Ferrara, Florencia) vivía la familia de los Savonarola desde generaciones, constituyendo un modelo de auténtica vida moral y religiosa. La formación de Jerónimo no pudo por menos de ser humanista, pero lo que en él echó raíces procedió de Tomás de Aquino, el «gigante», a quien él leyó asiduamente y ante quien siempre se consideró una nada. A esto hay que añadir su extraordinario conocimiento de la Sagrada Escritura.

b) Lo más importante fue su fe enérgica, incluso heroica; su religiosidad pura, intachable; su elevadísima seriedad penitencial, y su severa ascética. Su fuente principal: los profetas del Antiguo Testamento. El germen de su labor: su conciencia religiosa de haber sido enviado por Dios como profeta. Esta conciencia de profeta lo convirtió en un arrollador y apocalíptico predicador penitencial a favor de la necesaria reforma eclesiástica según el modelo de la Iglesia apostólica, de la cual añoraba su plena fe y perfecto amor, y en contra del espíritu pagano renacentista y de la entrega de la curia romana en particular a ese mismo espíritu.

Su predicación se dirigió contra una época desquiciada en el aspecto moral, en la que la venganza se consideraba como un derecho, el bandolerismo como una costumbre y la violencia y el envenenamiento como un medio normal de hacerse con el poder ansiado. Tan desolado pareció este mundo al joven estudiante, que casi llegó a constituir para él una tentación de fe. Pero él contestó con la invocación al Señor: «¡Hiere mi corazón con tu amor para que te encuentre!».

c) Su tremenda predicación como prior de San Marcos estuvo fuertemente condicionada por el acontecer nacional. Italia, Roma y Florencia fueron apostrofadas insistentemente. Cuando hablaba de Roma, la «Babilonia», se refería precisamente a la Iglesia y, más concretamente, al clero, como también a la multiplicación de sus misas («¡Ojalá hubiera escasez de ellas!»). En sus muchas y acerbas críticas hizo responsables de «esta borrasca», de «esta calamidad», a los monjes y prelados. Textualmente: «La cabeza está enferma. ¡Pobre de este cuerpo!».

El contenido general de su predicación se resumió en estos tres puntos: 1) la Iglesia tiene que ser necesariamente castigada; 2) y renovada por este medio; 3) y esto sucederá pronto. Se advierten en seguida las resonancias de temas antiguos (Joaquín de Fiore) y modernos. Ellas son las que explican, dada la fuerza de irradiación de personalidad tan descollante, sus poderosos efectos.

d) Savonarola fue un gran hombre de oración y un místico, un escritor ascético extraordinariamente valioso, un temperamento heroico en su lucha por la Iglesia y por la libertad de la conciencia cristiana. Tal vez en la virtud de la humildad no llegó a ese grado de heroísmo que hace renunciar por entero a los propios deseos. Pero sí se dio en él esa humildad del profeta que se indica en Jn 3,30 («Conviene que él crezca y yo disminuya»). El mismo dijo claramente que no le justificaban ni su misión ni los conocimientos que le habían sido concedidos. Y, en fin, tampoco su insistencia en las exigencias proféticas degeneró nunca en instintos de protesta.

e) La tarea inmediata que se le encomendó a Savonarola fue la dirección de su convento. Pero dicha tarea estuvo estrechamente rela cionada con su obra de reforma general de la Iglesia y, especialmente, del clero, al que censuró duramente. En su convento pretendió Savonarola restaurar la antigua disciplina. De ahí que promoviese la creación de una congregación de observancia. Aquí, en este punto decisivo, es donde la oposición de la curia concentró sus fuerzas, no para fomentar la reforma, sino precisamente para impedirla y contrarrestar así la influencia del fraile. Savonarola había atacado sin miramientos al papa Alejandro VI, elegido simoníacamente. Esta crítica chocó con la resistencia del pontífice, que prohibió al fraile la predicación. Se trató de que su convento reformado retornase a la regla menos estricta. La obra entera de la vida del profeta se vio amenazada. Savonarola se negó, remitiéndose al mandato superior de Dios. Sus enemigos políticos se unieron a sus enemigos eclesiásticos. El partido de sus rivales promovió un precipitado juicio de Dios para soliviantar al populacho (no al «pueblo»). El profeta fue encarcelado y por medio de horribles torturas le arrancaron confesiones ambiguas, que fueron luego todavía falsificadas, y le condenaron a muerte por hereje, cismático y defensor de novedades corruptoras. Sin embargo, el fraile se mantuvo firme en su palabra: «He hablado así porque así lo ha querido Dios».

En su martirio físico y psíquico en la prisión y delante de sus infames adversarios reconoció y confesó la mano de Dios que pesaba sobre él. Con las conmovedoras palabras del salmo Miserere en su boca pidió al Padre de las misericordias el perdón de sus pecados. Anunció «el aniquilamiento radical de sí mismo en la inmensidad de Dios» y expresó «una petición amorosa de renacimiento para todo el cuerpo vivo de la Iglesia» (Mario Ferrara).

Tras habérseles proporcionado a él y a sus dos compañeros la confesión y la comunión (Savonarola se la administró a sí mismo), fue degradado conforme al rito tradicional y «separado de la Iglesia militante». Después fue ahorcado, su cadáver quemado y sus cenizas arrojadas al Arno.

f ) Savonarola personificó un modelo impresionante de predicación apocalíptica, siempre estremecedora, pero que no en todo momento ha tenido éxito. En él se pusieron de manifiesto los agudos contrastes de la época renacentista: abusos generalizados en la Iglesia, graves maldades en el pontificado, lucha despiadada en el monacato entre observantes y laxos. Pero aunque se estuvo al borde mismo de la ruina, los valores religiosos superiores no se habían agotado. El caso de Savonarola obligó más que nada a tener presente la diferencia esencial que existe en la Iglesia entre el cargo y la persona que lo ocupa. La lucha del propio Savonarola fue un ejemplo vivo del problema capital de catolicismo en la Edad Moderna: delimitar correctamente la ¡relación que ha de existir entre el ministerio - la jerarquía- y el individuo, entre la Iglesia y la conciencia individual.

g) Ciertamente, Savonarola, que se enfrentó al papa, queda disculpado por las opiniones de aquel tiempo sobre la excomunión y por la elección simoníaca del pontífice. Pero este problema sólo logra una solución satisfactoria cuando se le contempla a la luz del caso de santa Juana de Arco, ocurrido también en el mismo siglo. También ésta declaró que, llegado el caso, antepondría las indicaciones de sus «voces» a las del papa y que renunciaría a la misa de Pascua y a un entierro cristiano antes que obrar contra su conciencia y contra sus «voces». Esta postura ha sido reconocida por la Iglesia como católica al elevar a los altares a Juana de Arco. El caso de Savonarola es similar, aunque no idéntico: Savonarola 1) fue clérigo y 2) actuó positivamente contra la excomunión, aunque la excomunión fuese dictada por razones políticas y, además, por obra de un libertino sentado en el trono pontificio.

No cabe duda de que Savonarola no sólo permaneció dentro del seno de la Iglesia, sino que vivió de ella. El fundamento de su obra fue su catolicismo íntegro, pleno de evangelio. Su recitación del Miserere ante los terribles verdugos y su solemne confesión de fe antes de recibir el viático fueron buena prueba de ello. El haberle llamado precursor de la Reforma ha sido un grave malentendido. Lo cual no excluye que el aspecto revolucionario de su acción y predicación haya podido dar a muchos la impresión de legitimar un concepto de obediencia realmente revolucionario, como el que muy pronto habría de sostener Lutero. Y también hay que tener en cuenta que Savonarola, tanto en su crítica contra el papa Borja y contra la curia y muchas de sus concepciones fundamentales (visión jurídica de la potestas, simonía; mundanización), como en sus exigencias positivas (penitencia; Sagrada Escritura; libertad de la conciencia cristiana), sostuvo unas ideas que volveremos a encontrar en el centro de interés de los reformadores.

La personalidad y el trágico fin de este gran religioso, vistos en el marco de su disputa con un hombre como Alejandro VI, son un elemento profundamente iluminador de la monstruosa confusión en que había caído la Iglesia. Sus palabras: «Roma, te hundirás», ¿habrían de cumplirse?

Notas

[30] Los husitas constituyen una excepción (§ 67). Muy pronto declararon sus simpatías por Lutero.

[31] Como precedentes en la alta Edad Media pueden señalarse algunos elementos de los cátaros, albigenses, valdenses y, sobre todo, de Joaquín de Fiore (§§ 56 y 62) y los fraticelli (§ 58). A éstos se han de añadir en la baja Edad Media los taboritas y los hermanos de Bohemia (§ 67)

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