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II.- Movimientos de Pobreza

1. San Bernardo no entró en el convento de Cluny porque ya no respondía a los ideales ascéticos de la Regla de san Benito. En su libro sobre la meditación había prevenido contra el poder y la riqueza de la Iglesia. Santa Hildegarda de Bingen había visto igualmente los peligros que aquí se escondían. Quejas parecidas (especialmente contra la curia y los prelados en general) llegaban también de los más diferentes países de la cristiandad.

Todo esto apunta, como ya hemos visto[26] más allá de toda crítica moralizante, a conceptos decisivos sobre la esencia de la Iglesia. La Iglesia jerárquico-monástica creía, por decirlo así, que el mundo estaba tan profunda y definitivamente convertido que ella misma parecía representar el reino de Dios (civitas Dei) y la Jerusalén celestial en la tierra. Ahora bien, a raíz del movimiento de renovación del siglo XII afloraron algunos grupos cristianos que no solamente no tenían acceso a aquellas formas de la Iglesia imperial y reformista, sino que consideraban insuficiente el «estado de perfección» monástico.

2. Parecidas consideraciones llevaron a un rico comerciante de Lyón, Pedro Valdés, a distribuir toda su fortuna entre los pobres (1173). Tomó como modelo el encargo del Señor en Mt 10,9ss y comenzó a llevar una vida apostólica y pobre como predicador ambulante de penitencia. Reunió a su alrededor hombres y mujeres del mismo pensar y los envió de dos en dos a predicar la penitencia[27]. En boca de los valdenses, el lema «¡Vuelta a la Iglesia pobre de los apóstoles!» tenía un sentido esencialmente religioso. La Sagrada Escritura era el todo para ellos (como descripción de la vida del redentor pobre; sobre todo con las advertencias de Cristo al joven rico: Mt 6,19.21); con ellos comenzó propiamente el gran movimiento bíblico laico del Medievo. El fervor de estos «pobres de Lyón» era bueno, ejemplarmente evangélico; en realidad se sentían enviados como ovejas en medio de lobos. Todo esto, sin embargo, constituía una peligrosa provocación para el mundo cristiano y, en primer lugar, para la jerarquía y las abadías.

a) Por desgracia, estos inflamados solían carecer de los necesarios conocimientos para la predicación. Esta les fue prohibida primeramente por el arzobispo de Lyón y luego por el Concilio de Letrán (1179).

Este choque entre los representantes de una «vida apostólica» carismática y los representantes del ministerio apostólico no dejó de tener su tragedia. Falsa interpretación y desconfianza por parte de la Iglesia, radicalismo y confusión por parte de los «pobres de Lyón», todo ello hizo que se desaprovechase la oportunidad de fecundarse mutuamente. Sucedió lo que en el transcurso de la historia de la Iglesia frecuentemente hemos tenido que lamentar: los incomprendidos se endurecieron en sus tendencias erróneas. (Esto no justifica en absoluto a aquellos que no acogieron con suficiente amor lo nuevo que estaba naciendo).

b) Las ideas de los valdenses fueron variadas y estuvieron confusamente mezcladas; diferían mucho según los distintos países y según sus diferentes etapas de evolución. Allí donde sus comunidades no estaban aún organizadas, continuaron largo tiempo participando en la vida de la Iglesia. Muchas veces no manifestaban su oposición a las ideas de la Iglesia con una exacta teoría (teológica), sino con su conducta concreta. Por ejemplo, en la práctica hacían depender la validez de los sacramentos de la dignidad del sacerdote que los administraba (como por lo demás hicieron antes los gregorianos).

Vistas en conjunto, sus ideas descansaban en un concepto espiritualizante (a veces espiritualista) de la Iglesia. Partiendo de sus principios, todos tendían a rechazar la sucesión apostólica de los obispos y también la vida monástica. Para ellos la vida apostólica y la llamada carismática era como una especie de sucesión, en la cual podían establecer una jerarquía de obispos, sacerdotes y diáconos. No faltaban siquiera influencias del ideal monástico[28]. No obstante, su actitud fundamental era inequívocamente laica.

La imagen es mucho más radical en las corrientes afines del norte de Italia, donde se impuso con más fuerza la influencia de los cátaros: negación del purgatorio, consiguiente rechazo de la oración por los difuntos y las misas por sus almas; rechazo del culto a los santos, de las indulgencias, del juramento, del servicio militar y de la pena de muerte (= ¡rechazo de la unión de la Iglesia con los poderes civiles!). Reducción de los sacramentos al bautismo, la eucaristía y la penitencia: preanuncio de futuros modelos heréticos de Iglesia.

He aquí por primera vez un movimiento que, en diverso grado, rechaza como tal la Iglesia encarnada en la historia y se remite a una Iglesia misteriosa, que estaría unida a los apóstoles por sucesión directa. 3. Como los valdenses no se preocuparon ni poco ni mucho de las prohibiciones, en el año 1184 fueron excomulgados por Lucio III. Con ello, naturalmente, no quedaba resuelto el problema. Inocencio III reconoció que también aquí había valores positivos importantes, y así intentó, y con éxito, que una parte del movimiento volviera otra vez al seno de la Iglesia. A pesar del estilo molesto de los agresivos predicadores ambulantes, Inocencio se mantuvo firme en la legitimidad y necesidad de la predicación, del anuncio, muy en contra del pernicioso silencio de clérigos, canonistas y monjes, «los perros mudos».

Mas el principal vencedor fue Francisco de Asís (§ 57), cuando dentro de la Iglesia realizó el ideal de la pobreza evangélica y de la predicación ambulante.

En Valdés y su movimiento vemos, por vez primera en el Medievo, que el laicado participó amplia e independientemente en la solución de los problemas religiosos del tiempo: he aquí otro y (como demuestra este intento herético) alarmante signo de un tiempo nuevo, que tratará de combatir el clericalismo característico de la Edad Media[29].

Notas

[26] Cf. el movimiento de los Pauperes Christi y los primeros predicadores ambulantes (§ 51); sobre Bernardo, cf. § 50.

[27] Valdés hizo que dos clérigos le tradujesen la Sagrada Escritura al provenzal.

[28] También entre los valdenses existieron los «perfectos»; emitían los clásicos votos, pero renunciaban al trabajo manual para dedicarse a la cura de almas.

[29] La evolución de la piedad seglar se manifiesta en paralelo con el despertar espiritual. Testimonio de ello es la poesía del siglo XII, que interpreta en sentido ultramundano algunos motivos eclesiásticos antiguos; también el coro de Naumburgo, que en lugar de las figuras de los santos tiene las figuras de los fundadores (§ 60,4c); y, en Francia, la segunda parte del Romance de la Rosa, que a pesar de su carácter alegórico tiene un fuerte sabor terreno-mundano, llegando a inculcar la satisfacción de los instintos. Además, una descarada desfiguración de los misterios cristianos.

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