conoZe.com » Historia de la Iglesia » Historia de la Iglesia » Introduccion » §2.- Articulacion de la Historia de la Iglesia

III.- Las Distintas Epocas

1. La Antigüedad cristiana, considerada globalmente, se caracteriza por el hecho de que el cristianismo se encontró durante esta época ante una civilización madura, altamente evolucionada y ya consolidada; una civilización crecida sin el cristianismo y antes de él, que en su conjunto le era extraña y continuó siéndolo: el antiguo paganismo del Mediterráneo.

a) Una consecuencia inmediata e igualmente importante de este hecho fue que en la Antigüedad el cristianismo estuvo primero y más que nada replegado sobre sí mismo. Por eso este período, por lo menos en su primera mitad, es ante todo el tiempo de la vida interna de la Iglesia, con predominio casi exclusivo de la actividad religiosa.

En este tiempo la Iglesia crea, sobre las bases establecidas en el período de su fundación (Jesús y sus apóstoles), las formas fundamentales de su propia vida interna (piedad, liturgia, constitución), asienta los criterios esenciales en lo que respecta al ámbito y las características de su patrimonio y de su actividad o misión (lucha contra el cristianismo judaico y contra la gnosis; escritos confesionales frente al Estado perseguidor; recopilación de los escritos del Nuevo Testamento; símbolo de la fe; controversias trinitarias y cristológicas) y da testimonio de la revelación de Cristo con la predicación, la vida y la definición de los dogmas.

b) Hacia el exterior, el cuadro es fundamentalmente distinto antes y después del año 313. Antes de esta fecha la Iglesia, en lo que respecta a su vida externa, se sitúa principalmente en posición defensiva; en las persecuciones ha de sostener una lucha sangrienta por su derecho a la existencia, al mismo tiempo que trata de definir de algún modo, por vía de ensayo, sus relaciones con la cultura. Los cristianos son una insignificante minoría. En cambio, a partir del 313, el cristianismo es libre y poco a poco se convierte en la religión del Estado; el representante del poder civil se hace cristiano. La actuación de la Iglesia se vuelve activa, asumiendo una iniciativa mayor en toda la línea de su vida externa. También afluyen a la Iglesia las «masas». La misma Iglesia estrecha sus lazos con el Estado y la cultura y se convierte en parte importante del «mundo». Las luchas espirituales, por el contrario, se trasladan al interior de la Iglesia y cobran mayor importancia, pero llevan en sí mismas huellas profundas del cambio de postura de la Iglesia respecto al Estado y la cultura (cuestiones trinitarias y cristológicas, concilios). La Antigüedad cristiana es la época del nacimiento de la Iglesia, de su primera actividad misionera y de la consolidación de su existencia frente al Estado y la herejía, así como de la fijación de su autointerpretación dogmática básica.

2. A diferencia de la Antigüedad cristiana, la Edad Media se caracteriza por el hecho de que la Iglesia «está ahí en primer plano», sin que se le oponga una cultura superior. Es ella la que crea una nueva cultura cristiano-eclesiástica5 y la lleva luego a su plena autonomía. Mas también la Iglesia participa en este cambio. Se puede afirmar que la Iglesia y los pueblos germánicos crecen juntos hasta formar, en una compenetración recíproca cada vez más íntima, esa realidad cristiana que llamamos Occidente cristiano medieval: Europa es cristiana desde sus raíces. Por efecto de una vida interna muy floreciente (monacato, liturgia, arte, teología, derecho y piedad popular), la Iglesia se dedica ahora con gran dinamismo al campo de la vida exterior: a) vuelve sus ojos hacia la cultura y la integra completamente en la vida cristiano-eclesiástica; b) pasan a primer plano los problemas de política eclesiástica, esto es, las cuestiones relativas a su constitución, así como los referentes a las relaciones entre Iglesia y Estado.

3. La Edad Moderna. Tras un cierto aislamiento de la vida cultural y espiritual dentro de una misma cristiandad, la vida cristiano-eclesiástica sucumbe en parte ante esa misma vida cultural que la Iglesia había contribuido a crear y que progresivamente se va separando de la Iglesia hasta contraponerse a ella: a) como no católica, b) como no cristiana, c) como no religiosa. El desencadenamiento de esta lucha tiene sus raíces profundas en la Edad Media, en determinadas actitudes de la jerarquía medieval (lucha con el Imperio por la idea hierocrática del papado), y su desarrollo en las tres etapas mencionadas llena la Edad Moderna.

Mas también aquí la vida interna de la Iglesia muestra una múltiple y en cierto modo maravillosa riqueza, aunque con dolorosos altibajos de fuerza y debilidad. Así, la Iglesia con sus propias fuerzas lleva a cabo una nueva reforma católica en el siglo XVI, ofrece al mundo el espectáculo del siglo de los santos durante el XVII y, pasado el XVIII, va acumulando fuerzas en el XIX para un nuevo florecimiento, del que hoy, pese a todos los peligros y en medio de enormes apostasías, podemos decir que comienza a apuntar en la vida interna de la Iglesia.

4. Muy diverso ha sido el grado y la forma en que han aceptado el cristianismo los hombres de las distintas épocas. Cada época, en efecto,[5] realiza su propio cometido con relativa perfección sólo por breve tiempo.

Para el mundo oriental y americano, nuestras categorías no son válidas sin una considerable modificación. En los países de misión el crecimiento depende también de muchas otras condiciones; generalmente, a la larga aparece gravado por la tensión entre la forma de la doctrina cristiana, de cuño europeo, y las antiguas civilizaciones indígenas, evolucionadas o primitivas, que eran y en su mayoría han seguido siendo extrañas a Occidente y a su intelectualismo.

5. La Iglesia ha de traer la redención a la humanidad. Por eso se siente la tentación de buscar su realización definitiva en la historia, identificándola con el triunfo de la Iglesia. Escritores más celosos que objetivos han pretendido una y otra vez descubrir y describir semejante triunfo. La historia analizada sin pasión nos remite espontáneamente a la auténtica profecía del evangelio: en este mundo jamás habrá una victoria definitiva (Jn 14,17; 15,18; 16,20; 18,36). La historia de la Iglesia es una sucesión constante de altibajos en la lucha de la verdad y santidad cristianas contra el error, la mentira y la maldad pecaminosa de dentro y de fuera. También la historia de la Iglesia revela como fundamento de la fe cristiana la teología de la cruz.

Notas

[5] A este estado de cosas se llegó paulatinamente; los siglos V, VI y VII fueron de transición, durante ellos la vida siguió por lo general las leyes de la antigua civilización romana

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