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La caja sucia

Con este título tan sugerente, "La caja sucia", la editorial La Esfera de los Libros ha publicado recientemente un curioso estudio elaborado por el sociólogo y periodista Lorenzo Díaz, en el que se pretende denunciar una vez más el fenómeno tan cacareado y a la vez tan poderoso de la telebasura. Trata de llegar Díaz a la clave y a las consecuencias últimas de esta nueva forma de hacer televisión en la que priman el escándalo fácil, el morbo, el sensacionalismo y la sensiblería, ya puesta de manifiesto por intelectuales y espectadores desde hace tiempo.

Hay datos significativos en el estudio. Por ejemplo, se resalta que muchos de los engendros de la telebasura alcanzan audiencias muy superiores a cualquier programa cultural, e incluso a los informativos. Diariamente, más de 15 millones de teleespectadores se apuntan a este género. Y lo más alarmante de todo es que casi un millón de ellos son menores de edad. La cosa no sería demasiado preocupante si se tratara sólo de mensajes frívolos e intranscendentes que sirven para matar el tiempo restándolo a otras ocupaciones, como leer, conversar o formarse. El verdadero problema estriba en que tales programas crean estilos de vida, concepciones del mundo, y respuestas ante la realidad. Es decir, deforman a los adolescentes y jóvenes, y a la propia sociedad. Las envidias profesionales, las rivalidades, odios e inquinas son tan frecuentes en cualquier cadena que parecen ser lo más natural en el mundo. Por no hablar de eso que ya ni siquiera asoma: la educación ¿Qué modelo de sociedad estamos inculcando a quienes están en edad de formarse? Sin duda, estos son estímulos perniciosos que tendrán que aparecer en el futuro. De hecho, ya están ahí.

Según L. Díaz, esto es una verdadera radiografía de lo que mueve a nuestra sociedad. Es lamentable, pero las cifras de la audiencia no engañan. José Antonio Marina ha afirmado recientemente algo que, por ser pesimista, no deja de resultar certero: "Nos estamos muriendo de aburrimiento y de desánimo, gordos y tranquilos como animales domésticos. Se lee poco, nuestros jóvenes tienen dificultades para comprender un texto, el interés popular por la cultura es más turístico que real, hay campos, como la música, muy descuidados, y la programación de las televisiones se desliza hacia un encanallamiento light."

Algo tan mal visto e infamante como era el cotilleo de barrio, la calumnia de la vecindad y las rencillas entre conocidos, traspasa ahora la barrera de lo privado y se hace manifiestamente público. La maldad y la perversión se exhiben sin pudor ante millones de personas que se regodean en la sucia satisfacción que produce el mal ajeno. En fin, un panorama abominable.

Es tristísimo ver cómo se denuncia este fenómeno una y otra vez y no se acaba de dar con la solución más adecuada. ¿Cuándo llegará por fin el dichoso comité ético de la televisión? Algunos, interesadamente, dicen que les suena a censura; que la gente es libre para estar o no delante de la caja estúpida. No me sirve este razonamiento. Es como decir que son las propias gallinas quienes deben enfrentarse al zorro. Entonces, ¿para qué está el granjero? El colectivo de la sociedad nombra al Estado como guardián de su bienestar y como defensor frente a los problemas. Pues, bien, ahí está el problema. El Estado, al frente de la sociedad, debe ser garante de la salud física y mental del pueblo. Y creo que hoy nadie pone en duda que esta telebasura es bastante perjudicial para el buen juicio de una parte importante de la población.

Por otra parte, está la dignidad de las personas. El ser humano es un valor en sí mismo que constantemente debe ser protegido frente a la denigración y la infravaloración. Ni la audiencia, ni el dinero, ni ningún otro motivo sirven para justificar el atentado constante a la dignidad humana. El hombre no puede construir una realidad personal aislada y única. Es la condición de hombres lo que nos hace dignos a unos de los otros. Decía Mounier que "la persona no existe sino hacia los otros, no se conoce sino por los otros y no se encuentra sino en los otros". Por tanto, nuestra dignidad va aparejada a la dignidad de los demás. Cuando no se respeta la dignidad de las personas, todos nos hacemos más indignos.

El problema de la telebasura es, a fin de cuentas, algo tan sencillo que podría definirse como la exhibición de la mala voluntad. Frente a esto, está la dignidad personal. Cada teleespectador, cada persona, cada familia, cada casa o colectivo debería hacer un esfuerzo para enfrentarse a este asunto en un ejercicio de dignidad. Simplemente decir NO a la telebasura. Cerrarle el paso. ¿Cuánto duraría? Ya sé que este planteamiento es utópico.

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