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A la búsqueda de la familia biológica

Todas las personas tienen derecho a conocer quiénes sean sus progenitores biológicos y hubo algún programa televisivo que se dedicó a gestionar las peticiones de personas que deseaban saberlo.

Estas situaciones se han avivado al hablarse de «niños robados en el momento de nacer» y entregados a otras personas que los deseaban, con el morbo añadido de involucrar a una religiosa.

El abandono de niños y niñas al nacer se ha dado en todos los tiempos y la creación de casas-cuna por parte de la Iglesia fue una respuesta al problema. Las ideas filantrópicas y sociales del siglo XVIII dieron lugar a la creación de orfanatos y hospicios donde alojar y educar a niños pobres, huérfanos y abandonados. Las personas procedentes de estos centros tuvieron durante mucho tiempo apellidos que denotaban su procedencia y que, en muchos casos, han sido transmitidos a sus sucesores, aunque cualquiera podía y puede instar el cambio en el Registro Civil.

Hoy continúa el abandono de niños al nacer, de los que se hacen cargo las instituciones creadas o concertadas por los gobiernos autonómicos, que tienen establecidos complicados sistemas de adopción o acogimiento. El aumento de adopciones de niños extranjeros pone de manifiesto, al parecer, la inexistencia de niños abandonados en España, que me cuesta trabajo creer, o que resulta más fácil adoptar una niña china o unos niños americanos o africanos que españoles.

Todos los niños tienen el derecho a tener un padre, una madre y una familia, donde crezcan aceptados amorosamente y si sus progenitores biológicos no quieren o no pueden cumplir esta función, la adopción puede suplir estas carencias. Lo que puede resultar complicado y hasta traumático es que el niño se encuentre divido entre dos familias, la biológica y la adoptiva, aunque de mayor pueda ser aceptar, comprender y perdonar.

Si realmente estuviéramos progresando hacia lo bueno, lo bello y lo verdadero, el abandono de niños desaparecería y no por abortarlos sin contemplaciones en el vientre de sus madres, sino porque la sexualidad estaría integrada en el matrimonio estable y sometida a la razón. El hedonismo, la incitación a la sexualidad sin responsabilidad y la aversión a cualquier tipo de compromiso serio, nos está llevando al envejecimiento de la población por el descenso de la natalidad mediante el aborto y los métodos anticonceptivos, lo cual hace inviable el famoso estado del bienestar, y a un incremento permanente del número de hijos nacidos fuera del matrimonio, ¿es esto progreso?

Los avances científicos hacen posible el embarazo de mujeres que, sin las novedosas técnicas de reproducción asistida, no podrían tener un hijo, lo cual puede resolver el problema de parejas infértiles, pero al mismo tiempo abre la posibilidad a mujeres solas de procurarse un hijo por inseminación artificial, acogiendo un óvulo, propio o ajeno, fecundado por donantes desconocidos. Esperma y óvulos de donantes anónimos, tratados en los laboratorios de lujosas clínicas, pueden estar produciendo niños a la carta. He leído que el director de una clínica de Estados Unidos, ha utilizado sus propios espermatozoides en unas 600 inseminaciones artificiales. Sistemas de reproducción ganadera aplicados al género humano. El horrible «Mundo Feliz» de Huxley fue premonición y no fantasía.

La búsqueda de la ascendencia biológica puede deparar desagradables sorpresas. La investigación de la paternidad a que alude el artículo 39, 2 de la Constitución, servirá para pleitos sucesorios y para más de una decepción. Quizás no aparezca la paternidad, pero puede aparecer la fraternidad de no sabemos cuántas personas compartiendo el mismo ADN.

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