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¿Qué somos?

Escribir en este tiempo concreto, cuando ya ha pasado el domingo de Resurrección y caminamos, con paso más o menos firme, hacia Pentecostés, es hacerlo de fe, de acrecentamiento de la misma, en fin, de lo que supone para un católico el hecho mismo de serlo.

En realidad cabría hacerse una pregunta clave para nuestra vida espiritual y cuya respuesta mostraría, a la luz del mundo, qué es lo que creemos acerca de nuestra fe y, sobre todo, qué hacemos con ella.

En el viaje que Benedicto XVI hizo a Croacia los días 4 y 5 de junio de 2011 y, en concreto, en la celebración de las vísperas con obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas y seminaristas dijo (ante la tumba del beato Alojzije Viktor Stepinac, lo siguiente:

«Queridos Hermanos, la adhesión a Cristo significa ‘guardar’ su palabra en toda circunstancia (cf.Jn 14,23). A este respecto, el Beato Cardenal Stepinac se expresaba así: ‘Uno de los mayores males de nuestro tiempo es la mediocridad en las cuestiones de fe. No nos hagamos ilusiones… O somos católicos o no lo somos. Si lo somos, es preciso que se manifieste en todos los campos de nuestra vida’ (Homilía en la Solemnidad de san Pedro y san Pablo, 29 junio 1943). La enseñanza moral de la Iglesia, que hoy frecuentemente no es entendida, no se puede desvincular del Evangelio. Corresponde precisamente a los Pastores proponerlo autorizadamente a los fieles, para ayudarlos a valorar sus responsabilidades personales, la armonía entre sus decisiones y las exigencias de la fe. De este modo, se avanzará en ese ‘cambio cultural’ necesario para promover una cultura de la vida y una sociedad a medida del hombre.»

Daba autoridad papal a las palabras del cardenal Stepinac que deberían resonar con todas sus fuerzas en nuestros corazones: «¡O somos católicos o lo no somos!»

Así de radical fue aquel hombre que había sufrido bajo los regímenes nazi y comunista y que muriera en prisión tras haber sido condenado a trabajos forzados por los comunistas, siempre, como sabemos y han demostrado, amantes de la humanidad y el buen trato.

En todo esto traído aquí subyace algo que es importante tener en cuenta y que, sin ello, no podemos seguir adelante en materia de fe. En realidad es esencial porque es fundamental saber qué somos en materia espiritual y, en consecuencia, dejar de aparentar lo que, a lo mejor, no somos.

Muchos se dicen católicos pero lo demuestran poco. Me refiero, por ejemplo, a los cargos públicos que, pudiendo hacer mucho no hacen nada y tratan a su fe como si de un abrigo se tratase que al llegar a su oficina o despacho público cuelga en un perchero y se olvidan de que son lo que son. Así, nada de lo que dicen creer se les nota en nada.

Pero también están los católicos que, en sus respectivos quehaceres en nada demuestran que lo son cuando, por ejemplo, en la conversación se ataca a la Iglesia católica de la que forman parte y ante la cual no parecen guardar respeto alguno ni consideración. Son mudos y se dejan apoderar por el demonio que, de tal jaez, les impide dar muestras de la fe que tienen.

Qué somos. Es una pregunta que nos facilitaría, su respuesta, mucho las cosas porque si, por ejemplo, la contestamos diciendo que católicos y que actuamos en consecuencia con nuestra fe, hacerlo de tal forma es la mejor garantía de defensa interior de la misma. Pero si la contestamos de igual forma pero no estando seguros de lo que decimos por el qué dirán o, lo que es lo mismo, por el respeto humano, lo mejor sería confesar que, en realidad, no somos católicos sino por conveniencia social o por las razones que a cada cual se le puedan ocurrir.

Ser lo que somos. Es algo que no resulta difícil de decir.

Tenemos, para nuestro apoyo a un Maestro que es, lo dijo y lo es, el Camino, la Verdad y la Vida y del que, cuando corresponde, celebramos su nacimiento y su muerte. Y lo hacemos muchas veces a lo largo de nuestra corta vida en la tierra en espera de la eterna. Por eso somos lo que somos y, como hermanos de Cristo, nos gloriamos de ser lo que somos. Si, por el contrario, escondemos bajo el celemín de lo conveniente nuestra creencia y nuestra confianza porque estamos, de tal forma, mejor con el mundo en el que vivimos, no olvidemos que Jesús prometió, en tal caso, no defendernos ante el Padre (cf. Mt 10, 33) y, aunque sea por egoísmo (comprensible en este caso) nos conviene ser, a machamartillo, católicos frente a todo y frente a todos los frentes que se nos impongan y que, por desgracia, no son pocos.

Jesús nos ganó la vida eterna con su muerte. Sin embargo, no deberíamos olvidar nunca, pero nunca, que tal sucederá si confesamos nuestra fe y lo aceptamos como Mesías y como Dios. De otra forma, por muchos disimulos en los que caigamos y por muchas buenas caras que pongamos por ser, decimos, discípulos de Cristo, nada sacaremos en claro sino la obscuridad y el rechinar de dientes. Murió por todos pero no para que todos se salven es algo que deberíamos tener más que presente y ser de los que alcancen la eternidad por haberlo aceptado.

¿Qué somos? Pues que cada cual responda lo que crea cierto y real.

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