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¿Existe el «cerebro gay»? Factores biológicos y cerebrales de la homosexualidad

La columnista Ann Landers lo aseguró años atrás, y millones de personas lo han creído y siguen con esta certeza: «se nace gay» (J. Reisman, Kinsey and the homosexual revolution, Journal of Human Sexuality 21, 1996, pp. 24-31). ¿Hay datos empíricos que la ciencia nos puede proporcionar para apoyar esta afirmación? ¿Homosexual se nace u homosexual se hace?

El presente artículo de análisis se enfoca en la primera parte de esta pregunta.

Antes de enfrentar la cuestión si la homosexualidad sea una condición determinada por factores biológicos, es decir, una situación compatible con lo que se considera «normal» dentro de la naturaleza humana, hay que matizar algunas ideas.

Cabe precisar que una cosa es «sentir» una tendencia, la otra «consentir» y secundar esta tendencia con actos humanos deliberados. Puesta esta premisa, se podrían distinguir tres grupos de personas a las que nos referimos al hablar genéricamente de homosexualidad: los homosexuales «practicantes», es decir, los que teniendo una tendencia homosexual, realizan actos homosexuales. Después hay los homosexuales «practicantes», los que manifestando una tendencia homosexual, también la siguen con actos correspondientes. En tercer lugar, podríamos distinguir estos últimos de los homosexuales «practicantes gays», que además de vivir una vida homosexual completa, tienen una militancia social y política para defender y promover su estilo de vida.

Gran parte de los estudios científicos realizados para probar que la homosexualidad estaría determinada por factores biológicos y neurológicos, involucran activistas gays, es decir, personas humanas que además de percibir una tendencia sexual hacia personas del mismo sexo, también ponen en práctica actos homosexuales y militan en la sociedad para promover la bondad de su conducta.

En este artículo se tomarán en cuenta tanto algunos de los estudios que buscan descubrir la causa de la homosexualidad en general, cuanto algunos de los más relevantes estudios promovidos por el así llamado «movimiento gay». Estos últimos, por carácter proprio, están guiados por una fuerte ideología.

En este ensayo, además, se analiza la tesis según la cual la homosexualidad practicada resultaría algo normal y natural, puesto que correspondería a factores genéticos y a la disposición y estructura del sistema nervioso, en particular, del cerebro. Los datos empíricos presentados servirán para verificar si sea verdad lo que se afirma en este nuevo ámbito del determinismo neurocientífico que comprende la esfera de la orientación sexual humana.

«El sistema nervioso, como centro de integración de la vida instintiva así como del mundo emotivo y afectivo, tiene mucho que ver con la sexualidad, y dado que el comportamiento sexual del varón y de la mujer son distintos, cabe suponer a priori que los centros nerviosos sexuales presenten diferencias en ambos sexos», así plantea la problemática un reconocido neurocientífico español (L.M. Gonzalo Sanz, Entre libertad y determinismo. Genes, cerebro y ambiente en la conducta humana, Ediciones Cristiandad, Madrid 2007, p. 96).

En 1978, cuatros científicos del Department of Anatomy and Brain Research Institute de la Universidad de California en Estados Unidos, publicaron un artículo en la prestigiosa revista Brain Research, en el cual se evidenciaba una clara diversidad morfológica entre los dos sexos a nivel del cerebro (R.A. Gorski, J.H. Gordon, J.E. Shryne, A.M. Southam, Evidence for a morphological sex difference within the medial preoptic area of the rat brain, Brain Research 148, 1978, pp. 333-346). Éste fue uno de los primeros trabajos que demostraba el dimorfismo sexual en los centros nerviosos. Se encontró que uno de los núcleos del hipotálamo anterior presentaba en la rata un volumen mayor en los machos que en las hembras.

Simon LeVay, neurocientífico del Salk Institute for Biological Studies de San Diego (uno de los activistas gay más famoso de California), pensó que ese dimorfismo sexual se podría dar también en la especie humana y entre los varones hetero y homosexuales. Así que en 1991, en la prestigiosa revista científica Science, fue publicado un estudio en el cual se comprobaba que, efectivamente, en los humanos se daba el dimorfismo sexual señalado en las ratas, de tal forma que el núcleo 3 del hipotálamo anterior tenía un área casi doble en los varones que en las mujeres (S. LeVay, A difference in hypothalamic structure between heterosexsual and homosexual men, Science 253, 1991, pp. 1034-1037). En el mismo estudio, LeVay investigó el comportamiento de este núcleo en un grupo de 27 gays fallecidos a causa del SIDA. Su conclusión fue que en éstos el área era menor que en los heterosexuales y parecida como tamaño a la de las mujeres. LeVay se expresó en estos términos: «estos hallazgos indican que el núcleo investigado presenta un dimorfismo con relación a la orientación sexual, por lo menos en los varones, y sugiere que la orientación sexual tenga un sustrato biológico».

De una simple sugerencia se pasó enseguida al hecho: «la homosexualidad tiene una base biológica». Estos resultados fueron divulgados por la prensa, sin ninguna matización y con titulares tan llamativos como: «LeVay y su grupo han demostrado la base neurológica de la gaycidad».

Estas interpretaciones interesadas de los resultados y la escasa significación estadística de los valores dados por LeVay fueron suficientes para estimular la comunidad científica que contestó con una serie de artículos críticos (por ejemplo: D.F. Swaab, M.A. Hofman, Sexual differentiation of the human hypothalamus in relation to gender and sexual orientation, Trends Neuroscience 18, 1995, pp. 264-270).

Efectivamente, varios neurocientíficos no se explicaban que siendo LeVay un investigador serio en los trabajos que hasta ese momento había publicado, hubiera firmado un artículo con una base insuficiente para llegar a las conclusiones que llegó. El número de casos estudiados por LeVay, teniendo en cuenta la dispersión de los valores obtenidos, era insuficiente para extraer ninguna conclusión. En realidad, el núcleo en cuestión en algunos gays presentaba un área semejante a la de los heterosexuales y, al contrario, en algunos heterosexuales el volumen de dicho núcleo era poco mayor que en las mujeres.

Se podría también argüir que, mientras LeVay tomaba el tamaño del núcleo como elemento discriminativo, en realidad hubiera resultado más específico el número de neuronas o la cariometría.

Swaab y Hofman afirmaban claramente que las observaciones de LeVay no estaban todavía confirmadas, ni eran claras sus implicaciones funcionales (D.F. Swaab, M.A. Hofman, Sexual differentiation…).

Así que LeVay se vio obligado a explicar que lo publicado correspondía a un estudio inicial, que sería proseguido más adelante. Han pasado más de 10 años de esta declaración y todavía la comunidad científica está a la espera.

Dos años más tarde del intento fallido de LeVay para demostrar la base neurológica de la homosexualidad, el doctor Dean Hamer dio a conocer los resultados de su investigación sobre el supuesto gen responsable de la orientación homosexual. Estos resultados fueron retomados por el mismo LeVay que en 1993 publicó un libro titulado «El cerebro sexual» (S. LeVay, The sexual Brain, MIT Press, Cambridge, Massachusetts 1993).

Dean H. Hamer, genetista del Instituto Nacional del Cáncer en EEUU y conocido gay, afirmó que había encontrado un gen, localizado en el cromosoma X, que podía ser el responsable de la homosexualidad. Antes de publicar este trabajo comenzó a investigar el posible carácter hereditario de esta orientación sexual. Estudiando una amplia población, observó que en las familias en las que tenían más de un hijo homosexual, un número significativo de tíos y tías de la línea materna tenían también más de un hijo homosexual. Esto no ocurría con la misma frecuencia en la línea paterna, lo que le llevó a pensar que debía haber algún gen en el cromosoma X al que se le podía imputar la tendencia homosexual.

Partiendo de esta hipótesis buscó en el cromosoma X un gen o marcador que presentara alguna variante con respecto a los heterosexuales. Tal variante, según Hamer, se encuentra (en 33 de los 40 casos estudiados) en el marcador q28 y la denominó gen Xq28. Lo hacía con estas palabras: «Ahora hemos demostrado que una forma de homosexualidad en el varón se transmite de forma preferencial por vía materna y está ligada genéticamente a la región q28 del cromosoma X» (D.H. Hamer, et al., A linkage between DNA markers on the X chromosome and male sexual orientation, Science 261, 1993, pp. 321-327).

En 1995 el grupo de Hamer volvió a publicar en la prestigiosa revista Nature Genetics un estudio parecido (S. Hu, A.M. Pattatucci, C. Patterson, L. Li, D.W. Fulker, S.S. Cherny, L. Kruglyak, D.H. Hamer, Linkage between sexual orientation and chromosome Xq28 in males but not in females, Nature Genetics 11,1995, pp. 248-256).

Otra vez, la prensa divulgó la noticia, como antes había hecho con la de LaVey. Sin embargo, en el campo científico este hallazgo no fue acogido con el mismo entusiasmo que el manifestado por los gays, más bien cabría decir que fue recibido con gran escepticismo.

De hecho, algunos investigadores como George Rice, Carol Anderson y George Ebers de la Western University (Ontario), y Neil Risch de la Universidad de Stanford, respondieron al estudio de Hamer. Sus resultados fueron publicados 6 años después que el trabajo de Hamer, en Science, la misma revista en que apareció el artículo de Hamer. La investigación de estos científicos incluyó un mayor número de parejas de hermanos homosexuales (52, frente a las 40 de Hamer) y su conclusión fue que los resultados de su investigación no permitían concluir que en los homosexuales se diera la alteración genética indicada por Hamer. Los autores concluían así: «estos resultados no soportan la existencia de un gen ligado al cromosoma X y responsable de la homosexualidad» (G. Rice, et al., Male Homosexuality: Absence of Linkage to Microsatellite Markers at Xq28, Science 23, 1999, pp. 665-667).

El proprio Hamer tuvo que matizar sus conclusiones iniciales. Ya el mismo año en que apareció un primer trabajo de Hamer (1993), William Byne y Bruce Parsons, de la Columbia University, publicaron un estudio crítico de los resultados del citado trabajo. Según Byne y Parsons, la investigación y las conclusiones del trabajo de Hamer les hacían sospechosos de algunas manipulaciones. Los dos científicos afirmaron que «hoy en día no hay evidencias científicas que soporten una teoría biológica de la homosexualidad» (W. Byne, B. Parsons, Human sexual orientation, Arch Gen Psychiatry 50, 1993, pp. 228-239).

Esta manifiesta tendencia de los gays a buscar una justificación científica, o si se quiere biológica, de su orientación sexual, ha sido criticada por los mismos homosexuales. Así, Edward Stein manifestaba su disconformidad con la porfiada búsqueda de la base biológica de la homosexualidad, que llevaba a los gays a una forzada interpretación de los resultados obtenidos en estas investigaciones (L.M. Gonzalo Sanz, Entre libertad y determinismo…, p. 100).

Las investigaciones de LeVay y de Hamer son, sin duda, las más conocidas, pero hay también otras entre las cuales se incluyen estudios sobre: el diámetro de la comisura anterior del cerebro, las huellas dactilares, la longitud del índice de la mano y el orden en los nacimientos. Todos ellos tienen en común buscar características biológicas que aparecen antes del nacimiento, lo cual quiere decir que la orientación sexual viene determinada antes de nacer.

Estos estudios, publicados en revistas científicas conocidas, son una prueba más del interés, por parte de algunos homosexuales, en demostrar que su orientación sexual es algo biológico y congénito, por lo que cualquier tipo de discriminación sería declarada como vejatoria y homófoba.

Recientemente en la revista Neuroscientist la científica china Ai-Min Bao y el investigador holandés Dick F. Swaab publicaron un artículo en el cual se afirma un estrecho determinismo genético por lo que se refiere al desarrollo de la orientación sexual humana. Los científicos afirmaron que «al estado actual no hay prueba que el ambiente social post-natal tenga un efecto crucial en la identidad de género o en la orientación sexual» (A-M. Bao, D.F. Swaab, Sex Differences in the Brain, Behavior, and Neuropsychiatric Disorders, Neuroscientist 16, 2010, pp. 550-565).

Estos investigadores parecen olvidarse por completo que las evidencias actuales justo apuntan a un escenario opuesto: cada vez más los biólogos moleculares están tomando conciencia que los genes (mejor dicho, las variantes de los alelos de los genes) cooperan estrechamente con el ambiente circunstante. La importancia de los así llamados factores epi-genéticos resulta crucial y permite al ser humano «escapar» de un estrecho determinismo biológico.

Concluyendo este artículo de análisis, cabe afirmar que hoy en día no hay pruebas neurocientíficas, ni genéticas, que soporten la pretensión que la homosexualidad sea un estado natural del ser humano; al revés, como se ha tratado de evidenciar, existen numerosos estudios realizados en esta temática y abundantes evidencias empíricas que niegan la existencia de bases genéticas y neurológicas causales responsables de la homosexualidad.

No existe tampoco el «cerebro gay» postulado por LeVay. Esto no excluye que pueda haber factores biológicos, genéticos y neurológicos que puedan fungir como factores que, junto con muchos otros, contribuyan al desarrollo de una determinada orientación sexual. Lo que parece bastante claro es que no estamos delante de un determinismo neurocientífico sino más bien un condicionamiento psicológico y, probablemente, sociológico.

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