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El Talante Anticlerical

Se pone de moda el término «laico». Aflora la actitud laicista de la izquierda. Retorna el trasnochado talante anticlerical que, en el pasado, compartió el socialismo con el liberalismo republicano.

¿Por qué este revival ahora?

Por un lado, los socialistas intentan recuperar todo el arsenal histórico y concretamente esta herramienta del anticlericalismo, tan nefasta para la convivencia como útil para ellos. Por otro lado, tratan de «tapar» su fracaso en la educación con un contubernio entre los intereses de la Iglesia y los de la derecha, un acuerdo de «clase», elitista, antipopular. Pero el discurso de la izquierda no se detiene en el sistema educativo, sino que se dirige contra el «hecho religioso» mismo, como puede verse cuando, en los debates, se mezcla conscientemente la enseñanza de la cultura religiosa con la explicación del hecho religioso y la fe. Por fin, no se acepta la voluntad mayoritaria en relación con la enseñanza de la religión católica y se evocan todas las inquisiciones del mundo y la influencia del nacional-catolicismo que «nos marcó» para siempre (dicen desde la ignorancia más absoluta).

El talante anticlerical y laicista «vende», compensa en votos, está en la corriente de los tiempos, pero, además, ayuda a caricaturizar a la derecha también en este campo de lo religioso. Si, en general, el partido de Zapatero trata de convencerse y de convencernos a todos de que la derecha de hoy es la misma que ganó la guerra civil y mató a Lorca (¿quién, por cierto, a Ramiro de Maeztu y a Muñoz Seca?), en lo religioso quieren presentarla también como la que en su día impuso el nacional-catolicismo de hoy. Carod-Rovira acusa a la derecha de haber vivido en un cuartel de la Guardia Civil; Zapatero la recrimina de estar compuesta por represores semejantes a los que fusilaron a su abuelo y Borrell reclama laicismo frente al contubernio tradicional de la Iglesia y la derecha. Si la masacre del 11 de marzo no hubiera supuesto la derrota del PP, el 14 de marzo habría sido interpretado como un nuevo 18 de julio.

Lo llamativo es que la izquierda no reconozca a estas alturas de la historia los cambios que se han dado en medio siglo e, incluso, las ventajas que ha sacado de ellos. Baste recordar algunos hechos: a muchos universitarios de izquierda nos metió en la vía de la solidaridad el Padre Llanos y él mismo pasó de ser un franquista hasta las cachas (como se definía a sí mismo) a un camarada y confidente de Dolores Ibarruri. Los fundadores del Frente de Liberación Popular eran católicos (y practicantes, como Julio Cerón). En el plano teórico ¿teológico?, en los años sesenta, se puso en marcha el diálogo entre marxistas y cristianos. Todo ello favorable para la izquierda desde el punto de vista de la contabilidad partidaria y desde los prestigios culturales. A cambio de ello, la izquierda perdió los prejuicios anticlericales. Ahora vemos que no. Los discípulos de Ruiz Jiménez perdieron la unción de éste e incorporaron las inflexiones de Bobbio por si llegaban al atardecer «los bárbaros». Llegó a haber en la transición grupos de izquierda radical, como ORT, casi confesionales y movimientos como «cristianos por el socialismo». Madrazo salió del cristianismo de base y ¿qué decir de ETA? Vistió siempre tender católicos en la dirección del PCE/PSUC, y, si eran proféticos o iluminados como Comín, mejor que mejor...

Nadie se baña en el mismo río... a no ser que se trate de la derecha. Para los socialistas ésta sigue como en los cuarenta y, por tanto, la izquierda debe reivindicar nuevamente el laicismo, un talante claramente anticlerical.

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