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Género y dignidad: ¿dónde vivimos mejor las mujeres? (II)

Continuamos queridos lectores y lectoras.

El primer modelo de este tipo se conoce como el modelo de la subordinación o patriarcal, desde el cual se interpreta que el sexo biológico determina el género. Entendiendo por éste las funciones o roles que la persona desempeña en la sociedad, es fácil ver por qué se cae en un determinismo biologicista que se ha traducido en la dominación y el trato indigno hacia la mujer, cuya libertad de desplazamiento hacia los lugares de trabajo se veía mucho más limitada por la cercanía tan marcada a sus hijos durante el embarazo y por las necesidades de la prole con las que ella naturalmente entraba en contacto.

El segundo modelo es el llamado igualitarista, cuya característica fundamental es la negación de cualquier diferencia entre varón y mujer. Se reconoce su contribución positiva en la superación de la discriminación de la mujer en algunos aspectos importantes de la vida social, especialmente cuando el acento se puso en la igualdad con los varones con respecto a las mujeres y no en la anulación de diferencias (este primer acento corresponde al primer feminismo). La falla de esta última perspectiva se comienza a develar con las formulaciones radicales que llegaron a anular las diferencias sexuales al separar el sexo biológico del género, es decir, que se acentuó el género como una forma de relación con la realidad circundante que para nada es influido por el sexo biológico (este acento corresponde al segundo feminismo o feminismo de género).

A nivel antropológico la consecuencia de esta visión unilateral consiste en que la persona se ve solamente como un producto cultural. Por eso de puede decir que se llega a un reduccionismo culturalista. En esta perspectiva se ubica la «ideología de género» (ver Aparisi, LN, 18/10/2011). El género se ve como el sexo socialmente construido, lo que se interpreta, en el mejor de los casos, partiendo de la absoluta autonomía de cada persona para construir su género, sin ningún condicionamiento por parte de su sexo biológico (ver Scala, 2010). Digo en el mejor de los casos, porque el peor se da cuando se pretende que sea la sociedad con sus ideologías quien le construya el sexo a la persona, como pasa en las escuelas donde a niños y niñas de corta edad se les adoctrina con libros e ilustraciones de personas desnudas masturbándose, teniendo relaciones homosexuales y otras conductas disolutas contrarias a la vocación humana al reconocimiento y a la complementariedad, vocación que a pesar de todo sigue sosteniendo nuestra sociedad con patrones adecuados de convivencia que se gestan en la familia como ámbito educativo privilegiado e insustituible.

Me refiero específicamente a la vocación a la aceptación, entrega y convivencia sostenida que se inicia con el otro –esposo– u otra –esposa– que es tan evidentemente distinto/a a mí en su integridad corpóreo-espiritual. Si por desgracia esta integridad es mutilada en su dimensión corporal, como sucedió con la mutilación accidental del pene de uno de los gemelos vitelinos en cuyo único caso se basó el Dr. John Money –de la John Hopkins University de Baltimore (E.E.U.U.)– para elevar al rango de «teoría» la hipótesis de que el sexo es socialmente construido, entonces me parece a mí que lo primero que hay que hacer en casos comparables es evaluar las premisas sobre el ser humano de las que partiremos para actuar y guiar el destino quien sufrió una mutilación a su integridad.

Para ello es fundamental preguntarnos si nuestra noción de persona como totalidad la entendemos como una mera suma de partes (una noción mecánica, cartesiana, dicotómica, donde cuerpo, alma y espíritu están separados) donde gana el más fuerte en cada una de las partes, o más bien como un sistema integrado, multidimensional y direccionalmente, abierto hacia adentro y hacia afuera, así como autoregulado y jerarquizado; y justamente por todo ello, un sistema que si bien es vulnerable, tiene la capacidad de adaptarse a los cambios y a los accidentes generados en la interacción con el medio. La última opción indudablemente va de la mano con la idea de elasticidad en el ser humano a nivel biológico y cultural, la cual ya aclaramos en la entrada anterior. Integrar esta perspectiva significa ver al ser humano como una organización o sistema «vulnerable-resiliente», que según su contexto sociohistórico optará más o menos inconscientemente por cada uno de estos polos entrecomillados ante las encrucijadas de la vida: el modo débil-dependiente-vulnerable o bien, el compromiso con la predominancia de la fortaleza-autonomía-resiliente (la predominancia de su libertad. Es muy valioso rescatar la etimología de la palabra «resiliencia»: [del latín: resiliens, lientis, que rechaza o se retrae] f. Tecnol. Resistencia que oponen los cuerpos a la rotura por choque).

Pues bien, volviendo a las cuestiones metafísicas, este año conocí a un filósofo de la ciencia y epistemólogo español contemporáneo, simpatizante de las tesis marxistas moderadas –con fines tácticos- de Antonio Gramsci (1891-1937). Este neomarxismo táctico propone «desmontar y sustituir una cultura al mismo tiempo que se utiliza», idea que ya algunos han asociado a las ideas feministas de género sobre la «deconstrucción del género entendido como roles sexuales socialmente construidos». Evidentemente ninguna de estas apreciaciones ni contenidos se expresaron durante mi encuentro con este señor filósofo, estas cosas toman tiempo. Ese era el telón de fondo. Me referiré a lo que sí se expuso en discusiones de clase y a través de la lectura. Cuando él aborda el tema de las narrativas de identidad ancladas en la metafísica moderna y por lo tanto ancladas en la formas de entendernos y estructurar nuestra sociedad, afirma que hay una relación inadecuada entre las metáforas e imágenes de unidad de la sociedad (El Cuerpo Místico como una de ellas) con cierta interpretación de las gentes que conlleva la idea de sacrificio en pro de lo colectivo como único ejercicio aceptable de una identidad «auténtica».

Pues bien, yo pienso que es difícil caer en tal sesgo cuando esas gentes hemos entendido a la persona como una totalidad integrada de cuerpo-alma-espíritu, pues esto abre el horizonte a la comprensión de nuestra natural vocación social a la unidad con los otros (o bien los demás «vos» o los demás «tú»). En fin, que un mundo plural y diverso que vaya de acuerdo con nuestra naturaleza biológica y cultural, se desprende del reconocimiento de lo diverso, de la vocación social de los individuos. Y claro, esta es una pluralidad y una diversidad ordenada y no anárquica, lo que se logra solo en la perspectiva del llamado a la complementariedad natural en armonía con la unidad cuerpo-alma-espíritu que somos, que se expresa en las únicas dos modalidades de varón y mujer.

Lo que a grandes rasgos le dije a este filósofo, fue que es posible el Cuerpo Místico (para él «cuerpo místico») justamente cuando nos reconocemos auténticamente en nuestras diferencias unos a otros, justamente por esto se trata de un Cuerpo Místico. El pareció complacido de que alguien quisiera participar con prontitud en la primera clase de un curso corto para el que hizo un viaje del Viejo al Nuevo Continente, y dijo algo así como: «pues tenemos a nuestra primera optimista». Cómo olvidarlo. Yo sabía que cotidianamente mi esperanza y mi fe me han podido llevar más allá de tantas narraciones de historias y búsquedas teóricas del saber –al menos para ponerlas en tela de duda y hacer un acercamiento escéptico– pero no sabía las implicaciones de esa esperanza y de esa fe en los laberintos intelectuales por los que he transitado. Voilá. Alguien lo puso en unas cuantas palabras: una optimista. Siguiendo a Luis Fernando Figari , contesté que era un optimismo dramático, y espero que me haya oído, aunque bueno, no sé si sirvió de algo en el calor del momento, pues se alzaron el tono y las voces en ese momento. Más tarde otro académico, profesor e investigador del círculo de los investigadores que leen a esos académicos –cuya vida ha pasado en las universidades– y que saben de teorías de apego, retomó mi intervención para finalmente calificarla como una manera de relativismo trágico. Habrá que ver con calma y paciencia, pero sobre todo, esperanza, ¿no creen? ¿Acaso no fue la esperanza lo único que quedó en el fondo de la caja de Pandora con que Zeus castigó a la Tierra cuando al abrirla escaparon de ella todos los males? Recuérdese que la caja tenía algunas bendiciones y muchos males, y que fue el castigo por el fuego robado por Prometeo, a propósito de nuestro artículo anterior sobre el tema del tecnocentrismo de fondo en «Frankenstein o el nuevo Prometeo».

A todo esto, me parece que lo importante es tener claro que quienes conciente o inconscientemente están detrás de este tipo de confusos laberintos intelectuales –sobre las maneras en que entendemos la vocación social al diálogo con lo diverso– dirán que se les da libertad a quienes se les muestran las posibles desviaciones de esa vocación. No por casualidad retoman la perspectiva de género en sus programas académicos. Pero entonces ¿estarán también de acuerdo con la libertad que se pretende enseñar con imágenes de personas anónimas en escenas íntimas donde se desvanece por completo la vocación al diálogo desde el entendimiento y voluntad? Y si no, y si lo consideran una decisión muy personal, ¿estarán relegando ese tipo de cuestiones al ámbito privado? De todas maneras, si finalmente dejan pasar el ejercicio de la libertad por ese tipo de expresiones ¿Cómo llevaría ello a la auténtica libertad si en lugar de llevar al ser humano a trascender sus necesidades biológicas lo devuelve a ellas una y otra vez?

Volvemos a las preguntas de siempre: ¿La verdadera libertad no será la que me puede dirigir hacia el bien, haciendo buen uso de mi voluntad, y hacia la verdad, haciendo buen uso de mi entendimiento? ¿No soy más libre cuando logro pensar en la bondad, la verdad, la belleza, la justicia? Si se quisiera apelar a la autonomía del niño y niña, adolescente o adulto joven para elegir ante las opciones que se le presentan en el sistema educativo formal y no formal ¿no habría que partir al menos de los hallazgos científicos sobre la inmadurez neurológica y afectiva del adolescente para tomar decisiones vitales? ¿Qué pasa con ese frágil equilibrio entre autonomía y dependencia del que habla ese epistemólogo que me llama optimista? ¿No estaré siendo realista también cuando sitúo ese equilibrio en la perspectiva del desarrollo humano?

Y hablando de decisiones vitales, ¿no es una decisión vital aquella que nos lleva a entrar y afectar los territorios sagrados –como dice nuestra amiga María Auxiliadora Roldán– tanto el mío como el del otro? ¿Y no es sagrado todo aquello que es único, irrepetible y un misterio para sí mismo y para los demás? ¿De cuál adolescente, niño o niña podemos decir que conoce o domina el laberinto de sus sentimientos, pensamientos y conductas? ¿En qué lugar de la «teoría de género» tienen cabida los argumentos y teorías de los investigadores contemporáneos de la psicología de la personalidad, la psicología evolutiva? Me refiero a los científicos sociales que reconocen el peso de la volición y los sistemas de autorregulación en el desarrollo de la personalidad. ¿Se incluyen los avances sobre el desarrollo del cerebro humano y sus implicaciones en el comportamiento y la conformación de la identidad? ¿Qué «ciencia» no está llevando hacia la esas formas de «educar» formal e informalmente a nuestros niños, niñas y adolescentes en qué clase de derechos? ¿Los llamados sexuales y reproductivos? No sería ninguna noticia de último minuto el contestar que los presupuestos de esa «ciencia» (una ciencia dicotómica) conllevan una carga racionalista presente todavía en la antropología del siglo pasado, que tiende a presentar lo natural como lo determinado por la corporalidad, la biología; y lo personal, lo cultural, como obra de una libertad limitada, sin otro horizonte que el propio querer» (ver Quiroga, 2008). Aparentemente sí sería noticia señalar que esa carga racionalista, con las políticas de racionalización y el objetivismo tecnológico con los que venía en la modernidad, no tienen nada que ver con la figura del Cuerpo Místico bien entendida, como vimos, pues ésta es perfectamente compatible con la unidad cuerpo-alma-espíritu que es el ser humano. Así que tampoco puede tratarse la figura como un relato imaginario o meramente metafórico.

Hace unos días tuve la oportunidad de ver y escuchar al Sr. Jorge Scala en persona. Además de hacer reír largamente a todo un auditorio de intelectuales, estudiantes, autodidactas, etc.- nos hizo comprender con razones antropológicas y filosóficas que lo que al fin aparece ante el presupuesto de que sexo y género son realidades totalmente separadas es la manipulación social de la que estamos siendo objeto, que apunta a la destrucción del ser humano en su núcleo más íntimo – III Guerra Mundial en las palabras de un amigo, «reingienería social» planetaria en las de Scala (2010), destrucción de la humanidad en palabras de Benedicto XVI a propósito de su discurso abogando por una «ecología del hombre» el 23 de Diciembre de 2008-. Con ello la sociedad entera es manipulable y fácil víctima del materialismo y de cualquier otra visión de mundo que pretenda, por un lado hacerse con una idea del ser humano como pura biología separada del alma y el espíritu, y por el otro, decir que defienden su dignidad. Eso es simplemente una contradicción trágica. ¿Qué podíamos esperar de un feminismo que parte de premisas pseudo antropológicas, arrastrando sesgos racionalistas?

Ahora, lo prometido es deuda y por eso inicio la reseña sobre el origen del término género en el ámbito «científico». Fue el médico John Money (su apellido resulta cínico a la luz de su trayectoria) quien comenzó a utilizar la palabra género con un sentido distinto al exclusivamente gramatical, sosteniendo que lo que llamaba identidad de género dependía solamente de la educación recibida y podía ser distinta al género biológico de esa persona. Como prueba irrefutable de su teoría presentó un único caso de dos gemelos univitelinos, del que había sido testigo. En 1965 uno de ellos, Bruce Reimer, sufrió una circuncisión mal lograda por la cual se le amputó el pene. Sus padres acudieron al doctor Money por consejo, y él les recomendó que lo castraran y lo educaran como mujer ¿Cuáles serían los filtros y operaciones mentales por medio de las cuales un médico apuesta la felicidad de una persona y su familia a una idea y unos actos tan contrarios a la naturaleza humana? Hay que remontarse al horizonte más amplio de las corrientes de pensamiento que fueron confluyendo paulatinamente en la total separación de sexo y género. Se encuentran las ideas de la «lucha de los sexos» y la «liberación sexual» de la escuela de Frankfurt (síntesis de las ideas de Karl Marx, Federico Engels y Sigmund Freud como propuesta mejorada ante el marxismo-leninismo dogmático).

En 1967 Bruce fue mutilado y se le simularon genitales externos. Le llamaron Brenda y nunca se habló del tema ni se le dijo que era una niña, de acuerdo con las instrucciones del médico consejero, para quien «Brenda» no debía saberlo jamás. Money usufructuó con este único experimento (es necesario subrayarlo) y llegada la adolescencia de los gemelos se alejó de la familia Reimer, sin dar cuenta de la ausencia de los indicadores del buen desarrollo de la identidad de Bruce, y omitiendo los aspectos negativos de su identificación con el sexo femenino. Al contrario, dejó escrito «…poseemos dramáticas pruebas de que la opción de identidad de género queda abierta durante el nacimiento para los niños normales, y que las fuerzas sociales pueden intervenir decisivamente al menos hasta un año y medio después del nacimiento. Una de ellas procede de un caso inusitado que ocurrió hace algo más de diez años…» Quedan pendientes el final de esta historia y una nota optimista o esperanzada sobre el tercer modelo sobre las relaciones varón-mujer.

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