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Ayunar y abstenerse

Comer menos o, simplemente, no comer determinado tipo de alimentos (por ejemplo, la carne) es una práctica milenaria que ha seguido el discípulo de Cristo desde que el novio partió hacia la Casa del Padre y quedó a la espera de volver para juzgar a vivos y muertos. Desde entonces, al menos, quien se considera hermano suyo e hijo de Dios, viene llevando a la práctica tal tipo de actuación.

Pero hay otro tipo de ayuno y otro tipo de abstinencia que debe practicar el católico. No se trata de la privación de alimentos fácilmente sustituibles por otros ni de hacer, sólo, una comida fuerte al día (caso del ayuno) sino de mostrar, con la forma de hacer y de ser, que se sabe lo que significa ser discípulo de Cristo y que se agradece, en lo que uno pueda hacer, lo que el Mesías hizo por cada uno de nosotros entregando su vida en una cruz.

Por lo dicho hasta aquí es fácil deducir que el ayuno y la abstinencia de lo material están al alcance de quien quiere llevarlas a cabo. Sin embargo, el otro tipo de comportamiento sólo está al alcance de quien tiene una fe arraiga en el corazón y no se deja dominar por el mundo.

Por otra parte, no se trata de renunciar por renunciar y sin más sentido sino que todo tiene un profundo sentido espiritual que no debemos olvidar y tener como poco importante. Supone, por una parte, ser consciente de lo que se es y, por otra, ser consecuente con lo mismo.

Debemos, pues, ayunar y abstenernos pero… ¿de qué que no sean alimentos?

En cuanto al ayuno, por ejemplo, ayunar de

  • Hacer gastos superfluos por capricho.
  • Dejar que padezca el hermano.
  • No ofrecer el tiempo al que lo pida.
  • Pensamientos mundanos.
  • Amarguras.
  • Enfados e iras.
  • Ser servido y no servir.
  • No tener hambre y sed de justicia.
  • No ver en todo ser humano a un hermano.
  • No ver en el pobre a Cristo.
  • Desaliento.
  • Desánimo.
  • Desesperanza.
  • Decir palabras hirientes.
  • En cuanto a la abstinencia, por ejemplo, de abstenerse de
  • Ser esclavo del consumismo.
  • Ser esclavo del sexo.
  • Ser esclavo de la violencia.
  • No respetar a todo ser vivo.
  • Decir palabras ociosas u obscenas.
  • No alimentarse de la Palabra de Dios.
  • No ofrecer al Señor lo que se hace.

Esto dicho así puede ser algo más que un comportamiento. A veces puede ser una verdadera mortificación para quien tiene la costumbre arraigada en su vida de proceder de forma mundana y no atenerse a la voluntad de Dios que es, como sabemos, no fácil de cumplir. Sin embargo, no se trata de hacer la vida desagradable sino, en todo caso, para que seamos verdaderamente felices en el sentido exacto de tal expresión espiritual.

Como confirmación de lo aquí dicho y del sentido profundo y espiritual que tienen tanto el ayuno como la abstinencia, el Beato Juan Pablo II, en la catequesis de 21 de marzo de 1979 dijo que «La renuncia a las sensaciones, a los estímulos, a los placeres y también a la comida y bebida, no es un fin en sí misma. Debe ser, por así decirlo, allanar el camino para contenidos más profundos de los que ‘se alimenta’ el hombre interior. Tal renuncia, tal mortificación debe servir para crear en el hombre las condiciones en orden a vivir los valores superiores, de los que está ‘hambriento’ a su modo».

Así, dejó claro que aquello que dijera el Bautista de que había que allanar los caminos que van a Dios debemos aplicarlo a nosotros mismos en cada uno de nuestros actos y pensamientos (hacia fuera y desde dentro de nosotros mismos). Y los «valores superiores» de los que habla el Papa polaco son aquellos que nos unen con el Creador de una forma íntima e inseparable.

En realidad, no hace falta que pongamos una gran imaginación por nuestra parte para tratar de adivinar, siquiera, qué tipo de ayuno y abstinencia no alimentaria tenemos que llevar a cabo. Lo dicen las Sagradas Escrituras: "Este es el ayuno que yo amo, oráculo del Señor: soltar las cadenas injustas, desatar los lazos del yugo, dejar en libertad a los oprimidos y romper todos los yugos; compartir tu pan con el hambriento y albergar a los pobres sin techo; cubrir al que veas desnudo…" (Isaías 58, 6-9).

Y es que Dios, siempre tan bondadoso, hace mucho tiempo que lo viene diciendo.

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