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Género y dignidad: ¿dónde vivimos mejor las mujeres? (I)

Hace unos días, en la versión de setiembre de la revista Glamour que estuve ojeando durante las pausas de varias conversaciones telefónicas –suele ser mejor una lectura rápida en esos casos- aparece un artículo titulado «¿Dónde vivimos mejor las mujeres?», dirigido a quienes buscan un cambio positivo que a la vez se adapte a las propias posibilidades y necesidades. En 11 párrafos cortos que ocupan tres cuartos de página se enumeran diez países europeos y se intenta dar una idea clara del estilo de vida que se podría esperar si se toma en cuenta «trabajo, dinero, cultura, amor, sexo…»

Es lamentable que los indicadores tomados en cuenta no estén integrados unos con otros. Algunos de ellos son la tasa de desempleo, el porcentaje de cargos públicos desempeñados por las mujeres, la duración de las bajas por maternidad, el subsidio parental y sus destinatarios (padre y/o madre), regulación laboral en cuanto a despido de las mujeres embarazadas, oferta de trabajo, cantidad de horas trabajadas a la semana e ingreso comparado con otro país. Los dos últimos factores, por ejemplo, se mencionan solamente en uno de los casos y por separado, sin tomar en cuenta los otros factores. Cuando se toman en cuenta otros factores se excluyen los demás. Como era de esperar en una revista que apuesta a la moda y el glamour (atractivo, fascinación, hechizo) que viene con ella, se nos brinda un enfoque superficial y desintegrado lejano a las bases sólidas que en realidad requiere el tema.

Y es que para desarrollar un título así es ineludible la pregunta ¿a qué trato debe aspirar una mujer que quisiera tener una real igualdad de derechos y dignidad con respecto a los varones de su sociedad? Esto hace los contenidos más aplicables a la realidad de quienes no podemos simplemente alistar unas maletas –en el corto, mediano o largo plazo- para irnos a vivir al lugar que queramos, y nos da a todas una posibilidad de ser agentes de cambio desde lo cotidiano de nuestras vidas, dándole sentido y contenido a los indicadores antes mencionados, haciéndolos responder a algo, porque no necesariamente significan una ventaja para la mujer en todos los contextos sociales. En otras palabras: ¿No es el trato digno lo que debería tener claro el género femenino para elegir los ámbitos y personas con las cuales relacionarse e inclusive para promover este trato en los ámbitos más pobres en este sentido? Uso la palabra género con una distinción necesaria ante el hecho de que hoy acuña la ideología con pretensiones de disimulo bajo la bandera de los derechos humanos más nobles y compasivos con la mujer y con las personas homosexuales.

A pesar de los esfuerzos y estrategias muy bien montadas, la ideología de género es totalmente cuestionable en sus orígenes, y ni qué decir de sus consecuencias concretas en la vida cotidiana de las personas, si acepta que el humano es un individuo que es una unidad bio-psico-espiritual con una vocación social que lo inserta en la dimensión del encuentro personal.

La distinción arriba señalada viene en mucha parte del sentido común que también encontramos en la ciencia. Esto porque se logra tal distinción solo cuando se aprehende la palabra desde una perspectiva científica rigurosa en lugar de una mal llamada ciencia parcializada y no verificable, y con ello ideológica. Desde un punto de partida científico riguroso, la noción de género es una categoría de análisis social que permite estudiar los roles sociales que han desempeñado el varón y la mujer a lo largo de la historia. Frente al concepto de sexo (que es un dato biológico e inmutable) el género representa la capacidad psicosocial del ser humano de lograr adaptarse a los retos del medio en el que se relaciona (o bien, elasticidad, que también se da a niveles biológicos y fisiológicos). En otras palabras, el género representa el factor cultural y cambiante, característico de la persona humana. Por ello, se trata de una noción útil en la antropología cultural y filosófica, así como en el lenguaje jurídico (ver Aparisi, LN, 18/10/2011).

Lo que se pasa por alto en diversas interpretaciones es que los modos de vida a los que se adapte el ser humano, por implicar inevitablemente la vocación social, o bien la capacidad intrínseca de relación (con Dios, con los demás y con la naturaleza), deben ir de acuerdo con su naturaleza y con la dignidad que esta le da a cada uno por ser el ser insustituible que es. Esta omisión puede observarse a través del recuento histórico de los modelos de relación varón-mujer que se han dado y cobran sentido recurriendo a esta categoría. De ellos y del origen «científico» del término género hablaremos en nuestro próximo artículo.

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