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Megaupload, ¿crisis de libertad en Internet?

Al regreso de unos días alejado de las obligaciones habituales, con la intención de mejorar en perspectiva y tomar impulso para el nuevo año, me encuentro con múltiples asuntos de actualidad que reclaman la atención. Aunque hay uno que, por especial insistencia de colegas y amigos, se lleva la palma: el cierre de Megaupload, una de las setenta y dos webs más visitadas del mundo, sin juicio previo y sin posibilidad de defensa.

Y me ha llamado la atención no sólo el hecho en sí, sino el apoyo a ese «asalto legal» mostrado por grandes medios de comunicación, nacionales e internacionales. No quisiera exagerar, ni ver mi artículo sesgado por el enfado de jóvenes amigos, pero me ha venido a la cabeza aquella actuación retorcida del prestamista de «El mercader de Venecia», que pide algo «justo» pero monstruoso, al vencer el plazo y no poder devolver el cliente el dinero del préstamo: la libra de carne que le sería cortada según el pacto, exige ahora que sea ¡el corazón!

Es evidente que la sociedad necesita leyes, pero leyes buenas si queremos funcionar bien. Y estaremos de acuerdo en que la situación de Megaupload y otros servidores de alojamiento «en la nube», ante la nueva legislación estadounidense, no es una simple concurrencia de derechos, el de propiedad intelectual y el de libertad de establecer servicios de alojamiento en Internet, es un enfrentamiento entre formas de entender el mercado: una, clásica y resultona para unos pocos pero gravosa para muchos; otra, abierta y sin cortapisas pero con un gratis total que es verdad que en manos de desaprensivos podría ser poco ético e incluso ilegal.

En este sentido, un buen amigo jurista me pasa esta cita de Robert Alexy en «Teoría de los derechos fundamentales», que pienso que viene a cuento por las dificultades de supervivencia que están teniendo las webs de descargas:

La ponderación no es más que la optimización relativa a principios contrapuestos (…) Cuanto mayor sea el grado de insatisfacción o de detrimento de un derecho o de un principio, mayor debe ser la importancia de satisfacer el otro.

Creo que aquí tenemos una vía de comprensión del asunto. Pero, además, aterrizando a pie de calle, el sentido común me lleva a decir que en ocasiones, si no se quiere perjudicar seriamente la vida social y el desarrollo generalizado, es preciso estar dispuesto a dar más y a recibir menos de lo debido.

No es mi intención sacar aquí la varita mágica de las soluciones, nadie la tiene, ni es tan sencillo. Pero creo que sí es muy necesario poner en claro algunos principios que ayuden a resolver el problema que se plantea, y más cuando parece que algunos ya dan la cuestión por zanjada incluso habiéndose aplicado procedimientos penales internacionales a los asuntos de las políticas de Internet: pienso que es un terrible precedente.

Porque, todo el mundo sabe que, ahora, servidores similares que han sido citados en la acusación –Cinetube, Taringa, Fileserve, Uploaded, Seriesyonkis, Rapidshare, Filesonic…– están restringiendo el acceso a sus archivos almacenados. Y, si cierran Megaupload, ¿por qué no cierran los miles de blogs, webs y portales que están enlazando a contenidos que no son suyos?

Al parecer, Megaupload quería convertirse en algo más que un servicio para compartir archivos. La compañía planeaba crear un nuevo servicio de descarga de música que habría conectado directamente al usuario con el artista, eliminando la necesidad de discográficas (o, a medio plazo, las productoras y distribuidoras de cine) como intermediarias.

La novedad que presentó Megaupload un mes antes de su cierre era una nueva funcionalidad de Megabox junto con Megakey. La idea era lanzar una tienda de música integrada dentro de Megabox y a través de Megakey gestionar las compras de esta tienda. Así, los creadores-artistas hubieran podido subir su música, cobrar por ella lo que quisiesen y ganar el 90% del precio del producto. El 10% restante, que no va para los artistas que subieron su música pagada, se distribuiría entre quienes colocaron sus obras gratis. Un modelo de negocio revolucionario pero inaceptable para las empresas discográficas y un tremendo rival para iTunes.

Sea como sea, por supuesto que importa mucho defender los derechos legítimos que tiene cualquier autor de diversos tipos de obras (música, fotografías, audiovisuales, etcétera), y cualquier creador de ideas, modelos, y marcas. Pero, aun siendo el fin legítimo, las formas en las que se pretende imponer controles son cuestionables: cualquier decisión de cierre de una página en Internet debería venir sustentada por una sentencia judicial, como garantía de un Estado de Derecho. Sería cínico, y desestabilizador de la convivencia, olvidar que la libertad de expresión e información son derechos fundamentales de los ciudadanos, y en el siglo XXI están directamente vinculados con un Internet libre.

Eso no ha de ser obstáculo para que se proteja el derecho de los creadores sobre sus obras. ¡Algo habrá que hacer! Y lo punitivo no parece lo más adecuado. Me van a perdonar un sencillo ejemplo de patio de colegio: Unos niños están jugando a fútbol y uno de ellos acude apurado a protestar a su profesora con el argumento de que sus compañeros no le dejan jugar. -¿Por qué no te dejan?, le pregunta la paciente maestra. - ¡Pues porque no me quiero poner de portero!

Evidentemente, si el chico cediese y aunque sea sólo un ratito se colocase en la portería, los demás entenderían que algo ya ha hecho por aceptar ciertas reglas y seguro que podría entrar pronto como jugador «al completo». Tal vez esa debería haber sido la actitud del Sr. Kim Schmitz, propietario de Megaupload.

Un equilibrio ha de ser posible. ¡Todos hemos de poder jugar el partido! Y, para conseguirlo, empresas productoras, discográficas, editoriales… deberían invertir en creatividad y búsqueda de nuevos modelos de negocio, con el deseo de adaptarse al cambio tecnológico de la llamada tercera revolución industrial, y dejar de empeñarse en mantener un modelo anticuado, de espaldas al compartir tan propio de una sociedad globalizada como la actual.

Sin ir más lejos, todo el mundo sabe de buenos ejemplos, como Spotify y iTunes que permiten escuchar música de forma legal por una pequeña cantidad, y los artistas son compensados suficientemente. O que Amazon permite leer e-books baratos. Pues, ¡ea!, a ampliar las posibilidades: facilitemos la modernidad, sin abusar de lo que no es tuyo, pero tampoco sin retorcer la ley para tu exclusivo beneficio.

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