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Bartolomé de las Casas, exaltado inmortal

Las Casas fue enormemente responsable por la creación de esa sombría imagen de la obra española en América ... Los libelos de Las Casas y el uso político en que fueron utilizados [por los enemigos de España], marcan los principios de la propaganda en nuestra época[28].

En el siglo XVI, España produjo una impresionante cantidad de figuras heroicas. Igualmente, en su conquista del Nuevo Mundo, dio lugar a una sucesión de hechos y controversias que no sólo fueron épicas, sino también extremadamente amargas, originando una riada de polémicas proporcional en volumen a tan vasta empresa. Este fue el primer gran debate del mundo moderno, sobre la manera de soportar «la carga del hombre blanco», y el tema giró alrededor del destino de millares de indios recién descubiertos.

Tal proceso polémico, aunque con frecuencia apasionadamente desmedido, en el estilo controversial hispánico, contribuyó a la creación de una preclara y en general benévola legislación tutelar en favor de los indios. El debate, caracterizado por una gran libertad de palabra, que incluyó crítica hacia la misma Corona, debe ser visto como una de las glorias de la historia española, monumento de autocrítica y esfuerzo por un mejoramiento humanitario.

«El enfrentamiento armado no fue la única lucha durante la Conquista. La oposición de ideas que acompañó al descubrimiento de América y al establecimiento del gobierno español, es una historia que debe de ser contada como parte integrante de la Conquista y le imprimió un carácter único, digno de tenerse en cuenta... La extensa crítica permitida y hasta estimulada por la Corona, constituye realmente una de las glorias de la civilización española ... Conste para el eterno reconocimiento a España, su autorización e insistencia en que la justicia presidiera todos los actos de sus hombres en América ...» [29].

Como ocurre con frecuencia cuando se agrian las discusiones, las voces moderadas fallaron, por decirlo así, en manifestarse en beneficio de la Historia, aunque en la práctica, por lo general, prevalecieron. Las cuestiones fundamentales eran: ¿Debería ser tratado el indio americano como ser humano dotado de raciocinio? Si así fuera, la política de la Corona tendría que ser conversión pacífica de aquél al cristianismo. O, ¿estaba el indio en tan bajo nivel cultural que sería justificable y lícito el uso de enérgicos métodos de persuasión por parte del gobierno español, llegando, incluso a la esclavitud, si fuera necesario?

Los partidarios de la primera tesis, como lo fue Bartolomé de Las Casas, llegaron tan lejos en sus conclusiones, que pusieron en duda los derechos del rey a gobernar sobre el Nuevo Mundo, si no cumplía con la obligación de proteger a los indios en sus derechos, usando únicamente medios pacíficos para persuadirlos (encomendados, por supuesto, a hombres como Las Casas). Así, en cierto sentido, desafiaron la autoridad real, enfrentándose al monarca, y sus argumentos fueron generalmente aceptados por la Corona. En el segundo grupo figuraban aquéllos que, como el jurista Juan Ginés de Sepúlveda, abogaron en defensa de los derechos del rey a gobernar en América, aun cuando esto supusiera guerra o esclavitud de los indios. Esta contienda polémica terminó en empate, aunque la posterior legislación a favor de los indios, puede considerarse bastante más «lascasiana» en concepto. Ginés de Sepúlveda no obtuvo el permiso real para publicar sus puntos de vista en España, pero Bartolomé de Las Casas publicó sus argumentos y propaganda en Sevilla en los años 1552 y 1553.

La esclavitud india fue proscrita en la legislación española y se promulgaron severas leyes para la protección y bienestar de los indios; sin embargo, la autoridad real se mantuvo, y una persuasión moderadamente enérgica, fue la norma aceptada, aunque con restricciones. El resultado final fue un conglomerado general de realidades y humanitarismo, y las posiciones extremas, más espectaculares y más excitantes para los dogmáticos, atrajeron la mayor atención hasta nuestros días. La calificación del indio, dependiendo de la escuela de pensamiento que lo considera, llegó a ser o «noble salvaje» o «perro sucio». Era inevitable, por supuesto, que Las Casas, a la larga, aventajase en popularidad a Ginés de Sepúlveda, porque sus doctrinas estaban más en consonancia con el humanitarismo de tiempos posteriores. Desde que Las Casas se manifestó como un decidido luchador en defensa del «aperreado indio», estaba destinado a ser cada vez más, en el transcurso de los años, un héroe de la escuela del «noble salvaje» —sobre todo cuando este concepto se hizo popular durante y después del sigloXVIII— sin que entraran en juicio la validez ni viabilidad de sus argumentos.

Los vencidos en este encuentro no fueron los contendientes ni el motivo de su lucha, el indio. Irónicamente, los que perdieron fueron España y los españoles, los que de verdad merecen todo honor por haber mantenido tal debate en el lugar y tiempo en que ocurrió. Los folletos que Las Casas escribió contra las iniquidades españolas, fueron casi siempre tan desmedidos, tan exagerados y tan deformados, que marcaron a los españoles con el estigma de una excepcional codicia y crueldad que parece tener carácter indeleble.

Los holandeses, ingleses y franceses, no discutieron sus propias iniquidades a los cuatro vientos y por tanto eludieron la condena internacional. La autocrítica nunca ha sido característica notable de aquellos pueblos, como lo ha sido del español. De aquí que sean muy apropiadas las líneas de Bartrina:

«Oyendo hablar a un hombre, fácil es acertar dónde vio la luz del sol: Si os alaba Inglaterra, será inglés; si os habla mal de Prusia, es un francés; y si habla mal de España, es español» [30].

La controversia sobre los méritos y defectos de Bartolomé de Las Casas continuará sin duda eternamente, en principio, porque siempre habrá gente que creerá en su total condenación de los españoles y porque otros habrá que reconocerán y censurarán sin reservas el prejuicio y fanatismo patentes que guiaron su lengua, su personalidad y su pluma. Hay quienes respetan a Las Casas, pasando por alto la injusticia de sus métodos, para guardar como reliquia la nobleza de su causa, y existen aquéllos que ya durante siglos, sin preocuparse mucho de la causa, los métodos o los hechos verídicos, se recrean solamente en la elevación de Las Casas a la categoría de héroe de la propaganda antiespañola.

Aunque el fervor propagandístico y las deformaciones son más que evidentes en los escritos históricos de Las Casas, su fanatismo colérico, intolerante e intransigente alcanza su altura y fama máximas en suBrevzssima relación de la destrucción de las Indias. Este panfleto llegó a ser la más poderosa arma de los enemigos de España, la más conocida y la más usada como fuente de información para escritores extranjeros sobre la conducta hispana en ultramar y, aún más, fue el punto de apoyo de una imagen general de los españoles en su historia y su carácter.

El fraile y obispo, Bartolomé de Las Casas, murió en 1566, a la edad de 92 años, habiendo sido contemporáneo de Colón y espectador de la primera y mayor fase de la conquista española de América. Dedicó el último medio siglo de su vida a defender la tesis de que la Conquista fue una vasta y cruel injusticia, una «ilegítima» invasión por «lobos y tigres» contra los pacíficos, inocentes y pobres indios. Presentó esta descripción repetidas veces ante la Corte, en sus esfuerzos por mejorar la condición del indio conquistado y tuvo gran éxito al conseguir una legislación protectora de la vida y derechos de aquél. La Brevíssima Relación fue sólo una de las apasionadas expresiones del obispo en esta causa.

En los siglos de encasillado énfasis sobre las iniquidades españolas, se olvida a menudo que había, además de Las Casas, otros muchos de sus compatriotas que condenaron y castigaron las crueldades de la Conquista. Del mismo modo, la legislación reparadora fue dictada y ejercitada por juristas y demás funcionarios españoles. El carácter español del siglo XVI incluía, por un lado, la capacidad de una conquista rigurosa y, por el otro, el deseo de corregir los consiguientes efectos nocivos con medios enérgicos e idealistas, y a menudo efectivos, especialmente por medio de procesos religiosos y jurídicos.

Los nueve tratados de Las Casas, publicados febrilmente en Sevilla en 1552-1553, estaban destinados a ejercer una influencia maléfica en la valoración de la conducta y acción de España en América, influencia que fue particularmente cierta en la Brevíssima. Este arma de propaganda —porque tal fue y así debe de ser considerada— llegó a ser un evangelio para los extranjeros que más adelante escribieron sobre la Conquista y el reinado de España en el Nuevo Mundo. A pesar de sus bien conocidos errores, deformaciones y, en general, falta de veracidad, la Brevíssima es todavía el manual para aquéllos que desean constatarlo y afirmarse en su creencia de la singular depravación española.

La historia de Las Casas y de su Brevíssima se ha contado muchas veces y ha dado lugar a múltiples controversias [31], siendo por tanto innecesaria su repetición. Bastará echar una rápida ojeada al escenario y a la naturaleza de su contenido.

La culminación inicial de la cruzada «pro india» de fray Bartolomé, que incluyó varios viajes trasatlánticos y abundante presión sobre los círculos de la Corte, ocurrió al final de la década del 1530 y principios de la siguiente, cuando su incansable y afortunada acción política consiguió una revisión legislativa para mejorar las condiciones de los indios. Resultado de esta campaña fueron las famosas «Nuevas Leyes de Indias para el buen trato y protección de los indios» (1542) que conmovió al imperio español en América hasta sus cimientos con una violenta reacción, e incluso rebelión de algunos de los conquistadores del Perú. Estas «Nuevas Leyes» atacaron, entre otras cosas, las bases del sistema de encomiendas (tributo impuesto al indio en favor de los españoles, especialmente los de la clase conquistadora) y reafirmaron la ilegalidad de la esclavitud indígena. Aunque la sublevación peruana y los sabios consejos del Virrey de Méjico, Antonio de Mendoza, retrasaron la vigencia obligatoria de las «Nuevas Leyes», esta legislación, no obstante, sirvió como directriz permanente de la política de la Corona. En años sucesivos, la mayor parte de estas leyes fue puesta en vigor, provocando casi un alzamiento de los encomenderos en Méjico, en la década de 1560. Justo y obligado es reconocer que la política de la Corona, fuertemente influenciada por Las Casas y otros miembros de la Orden Dominicana, a pesar del riesgo de rebelión, jamás se desvió de lo que podríamos llamar una meta de legislación proindígena, espíritu de la mayoría de las leyes posteriores de España en Indias. La Corona, en el desarrollo de su política de ultramar, produjo una mezcla fascinante de sentido práctico y de humanitarismo. Esta área es de gran riqueza para el estudio y ciertamente merece más honor del que se le ha otorgado.

El segundo momento cumbre de la cruzada de Las Casas, se produjo en los años 1550-1551, cuando participó en el debate antes mencionado con Juan Ginés de Sepúlveda, debate patrocinado por la Corona. Hasta entonces, Las Casas no había publicado sus obras, aunque algunas de ellas se conocían en manuscrito; lo hizo a la sazón y con harta prisa, en pocos meses, figurando entre ellas la Brevíssima Relación.

La prisa con que publicó y dio a conocer sus tratados continúa hasta hoy siendo un misterio. Tal vez quiso dar más permanencia a sus ideas y más amplia difusión; o quizás sus editores, presintiendo un «best seller» (venta cuantiosa) actuaron con una rapidez excepcional. Pudo, en fin, ocurrir que el propio Las Casas, ya de edad avanzada, sintiera una comprensible ansiedad por ver así publicado el trabajo de su vida. O, ¿quién sabe si alguien en Sevilla estaba impaciente por acelerar la salida de las publicaciones más allá de la Península? ¿O, sencillamente, la premura de alcanzar la próxima flota para América, como sugiere Lewis Hanke?

Teniendo en cuenta que Sevilla en este momento era un bullicioso centro marítimo, con mucha población extranjera, no es difícil imaginar la abundancia de facilidades para la rápida difusión de las publicaciones de Las Casas en ciertas áreas europeas, donde serían bien recibidas dada la hispanofobia que ya existía o que estaba en formación. En la Europa de aquella época (1550-1580) había más que suficiente misterio en las conspiraciones y contra-conspiraciones, para intuir la probabilidad de que las publicaciones de Las Casas habían de ser metódicamente divulgadas como armas antiespañolas. Sean los que fueren los motivos determinantes, estas publicaciones se convirtieron en armas y con gran rapidez.

Las Casas, a través de la imprenta, se hizo aún más formidable, como indudablemente era su intención. De todas partes, y en especial de América, llegaron acerbas réplicas contra él. Su Brevíssima Relación fue de inmediato condenada como un entresijo de deformaciones, exageraciones y rotundos errores. En su obra, reitera ad nauseam la historia de conquistadores españoles, villanos y depravados contra el «noble salvaje», presentando a aquéllos como crueles, inhumanos y codiciosos de oro, y a éstos, como pacíficos e inocentes. De este vergonzoso batiburrillo, sale la increíble cifra de unos veinte millones de indios muertos por los españoles durante la Conquista, estadística que, hasta nuestros días, cuenta con la creencia popular. Así sucedió que con su pluma, el buen fray Bartolomé, quitó la vida a mayor número de sus indios que el que sus compatriotas lograron hacer con sus armas. El profesor John Tate Lanning lo describe así: «Si cada español de los que integran la lista de Bermúdez Plata en su Pasajeros a las Indias durante los cincuenta años inmediatos al Descubrimiento, hubiera matado un indio cada día laborable y tres los domingos, hubiera sido preciso el transcurso de una generación para alcanzar la cifra que le atribuye su compatriota»[32].

Las Casas no admitió la posibilidad de que la disminución de indios se debiera a enfermedades, epidemias, combates en los que los indios intervenían, voluntariamente, como aliados de los españoles, con el objeto de matar a sus tradicionales enemigos, o por lógica disminución de su número por razones de mezcla de razas [33]. Las Casas acusó a los españoles de matar a más de tres millones de indios solamente en la isla «Española», cuya extensión, con toda seguridad, no permitía sustentar ni una aproximación de esa cifra, con los rudimentarios medios de su agricultura precolombina, poco comercio y pequeños centros de población [34]. Y estas evidentes exageraciones se repiten sin crítica y con reiterada insistencia hasta nuestro siglo, y aun por escritores con ilustración suficiente para un mejor conocimiento [35]. En fin, Las Casas no permitió que la verdad, o un sentido histórico, interfiriera en su emocionante relato de horrores y dejó en cambio entrever suficientes atisbos circunstanciales para dar a su historia una aureola de autenticidad. Parco en detalles y absolutamente falto de criterio comparativo, pero pródigo en imposibles generalizaciones, el trabajo de Las Casas puede merecer la atención solamente de los ya convencidos, o de quienes rechazan todo espíritu de crítica.

Desgraciadamente, algunos historiadores y otros tratadistas, con frecuencia dejan que la nobleza de la causa que sostiene, interfiera en la evaluación crítica de la obra de Las Casas. Sin negar el mérito humanitario de su cruzada, tenemos que reconocer que él fue incapaz de encontrar una palabra de simpatía para cualesquiera idea opuesta a las suyas. Arremetiendo con denuncias de tal intransigencia, falsedades y tan coléricos insultos, su celo llegó a ser, en cierto sentido, contraproducente, es decir, que hizo de sus compatriotas seres casi increíbles. Fray Toribio de Benavente («Motolinía»), famoso misionero en Méjico, lo expresó de este modo, escribiendo al Emperador Carlos I:

«Por cierto, para con unos poquillos cánones quel de Las Casas oyó, él se atreve a mucho, y muy grande parece su desorden y poca su humildad; y piensa que todos yerran y quél solo acierta ... Yo me maravillo cómo V. M. y los de vuestros Consejos han podido sufrir tanto tiempo a un hombre tan pesado, inquieto e importuno y bullicioso y pleitista, en hábito de religión, tan desasosegado, tan mal criado y tan injuriador y perjudicial y tan sin reposo» [36].

En un análisis final, los millares de escrupulosos funcionarios y los más humildes clérigos que trabajaron en la integración hispano-india durante tres siglos, también merecen justo crédito por el efectivo mejoramiento de la vida del indio.

Para quien sienta un honrado deseo de conocer y valorar imparcialmente la acción española en América, debe advertirse que la significación de Bartolomé de Las Casas estriba en estos factores:

  1. Acertó al señalar los actos reprobables que los españoles cometieron a lo largo de la conquista y explotación de los indios, pero incurrió en el error de centrar su atención sólo en este aspecto, excluyendo otras acciones que pudieran dar lugar a una más justa imagen de la totalidad de la empresa hispana;
  2. Debemos admitir que fue sincero y que sin duda luchó por una causa digna;
  3. Como propagandista, Las Casas, al estigmatizar a sus compatriotas como gente de singular crueldad y codicia, no sólo dio muestras de pobreza de espíritu, sino también de un desprecio por las perspectivas históricas y falta de comprensión humana, requisitos esenciales de un buen historiador
  4. Su propaganda ha sido aceptada como crónica verídica y como resumen completo de la actuación de España en América. Es este último punto el que ha causado el mayor daño —el uso de la obra de Las Casas como guía para el general conocimiento de los siglos de dominación de España en el Nuevo Mundo.

Las Casas fue violentamente atacado en su propia época, y durante los siglos posteriores se produjo abundante literatura en pro y en contra, entre aquellos que buscaban ávidamente difamarlo y los que procuraban corregirlo y así dar lugar a juicios más sanos sobre la Conquista y los siglos subsiguientes [37]. Los mejores modos de reparar el perjuicio ocasionado por Las Casas son:

  1. Incrementar el conocimiento de los hechos a base de la amplia documentación existente y de los escritos de los expertos publicados sobre España en América;
  2. Un exacto conocimiento de lo que Las Casas trataba de hacer, los métodos que empleó y la forma en que los enemigos de España explotaron su obra en su propaganda;
  3. Un acercamiento a la historia y cultura española e hispanoamericana libre de prejuicios religiosos, raciales o cualesquiera otros, con los mismos criterios y normas de simpatía que aplicamos, por ejemplo, a nuestra propia historia y a sus orígenes europeos.

Los españoles, con mucha razón, se han sentido ofendidos por la denigración que les trajo la pluma de Las Casas y sus imitadores; pero los prudentes eruditos de la Península e hispanistas de otras naciones, piden sólo que España, su gente y su obra en América, sea valorada y estudiada en una atmósfera justa, es decir, con las mismas reglas de imparcialidad empleadas para juzgar a otros pueblos y naciones. Ellos no desean la creación de una «Leyenda Blanca», sino que aspiran simplemente a la eliminación de las injusticias de la «Negra».

Las amargas acusaciones de Las Casas empezaron a extenderse en Europa precisamente en aquellos años (1560-1590) en que los ingleses comenzaban a disputar el monopolio ibérico en el Nuevo Mundo, y los holandeses e ingleses iniciaban su largo período de conflictos con España. También por aquel entonces empezó el despertar de Europa hacia los extraños hallazgos en el Nuevo Mundo (por ejemplo, riqueza fabulosa, geografía espectacular, aborígenes desnudos) y a las exploraciones y conquistas españolas. El violento colorido de la acusación de Las Casas fue hecho a la medida para aumentar una propaganda concebida con el ánimo de demostrar que los españoles, por sus crueldades y codicia, estaban moralmente incapacitados para retener sus derechos sobre los territorios del Nuevo Mundo. Más aún, esta estampa de la depravación española serviría para proyectar una imagen de Felipe II, sus funcionarios y soldados, de carácter tan monstruoso que alentaría a sus enemigos a luchar contra ellos hasta la misma muerte.

Para mediados del siglo XVI, aún sin el estímulo de las iniquidades descritas por Las Casas, España tuvo gran cantidad de enemigos a lo largo y ancho, desde Estambul hasta Londres y Lisboa. Los esfuerzos españoles para purificar y reformar su Iglesia, mantener la unidad de la Cristiandad, contener a Francia y conservar o engrandecer herencias dinásticas, colocaron a España en la cúspide de Europa. Estas acciones habían creado en lugares peligrosos y estratégicos, miedos, envidias y odios vengativos, es decir, que ya existían europeos de sobra hispanofóbicos y que, en consecuencia, estarían más que encantados de explotar a don Bartolomé. Veamos quiénes fueron y por qué.

Notas

[28] Hanke y Giménez, pp. XII-XIII..

[29] De Lewis Hanke, Struggle for Justice, pp. 175, 177 y 178. Véase también a Hanke, «Conquest and the Cross», American Heritage, XIV, 2 (febrero, 1963): pp. 4-19 y 107-111.

[30] Citado por Lanning en «A Reconsideration»; versión española en Juderías, p. 273.

[31] Para una idea de los propósitos e historia de la impresión de esta obra, véase especialmente a Hanke, Bartolomé de Las Casas: Bookman, Scholar and Propagandist (Philadelphia: University of Pennsylvania Press, 1952), pp. 42 y siguientes; Hanke y Giménez Fernández, Bartolomé de Las Casas, 1474-1566 (un estudio bibliográfico anotado), pp. 139 y siguientes.

[32] Lanning «A Reconsideraron», p. 166.

[33] Matemática y obviamente, dado que las mujeres indias producían niños mestizos, el número relativo de indios declinaba, puesto que el mestizo ya no era indio de pura sangre. Esta es una circunstancia significativa que muchos escritores se olvidan de tomar en cuenta, con una indiferencia lascasiana en sus conjeturas sobre la disminución indígena. Una y otra vez los nativos se mataban alegremente entre sí, en las luchas como aliados de los hispanos contra otros indios; a menudo, a pesar de los esfuerzos españoles para prevenirlo. Los aborígenes también murieron en gran escala a causa de varias epidemias. Las Casas, probablemente, nunca conoció ninguna de las grandes epidemias que los diezmaron (Hanke y Giménez, p. 151, basado en George Kubler, «Population Movements in México, 1520-1620», The Hispanic American Historical Review, XXII [1942], pp. 606-643).

[34] Bayle, España en Indias, especialmente el capítulo 6, discurre razonablemente sobre este tema general de la merma de los indios. Consultar también a Diffie, pp. 178-79.

[35] Por ejemplo, Marce l Brion, Bartolomé de las Casas (Father oi the Indians), es un ejemplo de las peores imágenes de la actual Leyenda Negra, escrito basado en Las Casas y aparentemente lleno de fuertes prejuicios hispanofóbicos; o Ralph Korngold, Citizen Toussaint (para la cita completa, véase la Bibliografía).

[37] Citado en Hanke y Giménez, p. XVIII.

[37] Carbia, en la tercera parte, «La reacción contra la leyenda», pp. 197-238, da un resumen de las obras más conocidas que atacan a Las Casas, y a la Leyenda Negra en general. Una de las más recientes críticas de Las Casas es la de Ramón Menéndez Pidal, el eminente erudito español, en su libroEl Padre Las Casas: Su doble personalidad(Madrid, Espasa Calpe, 1963). Como respuesta a esta crítica, véase Hanke, «More Heat and Some Light...».

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