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Travestis y transexuales

En los tiempos actuales uno de los cambios culturales y morales más preocupantes se refiere a la «perspectiva de género», una ideología que surge de las filas del feminismo radical y se difunde en la Conferencia Mundial sobre la Mujer, celebrada en Beijing en 1995. Aún reconociendo el sexo biológico, naturalmente bipolar, macho y hembra, varón y mujer, se da más importancia al «género» como una construcción social que cada ser humano puede adoptar de acuerdo a su orientación sexual y en definitiva a su libertad. En la actualidad hay una multiplicidad de orientaciones sexuales, entre ellas las personas transexuales, homosexuales y bisexuales.

La ideología de género postula que cada ser humano puede adquirir una nueva «identidad de género», independientemente de su sexo biológico. Un problema especial se plantea en el caso de las personas travestis y transexuales que no se sienten identificados con su sexualidad biológica. Los travestis varones quieren que se les trate como mujeres. En un primer paso se maquillan, se dejan cabellera larga y se visten con ropas femeninas. Algunos se arriesgan a tratamientos de mayor envergadura, no exentos de riesgos. Para cambiar la voz toman hormonas femeninas y para aumentar el tamaño de los pechos y de los glúteos se someten a implantes de silicona o de gel. El proceso de transgénero se culmina con la operación quirúrgica de reasignación sexual de los órganos genitales, la cual obviamente no siempre es satisfactoria.

Las ciencias biológicas enseñan que todas las células corporales llevan la impronta de la sexualidad masculina o femenina que tiene todo ser humano en su genotipo hasta la muerte. Hay casos anómalos, antiguamente conocidos como hermafroditas y actualmente como intersexuales, debido a fenómenos precoces en la gestación, bien sea cromosomáticos o gonádicos, que afectan al genotipo o al fenotipo y que merecen un tratamiento especializado. Pero en todos los demás casos cambiar la identidad sexual es un mito imposible de realizar. Por otra parte la psicología muestra que frecuentemente las personas que desean cambiar de sexo han tenido problemas o traumas psicológicos, incluso en temprana edad, que pueden ser resueltos.

Algunos transexuales se quejan del rechazo de la población, muy especialmente en el ámbito laboral, por lo que frecuentemente terminan dedicándose a la prostitución, aunque aquí también sienten maltrato y discriminación. Las relaciones afectivas entre pareja, similares a las del noviazgo, suelen ser muy inestables y no ofrecen garantía para el futuro. Hay, además, casos documentados de transexuales que se sienten arrepentidos por el deterioro grave de su salud y desean volver a su anterior situación, lo cual ya no es posible, con lo cual se agrava su frustración.

En el ámbito jurídico se debe proceder con toda cautela. Ciertamente ninguna persona puede ser discriminada por su deseo de obtener una nueva identidad de género. Pero la sociedad tiene que mantener los valores profundos y la moral pública como base de la convivencia social. El derecho a una nueva identidad de género puede traer problemas de seguridad, cuando, por ejemplo, una persona quiere obtener un nuevo carnet de identidad para eludir obligaciones familiares o escapar a la justicia.

Otros pretendidos derechos son mucho más discutibles, por ejemplo el derecho a la seguridad social para los tratamientos y operaciones de reasignación sexual, ya que, además de ser caros e irreversibles, conllevan serios riesgos de salud corporal y mental. En lo que se refiere a los derechos familiares no se debe conceder el derecho a contraer matrimonio con una nueva identidad sexual, ya que éste sería naturalmente inválido. Tampoco se legitima el derecho a adoptar, ya que en la adopción debe primar el bien superior del niño o niña, cuyo propio desarrollo afectivo y sexual se pondría en riesgo.

Desde la perspectiva moral no se justifica el cambio de sexo. La ética natural aconseja resolver el problema, acudiendo, si es preciso, a personas sabias y virtuosas con una visión transcendente de la vida humana. La Iglesia Católica enseña a respetar la naturaleza de cada persona y a descubrir en ella el camino para llegar a la perfección personal según el plan de Dios que, tal como refiere la Biblia, creó al hombre, varón y mujer, en una dualidad de complementación que de alguna manera refleja la misma esencia divina.

Desde la ética cristiana se debe tratar a estas personas con problemas de identidad de género con respeto, compasión y delicadeza, evitando todo signo de discriminación injusta y animándoles a que en medio de las dificultades que atraviesan aprendan a descubrir la voluntad de Dios en su vida (Cf. Catecismo Iglesia Católica 2358). El matrimonio, como unión heterosexual, ha sido y será la vocación más común del ser humano para poder formar una familia, que permita crecer en el amor fiel e indisoluble, abierto a la fecundidad y asegurar, así, una feliz ancianidad.

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