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El Beato cardenal Newman y la Madre de Dios

Cuando el gran cardenal hoy Beato, John Henry Newman comenzó a acercarse a la Iglesia Católica, una de las dificultades que se le presentaron fue el lugar preeminente de nuestra Señora en la doctrina y el culto eclesiales.

Sabemos que había sido educado en la fe anglicana, aunque con matices, ya que su padre era una persona bastante liberal en materia religiosa, fue la madre la que lo educó desde niño en el gusto por la lectura de la Biblia. No obstante eso, desde joven veneró a la Madre del Redentor; ya a la temprana edad de 10 años había realizado el dibujo de un rosario en su libro de versos en latín, así podemos afirmar que el rosario abarcó toda su vida cristiana.

Toda la vida de Newman que había sido una continua búsqueda de la Verdad, abrazó la causa de la religión revelada y se entregó a ella totalmente. La fidelidad a esa causa lo llevó a retirarse de la Iglesia anglicana en la cima de su prestigio.

El 25 de marzo de 1831 el clérigo anglicano Newman pronunció su primer sermón sobre la veneración que se le debe a la Virgen y justo un año después predicaba sobre la honoración a María, lo que le provocó la acusación de que él estaba defendiendo el dogma católico de la Inmaculada Concepción de María.

Cuando comenzó a estudiar el papel de la Virgen Santísima en la redención, se hallaba bajo la influencia de la opinión protestante de que tal devoción era un brote relativamente moderno e injustificado, así que, naturalmente, aún no podía ver con buenos ojos la doctrina católica de veneración a nuestra Señora, pero él aceptaba a la Virgen María como poderosa intercesora, y veía en ella un ejemplo de la fe.

Poco a poco, fue descubriendo que todo lo que desarrolló la Iglesia respecto de la Madre de Jesús, tuvo que estar presente en la Iglesia primitiva al menos en germen o a escala reducida, lo que descubrió fue significativo, era el reconocimiento de la primitiva Iglesia, en María como la nueva Eva, y piensa que el protoevangelio: Génesis 3, 16, con la promesa del Salvador, ligado a la Mujer, del Apocalipsis capítulo 12, revelan indiscutiblemente la misión co-redentora de María Santísima, mientras que el arma de la serpiente se muestra siendo la tentación, el arma de la nueva Eva y Madre del Redentor es la oración.

De tal forma que la doctrina de la Encarnación del Verbo, lo condujo a la doctrina sobre María, y ejerció la misma, una gran influencia en él, sobre el camino concreto de su vida, por este motivo Newman no tuvo dificultades en reconocer a nuestra Señora como la concebida sin pecado original, de acuerdo a la doctrina de la Profesión de Fe en la que llamamos a María Virgen y Madre de Dios, es decir que la Segunda persona de la Santísima Trinidad se hizo hombre y tiene una madre humana. Luego, la doctrina de la virginidad perpetua de María no es solamente una consecuencia directa del misterio de la Encarnación, sino que conduce siempre de regreso al mismo.

Para el Beato cardenal Newman, el Santo Rosario era la forma de oración más sencilla, más hermosa y más efectiva de todas, de una dulzura apaciguante que no se encontraba en ninguna otra. No había otra cosa que le proporcionara más alegría que el Rosario. Lo amaba y lo practicaba muy a menudo y con gran entrega.

El Rosario no era para él una mera repetición mecánica, sino una contemplación y degustación de los misterios de la vida de Jesús a la mano de su madre María, el rezo cotidiano del Rosario fue para él hasta el final de su vida a los 89 años, de una ayuda increíble para poder contemplar las verdades dogmáticas de la fe de una manera sencilla e íntima. Dogma y doctrina fueron para él valores personales y reales que resplandecían sobre todo en la persona y la doctrina de Cristo. El Santo Rosario le ayudó hacer vivas esas verdades. Para él, la gran fuerza del Rosario está en el hecho que convierte la Profesión de la Fe en una oración; naturalmente que el Credo es ya una oración en sí mismo, y una gran muestra de veneración hacia Dios. Pero el Rosario pone ante los ojos del orante, las grandes verdades de la vida y muerte de Cristo y las acerca a su corazón.

Siendo ya muy mayor, no había para Newman actividad más razonable y conveniente que rezar el Rosario. El gran maestro de la Iglesia del siglo XIX amaba lo sencillo. El amante del Rosario prefería un lenguaje de palabras y sentimientos. El se cuidaba de aquellos que mostraban una fe artificial y rechazaba a los que creían que debían de estimular sus sentimientos al rezar y entrar en un estado especialmente sentimental.

A los conversos les daba el siguiente consejo para rezar el Rosario: En cada misterio imagínate una imagen y dirige tu espíritu hacia esa imagen (p.e. la anunciación, el sufrimiento, etc.). Mientras rezas el "Padrenuestro" y los diez "Avemarías" no pienses en las palabras, nada más pronúncialas claramente. Es evidente que la contemplación alimentada con el Padrenuestro" y el Avemaría incluye al orante en la relación divina.

El Beato cardenal Newman, ese humilde amigo de la verdad, quien siempre tomaba el Rosario en sus manos encontrando así una ayuda eficaz para su oración y unión con el Señor, nos recuerda que a veces hay que volver a descubrir el valor escondido de algunos tesoros olvidados, antes que los dejemos a un lado por algunos caminos oscuros y dudosos.

Para el Beato Cardenal John Henry Newman la mediación del poder intercesor de nuestra Señora está simbolizado en esas representaciones de Ella con sus manos levantadas hacia arriba, aún existentes en Roma y resume su pensamiento sobre la Madre de Dios en la siguiente bella afirmación: Ella cooperó en la salvación del mundo.

 

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