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¿Hacia un sexo único?

Recientemente, el Supremo Tribunal Federal de Brasil ha dictaminado que las parejas homosexuales poseen los mismos derechos que las heterosexuales. Y si bien por ahora sólo están referidos a la comunión de bienes, la jubilación y los derechos hereditarios, lo anterior es un paso importante en pos del llamado matrimonio homosexual, con la posibilidad de adopción.

Ahora bien, suele decirse que no permitir casarse a parejas del mismo sexo sería una discriminación arbitraria, lo que se opondría a la igualdad ante la ley. Mas ¿es realmente así?

Parte de este problema puede enfocarse desde la siguiente perspectiva: si dos situaciones (las que fuere) son realmente similares, por simple lógica, ambas debieran ser capaces de realizar las mismas funciones, tareas o fines, al punto que una podría sustituir totalmente a la otra para tal efecto.

Sin embargo, de inmediato se percibe que en este caso, ello no es así, por la sencilla razón que una pareja del mismo sexo es incapaz de concebir. Este solo dato, repetido hasta la saciedad, debiera ser más que suficiente para darnos cuenta que se trata de dos situaciones completamente diferentes, y que lo verdaderamente arbitrario es pretender darles el mismo estatus.

Tampoco la comparación con la adopción parece adecuada, puesto que desde hace milenios, y como dice un refrán jurídico, ella ha buscado «imitar a la naturaleza», esto es, asignarle al menor un padre y una madre, pues –debemos recordarlo– esta institución existe en función del bien del adoptado, no del de los adoptantes, en virtud del principio del «interés superior del niño».

En caso contrario, esto es, si de verdad no existiera ninguna diferencia entre parejas hétero u homosexuales, ello querría decir que una sociedad podría subsistir como tal a lo largo de las generaciones, sólo gracias a parejas del mismo sexo. También, que la organización que tenemos, que distingue entre hombres y mujeres, estaría errada, lo que significa que sería menester cambiarlo todo, desde los sistemas de salud hasta la división de los baños por sexo. Querría decir, en suma, que debiera instaurarse un sexo único (o si se prefiere, indiferenciado), con una completa homologación de todos, sin tomar en cuenta las más elementales diferencias naturales; con lo cual, lo lógico sería emplear la tecnología (como ya ocurre) para hacer tabla rasa con ellas, que pese a nuestro empeño, existen y subsisten: el embarazo o la presencia de los órganos sexuales masculinos o femeninos.

No se trata de despreciar, estigmatizar o ridiculizar a nadie: a fin de cuentas, todos somos personas, con una dignidad inherente que está sobre la ley y las mayorías. Mas, superado este baremo mínimo, se imponen las diferencias naturales, a menos, claro está, que la naturaleza se haya equivocado groseramente con nosotros.

 

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