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Política: servicio y perspectiva

Perdemos el rigor como país y el vigor como personas emprendedoras, con esta política y con estos políticos. El rodillo de la opulenta cosa pública, alquilada en ocasiones a inquilinos aprovechados y gorrones, produce una sangría en las arcas del Estado que no hay quien la pare, cuando no un hechizo que doblega e hipnotiza a quienes pagamos a los «servidores públicos».

Y mientras, llueven medidas de restricción del gasto en lo necesario, sin que aparezca por ningún lado la determinación de servir bien, de optimizar recursos. Al contrario, el objetivo es librarse «como sea» de la crítica ecuánime, cuando ésta es lo más característico de un Estado de derecho que se precie.

Una especie de sometimiento del Estado al «partido», puede significar puro «totalitarismo», como diría Lenin. Vaya ejemplo, ¿verdad?

Opino que cuando la lucha política sólo parece consistir en intentar dignificar retiradas, disimular convicciones o incluso disfrazar ineptitudes, es que nos ha tocado vivir tiempos de decadencia, de pequeñez ética y moral. ¡Pues habrá que reponerse!

¿Es que la gente no cree ya en principios? Porque los cargos políticos o cualquier persona constituida en autoridad también son gente, ¿verdad? Pero una especie de niebla de ultra-individualismo surge cada día, a pesar de los vientos que intentan disiparla. Asistimos a una miope visión de conjunto que impide soluciones complejas, pues complejos son los problemas de esta segunda década del siglo XXI.

Preferir lo opresivo no es ecológico ni ayuda al progreso. Pues eso ocurre, ese atraso nos atenaza cuando se huye del conocimiento de los principios de la naturaleza humana, o se condiciona la libertad cuando es para elegir lo correcto.

En esta pandemia de cinismo, se confunde tolerancia con transigencia, se apuesta por la libertad sólo cuando es la propia, o también para los demás ¡si piensan como uno mismo, claro!

Y, ¿para cuándo servir? El ser humano es, por esencia, señor y servidor a la vez, pues nadie puede representar únicamente uno de esos papeles: uno se completa en el otro. Confundimos demasiadas veces servicio con esclavitud. Olvidamos por ejemplo, y no quiero señalar, que «ministro» quiere decir servidor, servidor de todos los demás.

¡Cuántos ejemplos, algunos positivos y desastrosos otros muchos, de todo esto nos vienen a la cabeza ante acontecimientos nacionales y mundiales que vivimos últimamente!

Cuando nuestras tareas no tienden a un verdadero servicio a los demás, cuando objetivos espurios cimentan nuestros afanes, nos perdemos en naderías, desaparece la perspectiva y la realidad se aleja cada vez más de nuestros ojos; somos una rémora y hemos de cambiar, por los demás y también por nosotros.

Tengamos en cuenta que hay ciertos bienes invisibles que hemos de poder alcanzar en esta vida. Pues, ¡ea!, que no todo sea «pro pane lucrando», ni que se haga bueno el refrán: «el miedo al amo hace guardar la viña». Aunque sí es necesario tener las medidas de prudencia para evitar abusos, como también es preciso percibir un salario justo, y entonces ya uno se excederá.

Como escribía el gran Ramón Llull: «Dime, loco, ¿qué es amor? Y el loco respondió: Amor es aquello que hace esclavos a los libres y libres a los esclavos. Y no se sabe en qué consiste esencialmente el amor, si en esta esclavitud o en esta libertad». ¡Pues eso!

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