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Procesiones de Semana Santa

La Semana Santa como atractivo turístico, ocasión de viajar o vacación no me parece mal, aunque pienso que su verdadero sentido se ha diluido, se ha perdido para la mayor parte de la gente.

La celebración del memorial de la Pasión de Cristo que los cristianos sacaron a la calle en forma de procesiones y cortejos, tenía la finalidad de hacer pública confesión de su fe en Jesucristo muerto y resucitado, como salvación de todos los hombres.

Hoy que el laicismo militante de nuestro gobierno trata de reducir nuestra fe a una cuestión privada, excluida del ámbito público, me parece necesario que, lejos de recluirnos en el interior de nuestras iglesias, optemos decididamente por anunciar abiertamente el evangelio, con ocasión o sin ella.

Pero tendríamos que preguntarnos si nuestras procesiones de Semana Santa son un claro testimonio de nuestra fe, o solo recuerdos del barroco, que resultan atractivos como mero espectáculo.

Las túnicas y capirotes de los cofrades han perdido casi toda referencia a su origen penitencial, razón por la que se tapaban la cara. Quizás hoy sería bueno que fueran a cara descubierta para que su fe y compromiso cristiano fuera manifiesto.

Pasear por las calles de la ciudad una representación escultórica de la Santa Cena debería explicar a los espectadores que se trata de la institución de la Eucaristía, en la que Jesús se nos da a sí mismo en el pan y en el vino, como vida de todos los que crean en Él.

La agónica oración de Jesús en el huerto de los Olivos, su prendimiento, su injusta condena, los azotes, burlas y corona de espinas que soportó, llevar a cuestas la cruz para ser clavado en ella y morir perdonando y exculpando a sus verdugos, es la entrega amorosa más portentosa que se haya producido en el mundo: que el Hijo de Dios muera por los hombres de todos los tiempos.

La pasión de Jesús será un signo para la gente si los que la muestran, creen en Cristo y le siguen en sus vidas de cada día. Las esculturas pueden ser ilustraciones didácticas, pero necesitan el testimonio coherente de los cristianos que las acompañan por las calles.

En muchos sitios los desfiles procesionales acaban bruscamente, bajando a Jesús de la Cruz y mostrándolo en el sepulcro, como si allí acabara todo, pero no es así. Cristo resucita en la mañana de Pascua y queda establecida su divinidad. Si Cristo no hubiera resucitado, vana sería nuestra fe, como dice San Pablo. Sin resurrección, Jesús sería una persona interesante del pasado, pero resucitado es el Señor, el que ordenó a sus seguidores que anunciaran el evangelio y unidos a Él formaran su iglesia.

En casi todos los desfiles, alhajada y adornada, aparece María, la madre de Jesús. Sin duda la mayor parte del pueblo siente devoción por la Virgen. Hay quien dijo que muchos españoles no creen en Dios pero creen en la madre de Dios.

Las procesiones de Semana Santa tienen sentido si evangelizan, si invitan a la fe y al seguimiento de Jesús en estos tiempos de laicismo, alejamiento y rechazo de lo cristiano. Espero que el retorno a la fe tenga como mediadora a María, que nunca necesitara ninguna joya, ya que fue y es la llena de gracia, dispuesta siempre a interceder por nosotros.

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