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Ché sí, Cristo no

Liberación es un vocablo que en el presente y de formas muy diversas tiene fuertes connotaciones, podría decirse incluso contradictorias y contrarias, y hasta surgió —en las décadas precedentes— una «teología de la liberación» que frecuentemente contiene una sobredosis de liberación y muy poco de teología, al menos de la auténtica de Cristo.

La historia humana, está llena de esclavitudes, de gobiernos impositivos y tiránicos, de innumerables situaciones de opresión, bajo el argumento de las riquezas, hasta de aplicaciones aplastantes por motivos de religión, y el hombre anhela como nunca, verse liberado de toda esclavitud que anule, coarte o minimice sus naturales derechos.

Marx había reemplazado en su pensamiento el tradicional mesianismo judío (talmúdico) con el mesianismo proletario, colocando en lugar del pueblo judío —como redentor y salvador del mundo— al proletariado, el cual con sus sufrimientos y luchas va a redimir a la humanidad y construir una sociedad ideal del futuro, como realización del sueño de la justicia y del bienestar pata todos.

Ese falso mesianismo marxista, en vez de liberar, se convirtió en una poderosa y demoledora máquina de destrucción social, ya que fue empleado, en la aniquilación de las sociedades que ellos odian y desprecian, así, durante el siglo precedente, las ideologías marxista y nazi, llevaron al mundo a la opresión de naciones completas y a terribles confrontaciones bélicas, pero las tiranías, por más sañudas que éstas sean, siempre serán efímeras en el tiempo.

En esta dirección se orientan las doctrinas que desconocen el sentido de lo trascendente o las que son explícitamente ateas. (Juan Pablo II, Veritatis splendor, 32).

En cambio, Jesús vino a propiciar una liberación, un cambio que desbordaba las fronteras geográficas y religiosas de su nación, y por eso fue rechazado por su pueblo, ya que su vocación de liberador universal no fue comprendida por quienes esperaban solamente un caudillo terrenal, que los liberara del yugo romano, que reconstruyera su autonomía nacional.

Lo explanaba Paulo VI: La Iglesia asocia, pero no identifica nunca, liberación humana y salvación en Jesucristo, porque sabe por reve­lación, por experiencia histórica y por reflexión de fe, que no toda noción de liberación es necesariamente cohe­rente y compatible con una visión evangélica del hombre, de las cosas y de los acontecimientos; que no es suficiente instaurar la liberación, crear el bienestar y el desarrollo para que llegue el reino de Dios.

Es más, la Iglesia está plenamente convencida de que toda liberación temporal, toda liberación política —por más que ésta se esfuerce en encontrar su justificación en tal o cual página del Antiguo o Nuevo Testamento; por más que acuda, para sus postulados ideológicos y sus nor­mas de acción, a la autoridad de los datos y conclusiones teológicas; por más que se pretende ser la teología de hoy— lleva dentro de sí misma el germen de su propia negación y decae del ideal que ella misma se propone, desde el momento en que sus motivaciones profundas no son las de la justicia en la caridad, la fuerza interior que la mueve no entraña una dimensión verdaderamente espi­ritual y su objetivo final no es la salvación y la felicidad en Dios. (Evangelii nuntiandi, 35)

Cristo no vino solamente a liberar a un pueblo, vino a liberar a todos los pueblos, Cristo no vino solamente a liberar una parte del hombre, vino a liberar a todo hombre y a todo el hombre; Cristo no vino solamente como liberador de una esclavitud, Él vino a liberarnos de todas las esclavitudes.

En la Historia de la Salvación, la obra de Dios es una acción de liberación integral y de promoción del hombre en toda su dimensión.

Podemos decir consecuentemente, que Cristo es un liberador integral, porque resucitó para liberar a todo el hombre; un liberador universal porque resucitó para liberar a todos los hombres; un liberador total porque resucitó para liberarnos de todas las esclavitudes, y un liberador cósmico, porque resucitó para redimir a todas las criaturas, que esperan con ansias ser liberadas de la servidumbre de la corrupción, para participar de la gloriosa libertad de los hijos de Dios.

¿Buscamos una liberación integral? Tenemos en Cristo un liberador con doctrina propia, ejemplo atractivo, generosidad desbordante y ansias de auténtica redención para todos los cristianos.

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