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Dignidad de la mujer VI.- La mujer en la Iglesia

La mujer fue la primera que vio el sepulcro vacío, la primera en escuchar de los ángeles la noticia de la Resurrección, la primera que divulgó la noticia del triunfo de Cristo. Jesús la escogió, prefiriéndola a los varones, hasta a los Apóstoles mismos.

Inmensa la importancia que dio Jesús a la mujer en aspectos importantes de su vida y, su Misión salvadora, ya que la constituye como discípula, como a la samaritana, pecadora, que se convierte en predicadora de Cristo: es éste un acontecimiento insólito si se tiene en cuenta el modo usual con que trataban a las mujeres los que enseriaban en Israel puntualiza Juan Pablo II (15). Conocer a Jesús, admirar sus prodigios, recibir sus confidencias, desear su triunfo en las personas, defender los intereses divinos, propagar la bondad de Jesús que anhela salvar a todos: son etapas de la actuación de la discípula de Jesús que puede ser la más humilde y despreciada mujer.

En la Iglesia

Juan Pablo II destaca algunas funciones de la mujer:

  1. ser esposas fieles y ardientes para el Divino Esposo Jesús;
  2. ser profetas que anuncien en sus ambientes la Palabra;
  3. ser edificantes, constructores de la comunidad eclesial mediante los propios carismas y con su servicio multiforme;
  4. ser transmisoras de la fe a sus hijos y nietos, en el templo sagrado del hogar;
  5. ser santificadoras de la Iglesia y de la sociedad, con su conducta ejemplar y su ayuda a los apóstoles;
  6. ser modelos por ser encarnación del ideal femenino, ejemplares para todo cristiano, un ejemplo de cómo la Esposa ha de responder con amor al amor del Esposo;
  7. ser fieles a Jesús en la soportación de la cruz y en la vía dolorosa;
  8. ser testimonios vírgenes en una sociedad corrompida por el abuso de la sensualidad;
  9. ser asiduas en la oración, que es el alimento fundamental de la Iglesia y de la santidad de sus miembros;
  10. ser repartidoras de sí mismas, ya que la mujer no puede encontrarse a sí misma si no es dando amor a los demás (30).

Son muchos los ministerios, inmensas las posibilidades de una acción persistente y eficiente de la mujer en el seno de la Iglesia. Apenas hay aspecto substancial eclesial en la que la mujer no halle un puesto eminente en el que ejercer su influencia, al estilo de María que no fue sacerdote pero que, aun así, fue la persona que más influjo positivo ejerció desde su casita de Nazaret en la Encarnación, en la evangelización, en la Resurrección y en el definitivo triunfo de Jesús.

Solamente una mujer que, sin ser llamada a una dignidad particular como el sacerdocio, se considere defraudada, fracasa en la vocación plurivalente y determinante a la que la llamó Dios.

Le confía al hombre

El hombre nace dependiente de la mujer. Quizás llegará luego a ser una figura destacada en la historia de la sociedad, pero durante algún tiempo dependió substancialmente de la mujer; primero, mientras permanecía en el seno materno y luego en su delicada infancia, todo hombre dependió plenamente del amor, de la solicitud y de las delicadezas de una mujer.

La fuerza moral de la mujer, su fuerza espiritual, se une a la conciencia de que Dios le confía de un modo especial el hombre, es decir, el ser humano. Naturalmente, cada hombre es confiado por Dios a todos y a cada uno. Sin embargo, esta entrega se refiere especialmente a la mujer —sobre todo en razón de su femineidad— y ello decide principalmente su vocación (30).

Es preciso que los católicos aprendamos toda la ciencia que la Iglesia destaca en el valor de la dignidad femenina. Hay algo en ella invisible, pero cuyos frutos externos son excelentes. Hay que confiar mas en la mujer y en sus posibilidades, tanto en la dirección de las actividades de la Iglesia, cuanto en la participación en la evangelización; fuera del sacerdocio, apenas hay actividad y dignidad pastoral que ella no puede o no deba ejercer.

Porque, por su naturaleza, la mujer no amordazada por el egoísmo, es dadivosa de sus tesoros. "La mujer fuerte por la conciencia de esta entrega es fuerte por el hecho de que Dios "le confía el hombre", siempre y en cualquier caso, incluso en las condiciones de discriminación social en que pueda encontrarse. Esta conciencia y esta vocación fundamental hablan a la mujer de la dignidad que recibe de parte de Dios mismo, y todo ello la hace "fuerte" y la reafirma en su vocación. De este modo, la "mujer perfecta" se convierte en un apoyo insubstituible y en una fuente de fuerza espiritual para los demás, que perciben la gran energía de su espíritu. A estas "mujeres perfectas" deben mucho sus familias y, también las Naciones" (30).

El refrán universal afirma que junto a todos los grandes hombres, hay siempre una mujer", quizás entre bambalinas, pero que dirige al hombre, lo anima, lo consuela, lo lleva hasta la cima. También junto a la Iglesia.

Nada se puede añadir, de mayor grandeza en la mujer a lo confesado por Juan Pablo II en su Mulieris dignitatem (15-8-1988). Tenía razón la Macchiocchi, en su libro Las mujeres de Wojtyla para clarificar que ningún Papa habló jamás tan alto a favor de la mujer; añadimos que quizás tampoco ninguna autoridad civil ni filósofo alguno.

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