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El ateo virtuoso. Actualidad de un mito (y II)

continúa de El ateo virtuoso. Actualidad de un mito (I)

4. Vida moral y conocimiento de Dios

Los ateos virtuosos de Bayle y Rousseau no son culpables de su ateísmo. No vamos a entrar aquí en la cuestión de si existe un ateísmo inculpable. Preferimos poner de relieve, únicamente, que existe el ateo culpable de su propio ateísmo y que, en tal caso, no puede calificarse de virtuoso.

Llegar a Dios no solo es posible, sino que es un deber moral. Responde a la inclinación esencial de la naturaleza humana a conocer la verdad, y en esa inclinación se funda el deber de buscarla. Dejando a un lado las influencias negativas que, desde los primeros momentos de la existencia, pueden tener sobre la persona las convicciones de los padres, educadores, etc., queremos llamar la atención sobre las causas internas por las que una persona puede no llegar al conocimiento de Dios.

Sto. Tomás explica que la culpabilidad de los que no conocen a Dios no va precedida de ignorancia, sino que más bien ocurre al contrario: la culpa engendra una ignorancia consecuente, y en ese sentido esa ignorancia tiene también razón de culpa [10]. La ignorancia de la existencia de Dios se debe, al menos en muchos casos, a que las malas disposiciones morales subjetivas impiden el recto uso de la inteligencia, que, por naturaleza, no se detiene hasta llegar a su Creador.

a) La interacción del entendimiento y la voluntad.- En la búsqueda de la verdad está implicada toda la persona; no sólo el entendimiento, sino también la voluntad, las pasiones y sentimientos, la cabeza y el corazón.

Cuando una verdad se presenta al entendimiento, entra en juego la voluntad, que puede amar esa verdad o rechazarla. Si la persona está bien dispuesta, su voluntad la acepta como conveniente, e incluso puede mandar al entendimiento que la considere más a fondo, que busque otras verdades que la corroboren, y, por último, si es necesario, ordena su conducta de acuerdo con esa verdad.

Por el contrario, si la persona está mal dispuesta, la voluntad tiene mayor dificultad para aceptar la verdad, y puede incluso rechazarla como odiosa. En efecto, una verdad particular puede resultar aborrecible cuando aceptarla impide a la persona gozar de algo que desea. «Es el caso de los que querrían no conocer la verdad de la fe para pecar libremente, a quienes el li bro de Job hace decir: "No queremos la ciencia de tus caminos» [11]. Cuando esto sucede, es fácil que la voluntad incline al entendimiento a pensar en otra cosa, o a ver los aspectos negativos de la verdad que considera.

El resultado es que la persona no «ve» la verdad porque no quiere verla. La verdad queda aprisionada por la injusticia [12]. Para entender, para «reconocer» una verdad como bien, hay que querer: «Entiendo -afirma Santo Tomás- porque quiero, y del mismo modo uso de todas las potencias y hábitos porque quiero» [13]. Esto no quiere decir que la voluntad o el deseo sean, a fin de cuentas, los creadores de la verdad, sino que se requiere la "buena voluntad", "la limpieza de corazón", para poder reconocer la verdad y convertirla en directora de la propia vida.

b) Las disposiciones morales y verdad sobre Dios.- En el acceso a la verdad sobre Dios, las disposiciones de la voluntad son especialmente importantes. La existencia de Dios no es una cuestión sólo especulativa: su aceptación o rechazo deciden la vida entera de la persona.

De ahí que no se pueda plantear como un problema exclusivamente teórico: «El primer planteamiento del problema religioso no aparece ante el hombre de este modo: "¿Es posible reconocer a Dios?", sino que presenta esta otra forma: "¿Estoy dispuesto a reconocer a Dios?» [14]. Si se formula la pregunta por Dios sólo del primer modo, como a. veces se hace, puede dar lugar a interminables elucubraciones teóricas, porque en apariencia el sujeto no se implica personalmente. Es necesario adoptar la segunda perspectiva, que supone la implicación personal en la búsqueda de la verdad religiosa, si uno quiere realmente encontrarla. Entonces aparecen, ante la conciencia del que busca, los obstáculos reales que se oponen a la aceptación de la verdad, y se advierte que la dificultad no está del lado de Dios, sino del sujeto que pregunta por Él. El problema no es de la Luz, sino de la voluntad que no quiere ver.

El evangelio de San Juan presenta a Cristo, desde el primer momento, como la Luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo [15], pero esa Luz es recibida por unos, y ven; y rechazada por otros, y permanecen ciegos. La razón de tan diferentes desenlaces, la explica el mismo San Juan: «Vino la luz al mundo y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra mal odia la luz y no viene a la luz, para que sus obras no le acusen. Pero el que obra según la verdad viene a la luz, para que sus obras se pongan de manifiesto, porque han sido hechas según Dios» [16].

El problema, por tanto, no es sólo de índole intelectual, sino sobre todo moral: «Porque sus obras son malas». Las obras malas, puestas a la luz de Cristo, acusan al que las realiza. Puede suceder, y de hecho sucede, que, con la ayuda de la gracia, el pecador se enfrente a la realidad de su vida, muestre sus malas obras a la Luz, se humille y se convierta. Pero puede ocurrir también que «quiera» mantenerse en sus obras, y entonces se niega a sacarlas a la luz, para no sentirse acusado; y ante la posibilidad de ser iluminado, odia la luz, siente miedo y rehúsa incluso oír hablar de Dios. En cambio, al que obra según la verdad no le importa que sus obras se vean, porque han sido hechas según Dios. Está dispuesto a recibir la Luz, a Cristo, la Verdad [17].

La negación de la verdad sobre la existencia de Dios no es entonces fruto de un proceso puramente intelectual, sino de la propia mala voluntad, que tuerce continuamente la cara de la razón para que mire hacia otro lado, o para que fije su atención en todo aquello que parece contradecir la existencia de Dios: el sufrimiento de los inocentes, las catástrofes naturales, la existencia de personas creyentes cuya vida no es coherente con su fe, etc.

5. La importancia de la intención en el obrar moral

El mito del ateo virtuoso parece desarrollarse en el clima de la concepción normativa de la ética, que juzga las acciones exclusivamente desde el punto de vista externo, es decir, sin tener en cuenta la intencionalidad del sujeto agente, la dimensión interior de la acción, Desde el punto de vista del observador, es fácil llegar a otorgar el mismo valor a dos acciones materialmente iguales, de dos sujetos diferentes, sin tener en cuenta que pueden ser fruto de intencionalidades muy diversas.

Al juzgar la acción moral, no basta con tener en cuenta la acción exterior. El aspecto exterior de la acción no es suficiente para saber si la acción es buena: la intencionalidad es un elemento intrínseco de la acción.

En efecto, para actuar bien desde el punto de vista moral no basta con realizar acciones en sí mismas buenas, sino que es preciso actuar por amor al verdadero fin último. En caso contrario, la acción no puede calificarse de verdaderamente honesta.

Pues bien, Bayle hace una defensa de la honestidad del ateo, en la que a la vez demuestra -sin pretenderlo- que tal honestidad es deshonesta: «Como la ignorancia de un primer Ser Creador y Conservador del mundo no impediría a los miembros de esta sociedad (de ateos) el ser sensibles a la gloria y al vilipendio, a la recompensa y a la pena, y a todas las pasiones que se ven en los otros hombres, y no entenebrecería todas las luces de la razón, se encontrarían entre ellos personas que actuarían de buena fe en el cbmercio, que asistirían a los pobres, que se opondrían a la injusticia, que serían fieles a sus amigos, que denigrarían las injurias, que renunciarían a las voluptuosidades del cuerpo, que no engañarían a nadie, sea porque el deseo de ser alabados les empujase a todas estas bellas acciones que no dejarían de tener la aprobación pública, sea porque les lleva a eso el deseo de conseguirse amigos y protectores en caso de necesidad» [18].

Pero actuar bien por el deseo de alabanza y de conseguir amigos y protectores en el caso de necesidad constituye u na motivación muy diversa a la que requiere la honestidad cristiana y aun la honestidad natural de quien sigue la ley que Dios ha impreso en su alma [19].

6. Un punto de reflexión para creyentes y ateos

El modo de vivir de algunos cristianos ha alimentado, en ciertas ocasiones, el mito del ateo virtuoso. La falta de coherencia entre la fe y la conducta; el pietismo y el espiritualismo desencarnado; el desprecio de las realidades terrenas, como si fuesen tareas en las que el cristiano no puede mezclarse para no contaminarse; la mezcla de la verdadera fe con creencias vanas o supersticiosas; la reducción de la moral a algunos aspectos, olvidando otros asimismo importantes, etc., han servido de ocasión para pintar de atractivos colores a un personaje que, a pesar de no creer en Dios, vive como hombre honrado. Y esto debe servir de reflexión a los cristianos para tomar conciencia de la importancia de la unidad entre fe y vida.

De todas formas, cuando se piensa en la fe (y en la moral) predicada por Cristo y en aquellos que lucharon por ser coherentes con ella, incluso a costa de su vida, los santos, parece lógico deducir que los cristianos que exhiben una conducta deshonesta, viven así no a causa de profesar la fe cristiana, sino a pesar de ello. Y si se piensa en las consecuencias prácticas del ateismo militante, también parece lógico concluir que los ateos que dan muestras de vivir las virtudes humanas, viven así no a causa de negar la existencia de Dios, sino a pesar de ello.

En resumen: pienso que no puede darse un comportamiento ético en sentido pleno, una vida moral plena, con todas las condiciones que exige la palabra "moral" en cuanto al conocimiento y la voluntad algo que no coincide con lo que se entiende habitualme'nte por ser "buena persona"-, si se prescinde de la aceptación práctica de la verdad sobre Dios.

Notas

[10] Cfr. Sto. TOMÁS DE AQUINO, In Ep. ad Rom., cap. 1, lect. 7.

[11] Sto. TOMÁS DE AQUINO, Summa Theologiae, 11-11, q. 25, a. 5, ad 2.

[12] Cfr. Rm 1, 18.

[13] Sto. TOMÁS DE AQUINO, Quaestiones disputatae: De malo, q. 4, a. 1. Cfr. también Summa contra gentes, 1. 1, cap. 72.

[14] A. LANG, Teología fundamental, 1, Madrid 1966, 158.

[15] Cfr. Jn 1,9.

[16] Jn 3,19-21.

[17] Cfr. S. GREGORIO DE NISA, De vita Moysis, 11, 65.

[18] P. BAYLE, Pensées diverses sur la comete, Société des textes français modernes, Librairie E. Droz, Paris 1939, 11, 103. La cursiva es mía.

[19] Cfr. T. ALVIRA, Pierre Bayle, cit., 142.

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