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Gregorio Rocasolano

En este 2011, Año Internacional de la Química, presentamos a Antonio de Gregorio Rocasolano (1873-1941), químico español profundamente católico, a cuya memoria dedica el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) uno de sus institutos de investigación en su Campus de Serrano, el de química-física, ubicado en el coloquialmente denominado Edificio Rockefeller, construido con fondos del magnate norteamericano durante la dictadura de Primo de Rivera. Nació y murió en Zaragoza, donde además desarrolló toda su actividad docente y científica.

Rocasolano y el Edificio del CSIC que lleva su nombreEl Profesor Rocasolano cursó estudios de bachillerato en su ciudad natal, donde además se licenció en la Facultad de Ciencias en 1892, doctorándose en 1897 en la Sección de Física y Química de la Central de Madrid. Tras una estancia en el Instituto Agronómico de París para estudiar microbiología y fermentación con el insigne Emile Duclaux, se doctoró por la Universidad de Madrid en 1987, siendo inmediatamente nombrado profesor auxiliar de la Facultad de Ciencias de Zaragoza. En 1902 consiguió por oposición la cátedra de química general de la Universidad de Barcelona, que permutó por la de Zaragoza al año siguiente. Sus investigaciones sobre química agrícola y coloides le llevaron a ser considerado un científico de relieve internacional.

Debido a su talento científico y a su fuerte aragonesismo, Don Antonio fundó con otros científicos de la época la Academia de Ciencias Físicas, Químicas y Naturales de Zaragoza, de la que sería presidente durante 1922-1932. Además creó en la Universidad de Zaragoza, de la que llegaría a ser vicerrector en 1921 y rector en 1929, el Laboratorio de Investigaciones Bioquímicas de la Facultad de Ciencias, que el mismísimo Albert Einstein visitaría en su famoso viaje a España, en 1923.

En relación a su fe, existen citas directas de la misma, escritas por el Padre Tomás López en 1941, quien da testimonio de que «…siendo Vicerrector de la Universidad de Zaragoza, y delegado regio de la Confederación Hidrográfica del Ebro, hacía ejercicios espirituales en el monasterio de la Veruela, comenzándolo a hacer en torno a 1929-30. Hacía en cinco días los Ejercicios de san Ignacio, solo, en habitación pobre, humilde cama, sobria comida, cinco meditaciones diarias, misa, lectura espiritual y paseando por el jardín con el director de Ejercicios para recibir instrucciones sobre las meditaciones hechas… En la Semana Santa de 1940 … Hizo los ejercicios ya enfermo, y meditando sobre la muerte comentaba hacerlo «por si había errado en algo». Meditaba de manera muy religiosa sobre el momento de la muerte, recordando con especial devoción la de su padre: «Nos llamó, se despidió de nosotros y añadió: Ya lo he hecho todo; vosotros seguid el camino que os he enseñado. Adiós hijos, y ahora a morir. Y cogiendo el crucifijo se lo puso en los labios, y así estuvo hasta expirar»…

Sus creencias católicas se ponen de manifiesto de modo sobresaliente en el libro «De la vida a la muerte», en cuyo prólogo comenta:

«Al estudiar el desarrollo de la vida y el tránsito de la vida a la muerte, surge el impulso religioso que no puede disimularse cuando se medita sobre estas ideas. Es cierto que esta inclinación religiosa origina algunas concepciones fantásticas; pero quien se oriente tomando como guía la Revelación y las enseñanzas del Creador, que quiso hacerse hombre para que pudiéramos comprenderle, queda libre de fantasías inútiles y de vacilaciones perturbadoras de la serenidad espiritual que precisa para interpretar los hechos experimentales que aparecen en el Laboratorio de Química cuando se estudian sin pasión estos problemas biológicos.

En el momento actual los eclecticismos doctrinales, las medias tintas, han desaparecido, y en el continuo batallar que es la vida del hombre sobre la tierra, sólo quedan en pié, cual gladiadores en plena lucha, la tradición espiritualista de la Iglesia Católica, con toda su fecundidad, difundiendo por el mundo el amor a Dios y al prójimo que enaltece la vida y nos prepara otra mejor, y el materialismo ateo bárbaramente lógico cuando actúa, porque si para el hombre, como para las fieras, no hay más vida que la presente, debe vivir como mejor pueda, aunque para conseguirlo tenga que atropellar todo usando de armas traidoras para derribar eso que sus sabios dirigentes llaman convencionalismos crueles: Religión Patria, Familia; es decir, cuanto constituye el firme cimiento de la civilización cristiana».

Otro de tantos científicos católicos contemporáneos: razón y fé, ciencia y religión, han sido, son y serán modos de conocer complementarios y perfectamente compatibles, le pese a quien le pese, y la Iglesia Católica seguirá promoviendo tanto como institución como en personas concretas a ella pertenecientes la buena relación entre ambas.

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