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El aborto debilita los derechos de la mujer

Para solucionar correctamente un problema es imprescindible analizarlo desde todas las perspectivas posibles y, sin duda, en el asunto del aborto hay aspectos que permanecen ocultos para la mayor parte de la población. Que nadie se equivoque: el debate actual sobre el aborto no está en aclarar si el feto es o no un ser humano, sino en si ha de prevalecer el derecho de las mujeres a abortar sobre el de sus hijos a nacer y vivir. Cuando se ven imágenes de niños despedazados por un aborto se tienen muy pocas dudas de que con una, eufemísticamente denominada, «interrupción voluntaria del embarazo» no se interrumpe momentáneamente nada sino que se termina definitivamente con la vida de un miembro de la especie humana.

La incidencia del aborto entre las mujeres inmigrantes es cinco veces mayor que entre las españolas. La estrecha relación entre la incidencia del aborto y el grado de vulnerabilidad económica y social de las mujeres extranjeras no sólo se manifiesta en sus mayores tasas de aborto sino también en los más altos niveles de violencia machista (seis veces superiores al de las españolas). Socialmente resulta mucho más barato financiar un aborto a una mujer en dificultades que apoyarle con ayudas que le permitan tomar una decisión verdaderamente libre sobre su maternidad. No hay libertad cuando no hay opción de elegir. En apariencia las leyes del aborto dan más autonomía reproductiva a las mujeres, pero en el fondo son el mecanismo más barato, insolidario y atentador contra su libertad.

Si lo que se quiere es dar absoluta libertad para que las mujeres puedan decidir plenamente sobre su maternidad, ¿por qué se proponen leyes que limitan el derecho al aborto hasta un determinado período de gestación y no se permite, por ejemplo, que una mujer pueda «interrumpir su maternidad» hasta pasadas unas semanas después del nacimiento? La hipocresía que rezuman las sociedades occidentales es de tal grado que existen países donde es legal poder abortar a un niño hasta el mismo momento antes de nacer utilizando, por ejemplo, la técnica del aborto por nacimiento parcial. Ésta consiste en extraer al niño no nacido por los pies fuera del vientre materno y, mientras la cabeza aún se encuentra en el útero (con lo que, por tanto, aún «no ha nacido» técnicamente), el médico le realiza una incisión en la nuca y, con una aspiradora, extrae la masa cerebral provocándole la muerte. Resulta estremecedor, pero ocurre.

La doble moral aplicada es tan llamativa que en algunos países se considera maltrato infantil que un padre propine una bofetada a su hijo y, sin embargo, se permite dejar morir a los fetos que sobreviven a un intento de aborto. En el Reino Unido, 66 niños sobrevivieron a un intento de aborto durante el año 2005. A los que nacen vivos en estas circunstancias no se les atiende médicamente y se les deja agonizar (a veces durante horas) hasta que mueren. En el año 2007, se abortaron en España 2.164 fetos con 21 ó más semanas de gestación, aunque el Gobierno no informa de cuántos llegaron a nacer vivos.

Una estrategia típica del proabortismo es sacar a la luz situaciones trágicas pero excepcionales con el objetivo de sensibilizar a la sociedad sobre la necesidad de una legislación que permita el aborto. La realidad es que estos casos son puntuales. En España, en el año 2007, de las de 112.138 mujeres que abortaron, tan sólo 10 (sí, lee usted bien, sólo 10) alegaron que habían sido violadas. Por otra parte, los sistemas sanitarios de los países occidentales son tan avanzados que los casos en que el embarazo supone un peligro real para la vida de la madre son muy raros. Por ejemplo, si en España sólo se permitiera el aborto a las mujeres violadas o a las que su vida corriera realmente peligro, las tasas se reducirían en más de un 99 por ciento.

¿Sabían ustedes que son muchísimas más las mujeres que fallecen como consecuencia de las complicaciones médicas que generan los 27 millones de abortos «legales» que se practican en el mundo todos los años, que las embarazadas que mueren porque en sus países no se les permite abortar? Según datos de Naciones Unidas, el 99,5 por ciento de la población mundial vive en países donde las mujeres pueden terminar con el embarazo legalmente si corren realmente peligro sus vidas.

Muchas organizaciones internacionales, incluida la ONU, llevan empeñadas muchos años en transmitir la idea de que la provisión de servicios abortivos es una medida eficaz para reducir la mortalidad materna (la que ocurre entre las mujeres como consecuencia del embarazo) en los países en vías de desarrollo. Las estadísticas más recientes muestran que, de las muertes maternas que se producen en África, no llega al 4 por ciento las que se deben a un aborto ilegal. Este porcentaje no llega al 6 por ciento en Asia. La inmensa mayoría de las muertes maternas se debe a razones como las hemorragias postparto, infecciones, malaria y anemia. Sin embargo, se utiliza la mortalidad materna como excusa para promocionar costosas campañas mediáticas internacionales favorables al aborto.

Lo que nunca hacen las organizaciones pro abortistas ni los gobiernos es sacar a la luz la vasta literatura científica que detalla las muy frecuentes dificultades que tienen que encarar las mujeres que abortan y que limitan su calidad de vida posterior: problemas psicológicos y psiquiátricos (estrés postraumático, suicidios), futuros partos prematuros, más casos de embarazos ectópicos y de cáncer de pecho, etc.

La mayor parte de las feministas consideran que las leyes del aborto mejoran la situación de la mujer en la sociedad. Sin embargo, los datos estadísticos nos dicen otra cosa muy distinta. Dadas las facilidades de los modernos sistemas que permiten conocer el sexo de los fetos, no es casualidad que la mayoría de abortos en el mundo sean de niñas y no de niños. En muchas sociedades se prefieren los hijos varones a las féminas. Antes era común el infanticidio femenino en sociedades orientales, ahora no es necesario esperar a que nazca una niña para matarla, se la elimina antes de nacer. Algunas estimaciones de Naciones Unidas calculan que en Asia faltan entre 100 y 200 millones de mujeres. En los últimos 20 años se han abortado en China unos 30 millones de niñas por razón de su sexo y más de 10 millones en India. En muchos países asiáticos, el vientre de muchas madres se ha convertido en las tumbas de sus hijas. El aborto selectivo según el sexo no es algo exclusivo de lejanos países orientales. En varias comunidades de inmigrantes asiáticos residentes en Canadá, Inglaterra y EE.UU. se sabe que miles de niñas ya han sido abortadas por el simple hecho de ser del sexo no deseado por sus padres.

Frente a este «feminicidio», las organizaciones pro abortistas y los partidos políticos «progresistas» guardan un irresponsable y cómplice silencio porque saben que no pueden defender que el derecho al aborto es bueno para las mujeres occidentales y malo para las orientales. Ninguna de esas organizaciones se manifiesta contra el mecanismo más agresivo y violento y que más muertes de mujeres se cobra cada año en el mundo: el aborto procurado. ¿Con qué argumentos éticos podemos los occidentales pedir a las sociedades asiáticas que no aborten a sus hijas si nosotros permitimos que una mujer aborte por cualquier motivo en los primeros meses de gestación?

Las consecuencias sociológicas y demográficas del desequilibrio de sexos son muy graves. Decenas de millones de hombres (los más pobres) no podrán encontrar pareja. Las profesoras V. Hudson y A. Boer, en un estudio doblemente premiado sobre las implicaciones del excedente de varones, señalan que éste genera más violencia contra las mujeres. China tiene la mayor tasa de suicidio femenino del mundo y, además, es el único país donde la tasa de suicidio entre las mujeres es superior a la de los hombres. El estatus de las mujeres se rebaja cuando éstas escasean ya que los hombres tienden a controlarlas más. En India y China ya existe un floreciente tráfico de mujeres que satisface los deseos de hombres solteros dispuestos a pagar para casarse. Muchas jóvenes son compradas y secuestras en lugares rurales y deprimidos para ser vendidas a hombres adinerados. En definitiva, lo que nos dicen los datos es que el aborto no sólo no libera a las mujeres sino que, además, acentúa y perpetúa la dominación machista.

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