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Sobre animales racionales

"Pues vendrá un tiempo en que no soportarán la sana doctrina, sino que de acuerdo con sus pasiones se rodearán de maestros que halaguen sus oídos, y apartarán, por una parte, el oído de la verdad, mientras que, por otra, se volverán a los mitos".

(2 Timoteo 4:3-4)

La campaña de la Conferencia Episcopal Española sobre el aborto en la que aparecieron, en la misma imagen, un bebé humano y un cachorro de lince, parece que levantó mucha polémica.

En realidad, lo que se pretendía con tal imagen y con tal campaña era convencer sobre la necesidad e importancia que tiene defender la vida del no nacido, al menos, como se protege la de los animales irracionales como, por ejemplo, el lince.

Sin embargo, algunos seres racionales parecen haber perdido la conciencia de que lo son.

Por ejemplo, no es entendible que al aborto se le pueda llamar «interrupción voluntaria del embarazo».

No es posible, sencillamente, porque cuando se interrumpe algún proceso se ha poder continuar con posterioridad. Por eso lo de la interrupción...porque luego puede, digamos, volver a empezar en su continuidad espacial y temporal lo que, en su iter, se paró.

Sin embargo, nada se interrumpe en la vida del nasciturus sino que, básicamente, se termina: su vida.

Por eso, cuando se utiliza un lenguaje tan equivocado sólo puede deberse a la voluntad implícita de manipular la realidad a gusto del que la manipula y parecer, así, benigno y bueno.

Muy al contrario, tal comportamiento supone una actuación escasamente racional porque no responde a un proceso llevado por la razón sino por la única idea de dominio político y, entonces, social.

Dice Juan Pablo II Magno, en la Introducción de su crucial encíclica Fides et ratio, que «La fe y la razón (Fides et ratio) son como las dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad. Dios ha puesto en el corazón del hombre el deseo de conocer la verdad y, en definitiva, de conocerle a Él para que, conociéndolo y amándolo, pueda alcanzar también la plena verdad sobre sí mismo»

Por eso no pueden separarse una y otra como si se tratara de realidades que no tienen que relacionarse.

Así, mientras que la fe nos dice, con claridad, que la defensa de la vida es una condición a cumplir antes de proseguir con otro tipo de derechos, la razón ha de colaborar, con su discurso, a que tal realidad sea posible ser alcanzada porque, en realidad, no puede sostenerse la defensa de la vida, como esencia de la fe, alejada de la razón que conduce al ser humano por el mundo y lo hace, digamos, distinto al resto de seres animados que sobre la tierra hay y existen.

De aquí que podamos preguntarnos si es que existe alguna forma de comprender cómo la racionalidad, como expresión de una diferenciación entre la especie humana y el resto que no lo son puede sostener como posible, viable y admisible, matar a un ser humano indefenso.

Esto es alejarse, claramente, de una relación entre la razón y la fe en detrimento de la segunda y, lo que es peor, a favor de una forma de actuar que, en el fondo, dista mucho de un recto sentido de lo admisible; a esto se le puede llamar, simplemente, comportamiento irracional.

En abundancia, por otra parte, de la importancia que, digamos, de correlato ha de haber entre fe y razón, también Juan Pablo II Magno, en su encíclica Veritatis splendor, dejó escrito que «La razón y la experiencia muestran no sólo la debilidad de la libertad humana, sino también su drama. El hombre descubre que su libertad está inclinada misteriosamente a traicionar esta apertura a la Verdad y al Bien, y que demasiado frecuentemente, prefiere, de hecho, escoger bienes contingentes, limitados y efímeros. Más aún, dentro de los errores y opciones negativas, el hombre descubre el origen de una rebelión radical que lo lleva a rechazar la Verdad y el Bien para erigirse en principio absoluto de sí mismo: 'Seréis como dioses' (Gn 3, 5). La libertad, pues, necesita ser liberada. Cristo es su libertador: 'para ser libres nos libertó' él (Ga 5, 1)» (VS 86)

Por eso, los seres humanos que se dicen, y lo son, racionales, se aferran al hedonismo y al relativismo y procuran normas que como, por ejemplo, la relativa al aborto, los apartan de la Verdad pero que, sin embargo, les hace comportarse como muy bien identificaría san Pablo: «Y así, no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero. Pero cuando hago lo que no quiero, no soy yo quien lo hace, sino el pecado que reside en mí". (Rm 7: 19-20)

Resulta, por tanto, importante y necesario, percatarse de la influencia del mal en nosotros; recibir, como negativa, toda extralimitación de la razón que conlleve una perversión de la fe o, simplemente, un alejamiento de ella.

¿Es, esto posible?

Sí, y lo es porque los maestros del mal que halagan los oídos de los hijos de Dios comienzan, muchas veces, por pervertir su razón y acaban alejándola, mucho, de la Verdad.

Y eso sólo puede traer malas consecuencias para el ser humano, imagen y semejanza de Dios, para su razón y para su fe.

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