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La conspiración del New Age

El contexto cultural actual es sumamente complejo. Se impone la postmodernidad, e incluso la ultramodernidad, como actitud y como filosofía. El rico Norte se embelesa con el llamado neoliberalismo, el cual, por cierto, le ha conducido a la mayor crisis financiera y económica de la Historia. La indiferencia religiosa es la forma de increencia de las masas juveniles. Junto a ella surgen, por doquier, elementos de una religiosidad sauvage, mezclada con ráfagas de un nihilismo descarnado.

En la segunda mitad del siglo XX, en Occidente, el secularismo y el ateísmo conformaron una explosiva alianza contra la dinámica religiosa. El nuevo siglo ve desarrollarse, en lugar del ateísmo, la gélida indiferencia religiosa. Dios ya no aparece como problema para amplios sectores de la juventud. Ésta es la nueva forma que adopta el secularismo. Pero, simultáneamente, un renacimiento religioso fuera de los cauces de la que podríamos llamar «religión formal», se expande en los Estados Unidos y en Europa. La Nueva Era forma parte de este peculiar dinamismo.

Como signo de nuestro tiempo ha aparecido en el fin del milenio el fenómeno de la Nueva Era. Su pretensión de conformar una religión más allá de las instituciones comprometida con el Cosmos y con Oriente, tiene también una peligrosa vertiente axiológica. La conspiración Acuario propone un nuevo paradigma en un contexto como el actual marcado por la «muerte de las utopías» y el fin del 68. Este nuevo paradigma incluye como elementos básicos la armonía y la paz que el símbolo acuático ha vehiculado siempre.

Hay quien sostiene que el New Age es música suave y relajante, interpretada por Jean Michel Jarre o Vangelis Papathanassiou. Y si esta música puede movilizar a cada uno de los siete «chakras» (centros de energía) de nuestro cuerpo, podría ser incluida en el bagaje del New Age. Otros vinculan al New Age con literatura de poca monta que deforma en definitiva la imagen de Cristo y lo reduce a ser un iniciado, formidable, sí, pero desprovisto de su filiación divina. Así, Benítez con sus «Caballos de Troya» o Elisabeth Clare Prophet con Los años perdidos de Jesús, entre otros, serían los propugnadores por antonomasia del New Age.

El contexto del surgimiento del movimiento New Age está marcado por el fin del proceso de secularización concomitante a la Modernidad. El vacío existencial que nos ha heredado la «ciudad secular» nos prenuncia el retorno de lo religioso. Pero lo religioso adviene de manera ligera, liviana; es lo religioso sauvage o lo religioso light. Se intenta vivir una religiosidad sin dogmas, sin estructuras, sin jerarquías, sin morales rigurosas. Y esta nueva religiosidad tiene múltiples expresiones; la más importante es la que se conoce como la Nueva Era.

Los teóricos del New Age anuncian el fin de las grandes religiones institucionales: catolicismo, islamismo, judaísmo, y profetizan el agotamiento del período crístico de Piscis, caracterizado por un cúmulo de luchas y divisiones, para abrirse paso a la nueva era paradisíaca de Acuario. La expresión New Age fue acuñada por la ocultista inglesa Alice Bailey (1880-1941), distinguida integrante de la Sociedad Teosófica. Las fuentes principales del New Age podrían encontrarse en las religiones orientales, la astrología, la psicología moderna, el gnosticismo y el esoterismo. Pretende la creación de una «nueva conciencia», y para ello se preocupa por incentivar los «estados alterados de conciencia».

Su background filosófico está imbuido de panteísmo —«Todo es Dios», de ahí su ecologismo deep a ultranza-, de holismo —de aquí su ruptura con todos los dualismos-, de sincretismo —busca conciliar varias doctrinas o religiones- y de reencarnacionismo —cree en la transmigración de las almas. La conspiración del New Age pretende sustituir las categorías de bien y de mal por las de cambio y transformación. Se habla de que la naturaleza humana no es buena ni mala, simplemente tiene una enorme capacidad de transformación.

No es sólo el fenómeno de la Nueva Era lo que nos aparece en el horizonte cultural. Está también la postmodernidad con su dejo de desencanto y su propuesta estetizadora de la vida. Vinculada estrechamente a ésta, se acrecienta la actitud de indiferencia religiosa. Tenemos además que considerar los estragos del postcapitalismo con sus secuelas de crisis galopantes y tsunamis financieros pauperizantes. En fin, se trata de un contexto cultural, plural y complejo, en el que conviven el factor secular moderno y el factor religioso sauvage ultramoderno; el pluralismo propio de la Modernidad con el relativismo postmoderno; el culto democrático de los modernos con la anarquía nihilista de los movimientos antisistema; y la indiferencia religiosa con las cruzadas de las grandes religiones institucionales.

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