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Virtudes terapéuticas del voto inútil

Permítame el lector de internet —que permite todo, como corresponde a esta nueva torre de Babel— una confesión personal: en las pasadas elecciones europeas mi voto ha sido, por primera vez, un voto perfectamente inútil. Inútil sin paliativos.

Como comprenderán, no ha sido fácil para mí dar este paso: Enganchado durante años al «mal menor», y acostumbrado al posibilismo, y a introducir la papeleta en la urna con una mano mientras me tapaba la nariz con la otra, romper con la costumbre no era cosa baladí. Y, desde luego, en otras circunstacias no me hubiera tomado la molestia de hacerlo.

Pero el caso es que uno ya no va siendo tan joven, y las malas costumbres, si no se cortan a tiempo, terminan por pasar factura. De manera que reflexionando, y esforzándome no poco por enfocar racionalmente una región interior sujeta más que otras a los impulsos cordiales, me pregunté: ¿De verdad piensas que el triunfo de los malminoristas paliará en algo la matanza de criaturas a que estamos asistiendo desde hace un cuarto de siglo en nuestro país? Y tuve que responderme que no. ¿De verdad piensas que los malminoristas harán algo por detener la ideología que se nos quiere imponer desde Bruselas a golpe de directriz? Y de nuevo tuve que responderme que no. Pues bastaba comparar la papeleta de los candidatos que pretendían que votara en esta ocasión, con la papeleta que introduje en la urna hace cuatro años. ¿Cómo hacerlo? Por ejemplo así:

Como algún lector avisado seguro que recordará, el pasado catorce de enero el parlamento europeo aprobó una inicua resolución presionando a los gobiernos, entre otras cosas, a facilitar el aborto, fomentar la experimentación con embriones frente a la experimentación con animales, y penalizar cualquier cosa que den en considerar una manifestación de «homofobia». Todo en nombre de la libertad, por supuesto. Y como era de esperar, muchos de los representantes de nuestro querido grupo malminorista votaron a favor, muchos otros se quitaron de enmedio, y al fin hubo otros que votaron en contra. ¿Y quieren saber dónde han parado, en las nuevas listas, los que votaron en contra? Búsquenlos, queridos amigos.

Bien. Les ahorro los detalles de mi proceso de reflexión, y vuelvo sobre lo importante: Por primera vez en mi vida, y sirviendo, sin duda, de precedente, he emitido un voto impecablemente inútil. Y he de decir que ello ha constituido una experiencia tan liberadora y tan grata, que escribo este artículo con la esperanza de animar a otros adictos al malminorismo a que hagan la prueba en cuanto se presente la ocasión. A fecha de hoy, estaría dispuesto a afirmar que las virtudes terapéuticas del voto inútil son poco menos que milagrosas. Por mencionar algunas: Se duerme mucho mejor sin el lastre de la complicidad. Y también disminuye la acidez de estómago al escuchar las declaraciones de tales o cuales políticos. Pues yo no los voté.

Y lo mejor aún está por venir: Cuando dentro de algún tiempo, que no será largo, recomience la temporada de cabreos de los votantes del malminorismo, ante las posturas que irán adoptando sus líderes en todas la ocasiones que se presenten para demostrar lo que les importa de verdad el derecho a la vida, yo podré ahorrarme tranquilo la efusión incontrolada de bilis. Porque yo no los voté.

Ahora, considerado el tema desde la nueva libertad que he ganado en las pasadas elecciones, me pregunto si no sería oportuno que en el reverso de las papeletas electorales se incluyeran avisos similares a los que se leen en las cajetillas de tabaco: La junta electoral central advierte que el voto malminorista perjudica seriamente su salud.

Ahora en...

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