conoZe.com » Ciencia y Fe » Existencia de Dios » La existencia de Dios. Otra perspectiva

Introducción

«Si tú me dices: muéstrame a tu Dios; yo te diré a mi vez: muéstrame tú a al hombre que hay en ti y yo te mostraré a mi Dios. Muéstrame, por tanto, si los ojos de tu mente ven y si oyen los oídos de tu corazón»

(S. Teófilo de Antioquía)

Recientes acontecimientos que, en algunos casos no pasan de ser anécdotas con una corta fecha de caducidad, han puesto en el primer plano la cuestión de Dios. En un tiempo tan paradójicamente centrado en lo periférico, este interés por lo esencial resulta estimulante.

Las preguntas, naturalmente, son: ¿Dios existe? ¿Cómo puedo tener una certeza fundada sobre la existencia de Dios? Quien se plantee estas preguntas debe evitar una tentación difícil de resistir en un mundo, como el nuestro, de respuestas inmediatas. Debe evitar la precipitación, el deseo de resolver la cuestión de un plumazo y sin más complicaciones. Como decía la famosa (y humorística) ley de Jenkinson que acompaña al principio de Murphy, «para toda cuestión difícil existe una respuesta fácil, rápida... y equivocada». Y cualquier persona sensata que se plantee honradamente la pregunta por Dios, no como ejercicio de agudeza mental, sabe que para acercarse a una respuesta necesita atención y examen, serenidad, sinceridad e interés.

El Catecismo de la Iglesia Católica avisa de esto cuando afirma que la búsqueda de Dios «exige del hombre todo el esfuerzo de su inteligencia, la rectitud de su voluntad, «un corazón recto», y también el testimonio de otros que le enseñen a buscar a Dios»[1].

Cuando una persona busca a Dios, es necesario que se pregunte, antes de nada, por su implicación personal en dicha búsqueda, es decir, si está dispuesta a correr el riesgo de ser alcanzada por la verdad, porque ésta no se impone por sí misma, sino que requiere «un corazón recto» y una voluntad bien dispuesta. O dicho con otras palabras, la búsqueda de Dios no es ajena, más aún, depende esencialmente de esa cualidad específica del hombre que viene determinada por las virtudes morales.

Notas

[1] Catecismo de la Iglesia Católica (CEC), n. 30.

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