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Masacre en el instituto

La historia se repite.

Lo ocurrido en Winnenden, Alemania, donde un joven de 17 años, sin motivo aparente, asalta un instituto vestido con un traje paramilitar negro y mata indiscriminadamente con un fusil ametrallador a 16 personas, no es una novedad.

De hecho, otra vez más, contemplamos con inquietud y preocupación el aumento de casos en los que jóvenes atemorizan, intimidan, y asesinan sin control, y nos volvemos a preguntar: ¿Qué está pasando? ¿Qué podemos hacer los padres, los profesores, la administración, en fin, la sociedad en general, para evitar este aumento de la agresividad y violencia en nuestros niños y jóvenes?

Dicen los expertos que los factores de este tipo de violencia pueden ser la pérdida actual de valores, familias desestructuradas, falta de autoridad de los padres y profesores, el exceso de permisividad, las adicciones, etc. Pero, en cualquier caso, no podemos olvidar que «el origen de este fenómeno, relativamente nuevo, hay que buscarlo en la educación que se da en casa, en los primeros años de vida, y que condiciona su futuro comportamiento en la escuela y en la sociedad», como afirma Petra Maria Alonso Pérez, Catedrática de Antropología de la educación de la Universidad de Valencia .

Es más, casos como este me hacen recordar los estudios hechos sobre violencia y vídeo juegos en los que nos recuerdan que hay un nexo entre comportamiento agresivo en los niños y juegos violentos, según la American Psychological Association (APA).

Como afirma la psicóloga Elizabeth Carll, miembro del comité: «Mostrar actos violentos sin consecuencias enseña a los jóvenes que la violencia es un medio eficaz para resolver conflictos, mientras que ver el dolor y el sufrimiento como su consecuencia pueden inhibir el comportamiento agresivo».

Otro estudio, llevado a cabo por investigadores de la Universidad de Michigan, basándose en las reacciones neurológicas de 13 jóvenes alemanes de entre 18 y 26 años mientras jugaban con juegos violentos, demostró que los videojuegos violentos y las agresiones activan la misma parte del cerebro, y confirmaron la influencia de los videojuegos violentos con la agresividad y la violencia juvenil.

Según René Weber, ayudante del responsable de esta investigación: «Los videojuegos violentos han sido acusados muy a menudo de potenciar reacciones, actos y comportamientos violentos. Hemos probado que existe esta relación a nivel neurobiológico. Hay una conexión entre jugar a disparar a una persona, en nuestro experimento, y el modelo de actividad cerebral característico de actos y pensamientos agresivos».

A estos efectos violentos los han bautizado como violencia virtual: «una violencia real, que premia y justifica actividades violentas perpetradas por sujetos atractivos en ámbitos muy realistas»

Pero este no es el único estudio de las mismas características. Una investigación realizada por la Universidad de Birmingham encontró que tanto la «visión pasiva» de la televisión y las películas, como la «visión interactiva» de los videojuegos tienen efectos sustanciales a corto plazo en las emociones de los niños. Kevin Browne, autor del estudio, comentaba una anécdota muy grafica: «El año pasado, un adolescente británico confesó que antes de matar a su mejor amigo había visto un juego violento casi 100 veces, y que había sido instruido por el principal personaje del juego, para cometer el crimen».

En nuestro país, y ante la preocupación de casos que se están produciendo en estos últimos años, los medios de comunicación sé hacen eco de este tipo de estudios en los que analizan y estudian lla influencia en los comportamientos juveniles de la violencia y el sexo en los videojuegos. Uno de los primeros, publicado por J. Díez, profesor de la Universidad de León, analizaba 250 de los juegos más vendidos en el mercado y entrevistaba a 5.000 usuarios, entre los 6 y los 24 años. El profesor concluía que no encontraban nexo de unión entre los videojuegos y la conducta violenta, pero que los jugadores terminaban por insensibilizarse ante la violencia, considerándola algo «trivial».

El segundo, realizado por Amnistía Internacional Española, que tras analizar 50 videojuegos, criticaba que más de la mitad fomentaban el abuso de los derechos humanos: asesinatos, esclavitud, tortura y exterminio de civiles en zonas de guerra.

Por tanto, si innumerables estudios revelan que los videojuegos violentos predisponen a los jóvenes, y no tan jóvenes, a la violencia. Y si, además añadimos que la reiteración de escenas violentas puede llevarnos, por un lado, a la insensibilidad ante la violencia y, por otro, a un incremento de nuestra agresividad y la capacidad de utilizar la violencia como autodefensa justificable ante situaciones conflictivas, ¿de que nos extrañamos cuando leemos noticias como la del joven aleman Tim Kretschmer? ¿No somos los padres, con nuestra permisividad en los horarios y la falta de autoridad en las conductas, «inductores pasivos» de los efectos de la Play en nuestros hijos?

Pues bien, por mucho que nos incomode estas afirmaciones, a mí, como madre, por lo menos me da que pensar.

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