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Un mexicano martirizado en Japón

Felipe de Jesús pudo haberse sustraído al decreto de muerte, pues era un náufrago como los otros, quienes lograron salvar sus vidas y seguir su camino una vez reparado el barco, pero prefirió acompañar a sus hermanos franciscanos hasta Nagasaki.

El 5 de febrero murió en Japón, por órdenes del emperador, el mexicano Felipe de las Casas Martínez, hijo de Alonso de las Casas y de Antonia Martínez, dos inmigrantes españoles residentes de la ciudad de México, donde nació Felipe, el mayor de sus once hijos. Murió ejecutado en Nagasaki, en la colina Tateyama, fijado a una cruz mediante argollas que le sujetaban el cuello, las manos y los tobillos, y traspasado con dos lanzas que atravesaron su tórax, una el costado derecho y otra el pecho, y que luego de cruzarse en el corazón, salieron por sus hombros.

Felipe nació el primero de mayo de 1572. De niño fue alumno del Colegio de San Pedro y San Pablo, de donde fue expulsado debido a su mala conducta, para luego ingresar al noviciado franciscano de Santa Bárbara en Puebla, de donde se escapó para regresar a su casa. Su padre, entonces, lo metió a trabajar a un taller de platería, de donde lo despidieron por su inconstancia. En cuanto cumplió 18 años su papá lo hizo trabajar en sus negocios de comerciante y lo embarcó a Filipinas para que allí fuese su agente de compras en Manila.

Luego de un tiempo de llevar una vida de excesos en diversiones, sufrió una vaciedad existencial que le arrojó a un proceso de conversión hacia Dios, que le hizo ingresar al convento franciscano de Santa María de los Ángeles, en Manila, donde se entregó con disciplina a la vida conventual. Hizo su Profesión el 22 de mayo de 1594 y tomó el nombre, como fraile, de Felipe de Jesús. Dos años después se le dio a conocer que podría ordenarse sacerdote en su ciudad natal, en México, en compañía de sus Padres y amigos, pero en aquellos años del siglo XVI el viaje de Manila a Acapulco se hacía en ocho meses bajo tempestades y grandes riesgos. No obstante, se embarcó el 12 de julio de 1596 en el navío «San Felipe», al que atacaron tres furiosas tempestades que lo despedazaron y arrojaron a las costas de Japón tres meses después. Desembarcaron en Shikoku para encontrarse con un gobierno militar presidido por el «Shogún» Toyotomi Hideyoshi, quien gobernaba a espaldas del emperador Taiko Sama, quien vivía en el palacio de Kyoto ajeno a las responsabilidades de su imperio.

Cinco ciudades del Japón vivían bajo el control shogunal: Kyoto, Tokyo, Osaka, Sakai y Nagasaki; y como los náufragos, entre ellos Felipe de Jesús, decidieron viajar a Kyoto para encontrarse con otros frailes franciscanos que allí vivían y pedirle juntos a Taiko Sama que les permitiera reparar su barco que había sido confiscado por el Shogún, se encontraron con que el 8 de diciembre de 1596 el emperador había ordenado la aprehensión de los frailes del Convento de Santa María de los Angeles en Kyoto, influenciado por el Shogún Hideyoshi, quien le engañó al hacerle creer que los frailes eran enviados por España para conquistar el Japón.

Felipe de Jesús pudo haberse sustraído al decreto de muerte, pues era un náufrago como los otros, quienes lograron salvar sus vidas y seguir su camino una vez reparado el barco, pero prefirió acompañar a sus hermanos franciscanos hasta Nagasaki, a 900 kilómetros de distancia, a donde fueron enviados el 30 de diciembre para ser ejecutados, luego de recorrer todo el Japón como escarmiento. El primero de enero se unieron al grupo unos catequistas japoneses capturados en Osaka y luego otros dos japoneses conversos, lo que hizo crecer el grupo a 26 prisioneros. El 3 de enero les cortaron una oreja a cada uno de ellos como marca de los condenados.

Llegados a Nagasaki los colgaron en las 26 cruces dispuestas en la colina para el sacrificio. Los pies de Felipe se resbalaron de las argollas hasta quedar colgando del cuello, por lo que, ahogándose, sólo pudo decir «Jesús, Jesús, Jesús», lo que provocó que los verdugos le atravesaran el cuerpo con sus lanzas. Era el 5 de febrero de 1597.

Taiko Sama había indicado que los cuerpos quedaran colgados indefinidamente como testimonio y escarmiento, pero a un mes después del martirio, los cuerpos estaban incorruptos, por lo que el emperador ordenó que fueran descolgados. Era tarde, pues para entonces toda la ciudad de Nagasaki ya era cristiana.

Treinta años después de su martirio, el 14 de septiembre de 1627, fue beatificado. Pío IX lo canonizó el 8 de junio de 1862 y lo nombró Patrono de la ciudad y de la arquidiócesis de México. Sobre la colina Tateyama en Nagasaki hay una iglesia dedicada al mexicano que murió mártir en Japón.

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