conoZe.com » Ética Natural » Bioética » La identidad dinámica del embrión y los límites a la investigación biológica

3. El dinamismo viviente como un sistema. El sistema humano

Un sistema es posible en general cuando genera una tendencia de signo opuesto a aquélla que prevalece en el conjunto, restableciéndose así el equilibrio sistémico. Esta reposición por sí mismo otorga al sistema, en su sustantividad, una suficiencia constitucional que no poseen sus componentes aisladamente. Por ejemplo, el aumento de entropía se compensa con la aportación de un excedente de energía, o bien la diferenciación progresiva se contrarresta con un mayor control y coordinación. El sistema se puede denominar cerrado cuando sus fuentes de estabilización proceden de su composición interna, como es el caso del conjunto ecológico, en que los materiales que se reponen son los que son. En cambio, son abiertos aquellos sistemas que obtienen su estado óptimo de aportes procedentes del exterior e intercambiables con ellos. En el ser vivo, dado que su estado óptimo no es el equilibrio estacionario de los sistemas mecánicos, sino que necesita realimentarse y crecer en relación continua con el medio ambiente, se trataría de un caso particular de sistema abierto.

Así, pues, denominaremos con Zubiri suficiencia constitucional a la razón formal de la sustantividad de un sistema de notas. No es una estructuración de las notas, tal que las supusiera ya constituidas, sino la mismidad de la cosa-sistema, en la medida en que, en vez de subyacer a sus notas como un sustrato invariable, es el lazo o el 'de' que las mantiene unidas; por ejemplo, lo que conjunta oxígeno e hidrógeno en la combinación química que es el agua no es un nuevo elemento, ni un sustrato, sino la peculiar composición no aditiva que enlaza a los elementos según una valencia o proporcionalidad determinada. Falta, por tanto, suficiencia constitucional cuando las notas carecen de la unidad coherencial primaria que las integra en el sistema.

En su aplicación a los vivientes, las notas constitutivas son unas orgánicas y otras psíquicas, consistiendo su suficiencia constitucional en que las unas no pueden ser sustantivas en el sistema sin las otras. Pero, a diferencia de la unidad en las cosas físicas, la unidad en el sistema viviente no se articula por continuidad entre las partes, sino en la secuencia temporal entre sus momentos; no es una disposición estática y ya formada de elementos, sino una totalidad en desarrollo, que ha de recomponerse de continuo. Lo psíquico no se añade a lo orgánico porque lo uno y lo otro son del sistema unitario.

Por tanto, en relación con el hombre, la suficiencia constitucional no llega a ser adquirida en el tiempo por el embrión, sino que es su sustantividad propia, presente ya formalmente en el plasma germinal. Así lo entiende Zubiri: «Pienso que en el germen está ya todo lo que en su desarrollo constituirá lo que suele llamarse hombre, pero sin transformación ninguna, solo por desarrollo. El germen es ya un ser humano. Pero no como creían los medievales (y los medievalizantes que muchas veces ignoran serlo) porque el germen sea germen de hombre, esto es, un germen de donde saldrá un hombre, sino porque el germen es un hombre germinante, y, por tanto, 'es ya' formalmente y no sólo virtualmente hombre. La germinación misma es ya formalmente humana»[17].

Por esto, en el sistema vivo se registran unas diferencias de niveles, que no son entre estratos ya dispuestos y que se limiten entre sí, sino que se refieren a cotas de actividad, que se coimplican desde la actividad germinal del plasma. Hay sistema porque no surgen unos niveles de otros, sino que están los tres —el vegetativo, sensitivo e intelectivo, convergentes en el hombre— asociados en una única actividad viviente; pero no se llega desde ellos a la fijación en un estado, en el que se estabilizaran las tendencias de signo opuesto, porque, en tanto que viviente, el sistema humano tiene un centro, que a su vez no es fuera de la actividad en la que se reconoce la vitalidad. A ello se refiere Zubiri: «La unidad de conformación activa del sistema 'animación-célula germinal', esto es, la unidad de conformación activa del plasma germinal es la vitalidad en el sentido estricto del vocablo. La vitalidad no es un carácter propio de la psique ni de la célula germinal, sino que es un carácter del sistema, del plasma germinal»[18].

Ya en la molécula hay dominancia de la configuración sistémica sobre los materiales atómicos. Pero en la materia viva cada célula se define por un tipo de funcionamiento, que determina la posición de sus moléculas en torno al núcleo, el citoplasma y la membrana. Por tanto, la estabilidad de la célula no proviene de una estructura acabada, como en la molécula, sino que resulta de un dinamismo de recambio en los materiales por otros elaborados en el interior de la célula.

Por su parte, el centro activo del sistema viviente se pone de relieve en sus notas de independencia y control, formalmente anteriores al intercambio con el medio que también le es constitutivo. Antes de examinar cómo se modalizan ambos caracteres en el viviente humano, fijemos el significado de cada uno de esos caracteres.

La independencia del ser vivo corresponde a su individualidad, pero no como una protección aislante frente al medio, sino como la autoposesión de quien se realiza o ejecuta al estar en movimiento. Y el control está en que el desarrollo de la vida en su automoción no es un añadido que la vida produzca, sino que es tal que

afecta a la principiación de la actividad en que la vitalidad consiste: quien se desarrolla es el mismo viviente desde que empieza a multiplicar exponencialmente su primera célula. No es que el viviente esté ya constituido y luego se mueva a sí mismo, sino que solo es el mismo en el movimiento vital (de aquí la equivocidad del término automoción). Ahora bien, con el tránsito al hombre estas características se modulan de acuerdo con su forma peculiar de estar viviendo.

La independencia respecto del medio se acusa en el hombre en que la autoposesión es la de quien es en propiedad, antes de efectuar la apropiación de lo externo y como condición suya. En tanto que hombre, no solamente me realizo en la automoción, sino que además tengo por míos mis movimientos y acciones, y esto aun antes de expresarlos como vivencias conscientes (la expresión consciente viene a ratificar de modo vivencial el ser en propiedad en que realmente estriba el vivir del hombre). «Lo que hay de automorfismo en el hombre no estriba sin más en la autorregulación, sino en el autós que se halla en regulación»[19]. Por ello, el hecho de que el embrión no sea un yo consciente no es un argumento para dejar de atribuirle la misma individualidad preconsciente que conviene al organismo humano, si se prueba que el desarrollo del uno al otro ha sido continuo y gradual[20].

Por lo que hace al control, no se limita en el hombre a la programación de su actividad, a modo de un principio que está en crecimiento, como ocurre en los vivientes sensitivos, sino que a la vez refiere a sí como principio las acciones propias que él dirige. En otros términos: no solamente es el mismo en el curso de su actividad diferenciada, sino que además centra en él como en un «me» (propio de la voz media del griego) cada uno de sus episodios vitales: me ocurrió x (entre otros acontecimientos, el ser gestado tal día, el haber nacido en tal fecha…), me di un paseo, me dio un vagido —sin que fuera consciente—, me caí —antes de sentirme caer…

La inserción en el sistema de las acciones vegetativas, sensitivas e intelectivas significa verlas en conexión, como momentos entrelazados funcionalmente, y no como actividades dependientes de principios distintos, que luego interaccionasen o se pusieran en conexión. Lo que sí cabe es que la actividad unitaria venga accionalmente cualificada por uno u otro de esos tres momentos, de tal manera que los otros dos queden latentes o pasivamente incrustados en la acción desde la actividad viviente de la que también ellos se nutren, como diferenciaciones que son del dinamismo viviente unitario.

En su aplicación al hombre, la unidad del sistema trae consigo que no haya superposición de estratos, sino que la función activa dominante en el crecimiento vegetativo permanezca subtendida pasivamente cuando se inicia la formalización de la estimulidad orgánica y que ésta a su vez ofrezca su terreno de despegue a la actividad de la inteligencia, presente ya en el momento formal del «darse cuenta». Lo que la noción de sistema acentúa es que el nivel más alto se enraíza en el que le precede temporal y genéticamente y que, recíprocamente, el nivel inferior, en tanto que de suyo en actividad, deja en franquía al que le sigue, al no tener él asegurado su despliegue sin el nivel superior de actividad.

Así como la formalización significa el tránsito del estímulo vegetativo a la tendencialidad natural, subsiguiente a la organización de los estímulos, la hiperformalización es lo que abre el paso a la liberación de los actos inteligentes, en tanto que ya no se mueven entre los umbrales mínimo y máximo de un órgano. En este orden la liberación de la mano es la mano, y la no funcionalidad adaptativa del acto inteligente es el acto inteligente: ni la mayor evolución en las extremidades superiores, ni el crecimiento en el cerebro podrían terminar —en su propia línea— en los rasgos inespecíficos más distintivos del hombre, que son la mano y el rostro inteligente.

Pasemos ahora a la interacción del viviente con el medio, como aspecto igualmente constitutivo — según se señaló antes— del sistema humano. He aquí la descripción que hace Zubiri de la diferencia entre entorno físico y medio viviente: «Las cosas que rodean a un viviente no son simplemente un entorno suyo, sino algo completamente distinto: son un medio para él. Es el medio del ser viviente. El electrón tiene entorno; lo que no tiene es medio… En este locus y en este situs, es decir, ocupando un lugar y teniendo en él una situación determinada, un ser viviente no solamente está en el medio, sino que está en el medio como un centro suyo… No es lo mismo el electrón como centro de un campo electromagnético que el carácter central que tiene un grillo, para el cual las cosas de su medio están referidas a él, y no simplemente se encuentra como se encuentra un electrón, inmerso en un campo donde ejecuta o sufre las acciones del entorno»[21].

El medio es lo que da razón de que no haya una correlación término a término entre la secuencia polinucleótida del ADN y los efectos fenotípicos, en la medida en que tanto el organismo como el medio molecular, en el que se habría de producir la hipotética correlación, son imprevisibles y modificarían la relación causal. Del encuentro entre el sistema biológico y su medio resulta la función adaptativa inferior, responsable de que se lleve a cabo una u otra selección comportamental, sin que la composición estructural de los genes sea lo determinante en el desencadenamiento[22]. Puede darse, en efecto, tanto equivalencia funcional con diversidad estructural, como en los bebés con igual color de ojos y de procedencias genéticas dispares, como diferencias funcionales significativas, que se apoyen en diferencias mínimas en las estructuras físico-químicas subyacentes.

Ya en las moléculas resultantes de la replicación del ADN, sólo una mitad de los átomos que las integran procede de las moléculas originarias, mientras que la otra mitad es suministrada por el medio celular. En cuanto a la composición genética del zigoto, es relativamente simple: a partir de las combinaciones de tres letras (los llamados codones) entre las cuatro bases (adenina, timina, citosina y guanina), pueden formarse 4x4x4=64 secuencias diferentes (ya que se excluyen algunas combinaciones entre las bases); pero de éstas solo necesitan emitirse 20 señales para la producción de proteínas, por ser tal el número de aminoácidos de que las proteínas constan. Por tanto, el resto del resultado fenotípico sólo puede provenir de la colaboración del medio.

Igualmente sintomático es que la única molécula portadora de la información sea el ADN, mientras que las demás funciones biológicas se apoyan en diferentes estructuras y mecanismos físico-químicos. Como consecuencia, las diferencias entre los rasgos fenotípicos apenas se corresponden con una diversidad análoga en los constituyentes químicos heredados, requiriendo una significativa mediación desde fuera del sistema.

En el viviente humano se produce la falta de ajuste entre las estructuras somáticas y la superabundancia de señales que recibe del medio; carece de respuesta adecuada para cada uno de los fulcros, biológicamente relevantes, que articulan su hábitat. La solución para su supervivencia sólo puede estar, entonces, en la inespecialización orgánica, como se vio arriba. Pero, a su vez, la correlación sistémica se mantiene también a este nuevo nivel: así, el desarrollo del neocórtex hace posible el bipedismo ante la inadecuación al medio, y el bipedismo hace posible el erguimiento del cráneo —con su prolongación hacia atrás— y la expresividad del rostro, sostenidos por una columna vertebral fl exible; por contraste, el encorvamiento animal, con su ausencia de frente, las ancas de apoyo y la carencia de rostro, son los rasgos sistémicos de signo opuesto.

Notas

[17] Zubiri, X. Sobre el hombre, 50.

[18] Zubiri, X. Op.cit, 497. En las próximas páginas tengo especialmente en cuenta las observaciones de Zubiri al respecto.

[19] Zubiri, X. o.c., 560.

[20] Esta identificación de la individualidad viviente con la vivencia consciente del yo o con la expresión vital en los movimientos espontáneos (que aparecen entre la sexta y la quince semana del embarazo) es lo que impide, a veces, admitir una misma individualidad a lo largo de todo el proceso vital: sin embargo, el hecho de que el embrión no sea un yo no quiere decir que no corresponda a la misma realidad que el pronombre de primera persona reactualiza.

[21] Zubiri, X. Estructura dinámica de la realidad, Alianza Ed., Madrid, 1989, 168-169. Ya se ve que el carácter central que asume el grillo o cualquier viviente animal en relación con el medio no se confunde con la centración de la actividad en sí mismo, que es característica del control del viviente específicamente humano.

[22] Rosenberg, A. «From reductionism to Instrumentalism?», en What the Philosophie of Biology is?, M. Ruse (ed.). Kluwer Academic Publishers, Dordrecht, 1989, 245-262.

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