conoZe.com » Baúl de autor » Eleuterio Fernández Guzmán » Eleuterio - 2008

Nace Cristo para el mundo

«Belén (en hebreo Bethlehem, que significa 'la casa de pan') es la 'ciudad de David', donde nació Jesús. Quizá pueda pensarse que por casualidad porque José y María vivían en Nazaret y ése hubiese sido el lugar natural del nacimiento de Jesús. Pero estaba escrito que había de ser en Belén, y ahí fue. Ciudad dichosa, por tanto, que contra todo pronóstico se convierte en la elegida. Un nombre con magia, que induce a creer en la predestinación, en la buena suerte, en la máxima gracia.»

Este texto es uno de tantos en los que se recoge el acontecimiento que celebraremos pronto. Y aunque es sabido que, en realidad, no es que naciera, Jesús, ese día exactamente sino que, para celebrarlo como tal, el nacimiento del Salvador, se tomó, allá por el siglo III, la fecha en la que se celebraba, por así decirlo, el nacimiento del Sol, pues tenemos a Cristo por el Sol del Universo, se tomó tal decisión que, desde entonces, seguimos. Pero no porque no sea cierto el nacimiento, realidad la cual es admitida por todos, fieles, paganos e historiadores de todo pelaje (por así decirlo) sino porque así se creyó oportuno.

Todo esto puede parecer algo extraño. Sin embargo, ya Pablo, el Apóstol de Tarso, dejó escrito aquello de «Examínalo todo y quédate con lo bueno» (1 Ts 5: 21), pensamiento mediante el cual el cristianismo ha ido, digámoslo así, aceptando todo aquello que, en realidad y sin saberlo quien lo utilizaba, era pensamiento del Dios Único y Creador.

Se suele decir, por otra parte que, cada año, por estas fechas, manifestamos ideas de cambio para nuestras vidas, ideas de llegar a ser mejores, de alcanzar dichas las cuales llenen nuestro corazón y lo ensanchen porque este es un momento adecuado para pedir lo que anhelamos que se cumpla. Tiempo es, pues, de soñar con los ojos abiertos que es la única manera de no quedarnos aislados del mundo y someternos a la realización de aquello por alcanzar.

Pero también podemos tratar de ser, sin necesidad de excesos en el deseo, personas de las que se pueda decir enamoradas del ser que va a nacer, que nació en su día para la eternidad; cumplidores de la palabra de Dios en el más pleno de los sentidos; acaparadores de la gracia del Padre que haremos efectiva sin esconderla o dejarla de lado porque, quizá, entorpezca nuestra vida de seres humanos pegados a la tierra que pisamos porque nos gusta, en exceso, ser del mundo cuando no nos urge un auxilio espiritual ante un mal recibido o un daño causado.

Y, por decirlo de otra forma, podemos disfrutar del tesoro que María nos trae, acunado por su Fiat, y poder sentir su dulzura del nuevo ser en la tierra, su suave olor a gloria y a don que, ahora mismo, anticipadamente por conocido, podemos percibir si abrimos el alma para que emerja, total, a la superficie de nuestra vida; si sabemos mostrar nuestro rostro alegre, acogedor, franco ante el que lo necesita.

Por otra, y gozosa, mal que pese a algunos, vez, Dios va a estar, en recuerdo de aquello, con nosotros como si no hubiera dicho nada a lo largo de su vida; de ello para conseguir, y en ella, dar sentido a nuestro camino; aliento a nuestro, a veces; pesimismo, cauce a nuestros pasos.

Otra, y gozosa vez, Dios se nos propone para que lo aceptemos, se nos entrega para que le reconozcamos en nosotros y le entreguemos, a su vez, el oro seguro de su presencia, el incienso de su adoración y la mirra de su anunciado dolor que nos salvará, luego, ahora y siempre.

Con esos dones, que traerán aquellos que de oriente vinieron a adorar al Rey de Israel, bien podemos encarar nuestra vida con esperanza, llenar nuestro corazón con estruendos de luz, ver renacer, de las cenizas del mundo, nuestras buenas intenciones que, ahora, ven, de nuevo, su futuro.

Cuando, de nuevo, veamos brillar la estrella de Dios sobre nuestras vidas y seamos capaces de comprender lo que eso significa, habremos conseguido, seguro, ser bastante mejores; preparados, de nuevo, para comenzar, otra vez, a dar pasos hacia el definitivo Reino de Dios, verdaderamente suyos.

Jesús habrá, de nuevo, nacido, y nosotros seremos, por eso mismo, algo más hermanos porque ya nada podrá ser mejor ni más eterno ni más cierto.

¡Feliz, pues, Navidad!, y que dure siempre, cada instante, cada día, cada vida.

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