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La Cabeza de la Iglesia

El servicio jerárquico en la Iglesia es reconocido por los católicos, los ortodoxos orientales separados de Roma desde el 1054, y muchos protestantes. Sólo lo rechazan los racionalistas.

Además de jerárquica, Cristo la quiso también monárquica, ya que Jesús confirió la plenitud de poderes pastorales (el primado de jurisdicción) a un apóstol determinado, a Pedro, constituyéndolo cabeza visible de la Iglesia fundada por El.

El problema del primado de Pedro se centra en la interpretación del famosísimo pasaje del Evangelio de San Mateo (16, 13-20):

"Al llegar Jesús a la región de Cesarea de Filipo, preguntó a sus discípulos: ¿Quien dice la gente que es el Hijo del hombre? Ellos dijeron: Unos, que Juan Bautista; otros que Elías; otros, que Jeremías o uno de los profetas. El les dijo: Vosotros, ¿quien decís que soy yo? Tomando la palabra Simón, dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo. Jesús le respondió: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Juan, porque no te lo ha revelado la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Yo te digo que tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. Te daré las llaves del reino de los cielos, y lo que atares en la tierra será atado en los cielos, y lo que desatares en la tierra, será desatado en los cielos.

Entonces ordenó a sus discípulos que no dijesen a nadie que El era el Cristo".

Pocos textos de la literatura universal han sido sometidos a crítica más severa y apasionada que este, ya que interpretarlo en un sentido o en otro repercute en su significado doctrinal y práctico. Para desvalorizar el texto la crítica acatólica ha tratado de negar su autenticidad o de darle una interpretación que no tuviese nada que ver con el primado de jurisdicción.

Hasta finales del siglo pasado ningún exégeta protestante o racionalista había puesto en duda la autenticidad literaria del texto de Mateo; ni Lutero, ni Calvino, ni racionalistas tan radicales como Strauss, o Baur. Solamente hacia finales del siglo XIX y primeros decenios del siglo XX Grill, Schnitzer, Guignebert, Loisy y Buonaiuti comenzaron a hablar de interpolación. Según su opinión una competente mano cristiana había añadido al texto al evangelio de Mateo entre el año 130 y 190 para justificar el primado de la Iglesia romana, atribuyéndolo después a Cristo. Fundamentaron su tesis en la imposibilidad del hecho mismo, ya que Jesús no podía pensar en una iglesia monárquica porque creía que el fin del mundo era inminente. También era difícil creer que Jesús confiara tal misión a un hombre tan débil como Pedro. Confirmaron además su sentencia en el hecho que Marcos y Lucas nada dicen en su evangelio de la promesa del primado de Pedro en el mismo episodio de Cesarea de Filipo.

Esta teoría no es válida porque este texto del primado de Pedro no falta en ninguno de los 4000 códices anteriores al siglo IX; ni en los códices de las versiones hechas durante los primeros siglos, ni en la primera "Armonía Evangélica" de Taciano (70), ni en los Padres de la Iglesia anteriores al siglo IV. Además en la antigua iconografía cristiana y en la liturgia siempre se representa a Pedro con las llaves, alusión clara del texto de Mateo.

Otro argumento para desmentir la teoría racionalista es que resulta incomprensible que una interpolación hecha con fines propagandísticos se haya realizado sólo en el primer evangelio y no en los otros dos sinópticos también. Una armonía en este sentido hubiera dado al truco mayor credibilidad y más colaboración al fin que se pretendía alcanzar.

Ante tal evidencia la crítica protestante ha perdido mucha de su seguridad aunque subsiste todavía la objeción ciertamente consistente del silencio de los sinópticos en los lugares paralelos.

¿Por que no aparece el texto en Marcos y Lucas? El historiador Eusebio (siglo IV) resolvió esta duda recurriendo a un sentido de modestia de Pedro, quien, al predicar en Roma, pasó por alto, por motivos de humildad, un episodio tan honorífico. Esta es la razón por la que Marcos, que transcribe la predicación de Pedro, no lo registra y consiguientemente tampoco Lucas que sigue el orden de Marcos.

Así, podemos señalar que el silencio de uno o más evangelistas no quitan valor a las afirmaciones del otro.

Una vez desmentida la teoría de la interpolación, otros eruditos protestantes y racionalistas usan las hipótesis de las evoluciones espirituales que les sugieren los principios del "método de la historia de la forma". Según esto, el texto es original de Mateo, quien envuelve a Pedro en una aureola de preeminencia que fácilmente la conciencia cristiana transformó en primado de autoridad.

Mateo escribe lo que le sugiere la evolución espiritual producida en su alma; ya que Cristo no tenía intención de fundar una Iglesia pero esta estaba surgiendo de sus doctrinas espontáneamente al momento en que se escribía este evangelio.

Según el presupuesto racionalista, Jesús, un israelita, no podía concebir una sociedad distinta de la sinagoga de la que era hijo. Esto significa negar su divinidad. Además, ¿cómo podrían haber concebido la Iglesia los primeros apóstoles, especialmente San Pablo, que eran también hebreos y muy simpatizantes de sus instituciones nacionales?

Mateo no idealiza la figura de Pedro, ya que nos relata que inmediatamente después de la gran confesión de la divinidad de Jesús que da ocasión al Maestro de proclamarlo fundamento de la Iglesia lo llama también "Satanás" porque intentó disuadirlo de la pasión y muerte (Mt. 16, 23). Nos da a conocer también la triple negación de Pedro mostrando que era un hombre débil (Mt. 26, 69-75).

Asimismo, la crítica protestante ha querido interpretar el texto de Mateo excluyendo la persona de Pedro. Una exégesis semejante falsifica por completo su sentido, ya que Jesús repite dos veces:

"Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificare mi Iglesia". El texto aramaico del que depende la traducción griega de Mateo debía emplear el mismo termino (Kefa) en el primero y segundo miembro de la proposición para indicar la identidad de personas. Para indicar que se trata de la persona de Pedro Jesús menciona incluso el nombre del padre del apóstol: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Juan ..."

Tampoco es convincente el motivo aducido por los racionalistas, es decir, la imposibilidad de elegir como fundamento de la Iglesia a una persona tan débil como Pedro. Jesús no escogió a Pedro por sus cualidades naturales. Será la gracia de Cristo quien lo convierta en roca inconmovible y segura. No es pues extraño que Jesús, consciente de ser el Mesías, el Hijo del hombre profetizado por Daniel (Dan.7, 13) pudiese pensar en una comunidad, la Iglesia, y fundamentarla sobre Pedro.

Resuelto el problema sobre la persona de Pedro, veremos ahora el del primado que Cristo le prometió. Para definirlo Cristo empleó tres metáforas:

  1. Metáfora del Fundamento.- Jesús compara a Pedro a los cimientos de una casa, los cuales dan cohesión y estabilidad a las diversas partes entre sí. Si son sólidos, la casa será compacta y firme; si son débiles, la derribará la primera tempestad. El mismo Jesús recordó esta función del fundamento en la parábola del hombre que edificó su casa sobre piedra; mientras la casa fundamentada en la arena se abate ante el empuje de la tempestad la construida en piedra resiste firme (Mt. 7, 24-27). Si Pedro es el fundamento de la Iglesia debe ser la causa de su unidad y estabilidad. Por lo tanto, tiene la autoridad o potestad de jurisdicción.
  2. Metáfora de las Llaves.- La potestad de jurisdicción de Pedro también está en la segunda metáfora: "Te daré las llaves del Reino de los cielos" (Mt. 16, 19). Las llaves en lenguaje bíblico y profano son el símbolo del dominio. El que tiene las llaves de una sociedad posee la potestad de jurisdicción. Otros ejemplos en la Biblia son:
  3. Cuando Isaías quiere expresar la substitución de Sobna que ocupaba un alto cargo administrativo en la corte de Ezequías por Eliaquim emplea la metáfora de las llaves (Is. 22,19-22)
  4. En el Apocalipsis se aplica la metáfora al mismo Cristo para indicar su dominio soberano (Ap. 3, 7).
  5. Metáfora de Atar y Desatar.- Esta imagen significa también la misma potestad de jurisdicción, ya que atar y desatar es lo mismo que poner o quitar un lazo. En nuestro caso significa abolir las leyes que obligan en conciencia, porque las leyes son.

El único vínculo moral que aprisiona a los hombres. La potestad de jurisdicción es monárquica sobre Pedro porque Cristo se dirige a el y no a los otros apóstoles. Su poder es ilimitado porque no da cuentas más que a Dios. En esta potestad está implícita la infalibilidad.

Ante la teoría protestante de los extractos (Schichtentheorie), que concibe la Iglesia como era el día de Pentecostés, algo incompleto, rudimentario, que va construyéndose poco a poco, y donde Pedro es el principio, el punto de arranque de un edificio, la Iglesia, que se va construyendo en el curso de los siglos hasta que llegue la segunda venida de Cristo. Por eso el poder que se le confiere no es de jurisdicción. Esta teoría no es válida porque la Iglesia desde el primer día de su existencia aparece ya como un organismo viviente que, aunque crece y se desarrolla, es, sin embargo completa en sus partes, como es completo el cuerpo de un adolescente que tiende a la juventud y madurez.

Cristo lo confirma después de su resurrección cuando se aparece a los discípulos en el lago de Tiberiades. Le pregunta a Pedro si lo ama tres veces y le dice que apaciente sus ovejas (Jn.. 21, 15-18).

Le deja ver sus tres negaciones la noche de la Pasión, que ahora Jesús quiere borrar con esta triple afirmación de fe y de amor. El apóstol ha cambiado; la presunción e impetuosidad han desaparecido: ahora Pedro es humilde y desconfía de sí mismo. Es "pastor" de un rebaño confiado a el por Dios. El sentido bíblico de "apacentar" y de "pastor" es el de una prerrogativa del rey, es decir, a aquél que tiene el poder de jurisdicción. Ejemplos:

  1. El Antiguo Testamento llama a Dios "pastor" (Sal. 23, 1) y los reyes son los representantes.
  2. "Así habla Yahvé, Dios de Israel, sobre los pastores que guían a mi pueblo: "Vosotros habéis dispersado mi rebaño..." (Jer.23,2)
  3. "Yo les suscitare un pastor que los apaciente, mi siervo David" (Ez. 34, 23).
  4. Jesús se llama el "buen pastor" (Jn.. 10, 11).
  5. Incluso en el mundo profano, Homero llama a Menelao "pastor de pueblos".

Por eso Jesús, constituyendo a Pedro pastor de su rebaño, de los hombres redimidos por El, le entrega el poder de jurisdicción sobre ellos, ilimitado en su orden. Así pues Pedro es el vicario de Cristo en el sentido pleno de la palabra.

Pedro ocupa una posición preeminente en el Nuevo Testamento. Encontramos su nombre 114 veces en los cuatro evangelios y 57 en los Hechos de los Apóstoles. Jesús pone de relieve la figura de su futuro vicario:

  1. Lo elige después de hacer ante el un gran milagro (Lc. 5, 1-11).
  2. Se sirve de su barca para predicar a las gentes (Lc. 5, 3).
  3. Se hospeda en su casa (Mc. 1, 29).
  4. Sana a su suegra (Mt. 8, 15).
  5. Lo asocia en el pago al tributo (Mt. 17, 24-27).
  6. Lo elige con Santiago y Juan para asistir a la resurrección de
  7. la hija de Jairo (Mc. 5, 37), a la transfiguración (9, 2) y a
  8. la agonía en el Getsemaní (14, 33).
  9. Es al primero que lava los pies en la última cena (Jn.13,6). 8) Es al que primero se aparece resucitado (Lc. 24, 34).
  10. Es al único de los doce que nombra para que se le comunique el
  11. mensaje de Pascua (Mc. 16, 7).

La importancia que Jesús concede a Pedro se manifiesta particular mente en el hecho de cambiarle de nombre: "Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú serás llamado Cefas (que significa piedra) (Jn.1,42).

El hecho lo recoge también Marcos (3,16). El cambio de nombre entre los hebreos tenía un carácter simbólico. Como Abram fue llamado Abraham porque sería padre de muchos pueblos (Gen. 17, 5), así a Simón se le llama Pedro porque sería la piedra angular de la Iglesia, el apoyo de sus hermanos en la fe (Lc. 22, 31-32).

Por su parte Pedro durante la vida pública del Maestro se da cuenta de su importancia aún cuando no había comprendido todavía la misión a que estaba destinado. Es el interprete ante Jesús de los sentimientos de los otros apóstoles. Después de la pesca milagrosa es el que expresa el asombro de todos (Lc. 5, 8); cuando Jesús promete la Eucaristía muchos son los discípulos que lo abandonan pero Pedro se encarga de ratificar al Maestro su solidaridad y la de los doce (Jn. 6, 68). Si en la pequeña comitiva asoma una duda Pedro la expone a Jesús (Lc. 12, 41; Mt. 15, 15).

Y hay que notar que no es únicamente Mateo, el evangelista del primado, el que subraya la importancia de Pedro sino que son todos los sinópticos. Juan se ocupa menos de Pedro, pero es por el carácter peculiar de su evangelio. No obstante recuerda el cambio de nombre (1, 42) y la entrega del primado (21, 2 ss.).

Después de la Ascensión de Jesús y la venida del Espíritu Santo, Pedro se dedica por completo al ejercicio de sus funciones:

  1. Propone completar el colegio de los doce con la elección de Matías (He. 1, 15 ss.).
  2. El día de Pentecostés habla en nombre de los otros apóstoles (2, 14 ss.).
  3. Defiende ante las autoridades judías el derecho que tienen a predicar (4,8 ss.).
  4. Condena a Ananías y Safira (5,1-11).
  5. Inicia la conversión de los paganos admitiendo a Cornelio en la Iglesia (10,47).
  6. Preside el concilio de Jerusalén (15,11 ss.).

San Pablo en sus cartas atribuye suma importancia al jefe de los apóstoles:

  1. Después de los años pasados en Arabia viene a Jerusalén para ver a Pedro (Gál.1,18).
  2. Reconoce que es una de las columnas de la Iglesia (Gál.2, 9).
  3. Lo coloca el primero en las apariciones de Cristo resucitado (I .15,5).
  4. Incluso en el incidente de Antioquía donde Pablo censura el comportamiento de Pedro (Gál.2,11ss.), confirma el primado de este, ya que reconoce su autoridad.

El problema de la sucesión de Pedro es la gran controversia que desde hace 900 años divide la cristiandad occidental de la oriental (ortodoxa) y desde hace 400 a los católicos de los protestantes.

Jesús no habló explícitamente de los sucesores de Pedro pero el motivo de este silencio se debe buscar en el hecho que Jesús quería tener oculto el día de la parusía. Si hubiese hablado claramente de los sucesores se habría visto obligado a decir que la parusía no vendría tan pronto, mientras prefería dejar la cosa en suspenso.

Recordemos una vez más las palabras de Jesús: "Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificare mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella..." (Mt. 16, 18).¿ La expresión "contra ella" se refiere a la piedra sobre la que la Iglesia está fundada o a la misma Iglesia? ¿Contra quien no prevalecerán las puertas del infierno, las potencias del mal, contra la piedra o contra la Iglesia? Cualquiera que sea la respuesta el sentido viene a ser el mismo en los dos casos. Si se refiere a la piedra entonces debemos concluir que esta y, por consiguiente Pedro con quien se identifica, no podrá morir ni sucumbir ante ninguna potencia del mal. De ser así el apóstol tendrá necesariamente sucesores, pues, su persona física morirá dentro de pocos años y Jesús lo conoce tan bien que predice incluso el modo (Jn.. 21, 18).

Pero Pedro debe tener sucesores aun en el supuesto que "contra ella" se refiere a la Iglesia. ¿Por que las potencias del mal no podrán destruir la Iglesia? La respuesta nos la da el contexto: porque está fundada en una roca bien firme, Pedro. En un cierto sentido el es la causa que impedirá toda destrucción en la Iglesia. Por tanto si Pedro es un hombre destinado a morir después de unos años de haber recibido la promesa de Cristo mientras la Iglesia continuará hasta el fin de los tiempos, significa que la piedra fundamental que garantiza su unidad y solidez no es Pedro en cuanto persona física sino en cuanto revestido de una autoridad que se continuará en sus sucesores cuando el desaparezca. La Iglesia no está fundada sobre una persona sino sobre un oficio encarnado en una persona determinada y destinado a persistir en una serie indefinida de eslabones hasta el día que Jesús vuelva a juzgar vivos y muertos. Por tanto Pedro continuará viviendo en sus sucesores, desempeñando su oficio de roca incluso cuando su persona física haya dejado la escena del mundo.

Para determinar quien es el sucesor de Pedro debemos fijarnos en la historia. Si debe existir un sucesor de Pedro no puede ser otro que el obispo de Roma, el Papa, la única persona en el mundo que se proclama sucesor de Pedro desde hace veinte siglos y por consiguiente vicario de Cristo. La sede es Roma debido a que Pedro después de haber gobernado las sedes episcopales de Jerusalén y Antioquía eligió a Roma como sede definitiva, determinando así que quien le sucediese en la Iglesia de Roma le sucedería también en el gobierno de la Iglesia universal.

La estancia de Pedro en Roma es uno de los hechos más ciertos y al mismo tiempo más discutidos de la historia eclesiástica. En el Nuevo Testamento no indica claramente que Pedro haya estado en Roma, quizá por precaución por la persecución existente, pero tampoco la excluye. Después de la persecución de Herodes los Hechos de los Apóstoles dicen que Pedro marchó a "otro lugar" (12, 18), sin precisar más, pero sabemos por la antigua tradición que este "otro lugar" fue Roma, aunque desconozcamos los motivos que indujeron a Lucas a ocultarlo.

Sin embargo, hay varios testimonios históricos demostrados que confirman la estancia de Pedro en Roma:

  1. El mismo apóstol en su primera carta escribe: Os saluda la Iglesia de Babilonia" (I Pe. 5, 13). Babilonia es un nombre alegórico para la ciudad de Roma en la literatura apocalíptica de entonces. El Apocalipsis llama a Babilonia ciudad emborrachada de la sangre de los santos y de los mártires de Jesús (17, 5 ss.).
  2. Clemente Romano (96), obispo de Roma, en su carta a los Corintios recuerda el martirio de Pedro y Pablo en Roma.
  3. Ignacio de Antioquía en su carta a los Romanos (107) recuerda expresamente a Pedro y Pablo: "NO os mando como Pedro y Pablo".
  4. Dionisio de Corinto en un fragmento de la "Historia Eclesiástica" de Eusebio, alude al martirio de Pedro y Pablo en Italia y por consiguiente en Roma.
  5. El presbítero Cayo, escribiendo contra el montanista Proclo que exaltaba Hierápolis por tener la tumba del diácono Filipo, ensalza la autoridad e importancia de Roma porque en el Vaticano y en la vía Ostiense se encuentran los "trofeos", es decir las tumbas, de los apóstoles.
  6. San Ireneo, obispo de Lión (hacia el 200), alaba la iglesia de Roma porque la habían fundado y organizado Pedro y Pablo (Adversus Haereses III,3, 2).

A partir del siglo tercero los testimonios abundan en toda la cristiandad sin que aparezca nunca quien contradiga esta opinión. No obstante la importancia de Pedro, ninguna ciudad antigua, ni siquiera Antioquía, intentó nunca el honor de ser el lugar del martirio y de su sepultura. Hasta las exuberantes leyendas de los evangelios apócrifos no colocan nunca a Pedro actuando en otra ciudad distinta de Roma.

Pedro escogió Roma para sede episcopal determinando así que el que le sucediese en Roma le sucedería también en la dirección de toda la Iglesia. El hecho de la venida del príncipe de los apóstoles a la ciudad eterna y de su episcopado romano son el fundamento histórico del primado del Papa en la Iglesia Universal. Jesús no precisó ni el lugar, ni el modo, ni la sucesión, así que Pedro era libre de determinar en este sentido.

La historia confirma el primado de Pedro en la Iglesia Universal. Las otras iglesias siempre se dirigen a Roma cuando surgen problemas o es necesario hacer aclaraciones:

  1. Clemente, obispo de Roma y tercer sucesor de Pedro, a finales del siglo I, habla a los Corintios sublevados contra sus presbíteros y obtiene su obediencia aún siendo una iglesia oriental fundada por Pablo. Tenían más cerca en Éfeso a Juan Evangelista y, sin embargo, se dirigen a Roma. Clemente escribe no como mediador sino como superior.
  2. El Papa Víctor hacia el 190 amenaza con excomunión a las iglesias de occidente y oriente que no acataran su mandato sobre el día en que se debía celebrar la Pascua del Señor. Nadie discute su autoridad.
  3. El Papa Esteban (siglo III) apela a la tradición y logra la obediencia de todas las iglesias y logra la unidad cuando se presenta el problema de la validez del bautismo conferido por los herejes.

Durante los tres primeros siglos todos recurren a Roma para cualquier problema:

  1. Herejes como Marción, Cerdón, Proclo de Hierápolis, acuden al Papa para que apruebe sus ideas.
  2. Obispos como Basílides y Marcial de España, Faustino de Lión, Felicísimo, Pedro de Alejandría y en el siglo IV Atanasio, piden ayuda al Papa cuando ven en peligro sus derechos.
  3. Grandes figuras como Ignacio de Antioquía y San Irineo saludan a Roma como la "que preside".

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