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Amar la vida

La gran mayoría de ciudadanos no desea que se amplíen leyes sobre el aborto. Existe un claro consenso en que el aborto es un daño. Sobre este fundamento racional y ético debería asentarse toda política pública. Pero además, hablar de vida y de muerte es una cuestión humana, existencial, no política. De dónde viene ese afán por regular-condicionar-limitar la vida de las personas.

Es claro que el aborto es la muerte de un ser humano, es un terrible sufrimiento para la mujer, forzada por las circunstancias, y no olvidemos que además es un negocio millonario. Por ello, vayamos los ciudadanos a la raíz del verdadero progreso que es la responsabilidad social y la solidaridad con los más débiles.

No cabe la indiferencia o el cálculo político a la hora de tomar partido por el derecho a la vida de todos. Es absolutamente cínico y antidemocrático nombrar comisiones de expertos formadas en su mayoría por pro-abortistas, para supuestamente tratar de solucionar este grave problema social. Considero que sí es posible detener el dramático crecimiento de abortos en todo el mundo, además de lo que expondré más adelante: Conseguir ante la Asamblea General de Naciones Unidas, una moratoria universal del aborto. Hablemos sobre ello en profundidad y preparemos nuestras sociedades para que sobre todo estén abiertas a la vida, principal derecho sobre el que se sustentan los demás.

Pero, ¡ay!, vivimos muy deprisa y nos cuesta pensar con rigor. Es oportuno recordar que entre los embriólogos humanos existe un virtual consenso en que la persona empieza con el zigoto unicelular. En el día 1 de la concepción ya hay, pues, un organismo único de la especie homo sapiens, con sus 46 cromosomas definitorios. Y con dos meses, ese bebé que nacerá, cabría recogido sobre sí mismo en una cáscara de nuez, aunque con prácticamente todo en su sitio, creciendo poco a poco, manos, pies, cabeza, órganos, cerebro,...

Por eso, ¿no les parece que deberíamos considerar —si de verdad queremos habitar países libres y avanzados— que no es de recibo que muera una criatura más por falta de ayudas reales, insuficientes recursos que impidan sacar al hijo adelante, o problemas de trabajo o desamparo social o familiar?

Aprovechemos la ocasión para hablar de lo que las cosas importantes de la vida son, sin enmascaramientos ni prejuicios. Ha de quedar claro que una cultura materialista y relativista lleva al hombre y a la mujer a la infelicidad, a no respetar los derechos humanos, sin ideales hacia los que orientar la vida, sin el apoyo de una familia. Es la mayor indefensión -una nueva esclavitud del siglo XXI- frente a cualquier poder que impondría fácilmente su dictatorial dominio.

Hemos de conseguir que todas las Administraciones Públicas ofrezcan también soluciones a los problemas que un embarazo imprevisto o no deseado pueda presentar, especialmente para las madres más necesitadas, o adolescentes e inmigrantes. También hemos de felicitarnos por algunas nuevas iniciativas para impulsar entidades de apoyo a la embarazada.

Tanto a nivel público de algunos gobiernos, como a asociaciones ciudadanas, por ejemplo www.derechoavivir.org o www.redmadre.es, que nos recuerdan que el derecho a vivir y a ser madre ha de ser una realidad, pues una sociedad que deja sola y abandonada a la mujer ante los problemas que le puede generar un embarazo imprevisto, no responde a los requerimientos propios de una democracia avanzada.

Pues si está claro, ¡ya basta con transigir con el aborto! Urgen debates públicos bien regulados y aportaciones científicas honestas. También la amplia divulgación de filmaciones explícitas y ecuánimes como la de National Geographic Channel y otras muchas, sobre la vida humana en el seno materno. Tengan buen corazón y sirvan bien a los ciudadanos algunos políticos ensimismados. Evitemos todos poner palos a las ruedas del bien común. Sembrar una ética utilitarista deja a las sociedades en desamparo, también a las personas que ostenten el poder en cualquier momento.

Las aportaciones al debate sobre el aborto que se van teniendo en muchos medios de comunicación han ignorado la dignidad y la protección de la salud de la mujer embarazada y no han tenido en cuenta la necesidad urgente de mejores servicios de asistencia social y sanitarios, también los especializados en partos, emergencias obstétricas y soporte psicológico adecuado ante las posibles dificultades para llevar a buen término la maternidad.

Y, por supuesto, tampoco se habla del fracaso de la permisiva e inhumana educación sexual de los últimos treinta años. Reconozcamos que lo verdaderamente progresista es la valentía para hablar de una educación afectivo-sexual integral, que ayude a los adolescentes y jóvenes a vivir la sexualidad de manera responsable. Precisamente esa educación se ha de poder dar en la familia, con ayuda de especialistas, para que cada persona llegue a reconocer su propia dignidad y la del otro, con respeto a las leyes morales, con una maduración que prepare a las personas para la donación de sí mismo, para ser felices, en la mayor medida de lo posible. Eso sí es trabajar por el progreso y el desarrollo.

Hablemos claro para que en nuestra sociedad superemos propagandas torticeras sobre el sexo libre y el sexo seguro. Todos desearemos empaparnos de la idea tan atractiva y positiva como es: aprender a amar de verdad. Será muy adecuado, entonces, educar en el sexo responsable, de la misma manera que lo hacemos sobre cualquier ámbito de la vida: el ejercicio físico, la alimentación, la protección del medio ambiente, la prudencia con las bebidas alcohólicas, las drogas, el tabaco o la velocidad en la carretera.

Aún es posible recomponer una situación que a los poderes públicos se les ha ido de las manos. Para ello, la ampliación de la ley del aborto no es ninguna solución sensata. Y no lo es porque lo que hemos de conseguir es corregir la situación de desamparo en la que se encuentran muchas mujeres embarazadas y el nulo compromiso institucional para ayudarlas.

Por ejemplo: Evitemos ese malsano interés en que las mujeres no vean una ecografía del hijo que llevan dentro antes de abortar. ¿Por qué se les esconde que en muchos casos su hijo será despedazado? ¿Por qué no se les explica que se le pondrá un inyección que primero le paralizará el corazón? ¿No es su propio cuerpo? ¿No le van a hacer todo eso a una parte de su cuerpo, como lo sería el estómago o un riñón? ¿Qué problema hay en que la mujer sepa toda la verdad, pueda pensar y ver a la criatura en gestación? ¿Alguien teme que pueda decidir libremente, de una manera creativa, valiente y magnánima?

Difícilmente se ofrece información clara o ayudas sociales a las mujeres embarazadas en situaciones difíciles, y sin embargo sí existe financiación para que vayan a abortar. Y no digamos cuando se prescribe abundantemente la RU-486 como «anticonceptivo de última generación», cuando en realidad es una píldora abortiva con propiedades «anti-hormonales», que impiden el desarrollo normal del feto y obliga a la mujer a sufrir a solas con el provocado aborto durante unos siete días.

Necesitamos un debate serio en el cual se pueda oír a mujeres que hayan padecido las graves consecuencias del aborto y también a las que, a pesar de mil y una dificultades, dieron a luz a su hijo y ahora es la alegría de su vida. Urge que los medios de comunicación den todos los datos pertinentes a la sociedad, sin medias verdades; se verá claro que no se pueden convertir los delitos en derechos. Y también precisamos campañas informativas en positivo, constructivas, que propicien un cambio de comportamiento en los adolescentes y motiven la responsabilidad y solidaridad ciudadanas en este delicado asunto: conseguir tiempo de educación afectiva y sexual en las familias y para las familias, facilitar adopciones en casos extremos, ayudas de particulares, promover asociaciones en defensa de la mujer embarazada, etcétera.

Es necesario y urgente que la sociedad entera conozca lo que en realidad supone el aborto para el niño que no nace y para la mujer que lo sufre. Defender a ambos es un deber moral, que pide y exige a todos un amplio consenso. Pero sin confundir nunca lo que es útil con lo que es justo y honesto.

Para eso, precisamos que las leyes protejan el derecho a vivir y a ser madre, amparando la vida en todo momento y circunstancia y ayudando a las mujeres a superar cualquier problema que un embarazo imprevisto pueda generarles.

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