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Desenmascarando mentiras III: aborto y eugenesia

Una de las notas distintivas de la Nueva Izquierda es su empeño por impulsar la cultura de la muerte. El curso político empieza con varios asuntos de actualidad: la crisis económica de un lado y el anuncio de nuevas leyes sobre el aborto y el suicidio asistido, por otro.

La crisis económica es sin duda una realidad acuciante que agobia a millones de españoles que han perdido su empleo o que no ven cómo llegar a fin de mes. Mi mujer y yo, padres de tres hijos y con un menguado sueldo de profesor, ya estamos acostumbrado a convivir con la crisis. Nosotros solemos decir que vivimos en crisis permanente, pero seguimos dando gracias a Dios a pesar de los pesares. Nunca cambiaríamos a nuestros hijos por nada del mundo. Para nosotros «disfrutar de la vida» es disfrutar de nuestros hijos. No importa que no podamos viajar más. No importa que no podamos ir de vacaciones. No importa que tengamos que renunciar a muchas cosas, a muchos lujos, a muchas comodidades. No importa que tengamos que sacrificarnos. Nuestros hijos y nuestro amor nos hacen felices. Sacrificar el dejar de salir por la noche para que nuestros hijos se vayan a la cama a su hora; sacrificar buena parte del tiempo «libre» para ayudar a nuestros hijos a hacer sus deberes o para leerles cuentos o para jugar con ellos es una carga a veces dura, pero al mismo tiempo fácil de llevar. Es un yugo ligero porque «perdiendo» la vida por ellos, Dios nos hace felices y nos va dando cuanto necesitamos. Dicen que Dios aprieta, pero no ahoga. Y es verdad. Mi mujer y yo confiamos en Dios y Él nunca nos ha fallado. Sabemos que nuestra vida está en sus manos y nosotros confiamos en su Providencia, a pesar de las penurias, de los sufrimientos y de los reveses de la vida. Este mes de septiembre cumplimos quince años de casados y quiero a mi mujer cada día más. Llevamos casi media vida juntos; media vida llena de amor y felicidad; media vida que jamás cambiaría por nada del mundo. Quiero tanto a mi mujer que no entendería mi vida sin ella porque, parafraseando a Pedro Salinas, este vivir mío no es sólo mi vivir: es el nuestro.

Durante estos años, mi mujer y yo hemos vivido juntos tres embarazos y hemos esperado con ilusión y alegría la llegada de cada uno de nuestros hijos. En los tres casos, en la sanidad pública le ofrecieron a mi mujer la posibilidad de realizar la amniocentesis: una prueba invasiva y con algún riesgo de aborto que tiene por objeto detectar anomalías congénitas en los primeros meses de gestación. Y nuestra reflexión siempre fue la misma: ¿Acaso vamos a abortar si se detecta alguna alteración genética en nuestro hijo? ¿Vamos a matar a nuestro hijo si se descubre que tiene síndrome de Down o cualquier otro problema congénito? ¿Vamos a querer menos a nuestro hijo si padece alguna anomalía? Ni mucho menos. Al contrario: si nuestro hijo sufriera algún tipo de trastorno, seguro que lo querríamos aún más y nos entregaríamos con más empeño si cabe a su cuidado. Nosotros ya queríamos a nuestro hijo antes de verle la cara, antes de saber si iba a ser guapo o feo, más listo o más tonto. El amor a nuestros hijos es incondicional y los aceptamos y queremos tal y como son, porque son un regalo que Dios nos ha hecho a nosotros y al mundo. En consecuencia, nunca se llegó a realizar la amniocentesis en ninguno de los tres embarazos. No tenía sentido.

No entiendo que haya padres que quieran escoger a sus hijos a la carta, como si fueran un objeto más de consumo. Nosotros no somos quienes damos la vida: sólo acogemos la vida que Dios nos regala en nuestros hijos para que la cuidemos, la protejamos y para que los eduquemos y así esa nueva vida contribuya a que el mundo sea mejor y más hermoso que antes. Y con nuestros tres hijos, realmente el mundo es mucho más bello que antes: no por mérito nuestro, sino por la gracia de Dios.

¿Cómo alguien puede matar a su hijo? ¿Cómo alguien puede rechazar a su propio hijo? ¿Cómo puede haber gente que mire a su hijo como un estorbo o como alguien que le complica la vida? Un niño siempre es un milagro maravilloso, un don inmerecido. Los hijos no son cosas: no son míos ni de nadie. No son una propiedad que puedo rentabilizar, vender, comprar o eliminar. Sean como sean, los niños dan alegría y mantienen la esperanza en una sociedad envejecida y triste como esta en la que vivimos en Europa.

Cien mil abortos en España en un año: ¡Qué vergüenza, qué pena! La España descristianizada ha olvidado cómo se ama. Ya no existe compasión ni ternura. Yo lloré de emoción al ver y coger en mis brazos a cada uno de mis hijos recién nacidos y di gracias a Dios por ellos y les hice la señal de la cruz en su frente y me sentí bendecido por el Señor en ellos. Sólo el haberlos traído al mundo y el intentar educarlos lo mejor que puedo, ya da sentido a mi vida. ¿Cómo se puede jugar a escoger en un laboratorio qué niño engendrado va a vivir y cuál no, en función de sus genes, de su sexo o de sus características? ¿Cómo se puede aceptar que experimenten con embriones humanos? ¿Cómo se puede consentir que se congelen y se destruyan esos pequeños embriones indefensos en aras de un supuesto progreso científico? ¿Cómo puede haber padres que maten a sus hijos porque no sean «normales»? ¿Quién es el que establece el «estándar» de calidad para dictaminar qué niño puede nacer y cuál no? ¿Qué es la «normalidad»? Dicen que en España cada vez nacen menos niños con síndrome de Down porque a la mayoría los matan antes de nacer. No lo entiendo. No me cabe en la cabeza semejante barbaridad. La eugenesia es nazismo puro.

¿Cómo se puede consentir en un país civilizado que se convierta el aborto en un modo más de control de la natalidad, en un sistema normalizado de contracepción? ¿Por qué no se ayuda y se orienta a las mujeres con dificultades para que traigan a sus hijos al mundo, en lugar de promover y financiar abortos? ¿Por qué no se ofrecen alternativas a las mujeres para que opten por dar sus hijos en adopción en lugar de matarlos? ¿Por qué no se ayuda económicamente a las mujeres para que puedan parir, cuidar y educar a sus hijos, en lugar de facilitar simplemente el asesinato de las criaturas indefensas?

La mentira de que el aborto es un derecho de la mujer resulta burda y repugnante. Un niño, un embrión, no se puede eliminar como quien se corta las uñas de los pies. El niño vive en el seno de su madre, pero no es un tumor o un apéndice de la mujer que se pueda eliminar cuando estorba. Un bebé no es un estorbo, nunca es algo que le destroce la vida de nadie. Un bebé siempre es una vida nueva que te asombra. Uno podría pasarse horas simplemente contemplando cómo duerme o cómo mira o cómo ríe un bebé. No hay espectáculo más asombros y deslumbrante en el universo que contemplar el rostro de un niño recién nacido; ni espectáculo más espantoso que el de un bebé descuartizado a quien se le ha negado el derecho a nacer.

Desde luego, mi mayor felicidad son mis hijos. No tiréis la felicidad a la basura ni destrocéis vuestra vida matando a vuestros hijos. Una sociedad que consiente y promueve que se asesine a los más débiles e indefensos es una sociedad enferma, degradada y moribunda. Un país que promueve el aborto como signo de progreso es un país cruel e inhumano; un país que ha perdido el rumbo, que ha renunciado a su herencia cultural y religiosa. Este país empieza a darme asco. Si los ciudadanos españoles no reaccionamos y rechazamos sin paliativos el crimen abominable del aborto, no nos quedará sino la vergüenza de formar parte de una sociedad sin conciencia, malvada y degradada hasta la náusea.

Si al drama del aborto y la eugenesia, le añadimos el nuevo proyecto de ley que promueven los socialistas españoles para legalizar la eutanasia y el suicidio asistido, podemos concluir que España será en poco tiempo el país de la muerte y dejará de ser una nación respetable para convertirse en un inmenso tanatorio, en el escenario violento y cruel del atroz aquelarre de la cultura de la muerte que destruye cuanto toca.

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